08 diciembre 2005

EL CONCILIO VATICANO II.

Hoy día 08 de Diciembre de 2005 se cumplen 40 años de la clausura del Concilio Vaticano II, uno de los más importantes histos de la historia moderna de la Iglesia Católica. El 08 de Diciembre de 1965 terminaba la cruzada emprendida por el Papa Juan XXIII para adaptar la Iglesia Católica a las necesidades de un cambiante mundo moderno. Una iniciativa que hoy en día se ve cada vez más amenazada por la contrarreforma emprendida por Juan Pablo II y Benedicto XVI, decididos defensores de una idea de Iglesia de inspiración absolutamente preconciliar. Por lo mismo es interesante repasar este hito histórico moderno, que ayudó a configurar nuestra noción de la Iglesia Católica en el mundo actual.


[IMAGEN SUPERIOR: El Papa Juan XXIII (1958-1963), impulsor del Concilio Vaticano II. Como puede observarse por su expresión facial, era hombre humilde y de buen carácter, al contrario de la expresión triunfalista y arrogante de Juan Pablo II y Benedicto XVI, justificando sobradamente que lo llamasen "el Papa Bueno"].

JUAN XXIII Y LA IGLESIA TRIDENTINA.
El Concilio Vaticano II está ligado indisolublemente al Papado de Juan XXIII. Es cierto que cuando éste falleció en 1963, el Concilio prosiguió aún otros dos años, pero la etapa de su sucesor Paulo VI fue por cierto bastante más moderada, y de todas maneras, tanto éste como los padres conciliares no hicieron más que seguir las aguas trazadas por Juan XXIII.
El nombre civil de Juan XXIII era Angelo Giuseppe Roncalli. Nació en Italia, en el año 1881. Tenía por tanto casi 77 años cuando advino al Papado. Su carácter estuvo moldeado en gran parte por su procedencia: era hijo de una familia campesina, del "viñatero Roncalli", profundamente católica y rural. Esto le permitió estar en contacto con la religiosidad de la gente humilde, hacia la cual siempre manifestó una gran esplendidez. La idea de un Concilio Ecuménico que acercara la Iglesia Católica a aquellos fieles debió desde siempre gravitar, al menos en esencia, en su mente.
En el último milenio, la Iglesia Católica había sufrido vuelcos espectaculares. De institución acosada y perseguida por los poderes mundanos, el Papa Gregorio VII (1073-1085) había sentado las bases de una autocracia que había llevado a la arrogancia y el orgullo, hasta el punto que se habla de "Papado renacentista" como sinónimo de una institución inescrupulosa, ambiciosa y profundamente terrenal. El resultado de esto, al cabo de unos 500 años, era la Reforma Protestante, en la que hombres como Martín Lutero, Juan Calvino, Ulrico Zwinglio y muchos otros, separaron toda Europa del norte de la Iglesia Católica.
Alarmada, la Iglesia Católica experimentó entonces un profundo vuelco en la llamada Contrarreforma. Esta fue promovida por el Concilio de Trento (1545-1563), y liderada en particular por la por entonces recientísima Orden de los Jesuitas, fundada por Ignacio de Loyola. La Iglesia que nació de Trento, que algunos llaman la "Iglesia tridentina", era todo lo opuesto que se podía esperar a la Iglesia renacentista, en mentalidad al menos. Todo lo mundano se había proscrito, en pos de la búsqueda de una nueva espiritualidad ultramundana. Esta Iglesia enfatizó con fuerza aspectos tales como la austeridad y el poder de lo sacro por sobre lo material, cosas todas que fueron útiles para el siglo XVI, pero que se habían prolongado casi por inercia mental hasta bien avanzado el siglo XX. Entretanto, el mundo entero había sufrido la sacudida telúrica de la Modernidad, la democracia, los derechos humanos, la Revolución Industrial, y muchos otros cambios que hicieron a su vez que la Iglesia tridentina quedara fuertemente descolocada. El mejor símbolo de esto es que, al advenimiento de Juan XXIII al solio pontificio en 1958, aún las misas se celebraban en latín (que los fieles comprendían cada vez menos), y con el sacerdote de espaldas a la congregación, de frente al altar.
Este fue el anquilosado estado de cosas que Juan XXIII se propuso cambiar.

LA CONVOCATORIA AL CONCILIO VATICANO II.
El Papa fallecido, Pío XII, había sido un prodigio de duración: había asumido el trono en 1939, y había fallecido en 1958, 19 años después. Los cardenales del cónclave buscaron algún venerable anciano que fuera un "Papa de transición" (es decir, que se muriera rápido, pero que diera tiempo de hacer algunos ajustes dentro de la Iglesia), y lo encontraron en Roncalli, cardenal con una carrera intachable: había sido director del seminario de Bérgamo, Visitador Apostólico en Bulgaria (el primero funcionario católico en tal país en siete siglos), Nuncio en París, Patriarca de Venecia... No previeron que toda esa experiencia vital, sumada a su origen campesino, habían puesto a Roncalli en contacto con el siglo y sus necesidades, operando un fuerte cambio en su alma.
La primera sorpresa fue hacerse llamar Juan XXIII. Había existido en la Edad Media un Papa Juan XXIII, de tan mala fama que pasó a ser considerado Antipapa, y nadie había querido usar su nombre en cinco siglos. Pero Juan era también el nombre del "discípulo bienamado de Jesús", y esto pesó más.
Pero la bomba estalló con fuerza el 25 de Enero de 1959. Con apenas dos meses de pontificado, Juan XXIII anunció urbi et orbi que habría un nuevo concilio. El anuncio fue recibido por los cardenales con un silencio sepulcral. Pío XII había barajado la idea de un concilio ecuménico, pero había sido sólo eso, una idea. Ahora, el "Papa de transición" daba un golpe a la cátedra y se aprestaba a organizar algo que, dentro de la Iglesia Católica, podía ser la revolución.
Se cuentan varias anécdotas sobre la incomprensión entre Papas y cardenales. Uno de ellos le preguntó al Papa sobre para qué un concilio. Este se limitó a caminar hacia una ventana, abrirla, y decir: "Dejemos que entre el aire fresco". Otro cardenal protestó por la fecha anunciada, aduciendo que era imposible organizarlo para 1963. Juan XXIII respondió: "Muy bien, entonces lo haremos para 1962".
Y se hizo en 1962.

EL CONCILIO VATICANO II.
Genéricamente, un concilio es una reunión de obispos. Cuando éstos son de toda la Iglesia en conjunto, se le añade el apellido "ecuménico". Desde Nicea hasta ahora ha habido veinte de ellos, siendo Vaticano II el último hasta la fecha. La era conciliar parecía acabada desde que el Concilio de Trento, ya mencionado, había sentado las bases de lo que sería la Iglesia Católica desde el siglo XVI en adelante. El Papa Pío IX había convocado al Concilio Vaticano I en 1870, como una manera de combatir al Modernismo y reafirmar a la Iglesia Católica, que acababa de perder los Estados pontificios a manos de la unificación de Italia, pero éste no se había clausurado nunca oficialmente. No es extraño entonces que los cardenales, y en particular los italianos, recibieran la noticia de un nuevo concilio con estupor.
Juan XXIII definió su política conciliar con la palabra italiana "aggiornamiento". Lo que tenía en mente, parece ser, era el difícil equilibrio entre adornar y modernizar a la Iglesia Católica para adaptarla al mundo actual, por un lado, sin hacerla perder su esencia principal, por el otro.
Estuvo magníficamente representado. Hubo por sobre 2000 participantes, provenientes de los más remotos rincones de la Tierra, una babel de razas, lenguas y costumbres nunca antes vista en una reunión de estas características. Los cardenales italianos veían el concilio con escepticismo, pero a cambio, los teólogos tercermundistas veían su gran oportunidad de adaptar una Iglesia Católica cada vez más anquilosada a las nuevas necesidades suscitadas por la política mundial, la ciencia y tecnología, las nuevas ideas y los nuevos regímenes políticos, por no hablar del desafío que implicaba relacionarse con otras religiones.
Esto se concretó en una serie de interesantes iniciativas. Por una parte, la Iglesia Católica se planteó seriamente su rol en relación con otras iglesias cristianas, iniciando varias tentativas para reunirlas nuevamente en una sola. Por otra parte se planteó reestructurar la iglesia, haciéndola más colegiada. En ese sentido, se sostuvo que la autoridad papal no de ejercita por sí sola de modo autocrático, sino que, aunque respetando la primacía papal, alcanza su más alta expresión en medio de un Concilio Ecuménico (véase la constitución Lumen Gentium, canon 22).
De cara al mundo exterior, la Iglesia Católica reformó su liturgia de arriba abajo, reemplazando la misa en latín por una más comprensible, en la lengua vernácula de cada nación. Y se promovió el diálogo con el mundo exterior, haciendo uso activo de los modernos medios de comunicación, algo que la Iglesia Católica ya hacía, pero siempre con reticencia, con renuencia, en medio de su política de espléndido aislamiento del mundo exterior.

LA CONTRARREFORMA.
El Concilio Vaticano II, al darle voz al ala reformista de la Iglesia Católica, suscitó un hondo cisma teológico interno. Por una parte, los reformistas buscaron llevar las cosas aún más lejos, lo que cristalizó en iniciativas tan polémicas como la Teología de la Liberación. Una buena manera de adentrarse en la mentalidad de dicha ala reformista, es ver la película "El Evangelio según San Mateo", de Passolini, de 1965, que no por nada está dedicada "alla cara, lieta, familiare ombra di Giovanni XXIII".
Por su parte, hubo un ala reaccionaria que trató de hacer lo imposible por detener los cambios, o al menos de retrasar éstos, convencidos de que todo en la Iglesia Católica estaba bien. Estaban encabezados por Alfredo Ottaviani, nada menos que secretario de Estado de Juan XXIII.
Juan XXIII falleció el 03 de Junio de 1963, víctima del cáncer. Fue sucedido por Paulo VI. Juan XXIII era hombre cuya amabilidad y dulzura escondían un carácter de hierro, pero Paulo VI, por el contrario, era amable por ser más bien débil y timorato. Su pontificado (1963-1978) en general fue una continuación del aggiornamiento promovido por Juan XXIII. A pesar de ser tibio y vacilante, fue el primero que salió del Vaticano en gira, por su propia voluntad y sin ser presionado políticamente: fue el primer Papa en visitar Tierra Santa, y además celebró una histórica reunión con Atenágoras, el Patriarca de Constantinopla, que convenció a muchos de que el cierre de la brecha entre la Iglesia de Roma y dle de Constantinopla estaba cercano. Sin un Concilio Vaticano II, quizás esto jamás hubiera sucedido.
Después de la muerte de Paulo VI, y el efímero pontificado de Juan Pablo I (apenas 33 días), el ala contrarreformista se impuso definitivamente. Fue entronizado el polaco Karol Wojtila como Papa, quien tomó el nombre de Juan Pablo II. En el Concilio Vaticano II, Wojtila había ganado gran reputación como teólogo inteligente y joven... del ala conservadora. Eligió como uno de sus hombres fuertes a Joseph Ratzinger, que en el Concilio Vaticano II había tomado una postura liberal, pero que en años posteriores había sufrido un inesperado viraje hacia el conservadurismo. Este es el hombre que actualmente gobierna la Iglesia Católica, como Benedicto XVI. Bajo ambos, Juan Pablo II y Benedicto XVI, se vivió una oleada contrarreformista represora que llevó a la gradual reinstalación del modo de pensar propio de la Iglesia tridentina preconciliar. En ese sentido, si bien el Concilio Vaticano II le dio el oxígeno a la Iglesia que ésta urgentemente necesitaba, por otra parte no pudo llegar más allá. En la actualidad, los sacerdotes y teólogos católicos de línea más crítica hacia el Papado y la Iglesia Católica, insisten fuertemente en regresar al Concilio, y más de alguna voz se ha cuestionado seriamente sobre la conveniencia de un Concilio Vaticano III. Algo que de momento no parece estar en el programa de Benedicto XVI.

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