11 diciembre 2005

¿QUÉ ES LA FE?

Toda religión se inspira, a fin de cuentas, en el fenómeno de la fe. Sin embargo, ¿sabemos bien de qué hablamos? ¿Puede la fe mover montañas? ¿Es la fe el don más preciado que puede recibir el ser humano, o bien es una herencia irracional de tiempos más primitivos? El Ojo de la Eternidad contesta aquí algunas candentes cuestiones sobre ésta.


[IMAGEN SUPERIOR: Angel esculpido en 1682 por el escultor alemán Michael Zürn (h. 1626 - h. 1691), en la Iglesia de la Abadía de Kremsmünster].

LA FE EN NUESTRAS VIDAS.
Si los fenómenos psicológicos son de por sí, por su carácter evanescente y huidizo, algo difícil de estudiar, la fe es aún más complicada, ya que por sus propias características, hay gente que le atribuye no la naturaleza de un fenómeno propio de la psique humana, sino que la considera algo que viene "desde arriba", por inspiración o iluminación divina.
La fe es un componente esencial de la naturaleza humana. Lo prueban una serie de expresiones cotidianas. Se conmina a alguien con un "ten fe" cuando queremos obtener su confianza para un proyecto determinado. Se dice que "la fe mueve montañas" en lenguaje cotidiano, para expresar su poder. A la expresión "hombre de poca fe" se le da un sentido de reproche, asimilando la poca fe a una característica negativa de la persona aludida, y en tal sentido la usó Jesús en su tiempo, según los Evangelios. En España se usa (o solía usarse) la expresión "a fe mía" como sinónimo de dar un parecer personal. La rectitud y honradez son calificadas de "buena fe", y lo contrario de "mala fe". Los errores tipográficos que el propio libro denuncia, se incluen en una "fe de erratas". Y el lenguaje forense está plagado de expresiones relativas a la fe: un notario, escribano u oficial civil puede obrar como "ministro de fe", un documento que certifique una verdad judicial plenamente es uno que "hace fe" de lo que en él se dice, los funcionarios que pueden hacer certificados están revestidos de "fe pública", y etcétera. En todos estos usos, subyace la noción de que la fe idéntica a la confianza.
La fe religiosa, en términos estrictos, no es algo demasiado distinto. Quien tiene una fe religiosa, tiene confianza en que esa religión es la buena, correcta y verdadera. Tanto es así, que se usa la palabra "fe" como sinónima de confesión o credo religioso. De este modo, un católico adscribe a la "fe católica", un musulmán a la "fe musulmana", etcétera.
Si todos tuvieran fe en las mismas cosas, o en materia religiosa, en los mismos principios básicos, no habría problemas. Sin embargo, esto no es así. Hay gente que deposita su fe en Jesús, otros en Mahoma, otros en Buda, y así sucesivamente. Los hay también quienes califican a la fe como algo irracional y propio de ignorantes. Para complicar aún más el panorama, es evidente que muchas cosas se han hecho por fe, tanto la construcción de hermosas catedrales góticas o santuarios budistas, como autos de fe y quema de personas en la hoguera... No en balde, también es una expresión común el hablar de "crímenes en nombre de la fe"...

LA EXPLICACIÓN RELIGIOSA DE LA FE.
Las religiones sostienen, en general, que la fe es un don proveniente de lo alto, de Dios. Es decir, creemos no porque elegimos creer, sino porque Dios nos inspira determinados conocimientos sobre el mundo. Esta es la base de la llamada "Revelación". La consecuencia lógica es que la revelación (la cristiana, pero también la musulmana, la budista, etcétera) no puede ser cuestionada. En materia religiosa, se cree en ciertas cosas por un asunto de fe. Se cree o no se cree que Jesús fue Hijo de Dios, o que Mahoma fue Profeta de Alá, o que Buda es el camino para llegar al Nirvana, o a nivel más básico, que el chamán o brujo de la tribu está en contacto particular con el mundo de los espíritus. Punto.
Los teólogos en general tienden a apoyar sus concepciones filosóficas y teológicas basados en esta piedra angular. Es famosa la frase "creo porque es absurdo", que se hiciera popular con San Agustín, aunque parece ser que quien la puso en circulación fue Tertuliano. Siglos después Tomás de Aquino, enfrentado ante el problema de conciliar la filosofía racionalista de Aristóteles con la Revelación cristiana, consiguió unirlas a ambas al precio de eliminar todo aquello que en Aristóteles se opone a la Revelación. Es decir Santo Tomás, uno de los teólogos más racionalistas dentro del Catolicismo, postulaba que la razón debía dejar paso a la fe, cuando Aristóteles y la Revelación se enfrentaban abiertamente (por ejemplo, Aristóteles sostenía que el mundo es eterno e increado, y la Biblia, que Dios lo creó todo en seis días).
Sin embargo, esto no soslaya el problema de fondo. Si alguien cree en las cosas irracionales porque son irracionales, entonces por pura lógica un cristiano terminaría haciéndose musulmán, porque eso es irracional desde su punto de vista, y a la inversa ocurriría también, por supuesto, con los musulmanes. Ha de haber entonces un mecanismo psicológico que mantenga a los cristianos siendo cristianos, y a los musulmanes siendo musulmanes.

UN ACERCAMIENTO PSICOLÓGICO.
El examen anterior dejó al descubierto el hecho de que la fe es en definitiva una forma de conocimiento, a primera vista opuesta a la razón. Pero ésta es sólo una parte de la historia.
Volvamos a la vida cotidiana. Hay cosas que se conocen de manera más o menos similar. Nuestra experiencia cotidiana nos "ha revelado", por decirlo así, que si activamos un interruptor, la bombilla se encenderá. ¿Y si no fuera así?, ¿y si la bombilla estuviera quemada y nosotros no lo sabemos porque la habitación está a oscuras? Evidentemente, examinar siempre todas las bombillas antes de probar a encenderlas es una pérdida de tiempo y de esfuerzo; tanto mejor es tener fe de que se encenderán si pulsamos el interruptor, aunque ocasionalmente esa fe nos falle.
He aquí entonces el vínculo entre fe y razón. Los seres humanos examinan las cosas con un grado mayor o menor de detención. Mientras más información se recopile sobre el mundo, más seguras son las decisiones que tomaremos. Si supiéramos de antemano qué bombillas están quemadas, iríamos derechamente a cambialas en vez de perder el tiempo con el interruptor. Una decisión así puede parecer trivial, pero hay ocasiones en que es cuestión de vida o muerte. Si un asaltante nos persigue, cuchillo en mano, por una calle oscura, y tenemos dos bocacalles desconocidas por delante, no podemos saber de antemano cuál nos servirá, ni tenemos tampoco tiempo de explorarlas para encontrar la más idónea a través de la cual fugarse. Debemos tomar una decisión rápida y atenernos a las consecuencias de la misma.
El mecanismo de la fe religiosa es similar. Así como el fugitivo del asalto tiene varias bocacalles y no tiene tiempo de llegar a conocer el final de las mismas (a lo mejor alguna es un callejón sin salida), el creyente tiene delante varias confesiones religiosas, y no tiene tiempo para analizarlas todas en profundidad para elegir cuál es la más correcta (esto, aunque en El Ojo de la Eternidad hacemos el esfuerzo por mejorar eso, por supuesto).
Lo que nos lleva de regreso al punto de partida. ¿No habíamos hecho sinónimas a la fe y la confianza...?

¿ES PELIGROSO TENER FE?
La fe religiosa es entonces parte integral de la conciencia humana. Todas las religiones prometen alguna clase de vida más allá de la vida, o al menos, que si el creyente se comporta de acuerdo a ciertos códigos éticos, obtendrá recompensas en esta vida o en otra futura. Pero no pocos critican esto como un enfoque irracional sobre la existencia. Son ellos los ateos (quienes no creen en Dios) y los agnósticos (quienes se guardan de decir si Dios existe o no). Se asocia el tener fe al oscurantismo, a la intolerancia, al fanatismo, etcétera.
Si la fe es una manera de acercarse al mundo, de conocerlo e interpretarlo mejor, entonces eso no tiene por qué ser algo problemático. Mal que mal los científicos, cuyo método científico de hipótesis y experimentación es considerado el paradigma de una manera racionalista de conocer el mundo, hacen todas sus investigaciones porque han depositado su fe en obtener determinados resultados. Es decir, los científicos emprenden una investigación racional del universo porque tienen fe en que éste es, en última instancia, algo estructurado de una manera racional. Es sabido que no todas las culturas compartían esta creencia, y por ello, no se molestaron mayormente en emprender investigaciones científicas.
El problema surge cuando si sigue manteniendo tenazmente la fe en algo, mucho después de que se ha comprobado que ese algo es imposible. Sucede incluso en el ámbito científico, ya que todas las grandes revoluciones científicas (la de Copérnico, la de Darwin, la de Einstein, etcétera) en general han sido resistidas porque extensos sectores científicos siguen aferrados a sus ideas antiguas. En este caso, el peso de los hechos suele terminar imponiéndose. Al final, todos los biólogos acabaron por aceptar el Darwinismo y la igualdad de las razas humanas, ante la abrumadora evidencia en ese sentido, a pesar de que tal idea no se impuso sin resistencia en el propio establishment científico.
Pero las ideas religiosas son de otra naturaleza. Por definición abarcan tópicos no siempre medibles u observables. No mucha gente, salvo algunos locos iluminados o profetas antiguos, pueden sostener impunemente haber visto directamente a Dios o a sus ángeles.
Además, en la religión, en mayor medida que en el ámbito científico, hay un compromiso emocional de por medio. A la gente le gusta pensar que tiene la razón. No sólo es más cómodo no cuestionarse a sí mismo, sino que también es un poderoso mecanismo de autoafirmación. Esto, por supuesto, es subproducto de la tendencia humana a la constancia y tenacidad, sin la cual nuestros antepasados hubieran sido barridos de la faz de la Tierra, por no haber sido constantes y tenaces en fabricar fogatas, en erigir murallas o en construir acueductos. Es aquí donde la fe se convierte en fanatismo ciego, en sinrazón. Es aquí donde la fe constructiva de un San Francisco de Asís se convierte en la fe ciega y suicida de un terrorista suicida.

"ROMA LOCUTA, CAUSA FINITA".
La historia de la Teología está plagada de querellas intestinas en las que dos o más posiciones filosóficas, religiosas e intelectuales contrapuestas se combaten fieramente. Muchas veces la discusión rebasa el ámbito meramente académico, y termina con la ejecución como hereje de algún teólogo rebelde (en EODLE vimos tiempo atrás la historia de Jan Huss, por ejemplo). Como vimos, Tomás de Aquino fue prudente: prefirió dejar paso a la fe cuando la razón le llevaba a una contradicción con sus ideas preconcebidas.
Una manera de uniformar esta fe es, obviamente, imponer los dogmas desde arriba, a golpe de autoridad. La Iglesia Católica se ha hecho famosa con este procedimiento, quemando herejes, pero no es el único caso. El Islamismo tiene también su propia historia de persecusiones religiosas, aunque no existe en su seno un clero organizado a la manera católica (salvo en el caso de los chiítas). En la Edad Media se hicieron famosos dos aforismos que afirmaban la imposición de verdades intelectuales por ser materia de fe: "magister dixit" ("el maestro lo dijo"), y "Roma locuta, causa finita" ("Roma ha hablado, la cuestión está terminada"). En este sentido, la fe como impulso natural del ser humano se transforma en una imposición política, y, por qué no, a veces la falta de fe se transforma en un estandarte de rebelión contra la autoridad. Un ejemplo hay a la vista en nuestra actualidad: los góticos, que usan emblemas asociados a la muerte y el satanismo no tanto por ser verdaderos adoradores de Satán, sino por "llevar la contraria" a los cánones sociales establecidos, que en Occidente se vinculan, para bien o para mal, y a quien le guste eso o no, al cristianismo.
El problema con "Roma locuta, causa finita" es que Roma (o sus equivalentes en otras religiones) no se cuestionan a sí mismas sobre si están en lo correcto o no, porque para ellas, lo correcto es una cuestión de fe y no de razón. Se llega entonces a un argumento perfectamente circular: tengo razón porque creo, y creo porque tengo razón. Una muestra de este proceso sicológico es el juego de argumentos tan usual entre los cristianos más fanáticos, que dice más o menos "creo en Dios porque la Biblia dice que crea en Dios", y "la Biblia dice que crea en Dios porque es la Palabra revelada de Dios", y que si se examina atentamente, no se sostiene a sí mismo porque la segunda premisa apuntala a la primera, y la primera a la segunda, en un círculo argumentativo. O bien, el razonamiento de tantos iluminados, como San Pablo, que dicen creer por haber sido iluminados por la gracia divina, y a la vez señalan que han sido iluminados por la gracia divina porque creen, aunque sea de una manera imperfecta. ¿Ocasiona esto algún problema? Para quien tiene fe no, porque cree esto por materia de fe, no en virtud de la razón. Para quienes cuestionan las cosas y buscan los por qué y las causas de todo, en cambio, tales razonamientos son retórica vacía.

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