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22 abril 2007

EL PAPADO RETRÓGRADO: DOS AÑOS DE BENEDICTO XVI.

Hace dos años atrás, Joseph Ratzinger fue elegido Papa, y pasó a tomar el nombre de Benedicto XVI. En sus dos años de gobierno al frente del Vaticano y la Iglesia Católica, ha liderado un Papado fuertemente retrógrado y falto de sintonía con el mundo moderno. El Ojo de la Eternidad analiza su Papado y su mentalidad, y descifra las claves para el futuro que le espera a la Iglesia Católica.


[IMAGEN SUPERIOR: Joseph Ratzinger, Papa Benedicto XVI, pontificando desde el púlpito. Con Benedicto XVI, el proceso de aniquilación de la obra del Concilio Vaticano II iniciado por Juan Pablo II está llegando hacia su final, con nefastas consecuencias para la Iglesia Católica].

LA IGLESIA CATÓLICA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO.
A pesar de ser una de las instituciones más tradicionalistas y conservadoras del entero mundo occidental, o a lo mejor por eso mismo, no cabe ninguna duda de que la Iglesia Católica ha atravesado por varias convulsiones a lo largo del siglo XX. Desde el quiebre provocado por la Reforma Protestante del siglo XVI, la Iglesia se ha batido en retirada frente a una serie de nuevos enemigos que han ido surgiendo, como por ejemplo la Ilustración, el secularismo, la ciencia moderna, los problemas sociales, etcétera. El más grande intento de ajuste durante el siglo XX fue, de lejos, el Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII en 1962, y clausurado oficialmente por Pablo VI en 1965. Pero los grupos más conservadores de la Curia se dedicaron activamente, sea por tradicionalismo, por fanatismo o por la defensa de intereses creados, a socavar la obra de dicho Concilio, suprimiendo ese modelo de Iglesia abierta al mundo, y volviendo a una Iglesia centrada en lo ultraterreno y distante de sus fieles, según el modelo implantado por el Concilio de Trento en 1545-1563.
De esta manera, a la muerte de Juan Pablo II en 2005, la Iglesia Católica presentaba un aspecto bastante lamentable. Ya hemos dicho antes en El Ojo de la Eternidad que el Pontificado de Juan Pablo II fue una verdadera tragedia, porque todo aquello que éste intentó, salió al revés. Podría parecer que bajo su Pontificado, la Iglesia creció y fue más grande que nunca, pero por otra parte, existían fuertes síntomas de descomposición interna, como por ejemplo la pérdida de influencia en una sociedad cada vez más secularizada, su casi nulo papel internacional, su ausencia de grandes temas planetarios como la crisis ecológica o demográfica, por no hablar de la creciente carestía de curas que puedan encargarse de las parroquias repartidas a lo largo y ancho del mundo.
Esta es la Iglesia en la cual Joseph Ratzinger llegó a ser Papa.

EL ASCENSO DE BENEDICTO XVI.
Sobre el ascenso de Benedicto XVI hablamos latamente en un artículo publicado en El Ojo de la Eternidad hace un año atrás, pero no sobra repasar algunos aspectos. Ratzinger nació y se crio en la Alemania de Adolfo Hitler, algo que para bien o para mal, algo debió influir en su personalidad, toda vez que estuvo un año en las Juventudes Hitlerianas. Cuando ingresó a la Iglesia Católica ese especializó en asuntos teológicos, y durante el Concilio Vaticano II defendió posturas progresistas. Sin embargo, grande fue su desencanto con las revueltas de mayo de 1968. Es probable que Ratzinger resultara, a fin de cuentas, un niño rebelde hijito de papá, muy bravo y valiente cuando el problema de la igualdad social es una cuestión abstracta o doctrinal, pero que se acobardara cuando el estallido social llegara a su final lógico. Ratzinger se volvió entonces hacia el conservadurismo, y encumbrado a la Congregación para la Doctrina de la Fe en tiempos de Juan Pablo II, se haya dedicado a perseguir activamente a quienes postularan visiones izquierdistas del Catolicismo, en particular contra la Teología de la Liberación. Luego, la enfermedad de Juan Pablo II le dio ocasión para ir ganando espacios de poder dentro de la Curia, en paricular porque el propio Juan Pablo II le había despejado el camino, reemplazando a los cardenales liberales que iban retirándose o falleciendo, por conservadores que, llegada la hora, probablemente apoyarían a Ratzinger. De ahí que, el 16 de Abril de 2005, fue proclamado Joseph Ratzinger como Papa, quien adoptó el nombre de Benedicto XVI.
Se ha dicho varias veces que Ratzinger no ha exhibido jamás aquellas cualidades que podríamos considerar como "evangélicas". No es un hombre humilde, por descontado, toda vez que se siente un mesías iluminado que, cuando la gente no lo sigue, intenta imponer sus dogmas a golpe de autoridad, como lo demostró con su espectacular voltereta intelectual de 1968. Tampoco es hombre proclive al diálogo, ni una persona razonable que sea capaz de contender intelectualmente sin una serie de peticiones de principios que, por supuesto, él mismo se encarga de definir. Y su Papado es reflejo de todo eso.

LO QUE BENEDICTO XVI ESPERA DE LA IGLESIA CATÓLICA.
La personalidad autoritaria se ancla por definición en dogmas que trata de imponer a los demás por la fuerza si es preciso, porque concibe al mundo como una estructura de poder en la cual alguien debe mandar y alguien debe obedecer. Sumado eso al orgullo intelectual, el resultado es un tipo de personalidad que no escucha a los demás, sino que se cree autorizado, sea porque conoce la verdadera naturaleza de las cosas, sea porque es un iluminado por Dios, para decidir sobre todas las cosas que los demás deben o no hacer, sin que a éstos les quepa otra posibilidad que la obediencia fiel y sumisa. Benedicto XVI encaja a las maravillas con este tipo de personalidad, y más aún, ésta se ha visto reforzada por la corte de acólitos que, para ganar su favor, le alaban continuamente, como ocurre con variados medios de prensa y con la gente a su alrededor que refuerza este autoritarismo hasta convertirlo en la falsa modestia de los iluminados. Juan Pablo II presentaba rasgos de este tipo, pero su fructífera experiencia anterior con el mundo (fue actor y obrero antes de ser sacerdote) le permitió desarrollar dotes negociadoras que le impidieron caer en algunos de los peores extremos de la soberbia intelectual. En cambio Benedicto XVI, hombre de formación académica y con nulo contacto con el mundo, no tiene salvavidas posible. De este modo, Benedicto XVI presentó todos los aspectos psicológicos desfavorables de Juan Pablo II, y ninguno de los favorables.
Esta falsa modestia de los iluminados, lleva a la actitud curiosa de que si nadie los sigue, entonces no sólo se impiden adaptarse o cambiar de actitud, sino que sostienen que es el resto del mundo el que no los merece. He aquí la explicación psicológica para los suicidios rituales de sectas pequeñas. Adolfo Hitler, cuando estaba perdiendo la Segunda Guerra Mundial, incurrió en lo mismo, y dio una orden tan demencial como lo era arrasar Alemania hasta sus cimientos, convencidos de que si los alemanes no eran merecedores de ganar la guerra, tampoco merecían sobrevivir. Benedicto XVI no requiere llegar hasta esos extremos porque la Iglesia Católica le es una plataforma mucho más sólida para sus delirios personales, pero esta clave psicológica permite entender una de las críticas más formidables que se le hacen: su ceguera ante el hecho de que sus políticas están precipitando a la Iglesia Católica hacia el desastre.
En realidad, el futuro de la Iglesia Católica no le preocupa para nada a Benedicto XVI, porque está seguro de que Dios guiará a la Iglesia, y cada crisis y prueba que afronte será una prueba más de su gloria. Y si la Iglesia Católica no consigue superarla, es que ella no se merecía tal cosa, y por descontado que el mundo no se merecía tampoco a la Iglesia Católica. Y si nadie hace las cosas a la manera de Benedicto XVI, no es que éste se encuentre equivocado, según él, sino que el mundo no se merece a alguien como Benedicto. Se ha dicho que Benedicto XVI prefiere una Iglesia Católica pequeña, pero con seguidores férreos y perfectamente alineados, a una Iglesia grande que contribuya al mundo. Esto es exactamente lo que cabe esperar de un alguien que se siente iluminado y con complejos mesiánicos. Y sus obras como Pontífice hablan por sí solas.

EL PAPADO ERRÁTICO DE BENEDICTO XVI.
Para reafirmar el continuismo con Juan Pablo II, Benedicto XVI se presentó a sí mismo como un verdadero rockstar, en el Encuentro de la Juventud organizado en Colonia, durante el mismo año 2005. Allí hizo una serie de declaraciones en contra del mundo, llamando sutilmente a los católicos a apartarse de las corrientes del tiempo (secularismo, ciencia, etcétera), y volverse hacia Dios, identificándolo sin ambages con la Iglesia Católica, reafirmando de ese modo el dogma medieval según el cual fuera de la Iglesia Católica no hay salvación posible (por ende, los que no aceptan la autoridad de Benedicto XVI están condenados al infierno, el cual, por supuesto, es un lugar que existe y es real, y consiste nada menos que en la ausencia eterna de Dios). Es un castigo verdaderamente grave, en particular considerando que las opciones de Dios en ese caso serían ser condenado a seguir a un iluminado matonesco como Benedicto XVI, o condenarse a no ver nunca la bondad divina durante toda la eternidad. Frente a eso, una sutileza como la reciente "abolición del limbo", encargando a las almas imposibilitadas del bautismo a la gracia de Dios, es realmente una nadería.
Su siguiente gran acto fue la encíclica "Deus caritas est", muy alabada por los católicos más recalcitrantes, pero cuyo contenido teológico, y aún meramente lógico, es un verdadero yermo, como lo señalamos oportunamente en El Ojo de la Eternidad. Es también otra muestra del estilo mesiánico de Benedicto XVI: discursiva y pedante, de espíritu pedagógico, pero con muy pocos compromisos por parte de la mismísima Iglesia Católica. En documentos más recientes, Benedicto XVI ha proseguido su política de no transar con el mundo moderno y seguir manteniendo porfiadamente a la Iglesia Católica en su sitio, en una actitud muy similar a la de Adolfo Hitler cuando exigía la defensa a toda costa de Stalingrado.
Para un hombre que se precia de su formación intelectual, resulta desconcertante su espúrea comprensión de lo que es la ciencia moderna. El Discurso de Ratisbona lo deja ver bien en claro, como también lo señalamos en El Ojo de la Eternidad. En éste, señala que la ciencia no es nada si no va acompañada por la fe, lo que en términos lógicos es una estupidez monumental, toda vez que el trabajo de la ciencia es justamente poner a prueba los dogmas y la fe, por medio de su exacto opuesto, la experimentación científica. No es raro que Benedicto XVI le tenga tanto temor a la ciencia y busque ponerle cortapisas, porque ésta podría llegar, más tarde o más temprano, a conclusiones que el egotismo mesiánico de Benedicto no sería capaz de soportar. De hecho, ya lo está haciendo, porque pese a todos sus intentos por conciliar el Darwinismo con el Catolicismo, negando el Creacionismo para dar paso a una especie de teoría de la evolución teísta, la verdad es que como bien señala Richard Dawkins, no hay hasta el minuto ningún indicio de que Dios haya intervenido de alguna manera en la evolución, o en la creación humana.
En ese sentido, es claro que los dos años de Benedicto XVI como Papa han confirmado algunos de los peores presagios que cabían. Con tanto voluntarismo en ir a contracorriente de los tiempos, Benedicto XVI está condenando a la Iglesia Católica a ser, de la más improtante de las religiones mundiales, a una secta más, en medio del crecimiento desorbitado de musulmanes, hinduístas, protestantes, etcétera. Aunque ya conocemos cuál sería la respuesta de Benedicto XVI: si los católicos no se muestran dignos de Dios, entonces no se merecen la supervivencia...

04 febrero 2007

LOS CÁTAROS: LA HEREJÍA DE LOS CIUDADANOS.

Una de las herejías que más fascinación ha desatado en el pensamiento occidental, es la de los cátaros. Esta doctrina predicada en el sur de Francia a finales del siglo XII, y aplastada violentamente por mandato de la Iglesia Católica a comienzos del XIII, ha desatado toda una serie de sesudas investigaciones históricas, y también mucha literatura basura sobre esoterismo y conspiraciones. El Ojo de la Eternidad le echa un vistazo a la verdad histórica sobre uno de los más importantes movimientos religiosos de la Edad Media.


[IMAGEN SUPERIOR: El Castillo de Carcasona, en la región de Provenza. Carcasona fue uno de los más importantes focos del catarismo, y cada fortaleza o "castel" fue un bastión de esta herejía].

EL MARCO DEL CATARISMO.
El movimiento de los cátaros fue una importante herejía en la Francia del siglo XII. Mucho de su historia ha sido posteriormente inspiración para historiadores, novelistas, y cultivadores de lo esotérico y lo paranormal. La visión más corriente entre los legos es considerar a los cátaros como "los buenos" de la historia, y a la Iglesia Católica como la organización villana y oscurantista que usó todo su poder para reprimir de manera hipócrita, en nombre de la fe, a esta organización que luchaba por la libertad, y... Esta visión que hemos reseñado en lo grueso, descendiendo a los detalles se vuelve más compleja, porque hay mucho más que rescatar en la historia de los cátaros que una simple historia de vaqueros e indios.
El catarismo nació en un medio ambiente muy específico, cual fue la Francia del siglo XII. Y no toda la Francia, sino la región sur, la actual Provenza, que por entonces estaba más desarrollada social y políticamente que la región norte. En esa época apenas existía la idea de "Francia" como la concebimos hoy en día. La mitad occidental del territorio, una vasta franja de terreno desde Aquitania hasta Normandía, que cubría casi en forma continuada toda su costa atlántica, estaba en manos de Inglaterra, debido al ventajoso matrimonio del rey Enrique II de Inglaterra con la princesa Leonor de Aquitania. En cuanto a la Provenza misma, era un mosaico de castillos y "comunas" (esto es, burgos o ciudades) con una conexión muy laxa con sus señores feudales, el más importante de los cuales no era el rey de Francia, sino el Conde de Tolosa.
En el año 1099, como resultado de la Primera Cruzada, Europa se había abierto hacia el comercio oriental, y esto trajo riqueza y progreso. Con esto, las ciudades crecieron. Además, nuevas técnicas agrícolas habían aumentado el rendimiento de los cultivos, y con ello la población había aumentado. El exceso de campesinos podía ir a roturar tierras antes no cultivadas, pero también tenía la opción de fugarse y tratar de buscar refugio en las ciudades, lejos de sus opresivos señores feudales. Los burgos eran así un desafío al Feudalismo, porque sus habitantes, los burgueses, no encajaban en el orden feudal tripartito de señores militares, sacerdotes y campesinos. Todo lo cual estaba incubando una enorme caldera social.

UN LUGAR RELIGIOSO PARA LAS CIUDADES.
La Iglesia Católica se tomó bastante a mal el surgimiento de los burgos. Para entender esto, hay que retroceder en el tiempo hasta el siglo X. En esa época, la Iglesia Católica estaba sometida al Emperador de Alemania, y además, sus sacerdotes y obispos vivían en la opulencia y, por qué no decirlo, en la corrupción. En esa época pecados como el nicolaísmo (concubinato) o la simonía (venta de cargos eclesiásticos) eran moneda corriente.
En la época del Papa Gregorio VII (1073-1085), un movimiento de reforma se llevó a cabo desde el Monasterio de Cluny. Este tuvo un cierto éxito. El ideal de Gregorio era atacar los abusos y vicios de la época haciendo a la Iglesia independiente. Por supuesto que, sin control alguno, los eclesiásticos siguieron en su mala conducta, e incluso la empeoraron. Hubo un nuevo movimiento de reforma, los llamados cistercienses, los monjes de la Orden del Císter, que fueron acaudillados por Bernardo de Claraval a inicios del siglo XII, quienes se transformaron en la punta de lanza de la renovación espiritual en aquellos años. Sin embargo, la filosofía de los cistercienses era un ultraconservadurismo que los llevaba a valorar la vida monacal por encima de la secular, y por ende, al orden feudal por sobre el orden de las nuevas comunas que estaban surgiendo. En términos sencillos, el Císter proponía volver a los buenos y viejos tiempos agrícolas para solucionar los males del presente. En vez de ser proactivos, reaccionaban con una mentalidad conservadora que iba a contrapelo de los tiempos.
En ese clima, los burgueses que se enriquecían rápidamente estaban ayunos de asistencia espiritual. La Iglesia Católica del siglo XII perdió contacto con las ciudades. Y este vacío que la Iglesia no pudo llenar, lo ocuparon solícitamente otros predicadores. Estos burgueses fueron el blanco de las prédicas de los cátaros, y con un éxito tan extraordinario, que pusieron en duros aprietos a la Iglesia.

QUIENES ERAN LOS CÁTAROS.
Los habitantes de las ciudades eran cada vez más ilustrados, y por ende, empezaron a tener acceso a los libros. Entre esos textos habían muchos rescatados de la Antigüedad, y que giraban no en torno al catolicismo estricto de la Iglesia Católica, sino en torno al pensamiento gnóstico de los filósofos antiguos. El contacto con oriente, en donde estas ideas se habían conservado en ciertas sectas heréticas como los bogomilos y los paulicianos, reforzó esto.
El catarismo es pues, en buena medida, un resurgimiento de gnosticismo en pleno corazón de Occidente. Los gnósticos pensaban que la materia era mala y el espíritu era bueno, y además, se consideraban a sí mismos como los puros y los elegidos, por encima de este mundo, en el cual reinaba la maldad, la codicia y las ansias de poder. Parte del mensaje era también un regreso al cristianismo primitivo, que se vivía en la pobreza y la caridad, lo que era un ataque directo contra los lujos de la Iglesia Católica. Uno de los puntos más conflictivos era la negativa de los cátaros a pagar el diezmo a los sacerdotes, lo que atacaba tanto a las finanzas de la Iglesia como al mismísimo orden feudal, que se basaba en la explotación del campesinado a través de impuestos y contribuciones personales (trabajo personal y servicio militar o corvée). Además, la propia Iglesia Católica, como institución "de este mundo", era cuestionada porque el propio Dios de los católicos era identificado con Satanael, el ángel rebelde contra el verdadero Dios, el de los cátaros. Ser cátaro era, por tanto, ponerse en pie de rebeldía social contra el viejo sistema que intentaba ahogar el crecimiento de las ciudades.
Debido a la idea de ser islas de luz en medio de una sociedad inherentemente maligna, los cátaros, que se llamaban a sí mismos "los perfectos", tendieron a organizarse de manera cada vez más estructurada. Llegaron incluso a elegir sus propios obispos, y se sabe que llegaron a elegir su propio antipapa, aunque éste, por razones comprensibles, tuvo que mantenerse en la clandestinidad.
El catarismo creció como la cizaña. De Provenza se propagó rápidamente hasta Alemania, en donde se detectaron núcleos heréticos en Colonia, e incluso en Italia hubo congregaciones cátaras, conocidas como los patarinos. Para la Iglesia, había llegado la hora de actuar.
Hubo repetidos intentos por parte de la Iglesia Católica para enviar predicadores y mensajeros. Pero éstos no consiguieron sintonizar con el espíritu ni el ambiente que se vivía en Provenza. Al fin, el Papa Inocencio III (1198-1216) perdió la paciencia. En un acto sin precedente alguno, decretó en 1209 la Cruzada contra los cátaros (antes, la Cruzada era sólo contra los infieles sarracenos, no contra hermanos cristianos, por muy heréticos que éstos fueran). Esta es conocida como la Cruzada Albigense, porque su principal objetivo era la destrucción de Albi, la ciudad de Provenza en la cual los cátaros eran más fuertes. Aunque lo más recio de la guerra se vivió entre 1209 y 1210, ésta duró varias temporadas, y los últimos núcleos cátaros fueron destruidos en fecha tan tardía como 1244. En esa fecha, los cátaros salieron casi por completo de la historia, y entraron en la leyenda. En cuanto a la Provenza, había quedado definitivamente arrasada, tanto, que el norte de Francia por primera vez pudo imponerse social y económicamente al sur. La cultura provenzal y su bello lenguaje de oc también fueron cercenados de raíz.

EL INFLUJO POSTERIOR DE LOS CÁTAROS.
No todo el éxito de la Iglesia Católica se debe al uso de la fuerza militar. Parte de éste se debe también a la figura de San Francisco de Asís, quien en las mismas fechas de la Cruzada Albigense comenzó a predicar doctrinas que tienen más de un punto en común con los cátaros, incluyendo una visión positiva de la vida, distinta a la deprimente concepción que de ésta tenían los cistercienses, y que por ende era más aceptable para los burgueses que miraban con confianza hacia el futuro. Puede decirse que los franciscanos fueron los primeros católicos que pudieron predicar el mensaje de la Iglesia a las nacientes ciudades. También se destacó Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de los Dominicos, a los cuales pronto se les encomendó una nueva institución, encargada de la represión sistemática de la herejía: el Tribunal del Santo Oficio, mejor conocido como la Santa Inquisición.
Hoy en día, conocer las ideas de los cátaros es difícil. La Cruzada Albigense fue tan mortífera en su labor destructura, que prácticamente ningún documento cátaro sobrevivió. Todos los testimonios que hay sobre ellos, se conocen por los testimonios de los cronistas católicos (es decir, del enemigo), o bien por las actas de los procesos por herejía contra los cátaros. Eso ayuda a reforzar el aura romántica de los cátaros, debido a que refuerza el carácter esotérico de sus doctrinas. Sin embargo, como hemos mencionado, las doctrinas cátaras no son realmente novedosas, y son en realidad una simple actualización del viejo gnosticismo grecorromano a los tiempos medievales.
En ese sentido, la magia del catarismo no viene de éste como doctrina en sí, sino de aquellas características que hacen al gnosticismo una doctrina tan agradable para muchos hoy en día. Debido a su noción de que existen los puros o elegidos por encima de todo el resto de la humanidad, los gnósticos pueden sentirse legitimados y superiores a todo el resto de las personas. Cayeron en esto los gnósticos de los tiempos grecorromanos, los cátaros de la Edad Media, y hoy en día los masones, los rosacruces o los charlatanes de lo esotérico, que son los herederos espirituales del catarismo. He ahí la fuerza de las ideas cátaras hoy en día, y también por qué los cátaros son pasto tan nutritivo para los charlatanes de lo religioso o lo esotérico.

28 enero 2007

EL JUICIO CONTRA GALILEO GALILEI.

Uno de los más famosos y emblemáticos momentos de la historia religiosa de todos los tiempos, es el juicio seguido por la Iglesia Católica contra Galileo Galilei. Consagrado por años como una rebelión intelectual del pensamiento libre contra el escolasticismo y el dogmatismo de la Iglesia Católica, se ha construido toda una mitología en torno a dicho juicio. Y sin embargo, no todo es como lo pinta la tradición. El Ojo de la Eternidad refiere los entretelones de uno de los episodios más polémicos en la historia científica y eclesiástica.


[IMAGEN SUPERIOR: El juicio contra Galileo Galilei. Ante la Santa Inquisición debió retractarse de sus afirmaciones].

LA LEYENDA DE GALILEO CONTRA EL OSCURANTISMO.
El juicio a Galileo Galilei, celebrado en el año 1633, ha pasado a la historia de la religión como un baldón o infamia de la Iglesia Católica. Galileo ha sido considerado como el defensor del secularismo frente a una Iglesia Católica completamente inflexible y terca en sus afirmaciones. De esta manera, el juicio tiene por sí mismo un valor mítico que supera a los hechos históricos.
Y sin embargo, los hechos históricos son, como de costumbre, un poco más complicados de lo que parece a simple vista. Decir que la Iglesia Católica obró en el vacío y tronando desde lo alto es en realidad una exageración, y por otra parte, también Galileo se extralimitó en la defensa de un modelo heliocéntrico que, contra la creencia generalizada de las gentes en la actualidad, no estaba ni de lejos perfectamente probado en ese tiempo.

LA VISIÓN OFICIAL DEL UNIVERSO SEGÚN LA IGLESIA CATÓLICA.
Durante la Edad Media, la Iglesia Católica había asumido una actitud bastante reacia a la ciencia. Por definición, la ciencia busca interrogar a la naturaleza mediante la experimentación, y por tanto no se fundamenta en verdades sagradas o absolutas. Por ende, la religión miró desde siempre el desarrollo científico con sospechas. Ya en 1292, la Iglesia llevó a juicio al sacerdote Roger Bacon, por sus incipientes experimentos científicos.
Pero como la Biblia no era especialmente informativa sobre la estructura del mundo, la Iglesia Católica se apoyó en una serie de textos griegos que parecían concordar con la visión bíblica del mundo. En Astronomía, el texto clave era el "Almagesto" de Claudio Ptolomeo, un matemático griego que vivió en Egipto en el siglo II dC. Llevando la contraria a otros griegos como Aristarco o Pitágoras, por ejemplo, Ptolomeo sostenía que la Tierra era el centro del universo, y todos los otros cuerpos celestes, incluyendo al Sol, giraban en su torno. Esto se encuentra en consonancia con la Biblia, concretamente con Josué 10:12-14, ya que se señala que Yahveh detuvo el Sol sobre el valle de Gabaón. Además, el que Dios cree primero el firmamento primero y el Sol después (Génesis 1:6-8 y Génesis 1:14-19) parece presuponer un Sol subordinado a la Tierra, en particular porque Génesis 1:7 presupone no un cielo vacío y abierto hasta el infinito, sino una especie de gigantesco océano de aguas, más allá de la bóveda celeste rellena de aire, en donde están los cuerpos celestes.
El problema que ya habían detectado los antiguos griegos, es que los planetas no se mueven de la manera en que deberían, si el universo fuera de esa manera. Concretamente, los planetas hacen unos rizos muy extraños en el cielo. Para explicar esto, los astrónomos tuvieron que desarrollar un complicado sistema de órbitas que se mueven en círculos dentro de círculos, llamados epiciclos y deferentes, para salvaguardar el principio de que los planetas, por ser cuerpos celestiales y por ende perfectos, no podían moverse de otra manera que no fueran en círculos, que a juicio de los filósofos y teólogos era la figura perfecta. Y más de alguien empezó a preguntarse si no habría una manera más simple de entender el mundo.

IRRUMPE EL MODELO HELIOCÉNTRICO.
En el siglo XVI, un médico polaco llamado Nicolás Copérnico se dedicó a hacer una serie de observaciones, y publicó un libro destinado a hacer revolución: postulaba que no era la Tierra, sino el Sol, el centro del universo. Consciente de que aquello podía ofender a la Iglesia Católica, esperó décadas antes de publicar sus ideas, y cuando el libro vio la luz en 1543, Copérnico estaba ya en su lecho de muerte, a la edad de 70 años.
Pero las nuevas ideas no ofendieron a la Iglesia, al menos en principio. Copérnico presentaba su modelo como un simple artificio matemático para facilitar los cálculos astronómicos, y no como una verdad sobre la estructura del cielo. Esto tranquilizaba a las mentes católicas. Incluso Tycho Brahe, observando una supernova en el año 1572, pudo poner en tela de juicio el dogma de la inmutabilidad de los cielos sin problemas, aunque trabajaba para el cristianísimo Emperador de Alemania. Pero el panorama se puso más oscuro cuando un filósofo llamado Giordano Bruno, aprovechando las últimas ideas astronómicas de su tiempo, dijo que el universo quizás era infinito en el tiempo y en el espacio. Como esta idea contradecía el dogma de la creación ex nihilo (de la nada) que postula el Génesis, Bruno fue juzgado por la Inquisición, y finalmente quemado en la hoguera en 1600.
Algo más tarde, la disputa se tornó más espesa. En 1610, el astrónomo Galileo Galilei, a la sazón el científico oficial de la corte del Gran Duque de Toscana, dirigía por primera vez un telescopio al cielo. Entre sus hallazgos estaban las fases de la Luna y de Venus, así como las manchas solares y los cráteres lunares. Galileo se convenció entonces de que el modelo heliocéntrico era correcto, y lo defendió como una verdad de hecho en un escrito que fue finalmente condenado por la Inquisición en 1616. Contra la convicción popular, la verdad de las cosas es que en ese entonces toda la prueba acumulada sobre el modelo heliocéntrico era meramente circunstancial. La primera prueba empírica irrefutable sobre el heliocentrismo se obtendría recién a comienzos del siglo XVIII, esto es, unos ochenta años después de la muerte de Galileo, cuando se realizaran observaciones en Júpiter tendientes a descubrir un tema tangencial, cual era el valor de la velocidad de la luz.

GALILEO CONTRA LA INQUISICIÓN.
La verdad de las cosas es que Galileo eligió una mala época para defender el modelo heliocéntrico. La Iglesia de comienzos del siglo XVII se había visto profundamente influida por el espiritualismo y el ultramundanismo propios del Concilio de Trento (1545-1563), que a su vez era respuesta a la Reforma Protestante que Martín Lutero había iniciado en 1517. La Iglesia Católica de la segunda mitad del siglo XVI, y el siglo XVII, buscaba así reafirmar la ortodoxia a rajatabla, como una manera de lidiar con los rebeldes cismáticos del norte que acusaban a la Iglesia Católica de no ser lo suficiemente fieles a las Sagradas Escrituras, algo que entonces y ahora es en realidad cierto. No por casualidad, tanto Copérnico como Brahe provenían de países lejanos a la férula pontificia, ya que eran polaco uno y alemán el otro. Para colmo, en 1618 había estallado la Guerra de los Treinta Años, en la que el católico Emperador de Alemania trataba de aplastar a los rebeldes príncipes protestantes. La guerra pronto se embrolló hasta el punto que el Papado tuvo que elegir entre dos facciones igualmente católicas, la Francia del Cardenal Richelieu o el Sacro Imperio Romano Germánico. En ese clima, para la Iglesia defender la ortodoxia católica no era sólo cuestión doctrinal, sino incluso de supervivencia política.
Todas estas consideraciones pesaron a la hora de tratar con Galileo Galilei. Cuando se le prohibió defender el sistema heliocéntrico en 1616, Galileo aceptó sumisamente, pero las cosas cambiaron en 1623, porque un antiguo amigo llamado Maffeo Barberini fue elegido como Papa Urbano VIII. Urbano VIII tenía una visión moderna de las cosas, y descreía un tanto de la tradición, pero "visión moderna" significaba también cálculo maquiavélico, y si eso significaba sacrificar a un amigo para salvar la posición política de la Iglesia en el complicado mapa diplomático internacional del minuto, iba a hacerlo sin vacilar.
Pero Galileo, ajeno a consideraciones políticas, tomó el nombramiento de Urbano VIII como una buena noticia, y escribió un diálogo llamado "Diálogo sobre los dos principales sistemas del mundo". En él se presentaba a un interlocutor que defendía el sistema geocéntrico de Ptolomeo, y a otro que defendía el sistema heliocéntrico de Copérnico. Con esto se pretendía argumentar que el sistema heliocéntrico era presentado sólo como hipótesis, pero en verdad, era una defensa desembozada del Heliocentrismo. No costó mucho que los sacerdotes convencieran a Urbano VIII de que Galileo había abusado indignamente de la confianza de su antiguo amigo, y entonces la Inquisición citó a Galileo a Roma. El Gran Duque de Toscana, protector de Galileo, estaba en una posición comprometida, y no pudo defenderlo, por lo que Galileo no tuvo más remedio que acudir ante el tribunal.
Contra la leyenda popular, no hay evidencia alguna de que Galileo Galilei haya sido torturado, aunque sí estuvo en prisión. El procedimiento inquisitorial era simple. Si el acusado abjuraba, se le condenaba como pecador, pero podría conservar la vida. Si negaba, tendría que probar su inocencia, algo bien difícil cuando la Inquisición ya de alguna manera había tomado una decisión sobre su culpabilidad, y si la Inquisición condenaba, el castigo sería la hoguera. Galileo sabía que iba en serio: después de todo, habían quemado a Giordano Bruno por razones más o menos similares. Por lo que en ese año 1634, Galileo se decidió a abjurar. Dice la leyenda que Galileo murmuró: "E par si muove" ("y sin embargo se mueve"), refiriéndose a la Tierra, pero no hay evidencia de esto.
Galileo fue condenado a prisión en los calabozos de la Inquisición a discreción de ésta, pero esto se transformó después en arresto domiciliario de por vida. Falleció en su hogar ocho años después, en 1642. Había quedado ciego mucho antes, probablemente debido a sus muchas observaciones dirigidas hacia el Sol. Su último libro, sacado clandestinamente por amigos a Holanda, versaba no sobre Astronomía, sino sobre Mecánica.
Como puede apreciarse, los entretelones del juicio a Galileo son bastante más complicados de lo que leyenda negra reza. La Iglesia Católica se comportó de manera intolerante, es cierto, pero no es menos cierto que estaba bastante presionada en aquellos años. Por otra parte, el modelo heliocéntrico que Galileo defendía con tanto ardor no estaba ni de lejos completamente probado, y a su manera, al defenderlo como una verdad establecida, Galileo se comportó de manera tan dogmática como la propia Iglesia Católica. Pero después vino la Ilustración, y en el siglo XVIII, buscando héroes seculares que lucharan contra los sacerdotes y su odioso oscurantismo, los ilustrados reivindicaron la figura de Galileo Galilei como un defensor de la libertad de pensamiento, algo que era, pero sólo hasta cierto punto.

31 diciembre 2006

EL MATRIMONIO Y LA RELIGIÓN.

Para los católicos, la ecuación entre matrimonio y religión no debería resultar una sorpresa. Después de todo, el matrimonio es uno de los siete sacramentos reconocidos por la Iglesia Católica. Sin embargo, la simbología en torno al matrimonio es mucho más rica y más profunda, y sus formas sociales han ido cambiando acorde no sólo a las necesidades de cada tiempo, sino también merced al espíritu religioso humano. El matrimonio es una columna vertebral para cualquier sociedad, y de ahí el extraordinario interés de las religiones por regularlo y santificarlo. Como una manera especial de despedir el año 2006, El Ojo de la Eternidad cuenta la historia religiosa del matrimonio.


[IMAGEN SUPERIOR: "Festín de las bodas de Caná". Oleo de Paolo Veronese, pintado el año 1563, refleja el polémico episodio evangélico que recoge el Evangelio de Juan].

EL MATRIMONIO.
Sin lugar a dudas, una de las instituciones más extendidas por toda la Tierra es la del matrimonio. Prácticamente no hay cultura, desde los pueblos más primitivos hasta las civilizaciones más sofisticadas, que no haya conocido esta forma de relación entre personas. Y allí donde éste no se podía dar, hubo que inventarlo: así, por ejemplo, los esclavos romanos, al no poder contraer matrimonio porque éste sólo estaba reservado para las personas (es decir, para los hombres libres). podían acceder a una versión módica llamada el connubio. No es raro entonces que las religiones se hayan preocupado de regularlo y reglamentarlo con tanta prolijidad, y que éstas hayan puesto el grito en el cielo cuando las sociedades seculares intentaron introducir la novedad del matrimonio civil. El cual, por cierto, conserva muchos caracteres propios del matrimonio religioso, en muchas partes. Pero vamos paso a paso.
El matrimonio fue un invento necesario, en particular frente a los problemas que se produce con los bienes de un muerto, a la hora de repartirlos entre los herederos. También está en juego la cuestión de la legitimidad de los hijos, algo sumamente importante en particular en las culturas primitivas (civilizadas o no), ya que en ellas, son los hijos quienes deben cuidar de los adultos mayores, ya que no existe seguro social ni jubilación.
Parece ser que el matrimonio se desarrolló en íntima ligazón con el tema sexual. Cuando se descubrió que el hombre tenía que ver con la procreación, las mujeres pasaron a ser objeto de apoderamiento, como fábricas de algo que los propios hombres no podían proveerse por sí solos: hijos. El medio legal inventado para ello fue, justamente, el matrimonio. Esta idea de que el matrimonio es un contrato, persiste hasta el día de hoy, sin perjuicio de la opinión de la Iglesia Católica, que lo considera no como tal, sino como un sacramento.

Y ENTONCES LLEGARON LAS RELIGIONES.
No está clara la manera en que el concepto de matrimonio evolucionó a través del tiempo. Es claro que se trata de un contrato, para muchas culturas, ya que en éstas debía pagarse un precio por la novia: la dote (en algunos casos es al revés). En no pocos casos, el que podía permitirse el lujo de comprar más de una esposa, lo hizo, surgiendo de esta manera la poligamia, cuya manifestación más espectacular son los harenes. A pesar de que se asocia el harén con el Imperio Otomano u otras potencias musulmanes, no fue ni con mucho éste el único: han pasado también a la fama las concubinas del Emperador chino y sus intrigantes eunucos, o los grandes harenes de los faraones egipcios, o las famosas 300 esposas y 700 concubinas que la Biblia menciona como pertenecientes al rey Salomón (1-Reyes 11:1-3). Generalmente, la poligamia involucra a un hombre con varias mujeres (poliginia), pero la situación inversa de una mujer con varios maridos (poliandria) no se ha dado en casi ninguna sociedad civilizada, lo que es una prueba más de que el matrimonio como contrato implica "apoderarse" de la mujer.
Las religiones vinieron en muchos casos a dar sanción religiosa a todo este régimen. Las más de las veces, esto sucede de manera indirecta. Por ejemplo, el celebérrimo Código de Hamurabi contiene varias normas relativas al matrimonio (¡y al adulterio!), y el Código en masa ha sido sancionado nada menos que por Shamash, el dios del Sol, según el propio Hamurabi, por supuesto. El Corán, por su parte, basado en la situación histórica de que Mahoma tuvo cuatro esposas, consagró el derecho de todo buen musulmán, varón por supuesto, a tener justamente esa cantidad de esposas, esto no obstante la tolerancia hacia el concubinato con más mujeres, base de los famosos harenes orientales.
En cuanto al Cristianismo, la Iglesia Católica considera al matrimonio como un sacramento, no meramente como un contrato. Y esto tiene consecuencias. Un contrato es, en principio, disoluble por voluntad de ambas partes, algo que la Iglesia Católica no permite respecto del matrimonio (sin perjuicio del no muy santo negocio de las nulidades eclesiásticas). En el Derecho Romano se permitía incluso el repudio, esto es, despedir a la esposa sin mayores contemplaciones, algo que también tiene que ver con la naturaleza contractual del matrimonio entre los romanos, algo que la Iglesia Católica combatió desde siempre.
En el fondo, todo esto no es más que una gran maraña de intereses que podríamos llamar "corporativos". La institución del matrimonio permitía a los grupos encumbrados hacer negocio, enlazando fortunas familiares casando a los herederos respectivos, o bien trabando enlaces dinásticos. La mujer se transformó así, bajo sanción religiosa, en objeto de intercambio, en moneda social. El matrimonio por amor era, en aquellos años, algo impensable.

EL SIMBOLISMO DEL MATRIMONIO.
Irónicamente, a pesar de este carácter de mecanismo social de distribución y negociación de riquezas, el matrimonio desarrolló en torno suyo toda una iconografía como la sublimación de los más grandes y puros amores. Y a través de esto, como símbolo de la unión entre el hombre y Dios.
En la Mitología Griega, esto encuentra concreción en la idea del "matrimonio por rapto". Siendo todos los matrimonios generalmente acordados, la única manera de casarse con alguien a quien se amara en verdad era raptando a la novia. De ahí la larga retahila de raptos que recuerda la Mitología Griega, y que en verdad acaban en matrimonio, o al menos en amoríos.
Fuera del rapto de Helena, esposa de Menelao, por Paris, el príncipe troyano, incidente que desencadenó la Guerra de Troya, el más emblemático de éstos es el rapto de Perséfone por Hades. Para los cánones modernos puede parecer repelente la noción de que el dios del Infierno busque esposa raptándola por la fuerza, pero situados en el contexto griego, esto es lo más semejante a una historia de amor. En el matrimonio de Perséfone y Hades (o Proserpina y Plutón, en la nomenclatura romana) está presente todo el simbolismo del matrimonio y el amor identificados con la muerte: Perséfone goza de su doncellez e inocencia en el mundo exterior, en la pradera, jugueteando con flores, cuando es raptada por Hades y llevada a los infiernos, lugar en el cual contraerá matrimonio y pasará a ser la princesa de los avernos.
Esta relación entre matrimonio y muerte es muy característica de muchas culturas, pero también el matrimonio, como unión de contrarios, el principio masculino y el femenino, ha sido usado como simbolismo de la unión cósmica, de la trascendencia suprema y del encuentro del hombre con su Creador.
Así es como, por ejemplo, pasó el libro "Cantar de los Cantares" desde la tradición judaica, en donde era un poema de delicado erotismo entre una novia y un novio, hacia la tradición cristiana, que se empeña en leerlo como una alegoría de la relación entre la Iglesia y Cristo.
Ideas similares han sido desarrolladas con posterioridad por otros autores, quienes de una manera u otra han usado el simbolismo del matrimonio como una metáfora sobre una forma de unión más trascendente con la realidad, que la meramente sensorial. Esta es la razón por la que el concepto de matrimonio aparece tan vinculado a obras de carácter ciertamente oscuro o esotérico, como es el caso de "Las bodas alquimísticas de Christian Rosenkrautz", o "El matrimonio del cielo y del infierno" de William Blake.

SECULARIZACIÓN.
No es raro entonces que, cuando se produjo la Revolución Francesa, con su arrolladora corriente secularizante, una de las primeras víctimas fue el matrimonio religioso. Fue en este tiempo que surgió el matrimonio civil, y volvió a hablarse en la Cristiandad de divorcio, institución existente en otras culturas, pero que la Iglesia Católica ha repudiado vivamente (salvo el hecho de las nulidades eclesiásticas, insistimos). Tan libre fue este régimen, que en la Francia de la última década del siglo XVIII, el divorcio se puso literalmente de moda. La idea de que el matrimonio es un contrato, y no una institución sacra o religiosa, es algo que los revolucionarios franceses tomaron de los romanos, por supuesto, como muchas otras cosas.
Pero a la larga, esta arremetida secularizadora quedó un tanto a medio camino. La idea de que el matrimonio es algo más, quizás algo sagrado, está demasiado arraigada en la gente como para que ésta lo abandone de buenas a primeras. En ese sentido, el matrimonio, a pesar de sus prosaicos orígenes como un simple mecanismo de negociación económica, se las ha arreglado para sobrevivir, y no es descabellado suponer que así seguirá siendo en el futuro.

24 diciembre 2006

EL NACIMIENTO DE JESÚS.

Casi no conocemos antecedentes biográficos sobre Jesús de Nazaret. Sobre su nacimiento, que es recordado en la fiesta de Navidad, no se sabe absolutamente nada, y las historias sobre este hito están trufadas de manipulaciones. ¿Por qué se celebra la Navidad el 25 de Diciembre? ¿Es verdadero el relato bíblico sobre el nacimiento de Jesús? Y si no es así, ¿por qué los evangelistas se tomaron la molestia de falsificarlo? El Ojo de la Eternidad explora los misterios en torno al nacimiento de Cristo, el mismísimo epicentro de una cronología que se mide por años "antes de Cristo" y "después de Cristo".


[IMAGEN SUPERIOR: "La Sagrada Familia con Santa Ana", pintura de Peter Paul Rubens, realizada aproximadamente entre 1626 y 1630. Ana es, según la tradición bíblica, la madre de María, y por tanto, abuela de Jesús. El tema de la Sagrada Familia ha sido muy socorrido en pintura, con motivos pietistas, y además, por dar la ocasión de representar a una familia en actitud tranquila y serena].

EL JESÚS QUE FUE Y EL JESÚS QUE CONOCEMOS.
Como hemos insistido varias veces en El Ojo de la Eternidad, sobre el Jesús histórico es poco y nada lo que se sabe, hasta el punto que una escuela de historiadores positivistas a ultranza llegaron a dictaminar que Jesús nunca había existido en realidad, sino que era una invención de los primeros cristianos. En la actualidad se piensa que Jesús de Nazaret sí existió en verdad, aunque su vida tuvo que haber sido por fuerza, dadda la época y la cultura de su entorno, bastante diferente a cómo la refieren los Evangelios, o cómo los cristianos tratan de hacerla aparecer.
Una de las historias que más dudas siembran sobre Jesús, es la de su nacimiento milagroso. Los datos sobre el particular ya ni siquiera son mínimos, es que ni siquiera existen, y por tanto, no hay nada que corrobore el testimonio de Mateo y Lucas, los dos evangelistas que recogen la historia (sintomáticamente, ni Marcos ni Juan se refieren al particular). Pero esto no es inconveniente para que los investigadores, escudriñando una y otra vez los textos bíblicos y comparándolos con nuestros conocimientos históricos, geográficos, mitológicos y sociales, hayan podido llegar a algunas extrañas conclusiones sobre el particular.

LA FECHA Y EL LUGAR DE NACIMIENTO.
Para empezar, no hay seguridad ni de la fecha, ni del lugar de nacimiento de Jesús. Todos los relatos bíblicos señalan que Jesús procedía de Nazaret, por lo que su nacimiento en Belén es una pequeña aberración, en una época con escasa movilidad geográfica. Para esto hay dos opciones: la familia de Jesús era de Belén y se movió a Nazaret, o la familia siempre fue de Nazaret, y nació en Belén por circunstancias extraordinarias.
Mateo parece inclinarse por la primera alternativa. Cuando refiere el regreso desde Egipto, señala que prefiere no regresar a Judea, sino marchar a Galilea, a la ciudad de Nazaret, para escapar de Arquelao, el hijo de Herodes [Mateo 2:22]. Además, Mateo se empeña en demostrar una genealogía davídiva para Jesús [Mateo 1:1-17], y localizándolo en Belén, el hogar ancestral del rey David [1-Samuel:16-1]. Pero para todos era evidente que Jesús era no judío de Judea, sino galileo, por lo que tenía que darle explicación a esto.
Lucas, por su parte, se inclina por la segunda. Plantea sin ambages que la ciudad familiar de Jesús era Nazaret [Lucas 2:1-5], y achaca el nacimiento en Belén a una orden imperial, cumplida a través del censo de Quirino.
O sea, Mateo dice que Jesús era de Belén, y creció en Nazaret por razones políticas. Y Lucas, que siempre fue de Nazaret, y su nacimiento en Belén fue puramente accidental.
Todo esto tiene su motivo, por supuesto. En la época de Jesús, los galileos eran "judíos nuevos", ya que sólo hacía algo más de un siglo que habían sido incorporados a la judería, después de que Galilea fuera conquistada por los reyes Macabeos. En ese sentido, que Jesús fuera de Galilea y no de Judea, era una especie de descrédito, ya que no era "judío antiguo". El hacerlo nacer en Belén, nada menos que la ciudad del rey David, era clave entonces para hacer a Jesús un poco más respetable, a los ojos judíos.
El problema es que ambas historias son espúreas. Mateo justifica el viaje Belén-Egipto-Nazaret por la persecusión de Herodes, la famosísima Matanza de los Inocentes, pero por muy manchadas que tuviera Herodes las manos con sangre, lo cierto es que no hay testimonios históricos contemporáneos de tal evento. Ni siquiera lo registra Flavio Josefo, el historiador judío que describió en varios tomos, con minuciosidad maníaca, los sucesos del mundo hebreo de aquel tiempo. En cuanto al censo de Quirino, si bien éste es histórico (Flavio Josefo lo registra), no lo es en cambio la orden de que cada uno se empadronara en su propio lugar de nacimiento, lo que hubiera originado unos cuantos problemas para todos aquellos viajantes, como comerciantes y caravaneros, que hubieran debido dirigirse a sus lugares de nacimiento. En vez de ello, hubiera bastado con preguntarles directamente. Por lo tanto, ambas historias carecen de base real, en lo que a justificar el nacimiento de Jesús en Belén se refiere. Por lo que el lugar del nacimiento de Jesús, suponiendo que no haya sido en verdad Nazaret y que los evangelistas hayan querido ocultarlo, es una incógnita.
En cuanto al tiempo, es otro enigma. Herodes el Grande, padre de Arquelao, murió en 4 ¡antes de Cristo! Y el censo de Quirino, por su parte, fue en 5 después de Cristo. Suponiendo que ambas historias tuvieran alguna relación con el nacimiento de Cristo, cosa que es dudosa, aún quedarían al menos unos diez años entre una fecha posible y otra.

EL PESEBRE, EL PORTAL Y OTRAS COSAS RELACIONADAS.
Cayéndose ambos relatos evangélicos por la base, es poco lo que queda. Los evangelios apócrifos, en realidad, no aportan mucho más de interés histórico. Algunos de ellos, en verdad, no son sino cuentos piadosos sobre el evento. Pero no por ello deben ser menospreciados. Historias como el "Protoevangelio de Santiago" son claros antecedentes de muchas tradiciones navideñas, incluyendo la presencia de los animales en el pesebre, entre otras cosas.
La iconografía tradicional incluye reyes magos, pastores, estrellas, animales, etcétera. Si ni siquiera los cronistas evangélicos conocían bien claramente la historia de Jesús (o acaso conociéndola, decidieron alterarla), ¿de dónde salió entonces todo esto?
La respuesta es: de la mitología. No se debe olvidar que en esa época, el Medio Oriente era un gigantesco caldo de cultivo de cultos, ideas, mitos y religiones, debido a la omnipresencia del Imperio Romano, que aseguraba el contacto pacífico entre numerosas culturas y tradiciones diferentes. El asociar a los grandes personajes con estrellas es cosa vieja, y casi al mismo tiempo del nacimiento de Jesús, el poeta romano Ovidio, de manera completamente independiente, afirmaba que Julio César, al morir, se había transformado en una estrella. La base mitológica para afirmar la existencia de una Estrella de Belén estaba ahí, entonces.
El retrato del nacimiento de Jesús, por su parte, reproduce varios motivos propios del Sonnenmensch, del héroe solar cuya función mítica es redimir a la Humanidad. Así, está presente el nacimiento virginal y por intervención divina, prueba de la calidad divina, o al menos sobrehumana, del héroe, que es común a Cristo, Rama, Buda, Perseo, Isaac y Sansón. También está la persecusión por parte de un poder maligno, que en el caso de Cristo es Herodes, y que es común a Moisés, Sargón, Ciro, Rómulo y Remo, Perseo, etcétera. La presencia de hadas o protectores, tales como la loba de Rómulo y Remo, o los pastores que salvan a Ciro, también aparece, aquí emblematizado por los Reyes Magos. Es decir, el nacimiento de Jesús ha sido diseñado conforme a una densa labor de ingeniería mitológica.

¿POR QUÉ TODO ESTO?
De manera que sobre el nacimiento de Jesús no hay datos históricos concretos, y en reemplazo, los Evangelios han tejido una trama que han permitido configurar a Cristo como un Sonnenmensch. Esto era tan evidente incluso para los mismos contemporáneos de los evangelistas, que algunos maliciosos no tardaron en inventar la pintoresca leyenda (nunca comprobada como histórica, por cierto), de que la leyenda del embarazo virginal de María pretendía encubrir en verdad que ella había sido violada por un centurión romano llamado Pantera, y que por ende, Jesús era un mestizo, hijo de romano y de judía. Pasando estas curiosas tradiciones, ¿cuál es la razón que movió a los evangelistas a inventarse todo un relato fantástico sobre el nacimiento de Jesús?
Lo primero que debe tenerse en cuenta, es quién redactó los Evangelios, para qué, y para quién. Los evangelistas no eran cronistas históricos ni pretendían serlo, a la manera como lo era su contemporáneo Flavio Josefo. Su intención era, principalmente, hacer propaganda de las nacientes ideas asociadas al Cristianismo. La mentalidad de la época podía aceptar esto, con la misma tranquilidad con la cual se acepta hoy por hoy que la publicidad de los detergentes mienta sobre su propio producto ("¡el mejor detergente del mercado, lava más blanco que cualquier otro!"). En esa época, el mundo grecorromano era un gran caldero de religiones entremezcladas que luchaban fieramente por ganar prosélitos, a veces riñéndose y a veces entremezclándose unas con otras. De ahí que la necesidad de obtener publicidad fuera tan angustiantemente vital. Nada había de malo, para la mentalidad de la época, en inventarse que el profeta particular de uno fuera en realidad un héroe solar. En verdad, si no lo hubieran hecho, nadie hubiera hecho caso de un predicador con tan pocas "credenciales divinas". Entonces, como ahora, la gente se deja convencer más por argumentos emocionales que por el peso de la razón. Las ideas del Cristianismo quizás fueran o no magníficas, pero serían seguramente un fracaso si no iban envueltas en los colores alegres y vivaces de un héroe solar que las defendiera, así como en publicidad un producto tiene más aceptación cuando es promovido por una modelo o un futbolista, que por una persona común y corriente.
De ahí que los evangelistas, para ocultar su ignorancia, o acaso para limar los aspectos menos confesables de su héroe, se decidieran, con perfecto espíritu de publicidad del siglo XX, a transformar al Jesús histórico, que con toda probabilidad tuvo un nacimiento normal como cualquier otro hijo de vecino, en un festival de prodigios y tradiciones varias.

10 diciembre 2006

BENEDICTO XVI EN TURQUÍA: ENTRE MUSULMANES Y ORTODOXOS.

La semana pasada, Benedicto XVI emprendió una breve gira por Turquía. Como siempre, hubo una buena serie de gestos ceremoniales, en este caso haciendo guiños al ecumenismo. Pero Benedicto XVI ha destacado precisamente por rehuir de las tendencias ecuménicas. ¿Es que acaso el mundo está al revés? El Ojo de la Eternidad ofrece algunos antecedentes que ayudan a explicar lo que acaba de suceder en Turquía... si es que cabe explicar eso de alguna manera.


[IMAGEN SUPERIOR: El Papa Benedicto XVI y el Patriarca Bartolomé I hacen una declaración conjunta, durante el viaje del primero a Turquía].

EL VIAJE DE BENEDICTO XVI A TURQUÍA.
Después de su apoteósica y nazistoide aparición en Alemania, el resto de los viajes apostólicos de Benedicto XVI han pasado casi desapercibidos. Estos fueron un viaje a Polonia, otro a España, y un segundo viaje, esta vez de carácter más privado, a Alemania, concretamente a Baviera. El viaje a Turquía prometía ser otro más, sin demasiada relevancia mediática, pero una serie de sucesos le dieron mayor relevancia.
En primer lugar están las tensas relaciones entre Turquía y el Vaticano. Es sabido que desde hace mucho tiempo se está negociando el ingreso de Turquía a la Unión Europea, operación política que el Vaticano ha resistido con firmeza, bajo el argumento (falaz, por supuesto) de la "raiz cristiana de Europa". Aunque el Vaticano, utilizando la sibilina mezcla de diplomacia y Teología que le es tan característica, no ha aludido directamente a Turquía, es claro que no quiere influencias contaminantes extranjeras en un continente mayoritariamente cristiano, al cual el Vaticano por lo mismo considera como su propio patio trasero.
En segundo lugar, están las tensas relaciones entre Benedicto XVI y los musulmanes. Durante la invasión de Estados Unidos a Irak, Benedicto XVI exigió con firmeza destemplada que se respetara a la minoría cristiana de dicho país (aunque ésta no es católica sino jacobita). Después sobrevino el infortunado discurso de Ratisbona, con el cual consiguió irritar a una buena fracción de musulmanes. Y es que Joseph Ratzinger tenía antecedentes, antes de ser Papa, de intolerancia religiosa, los cuales fueron plenamente confirmados por sus actuaciones posteriores.
En ese sentido, el viaje de Benedicto XVI a Turquía tuvo algunos resultados desconcertantes. En lo político, realizó una serie de actos fraternales hacia Turquía, y pareciera ser que admite ahora la posibilidad de que ésta se incorpore a la Unión Europea. En cuanto a las otras confesiones religiosas, se mostró conciliador hasta un punto que nunca antes había alcanzado: el gesto más espectacular fue, por supuesto, la declaración conjunta que emitió con Bartolomé I, Patriarca de Constantinopla, pero también hubo gestos hacia la Iglesia Armenia, encabezada por el Patriarca Mesrob II, y también hacia los musulmanes. ¿A qué se debe esta espectacular voltereta? ¿O ésta no es tal...?

EL PROBLEMA ECUMÉNICO.
La primera cuestión, y quizás la más trascendente, es el asunto de la separación entre la Iglesia de Oriente y Occidente. La historiografía occidental denomina a esta separación el "Cisma de Oriente", dando a entender que es la Iglesia Ortodoxa la que se habría separado del Papado, y sería por tanto "cismática". Como suele suceder, el asunto no es tan simple. En realidad, en el año 1054 (fecha de la separación) ninguna de las dos iglesias, la de Constantinopla o la de Roma, podía arrogarse la primacía sobre la otra. El cisma se consumó, de hecho, mediante excomuniones mutuas, que era la única manera que tenían de castigarse una a la otra, toda vez que no cabía tomar medidas disciplinarias distintas, ya que no había subordinación jerárquica entre éstas. Desde el ángulo "oriental", incluso, es claro que los cismáticos son los católicos, algo que reafirman con su título oficial de "Iglesia Ortodoxa", o sea, defensora de la ortodoxia, de la verdadera fe.
Por lo tanto, resolver el problema de la separación entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa no es tan simple. Esto implica nada menos que determinar el problema de la primacía: ¿debe predominar Roma sobre Constantinopla, Constantinopla sobre Roma, o ambas deben mantener primacías paralelas? Por supuesto que la tercera solución no soluciona nada en absoluto, porque significa mantener el actual status quo. En cuanto a las otras dos soluciones posibles, implicaría una enorme renuncia para cada una de ellas. Desde luego que la arrogancia de Benedicto XVI no soportaría reducirse al papel de segundón de Constantinopla, pero por la otra, no hay razones ni teológicas ni prácticas por las cuales debería ser Bartolomé I quien diera ese paso.
La consecuencia de esto queda expresada en la Declaración Común que emitieron Benedicto XVI y Bartolomé I, la cual puede ser leída en el sitio del Vaticano (versión en inglés, aquí). Detrás de la retórica pomposa, el único acuerdo que ambos alcanzan es simplemente que ambos desean un acuerdo. Esta señal de unidad puede parecer vigorosa, pero es importante en este discurso lo que no hay presente: no hay renuncias mutuas o unilaterales, no hay definiciones doctrinales o disciplinarias, ni hay bases sólidas para ningún acuerdo. La Declaración Común, por tanto, contiene sólo gestos de buenas intenciones, sin ahondar en las cosas verdaderamente importantes para resolver el dilema.

LOS MUSULMANES FRENTE AL PAPA.
El problema más delicado era, por supuesto, el de los musulmanes. Se llegó a discutir si el Papa debería usar un chaleco antibalas, ante la eventualidad de un atentado, pero éste rechazó usar uno (oficialmente, al menos). Poco después de la llegada de Benedicto XVI a Turquía, hubo hondas manifestaciones en su contra.
Pero el Papa esta vez se cuidó mucho de ofender a los musulmanes. En la propia Turquía siguió el ritual clásico de los visitantes, de hacer una visita al Mausoleo de Atatürk, el fundador de la Turquía moderna.
Una hábil jugada fue defender la libertad religiosa en Turquía. Aunque oficialmente Turquía es un estado laico, en la práctica los musulmanes son la inmensa mayoría, y las leyes están cargadas en su dirección. La protesta de Benedicto XVI le permitió erigirse una vez más como el campeón de la libertad y la tolerancia religiosa (algo que nunca ha sido, pero que trata de aparentar), sin posibilidad de que le contestaran alguna cosa.
El momento clave fue su visita a Santa Sofía. Esta Basílica, inagurada por Justiniano en el año 537 y convertida después en mezquita (en 1453), se convirtió en centro de algunos musulmanes fanáticos que consideraban ofensivo que un cristiano pisase lo que alguna vez fue un templo musulmán (como si ellos no hubieran hecho lo mismo, a la inversa, medio milenio atrás). Pero el Papa rezó con el rostro mirando hacia La Meca, con gestos y actitudes de un musulmán en oración, y con eso limó algunas asperezas.

EN RESUMEN...
¿Hubo resultados prácticos del viaje de Benedicto XVI a Turquía? Probablemente no. Como puede observarse, fue un viaje cargado de gestos simbólicos de toda clase, pero que no hicieron sino tocar puntos tangenciales a los verdaderos problemas. La operación ecuménica no puede tener éxito porque ni el Papa ni el Patriarca cederán en sus respectivos primados, y el acercamiento a los musulmanes tampoco puede tenerlo en tanto Benedicto XVI siga tensando la cuerda como lo hizo en Ratisbona, y calmándola como en Turquía. Por otra parte Turquía, a pesar de ser una nación musulmana en la práctica, tiene un régimen político de inspiración laica, europea y occidental, y por ende, no es una nación musulmana típica.
Entonces, ¿por qué tanto alboroto? Probablemente por el morbo de ver a Benedicto XVI y los musulmanes ajustándose cuentas entre sí, por el Discurso de Ratisbona. Lo que abre una nueva e inquietante pregunta: ¿no habrá el viejo zorro de Ratzinger ofendido intencionalmente a los musulmanes, para generar un escándalo artificial que le diera relevancia mediática a su por entonces inminente viaje a Turquía...?

15 octubre 2006

CONSTITUCIONALISMO Y RELIGIÓN.

La piedra de toque de cualquier sistema político democrático actual, es el Constitucionalismo, entendido como el apego del Gobierno y la sociedad civil a un conjunto de normas fundamentales que salvaguardan los derechos de las personas, y garantizan la participación ciudadana de la mayor parte de éstas. Pero el principio constitucional es resistido por varias grandes religiones, y esto no es casual. El Ojo de la Eternidad explica un poco la compleja relación entre la religión y los valores constitucionales de las democracias occidentales.


[IMAGEN SUPERIOR: George Washington preside la firma de la Constitución de los Estados Unidos de 1787. Esta fue la primera Constitución moderna escrita, es modelo de todas las siguientes, y está inspirada en la más rancia tradición liberal].

LA RELIGIÓN Y LOS GOBIERNOS.
Desde siempre, la relación entre la religión y el poder establecido ha sido bastante compleja. Puede decirse que, en general, ésta principió en los más lejanos tiempos históricos. Es sabido que los primeros gobernantes propiamente tales fueron los templos y sus sacerdotes. Ellos fueron los primeros que amasaron grandes fortunas, por vía de la acumulación de ofrendas de los fieles. La escritura fue un invento de los templos, diseñados primeramente para llevar la contabilidad de los mismos, sin ir demasiado lejos. Andando el tiempo surgió la burocracia gubernamental y las fuerzas armadas, pero éstas nunca han conseguido zafarse del todo de la influencia de los sacerdotes, quienes por medio del terror a lo divino, y por lo tanto gracias a su ascendiente sobre las masas incultas, han persistido como mecanismo de legitimación del poder establecido. La ecuación "sacerdotes más militares" se ha transformado así en el más productivo y longevo sistema político, y se ha traducido en los más variados despotismos históricos. De tarde en tarde, como mecanismo de rebelión, surgen religiones heréticas o contrarias al sistema, pero si ellas llegan a triunfar, pasan a ser ellas mismas opresoras, de la misma manera en que las religiones anteriores lo eran. El ejemplo más claro es el Cristianismo, que suplantó al Paganismo en el Imperio Romano, pero hay otros: el Islam suplantando a los antiguos cultos preislámicos politeístas, el Zoroastrismo imponiéndose en el Imperio Persa, la Iglesia Católica reemplazando al culto de los dioses precolombinos en México y Perú, el Budismo reemplazando al primitivo paganismo japonés, etcétera.
En ese sentido, la idea o noción de democracia, que germinó en Occidente a partir del siglo XVIII, encontró como enemigo lógico y natural, a la vieja aristocracia, y también a la religión establecida. La democracia defendida por el Tercer Estado (el pueblo llano), era atacada por los otros dos Estados, la nobleza y el clero, como invento del demonio. Y la Iglesia Católica nunca se ha resignado a perder el poder que durante el Absolutismo, y en los quince siglos anteriores, ha manifestado tan abiertamente. Se opuso así a los matrimonios civiles, a los registros civiles, a los cementerios laicos, al divorcio, al desarrollo científico, y modernamente sigue haciéndole la guerra a la investigación con células madres, a la revisión de sus estatutos tributarios privilegiados, a la educación sexual, etcétera. Y nunca jamás ha casado demasiado bien con la doctrina de los derechos humanos.

CONSTITUCIONALISMO Y DERECHOS HUMANOS.
El pensamiento democrático de la Ilustración parte de la noción de dignidad humana. La idea básica es que el ser humano tiene derechos naturales, y estos derechos son inalienables e imprescriptibles, debido a que emanan de la naturaleza misma del ser humano. Dicho de manera un tanto caricaturesca, el ser humano tendría derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad, de la misma manera en que tiene un bazo, un riñón o un apéndice. La consecuencia es que todos los seres humanos son iguales entre sí, y que sus derechos deben ser defendidos a toda costa.
La manera de hacerlo, en el siglo XVIII (e incluso hoy) era clara. Frente a los derechos de las personas estaban los privilegios de los poderosos, que al ser usados de manera abusiva, atentaban contra los derechos mismos de las personas, y por lo tanto, eran innaturales, y debían ser combatidos como tales. Por tanto, para suprimir esos privilegios, era necesario que todas las personas quedaran sometidas al imperio de la ley, de una sola ley válida y vigente para todos. Y para asegurarse de que los poderes públicos no hicieran leyes que sólo convinieran a ellos, les fijaron un límite: las Constituciones. En la Constitución, estarían especificadas las reglas más básicas del juego político. Y como parte de esas reglas básicas, estaría el catálogo de derechos fundamentales que las personas deberían respetar.
Por supuesto que esto incidió fuertemente en la manera de entender el funcionamiento de la religión en la sociedad. El derecho más básico al respecto es la libertad de religión, de creencias y de culto. Este es el derecho de las personas a creer en una religión o en otra, a elegir cambiar de religión, a descreer de todas las religiones en general (relacionándose directamente con Dios, negándolo, o haciendo profesión de agnosticismo), y a manifestarlas mediante determinados rituales. La evolución de este derecho ha sido, cuando menos, curiosa. Nació como una reacción contra el monopolio que la Iglesia Católica detentaba en materias religiosas, pero a medida que la Iglesia Católica ha ido perdiendo cuotas de poder, no pocas veces son los propios católicos los que han invocado este derecho, para defender sus propias creencias. En Chile tenemos algunos ejemplos desafortunados, y el último (hasta ahora) es el de la píldora del día después.
Pero no es el único derecho importante, en materia religiosa. Aparte de derechos con cierto tinte religioso, como el derecho a la vida y la igualdad ante la ley, es importante la libertad de expresión. Una de las más importantes instituciones represoras de la Iglesia Católica fue la censura eclesiástica, e incluso llegó a elaborar un catálogo de libros prohibidos, el célebre Index. La prohibición, o al menos la limitación de la censura, permitió la libre difusión de textos que criticaban y atacaban a la religión establecida. Sin esta libertad, usted no podría estar leyendo El Ojo de la Eternidad, y en su reemplazo tendría un blog apologético sobre la Iglesia Católica (o sobre la religión que fuera predominante).
Otro derecho conflictivo con la religión es la libertad de enseñanza. Desde siempre las religiones han intentado restringir la educación, para que los jóvenes no se expongan a ideas potencialmente destructoras de la religión. Lo irónico es que esta libertad, en principio usada para evitar la intromisión de los cristianos en la enseñanza de las personas, ha sido usada para justamente el propósito inverso, y así en la actualidad en Estados Unidos los educadores públicos deben enseñar la historia de la Tierra según el punto de vista darwinista, y también según el punto de vista creacionista, sin importar que el Creacionismo, o su sucesor el Diseño Inteligente, no tienen en realidad nada de verdad científica, y no pasan de ser dogmas espúreos sin el menor fundamento racional.
Después de lo anterior, cabe hacerse una pregunta interesante: ¿es coincidencia que el constitucionalismo y la religión no se lleven, o hay algo dentro del constitucionalismo que las religiones establecidas deben resistir con todas sus fuerzas, si no quieren desdibujarse?

LAS RELIGIONES CONTRA LAS CONSTITUCIONES.
A pesar de experimentos como la Constitución Soviética de 1937 y otras constituciones que regulan Estados totalitarios o fundamentalistas, lo cierto es que el constitucionalismo más genuino es aquel de las naciones democráticas. En efecto, una Constitución que no protege las libertades de las personas y no garantiza un régimen democrático, puede ser una constitución desde el punto de vista formal, pero en realidad es superflua, porque no cumple con su función más característica: servir como límite de los poderes públicos.
En ese sentido, si el poder público es detentado por una religión, la Constitución pasa a ser un estorbo, o al menos, las ideas liberales que ella debería contener. De ahí que la Iglesia Católica trate por todos los medios de injertar normas especiales a su favor dentro de todas las constituciones, y que muchas de ellas tengan engendros extraños, tales como exenciones y franquicias tributarias a favor de los credos religiosos que se atengan a la ley. Estas normas no son democráticas, por supuesto, ya que atentan contra los derechos de los agnósticos y los ateos (¿por qué alguien que no cree en Dios debería subvencionar, pagando los impuestos que la iglesia constituida esquiva vía exención tributaria, a una institución que predica exactamente lo contrario, que Dios existe y es de tal o cual manera?).
Quizás el caso más grosero de abuso del constitucionalismo, lo sea el Código de Derecho Canónico, que sirve de constitución suprema para el Estado del Vaticano. Y esto no es una casualidad.
La Iglesia Católica no es, por supuesto, la única que tiene una relación tirante con las constituciones. Otro ejemplo paradigmático son los Estados musulmanes. En varios de ellos se ha elevado a rango legal la mismísima Shariah, el cuerpo de comentarios que se ha ido acumulando en torno al Corán, el libro sagrado musulmán. La idea de democracia es, en general para los musulmanes, algo intrínsecamente extraño, y no es raro que los musulmanes más fanáticos resistan con uñas y dientes las ideas de cuño occidental sobre democracia o derechos humanos. En Japón, la religión tradicional del Shintoísmo, más o menos desprestigiada desde la Segunda Guerra Mundial, por estar asociado al imperialismo japonés, ha tenido sus problemas con la Constitución de 1947, que es de carácter occidentalizante. Uno de estos nacionalistas recalcitrantes que se han llevado mal con el sistema político de corte occidental, fue Yukio Mishima, quien en 1970 se hizo el harakiri en protesta por lo que consideraba un deshonroso y vergonzoso sometimiento de Japón a Occidente.
El problema es que dentro de una democracia, debería en principio permitirse todas las opiniones. Pero esto lleva al problema de determinar qué hacer con las opiniones que se pronuncian contra esa democracia, y que de buena gana la suprimirían si llegaran al poder: este es el problema de la tolerancia de los intolerantes. Y las religiones en general, al proponer visiones totalizantes de la existencia humana, generalmente no son entusiastas de transar sus propios valores y principios, y por tanto, tienden a ser más bien reluctantes respecto a la democracia. De hecho, una de las principales acusaciones que las religiones, y la Iglesia Católica la primera, suelen hacer contra el liberalismo, es exhibir un carácter totalitario, en donde los valores liberales deberían imponerse sin contrapeso posible. Y, bien mirada, esta crítica no es en realidad tan injusta como podría parecer. Existe al menos un caso bien conocido de lo que podríamos llamar "Liberalismo en el nombre de Dios", y ése es la Doctrina del Destino Manifiesto, que rige a los Estados Unidos.

LA GENEALOGÍA DE LOS DERECHOS HUMANOS.
Una de las grandes ironías de la historia, es que el constitucionalismo y los derechos humanos resultan ser una doctrina tan totalitaria como las religiones a las que supuestamente pretende combatir. El principio básico, el de que todos los seres humanos son iguales en dignidad y derechos, es en realidad un dogma propio del deber ser, disfrazado de postulado ontológico. Dicho en sencillo: detrás del concepto de "naturaleza humana" y "derechos naturales", se esconde en realidad la vieja Regla de Oro: haz a los demás lo que quieres que los demás te hagan a ti. Y esto no tiene nada que ver con la naturaleza de nada, sino con una opción ética o moral, que dice más o menos del siguiente modo: es saludable tratar bien a los demás, para que los demás te traten bien.
¿No huele esto un poco a Cristianismo? En cierta medida, así es. Considerando que el liberalismo y el constitucionalismo nacieron en buena medida como una reacción contra el Cristianismo, es una de las grandes ironías de la Historia que su contenido ético sea, en gran medida, cristiano. El Cristianismo había planteado desde mucho antes que los seres humanos son todos iguales entre sí: la diferencia está en el fundamento, puesto que el liberalismo habla de la "naturaleza humana", mientras que el Cristianismo lo atribuye al hecho de que todos los seres humanos son hijos de Dios. A la vez, el catálogo de derechos humanos clásicos liberales es más o menos el mismo que el catálogo de derechos que la Iglesia Católica reconocía, incluso el derecho a la vida, a la seguridad individual, etcétera. Tales derechos (aunque la Iglesia no los llame de tal manera) informaron instituciones medievales como la Paz de Dios o la Tregua de Dios, creadas para morigerar el estado permanente de guerra que existía durante el Feudalismo. También estos problemas estuvieron en la base de clásicos debates sobre la condición humana, como por ejemplo las Polémicas de Indias, libradas en el siglo XVI, y en las cuales la Iglesia Católica se preguntó si los indígenas americanos eran seres humanos y tenían los mismos derechos que los europeos (y se decantaron por la afirmativa, aunque tratándolos como "relativamente incapaces").
La deuda del liberalismo y el constitucionalismo clásicos con respecto al Cristianismo, es tanto más visible si se comparan otros movimientos que también, en cierta medida, son reacciones contra esta religión. Un siglo después de la Independencia de los Estados Unidos y de la Revolución Francesa, Friedrich Nietzsche criticaba abiertamente la moral cristiana, calificándola de "moral de los débiles", e impuso nuevas visiones morales que inspiraron abiertamente al Nazismo y al Tercer Reich, ideología ésta que negaba absolutamente el dogma fundamental del constitucionalismo, cual es la igualdad entre todas las personas. En ese sentido, pese a ser una reacción contra el Cristianismo, el liberalismo clásico que encontró su vertiente política en el constitucionalismo, le debe más a esta religión de lo que buenamente quisieran admitir. En ese sentido, no es exagerado afirmar que la Teoría de los Derechos Humanos es, en cierta medida, una ética cristiana en versión laica.

08 octubre 2006

EL PROBLEMA DEL LIMBO.

Aunque el "estudio" de la materia viene arrastrándose desde el año 2005, ahora en octubre de 2006 volvió a hacer noticia el problema del limbo, y de su posible "abolición". Para quienes crean que el problema del limbo es un asunto espúreo y sin interés, debería mirar de nuevo: en este enredado problema teológico, la Iglesia Católica se juega una vez más su tantas veces cuestionada coherencia doctrinal. El Ojo de la Eternidad echa un vistazo a lo relacionado con una de las más curiosas dependencias del mundo ultraterreno católico.


[ILUSTRACIÓN SUPERIOR: El limbo de las almas inocentes. Ilustración de Gustavo Doré para la "Divina Comedia", de Dante Alighieri].

EL PROBLEMA DEL LIMBO.
En Octubre de 2006, la Iglesia Católica hizo noticia una vez más, al congregar a una Comisión Teológica Internacional a debatir una serie de problemas teológicos y doctrinales. El más complicado de todos, de lejos, es el problema del limbo. La Iglesia Católica nunca ha aceptado oficialmente el limbo, pero por otra parte, desde la Edad Media, esta peculiar división del ultramundo católico ha aparecido en repetidas ocasiones, incluyendo al menos un Catecismo de la Iglesia, el que Pío X ordenó publicar en 1905.
El problema de decidir si el limbo existe o no puede parecer una fruslería. Pero no lo es. El limbo no es ni de lejos uno de los dogmas más importantes de la Iglesia Católica, pero es una pieza muy útil para apuntalar una doctrina teológica sobre el ultramundo que, de otra manera, haría agua debido a la necesidad de compatibilizar dos dogmas completamente distintos: el de la salvación por el bautismo, y el del diferente destino de los buenos y los malos en el otro mundo.
Para descubrir cómo fue que la Iglesia Católica llegó hasta una posición tan incómoda, es necesario retroceder a épocas incluso anteriores al Cristianismo. Para las primeras civilizaciones, la vida eterna era algo bastante complicado. Los mesopotámicos creían que todas las almas erraban en pena, alimentándose de polvo y excrementos, en tanto que para los egipcios, la resurrección era sólo para el faraón, para los griegos había una última morada en donde sólo existían sombras, y sobre los hebreos pesaba el fatídico "polvo eres y en polvo te convertirás". Pero andando el tiempo, la mayor parte de las culturas pensaron que una vida de ultratumba así era demasiado deprimente, así es que inventaron el concepto de la resurrección y el Paraíso.
Como posteamos hace poco en El Ojo de la Eternidad, los griegos creían que en el infierno o Hades existían dos dependencias: el Tártaro, lugar de castigo por excelencia, y los Campos Elíseos, lugar de premio para los buenos. Cuando el Cristianismo pasó al Imperio Romano, adoptaron en forma íntegra esta concepción del ultramundo, como la medida más lógica si se considera que la mayor parte de sus primeros prosélitos estaban imbuidos en esa atmósfera cultural. Con lo que comenzaron los problemas.

EL BAUTISMO Y EL LIMBO.
Jesús no parece haber creído en el infierno. Cuando mucho habló de la Gehenna, malamente traducido como infierno, cuando en realidad la Gehenna era simplemente una quebrada en donde las gentes de Jerusalén arrojaba sus basuras (así se cita, por ejemplo, en el célebre "si tu ojo te causa escándalo arráncatelo, porque más vale entrar tuerto al Paraíso, que ser arrojado con los dos ojos a la Gehenna"). Pero sí creía que el bautismo era necesario para el perdón de los pecados. Este último mandato, la Iglesia Católica lo hizo tan rígido, que se llegó a decir (y se dice aún, muchas veces) que fuera de la Iglesia no hay salvación.
Esto creaba varios problemas. ¿Es que acaso un alma que hubiera sido muy buena en vida, pero no hubiera sido bautizada, no tenía posibilidad de salvación? ¿Qué pasaba entonces con todos aquellos que se esforzaban en hacer el bien, pero por ignorancia o desinterés pasaban del bautismo? En el Segundo Cuento de la Jornada Primera del Decamerón, el escritor del siglo XIV Giovanni Boccaccio se cachondea de lo lindo de esto, refiriendo la historia de un "judío bueno" que, aunque fuera muy bueno, estaba en riesgo de perder su alma por no ser bautizado. El punto es que una persona que es buena, pero no se bautiza, no tiene por qué obedecer a la Iglesia Católica, y de ahí que ésta, en particular desde el Concilio de Ferrara (1438, es decir, un siglo después de Boccaccio) proclamara que no hay salvación fuera de la Iglesia, y los no bautizados, los que no obedezcan militarmente a la Iglesia Católica, están condenados al fuego eterno.
Esto creaba un problema con respecto a la geografía del ultramundo. Como en la mitología griega no existía nada parecido al bautismo (existían ritos iniciáticos, pero nadie era tan fanático como para decir que fuera de esos ritos iniciáticos no había salvación), bastaban dos dependencias, el Tártaro y los Campos Elíseos, para determinar el destino de los buenos y los malos. Pero los cristianos debían decidir qué hacer con las almas buenas que no se hubieran bautizado. Mandarlas de cabeza al infierno parecía un castigo demasiado drástico, pero tampoco podían enviarlas así como así al Paraíso, o el poder social de la Iglesia Católica como administradora de los sacramentos se iba al demonio.
Los teólogos más radicales, y entre ellos el mismísimo San Agustín, a comienzos del siglo V, dijeron que tales almas, sin el bautismo, estaban condenadas. Pero esto parecía ser excesivo, por dos razones. En primera, se suponía que los judíos llamados para ser profetas de Dios habían sido gentes buenas, y que por esto habían sido llamado para su misión: ¿iba Dios a enviar al infierno a tales gentes, sólo porque no habían sido bautizadas? No parecía una manera muy linda de premiar sus esforzados servicios. Por otra parte, estaba el problema de los niños recién nacidos que mueren antes del bautismo. El bautismo sirve, en términos teológicos, para borrar el Pecado Original. Un niño recién nacido no peca por sí mismo, y por tanto es alguien bueno, pero aún así está manchado por el Pecado Original (lo decía San Agustín). ¿Qué pasa con ellos...?
Por eso, algunos teólogos señalaron que quizás la pena era un tanto excesiva, y que por ende, podía quizás existir un lugar intermedio entre el Paraíso y el Infierno, a donde iban todos aquellos quienes no merecían estrictamente la salvación, pero tampoco eran acreedores del castigo eterno. Este lugar pasó a ser llamado informalmente el "limbo", que deriva de una palabra latina que significa "límite", porque en efecto el limbo sería el límite entre el Infierno y el Cielo. La Iglesia Católica no recogió oficialmente esto como dogma, pero lo permitió, para salvar el escollo de tener que explicar qué pasaba con las almas buenas que aún así no eran bautizadas. Dante Alighieri, quien le dio representación literaria en su obra "La Divina Comedia", lo ubica como un lugar ultraterreno sin suplicios especiales, más o menos a la entrada del Infierno, en donde las almas esperan el Juicio Final para así ver finalmente a Dios.
Años después se inventó el concepto de Purgatorio, que venía más o menos a rellenar este vacío que pesaba entre los que habían pecado demasiado poco para ir al Infierno, o demasiado para ir al Paraíso. El Purgatorio sí que recibió sanción oficial, en particular desde el Concilio de Trento (1543-1565) en adelante. El Purgatorio permitió también un negocio que no se podía con el limbo: cobrar dinero por las llamadas "misas de difuntos", destinadas a sacar las almas del Purgatorio y enviarlas al Paraíso a punta de oraciones dominicales.

EL ESPINOSO PROBLEMA DE ABOLIR EL LIMBO.
El problema del limbo volvió al tapete cuando Juan Pablo II, asustado por la suerte ultraterrena de su hermana nonata (fallecida durante el parto, que le costó la vida también a su madre), insistió en determinar teológicamente qué ocurría con el limbo. El Catecismo de la Iglesia Católica publicado en 1992, a diferencia del que Pío X publicara en 1905, no se refiere al limbo, y entrega las almas que deberían ir a él, a la infinita misericordia de Dios.
Entonces, ¿por qué la Iglesia Católica no dictamina de una buena vez, que el limbo no existe? La situación no es tan fácil. Resulta que dejar de creer en el limbo hace reaparecer el viejo fantasma del problema entre ser bueno y el bautismo. El bautismo en particular, y los sacramentos en general, son uno de los principales engranajes de la maquinaria de poder de la Iglesia Católica. De esta manera, el bautismo fue elevado a un rango tan alto, que sin él, simplemente no habría salvación posible. Funciona como los seguros de vida, ya que la compañía de seguros mete miedo sobre los peligros de la vida cotidiana, y luego vende como gran remedio su propio seguro: la Iglesia Católica hace lo propio metiendo miedo al Infierno, y luego vende su propio bautismo como medio de salvación. Por ende, dejar que las almas no bautizadas vayan al Cielo, implica que existe salvación fuera del bautismo, y por ende, que un alma muy buena, pero no bautizada (lo que significa: que no está dentro de la Iglesia Católica, y por tanto, que no obedece al Papa), podría salvarse. ¿Quién querría entonces hacerse católico, si existe salvación fuera de la Iglesia Católica? Y con ello, la Iglesia Católica se dispararía en el propio pie, respecto de las bases de su poder.
Por otra parte, entregar la suerte de esas almas a la infinita misericordia de Dios plantea otro problema aún mayor. Si la misericordia de Dios es infinita y alcanza para salvar a esas almas, ¿por qué no se extiende incluso hasta el infierno y salva a esas almas? La Iglesia Católica ha dicho hasta la saciedad que el infierno existe de verdad. Pero, ¿qué sentido tiene la existencia de un infierno, que ninguna alma va a poblar? Eso haría absolutamente innecesario tanto el bautismo, como la sujección ya no digamos a la Iglesia Católica, sino a los estándares éticos mismos de la Iglesia. De esta manera, un homosexual que apoyara la píldora del día después no se iría a la condenación eterna, sino que obtendría salvación para su propia alma, gracias a la infinita misericordia de Dios. Y eso es un lujo que la Iglesia Católica no puede permitirse, si quiere seguir siendo poderosa.
Por eso, el problema de decidir si el limbo existe o no, es mucho más enredoso de lo que a primera vista parece, y de ahí que no sea tan infantil la arrogancia con la cual la Iglesia Católica, como si fueran algo así como una Oficina de Supercosmología, se permite crear o suprimir departamentos ultramundanos a discreción (ya se quisieran ese poder los astrónomos para encontrar más fácilmente planetas extrasolares). Y por eso, la Iglesia Católica se toma la calma sibilina de siempre para decidir qué hacer con el problema.