EL PAPADO RETRÓGRADO: DOS AÑOS DE BENEDICTO XVI.

LA IGLESIA CATÓLICA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO.
A pesar de ser una de las instituciones más tradicionalistas y conservadoras del entero mundo occidental, o a lo mejor por eso mismo, no cabe ninguna duda de que la Iglesia Católica ha atravesado por varias convulsiones a lo largo del siglo XX. Desde el quiebre provocado por la Reforma Protestante del siglo XVI, la Iglesia se ha batido en retirada frente a una serie de nuevos enemigos que han ido surgiendo, como por ejemplo la Ilustración, el secularismo, la ciencia moderna, los problemas sociales, etcétera. El más grande intento de ajuste durante el siglo XX fue, de lejos, el Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII en 1962, y clausurado oficialmente por Pablo VI en 1965. Pero los grupos más conservadores de la Curia se dedicaron activamente, sea por tradicionalismo, por fanatismo o por la defensa de intereses creados, a socavar la obra de dicho Concilio, suprimiendo ese modelo de Iglesia abierta al mundo, y volviendo a una Iglesia centrada en lo ultraterreno y distante de sus fieles, según el modelo implantado por el Concilio de Trento en 1545-1563.
De esta manera, a la muerte de Juan Pablo II en 2005, la Iglesia Católica presentaba un aspecto bastante lamentable. Ya hemos dicho antes en El Ojo de la Eternidad que el Pontificado de Juan Pablo II fue una verdadera tragedia, porque todo aquello que éste intentó, salió al revés. Podría parecer que bajo su Pontificado, la Iglesia creció y fue más grande que nunca, pero por otra parte, existían fuertes síntomas de descomposición interna, como por ejemplo la pérdida de influencia en una sociedad cada vez más secularizada, su casi nulo papel internacional, su ausencia de grandes temas planetarios como la crisis ecológica o demográfica, por no hablar de la creciente carestía de curas que puedan encargarse de las parroquias repartidas a lo largo y ancho del mundo.
Esta es la Iglesia en la cual Joseph Ratzinger llegó a ser Papa.
EL ASCENSO DE BENEDICTO XVI.
Sobre el ascenso de Benedicto XVI hablamos latamente en un artículo publicado en El Ojo de la Eternidad hace un año atrás, pero no sobra repasar algunos aspectos. Ratzinger nació y se crio en la Alemania de Adolfo Hitler, algo que para bien o para mal, algo debió influir en su personalidad, toda vez que estuvo un año en las Juventudes Hitlerianas. Cuando ingresó a la Iglesia Católica ese especializó en asuntos teológicos, y durante el Concilio Vaticano II defendió posturas progresistas. Sin embargo, grande fue su desencanto con las revueltas de mayo de 1968. Es probable que Ratzinger resultara, a fin de cuentas, un niño rebelde hijito de papá, muy bravo y valiente cuando el problema de la igualdad social es una cuestión abstracta o doctrinal, pero que se acobardara cuando el estallido social llegara a su final lógico. Ratzinger se volvió entonces hacia el conservadurismo, y encumbrado a la Congregación para la Doctrina de la Fe en tiempos de Juan Pablo II, se haya dedicado a perseguir activamente a quienes postularan visiones izquierdistas del Catolicismo, en particular contra la Teología de la Liberación. Luego, la enfermedad de Juan Pablo II le dio ocasión para ir ganando espacios de poder dentro de la Curia, en paricular porque el propio Juan Pablo II le había despejado el camino, reemplazando a los cardenales liberales que iban retirándose o falleciendo, por conservadores que, llegada la hora, probablemente apoyarían a Ratzinger. De ahí que, el 16 de Abril de 2005, fue proclamado Joseph Ratzinger como Papa, quien adoptó el nombre de Benedicto XVI.
Se ha dicho varias veces que Ratzinger no ha exhibido jamás aquellas cualidades que podríamos considerar como "evangélicas". No es un hombre humilde, por descontado, toda vez que se siente un mesías iluminado que, cuando la gente no lo sigue, intenta imponer sus dogmas a golpe de autoridad, como lo demostró con su espectacular voltereta intelectual de 1968. Tampoco es hombre proclive al diálogo, ni una persona razonable que sea capaz de contender intelectualmente sin una serie de peticiones de principios que, por supuesto, él mismo se encarga de definir. Y su Papado es reflejo de todo eso.
LO QUE BENEDICTO XVI ESPERA DE LA IGLESIA CATÓLICA.
La personalidad autoritaria se ancla por definición en dogmas que trata de imponer a los demás por la fuerza si es preciso, porque concibe al mundo como una estructura de poder en la cual alguien debe mandar y alguien debe obedecer. Sumado eso al orgullo intelectual, el resultado es un tipo de personalidad que no escucha a los demás, sino que se cree autorizado, sea porque conoce la verdadera naturaleza de las cosas, sea porque es un iluminado por Dios, para decidir sobre todas las cosas que los demás deben o no hacer, sin que a éstos les quepa otra posibilidad que la obediencia fiel y sumisa. Benedicto XVI encaja a las maravillas con este tipo de personalidad, y más aún, ésta se ha visto reforzada por la corte de acólitos que, para ganar su favor, le alaban continuamente, como ocurre con variados medios de prensa y con la gente a su alrededor que refuerza este autoritarismo hasta convertirlo en la falsa modestia de los iluminados. Juan Pablo II presentaba rasgos de este tipo, pero su fructífera experiencia anterior con el mundo (fue actor y obrero antes de ser sacerdote) le permitió desarrollar dotes negociadoras que le impidieron caer en algunos de los peores extremos de la soberbia intelectual. En cambio Benedicto XVI, hombre de formación académica y con nulo contacto con el mundo, no tiene salvavidas posible. De este modo, Benedicto XVI presentó todos los aspectos psicológicos desfavorables de Juan Pablo II, y ninguno de los favorables.
Esta falsa modestia de los iluminados, lleva a la actitud curiosa de que si nadie los sigue, entonces no sólo se impiden adaptarse o cambiar de actitud, sino que sostienen que es el resto del mundo el que no los merece. He aquí la explicación psicológica para los suicidios rituales de sectas pequeñas. Adolfo Hitler, cuando estaba perdiendo la Segunda Guerra Mundial, incurrió en lo mismo, y dio una orden tan demencial como lo era arrasar Alemania hasta sus cimientos, convencidos de que si los alemanes no eran merecedores de ganar la guerra, tampoco merecían sobrevivir. Benedicto XVI no requiere llegar hasta esos extremos porque la Iglesia Católica le es una plataforma mucho más sólida para sus delirios personales, pero esta clave psicológica permite entender una de las críticas más formidables que se le hacen: su ceguera ante el hecho de que sus políticas están precipitando a la Iglesia Católica hacia el desastre.
En realidad, el futuro de la Iglesia Católica no le preocupa para nada a Benedicto XVI, porque está seguro de que Dios guiará a la Iglesia, y cada crisis y prueba que afronte será una prueba más de su gloria. Y si la Iglesia Católica no consigue superarla, es que ella no se merecía tal cosa, y por descontado que el mundo no se merecía tampoco a la Iglesia Católica. Y si nadie hace las cosas a la manera de Benedicto XVI, no es que éste se encuentre equivocado, según él, sino que el mundo no se merece a alguien como Benedicto. Se ha dicho que Benedicto XVI prefiere una Iglesia Católica pequeña, pero con seguidores férreos y perfectamente alineados, a una Iglesia grande que contribuya al mundo. Esto es exactamente lo que cabe esperar de un alguien que se siente iluminado y con complejos mesiánicos. Y sus obras como Pontífice hablan por sí solas.
EL PAPADO ERRÁTICO DE BENEDICTO XVI.
Para reafirmar el continuismo con Juan Pablo II, Benedicto XVI se presentó a sí mismo como un verdadero rockstar, en el Encuentro de la Juventud organizado en Colonia, durante el mismo año 2005. Allí hizo una serie de declaraciones en contra del mundo, llamando sutilmente a los católicos a apartarse de las corrientes del tiempo (secularismo, ciencia, etcétera), y volverse hacia Dios, identificándolo sin ambages con la Iglesia Católica, reafirmando de ese modo el dogma medieval según el cual fuera de la Iglesia Católica no hay salvación posible (por ende, los que no aceptan la autoridad de Benedicto XVI están condenados al infierno, el cual, por supuesto, es un lugar que existe y es real, y consiste nada menos que en la ausencia eterna de Dios). Es un castigo verdaderamente grave, en particular considerando que las opciones de Dios en ese caso serían ser condenado a seguir a un iluminado matonesco como Benedicto XVI, o condenarse a no ver nunca la bondad divina durante toda la eternidad. Frente a eso, una sutileza como la reciente "abolición del limbo", encargando a las almas imposibilitadas del bautismo a la gracia de Dios, es realmente una nadería.
Su siguiente gran acto fue la encíclica "Deus caritas est", muy alabada por los católicos más recalcitrantes, pero cuyo contenido teológico, y aún meramente lógico, es un verdadero yermo, como lo señalamos oportunamente en El Ojo de la Eternidad. Es también otra muestra del estilo mesiánico de Benedicto XVI: discursiva y pedante, de espíritu pedagógico, pero con muy pocos compromisos por parte de la mismísima Iglesia Católica. En documentos más recientes, Benedicto XVI ha proseguido su política de no transar con el mundo moderno y seguir manteniendo porfiadamente a la Iglesia Católica en su sitio, en una actitud muy similar a la de Adolfo Hitler cuando exigía la defensa a toda costa de Stalingrado.
Para un hombre que se precia de su formación intelectual, resulta desconcertante su espúrea comprensión de lo que es la ciencia moderna. El Discurso de Ratisbona lo deja ver bien en claro, como también lo señalamos en El Ojo de la Eternidad. En éste, señala que la ciencia no es nada si no va acompañada por la fe, lo que en términos lógicos es una estupidez monumental, toda vez que el trabajo de la ciencia es justamente poner a prueba los dogmas y la fe, por medio de su exacto opuesto, la experimentación científica. No es raro que Benedicto XVI le tenga tanto temor a la ciencia y busque ponerle cortapisas, porque ésta podría llegar, más tarde o más temprano, a conclusiones que el egotismo mesiánico de Benedicto no sería capaz de soportar. De hecho, ya lo está haciendo, porque pese a todos sus intentos por conciliar el Darwinismo con el Catolicismo, negando el Creacionismo para dar paso a una especie de teoría de la evolución teísta, la verdad es que como bien señala Richard Dawkins, no hay hasta el minuto ningún indicio de que Dios haya intervenido de alguna manera en la evolución, o en la creación humana.
En ese sentido, es claro que los dos años de Benedicto XVI como Papa han confirmado algunos de los peores presagios que cabían. Con tanto voluntarismo en ir a contracorriente de los tiempos, Benedicto XVI está condenando a la Iglesia Católica a ser, de la más improtante de las religiones mundiales, a una secta más, en medio del crecimiento desorbitado de musulmanes, hinduístas, protestantes, etcétera. Aunque ya conocemos cuál sería la respuesta de Benedicto XVI: si los católicos no se muestran dignos de Dios, entonces no se merecen la supervivencia...