LOS ENTRESIJOS DE LA RELIGIÓN DE JAPÓN.
Para muchos occidentales, la religión del Japón es un verdadero misterio. Muchos de los japoneses se consideran a sí mismos como adeptos del Shintoísmo, y también del Budismo Zen. Por si fuera poco, existe una larga tradición espiritista de fantasmagoria japonesa. Sin embargo, mirado bien en detalle, el misterio no es tan grande como parece. El Ojo de la Eternidad entrega algunas útiles explicaciones para entender qué es lo que pasa por el interior de las cabezas de los japoneses, en materia religiosa.
[IMAGEN SUPERIOR: Templo Kenchoji, en Kamakura. Data de la Edad Media, y es uno de los templos Zen más viejos de Japón].
LA CUESTIÓN RELIGIOSA EN JAPÓN.
Una de las primeras cosas que asombra a quien se adentra por primera vez en la cultura o historia japonesas, es su actitud un tanto laxa ante la religión. ¿Qué religión tienen los japoneses? Por una parte está el Shintoísmo, que es una suerte de religión nacional basada en el culto a los ancestros. Por la otra está el Zen, una rama peculiar del Budismo que tiene una enorme cantidad de adeptos en Japón. Esta actitud condescendiente causa asombro entre quienes profesan o han estado en contacto con la atmósfera cultural judeocristianomusulmana (las religiones del tronco abrahámico), ya que éstas se basan en la idea de un celo religioso que no pareciera existir en Japón. ¿O sí existe?
Como suele suceder, si se inspeccionan brevemente los antecedentes del problema, el misterio aparece mucho más claro y comprensible, aunque de todas maneras sigue siendo un tanto extraña la mentalidad religiosa japonesa, para los usos y cánones occidentales. Todo tiene que ver con la extraña historia religiosa japonesa, en donde no sólo ha estado implicada la cultura y la religión, sino también, y era que no, la alta política.
EL PAGANISMO PRIMITIVO Y LA IRRUPCIÓN DEL BUDISMO.
Los primeros habitantes del Japón, los ainos, eran paganos. Este paganismo ha originado una frondosa mitología y literatura de fantasmas, que aún hoy en día sigue muy vigente en Japón. Las historias de fantasmas son un recurso recurrente dentro de la literatura japonesa, y más modernamente, el manga y el animé han bebido profusamente en dicho terreno. Los monjes budistas que llegaron a Japón, al revés de los monjes cristianos que evangelizaron Europa, tuvieron una actitud bastante displiscente con respecto a dichos cultos, razón por la cual ambos pudieron armonizar de una manera mucho más amplia que la siempre incómoda convivencia entre los dioses paganos ancestrales europeos y el Cristianismo.
El Budismo llegó a Japón conjuntamente con la civilización. En el paso de los siglos IV a VII después de Cristo, monjes chinos llegaron hasta Japón y comenzaron allí la civilización. Los antecedentes de esto se pierden en la leyenda. Según la mitología japonesa, la dinastía de Emperadores se remonta hasta los orígenes del tiempo, aunque en verdad, los primeros Emperadores documentados no aparezcan sino hace unos quince siglos atrás, conjuntamente con las primeras crónicas budistas.
Los Emperadores japoneses vivieron durante bastante tiempo en la atmósfera cultural del Budismo. El paganismo sobrevivió así no en el lado "civilizado" de la isla (el sur), sino entre los bárbaros del norte, los ainos, que aún no habían sido conquistados.
EL ZEN.
A partir del año 1159, el régimen de gobierno de los Emperadores se quebró por una serie de guerras civiles. En dicho contexto el poder fue tomado por una nueva figura de autoridad, los shogunes, quienes sin embargo, sabiéndose usurpadores y temiendo que por su calidad de tales no serían aceptados por sus súbditos, gobernaron en nombre del Emperador. Durante cerca de medio milenio, Japón se vio azotado por varias guerras civiles, en las cuales se formaron nuevas castas políticas, incluyendo la de los samurais.
En este medio ambiente surgieron y se propagaron varios credos religiosos, que hoy en día vale la pena mencionarlos más que nada por su valor histórico, para reseñar la confusión de dicha época: el Jodo, el Jodo Shinshu, el Hokke, etcétera. La más importante de éstas fue el Zen, una adaptación del Budismo Chan que se profesaba en China, y que fue importada a Japón por Eisai (1141 a 1215) y Dogen (vivió hacia 1200 a 1253).
El Zen triunfó fundamentalmente porque se entendía no como una doctrina sino como una experiencia de vida. Consecuencialmente, se aprendía de maestro a discípulo de manera directa, y no mediante enojosos estudios. De esta manera, el Zen cautivó especialmente a los samurais, la casta guerrera, por ser una doctrina más de acción que de reflexión intelectual.
La idea matriz del Zen es que la iluminación se alcanza sólo suspendiendo en la mente todo pensamiento racional. Por ello el maestro Zen no enseña doctrinas concretas, sino una determinada actitud ante la vida. En realidad no enseña contenidos, sino que sugiere maneras de ver las cosas. Por eso, los principales textos Zen no son libros de Teología, sino breves sentencias de tipo "¿cómo se puede aplaudir con una sola mano?", sentencias que debido a su imposibilidad lógica conducen a la eliminación del pensamiento racional, en beneficio de la iluminación espiritual. Otra manera de enseñar el Zen es análoga al Cristianismo: la parábola. Existen varios cuentos Zen que tienden a ilustrar el sinsentido, o mejor dicho el sentido profundo e inescrutable, de la existencia, y por ende, invitan a la meditación en torno al misterio de la vida, a través del cual se puede alcanzar la iluminación.
Esto explica también porque alguien puede ser Zen y Shintoísta al mismo tiempo. No teniendo el Zen ninguna doctrina que enseñar, y es más, negando que cualquier doctrina pueda servir para alcanzar la iluminación (una doctrina es una elaboración racional de proposiciones sobre el mundo, que por tanto, enmascaran el camino a la iluminación), es fácil acoplarlo, como una actitud ante la vida, a cualquier otra religión.
EL PAPEL DEL CULTO NACIONAL AL EMPERADOR.
En la segunda mitad del siglo XVI, la serie de dictadores militaristas integradas por Hideyoshi Toyotomi, Nobunaga Oda y Tokugawa Ieyasu unificaron todo Japón bajo su cetro. El último creó la dinastía Tokugawa, por lo que al período en el cual gobernaron (1603 a 1868) se lo llama el Shogunato Tokugawa.
Como cualquier otro shogún, Tokugawa Ieyasu (hemos escrito el apellido primero y el nombre después, tal y como hacen los japoneses, por lo que Tokugawa es el apellido) intentaba gobernar en nombre del Emperador. Esto originó la paradoja de que, aunque no le hacían ningún caso, se cuidaban mucho de divinizarle y entronizarle. Los Tokugawa recurrieron al viejo expediente del "gobierno de unidad nacional", y para ello, nada mejor que revitalizar las tradiciones antiguas de los japoneses. El resultado de todo eso fue la creación de una verdadera religión de estado.
Aquí está claramente el origen del Shintoísmo, tal y como se entiende. Los Tokugawa le dieron forma definitiva a la mitología pagana japonesa, y la usaron para validar el poder del Emperador, de una manera similar a como los Emperadores romanos se divinizaban a sí mismos como una maniobra para sostener su autoridad política dándose legitimidad religiosa. Un brevísimo resumen del mito fundacional japonés dejará esto palmariamente claro.
La historia mítica básica va más o menos de lo siguiente. En medio del caos había un huevo cósmico, a partir del cual se forma todo lo existente. Dos dioses, Izanagi e Imo Izanagi, crean el mundo de los hombres y de los dioses. Una hija de Izanagi, Amaterasu, se transforma en la Augusta Diosa de la Luz Celeste. Pero Amaterasu es ofendida por Susano-O, el dios marino, y por tanto se retira del mundo, sumiéndolo en la oscuridad. Los restantes dioses, preocupados, le ofrecen batalla a Susano-O, hasta que éste debe retirarse. Amaterasu sale entonces de su escondite, e ilumina de nuevo al mundo. Amaterasu es investida del dominio universal sobre todas las criaturas, dominio que transmite a sus hijos, puesto que Amaterasu es nada más y nada menos que la madre del primer Emperador de Japón, y a través de éste, de todos ellos, que son así también dioses del Sol. De esta manera, el Emperador es divino como hijo del Sol, un mito común a varias otras culturas (los egipcios, los incas, los romanos, etcétera).
Esto explica también un misterio adicional: la actitud intransigente de los japoneses hacia el Cristianismo, poco habitual en un país tan religiosamente tolerante como Japón. En el siglo XVI, los misioneros católicos intentaron evangelizar Japón. Todo terminó en una persecusión religiosa con varios mártires, la que se desató no por odiosidad religiosa, sino por frío cálculo político, ya que se sostenía que el Catolicismo era la punta de lanza para una invasión europea en toda regla. Así, el Cristianismo fue extirpado de golpe de Japón, y nunca pudo penetrar allí. Hasta ahora, por lo menos.
LA RELIGIÓN ACTUAL DEL JAPÓN.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el Emperador Hirohito se vio obligado a reconocer que no era realmente el dios del Sol, sino un simple ser humano mortal como cualquier otro. Desde entonces, la legitimidad de la dinastía imperial japonesa radica en su simbolismo nacional, no en su carácter divino.
Sin embargo, estamos lejos de ver terminarse al Shintoísmo como religión de Estado. Existen todavía el día de hoy exaltados que toman al Shintoísmo pagano como una reivindicación nacionalista, y por qué no decirlo, racista, del Japón Imperial, casi como los nazis se sentían reivindicadores de la raza germánica ancestral en Europa. De cuando en cuando, esto origina incidentes. El más famoso quizás sea el suicidio de Mishima Yukio, escritor nacionalista que se mató en un ritual sepukku (es decir, haciéndose el harakiri) de manera pública, en 1970, como una manera de protestar por la pérdida de los valores ancestrales japoneses. Hace poco tiempo atrás, el Primer Ministro de Japón hizo noticia por visitar un templo shintoísta que rendía culto a los combatientes japoneses caídos en la Segunda Guerra Mundial, considerados mártires por los nacionalistas, visita que originó incluso protestas diplomáticas formales de parte de países que fueron víctimas de dicho nacionalismo japonés, como China o Corea.
Mientras tanto, el Zen ha dado el salto al océano, y lucha por ganar conversos entre las estrellas de Hollywood. No es raro que ellos resulten tan adictos a una religión que carece de doctrina, y que rechaza por completo todo lo que huela a pensamiento racional, como algo que estorba en el camino a la iluminación...
LA CUESTIÓN RELIGIOSA EN JAPÓN.
Una de las primeras cosas que asombra a quien se adentra por primera vez en la cultura o historia japonesas, es su actitud un tanto laxa ante la religión. ¿Qué religión tienen los japoneses? Por una parte está el Shintoísmo, que es una suerte de religión nacional basada en el culto a los ancestros. Por la otra está el Zen, una rama peculiar del Budismo que tiene una enorme cantidad de adeptos en Japón. Esta actitud condescendiente causa asombro entre quienes profesan o han estado en contacto con la atmósfera cultural judeocristianomusulmana (las religiones del tronco abrahámico), ya que éstas se basan en la idea de un celo religioso que no pareciera existir en Japón. ¿O sí existe?
Como suele suceder, si se inspeccionan brevemente los antecedentes del problema, el misterio aparece mucho más claro y comprensible, aunque de todas maneras sigue siendo un tanto extraña la mentalidad religiosa japonesa, para los usos y cánones occidentales. Todo tiene que ver con la extraña historia religiosa japonesa, en donde no sólo ha estado implicada la cultura y la religión, sino también, y era que no, la alta política.
EL PAGANISMO PRIMITIVO Y LA IRRUPCIÓN DEL BUDISMO.
Los primeros habitantes del Japón, los ainos, eran paganos. Este paganismo ha originado una frondosa mitología y literatura de fantasmas, que aún hoy en día sigue muy vigente en Japón. Las historias de fantasmas son un recurso recurrente dentro de la literatura japonesa, y más modernamente, el manga y el animé han bebido profusamente en dicho terreno. Los monjes budistas que llegaron a Japón, al revés de los monjes cristianos que evangelizaron Europa, tuvieron una actitud bastante displiscente con respecto a dichos cultos, razón por la cual ambos pudieron armonizar de una manera mucho más amplia que la siempre incómoda convivencia entre los dioses paganos ancestrales europeos y el Cristianismo.
El Budismo llegó a Japón conjuntamente con la civilización. En el paso de los siglos IV a VII después de Cristo, monjes chinos llegaron hasta Japón y comenzaron allí la civilización. Los antecedentes de esto se pierden en la leyenda. Según la mitología japonesa, la dinastía de Emperadores se remonta hasta los orígenes del tiempo, aunque en verdad, los primeros Emperadores documentados no aparezcan sino hace unos quince siglos atrás, conjuntamente con las primeras crónicas budistas.
Los Emperadores japoneses vivieron durante bastante tiempo en la atmósfera cultural del Budismo. El paganismo sobrevivió así no en el lado "civilizado" de la isla (el sur), sino entre los bárbaros del norte, los ainos, que aún no habían sido conquistados.
EL ZEN.
A partir del año 1159, el régimen de gobierno de los Emperadores se quebró por una serie de guerras civiles. En dicho contexto el poder fue tomado por una nueva figura de autoridad, los shogunes, quienes sin embargo, sabiéndose usurpadores y temiendo que por su calidad de tales no serían aceptados por sus súbditos, gobernaron en nombre del Emperador. Durante cerca de medio milenio, Japón se vio azotado por varias guerras civiles, en las cuales se formaron nuevas castas políticas, incluyendo la de los samurais.
En este medio ambiente surgieron y se propagaron varios credos religiosos, que hoy en día vale la pena mencionarlos más que nada por su valor histórico, para reseñar la confusión de dicha época: el Jodo, el Jodo Shinshu, el Hokke, etcétera. La más importante de éstas fue el Zen, una adaptación del Budismo Chan que se profesaba en China, y que fue importada a Japón por Eisai (1141 a 1215) y Dogen (vivió hacia 1200 a 1253).
El Zen triunfó fundamentalmente porque se entendía no como una doctrina sino como una experiencia de vida. Consecuencialmente, se aprendía de maestro a discípulo de manera directa, y no mediante enojosos estudios. De esta manera, el Zen cautivó especialmente a los samurais, la casta guerrera, por ser una doctrina más de acción que de reflexión intelectual.
La idea matriz del Zen es que la iluminación se alcanza sólo suspendiendo en la mente todo pensamiento racional. Por ello el maestro Zen no enseña doctrinas concretas, sino una determinada actitud ante la vida. En realidad no enseña contenidos, sino que sugiere maneras de ver las cosas. Por eso, los principales textos Zen no son libros de Teología, sino breves sentencias de tipo "¿cómo se puede aplaudir con una sola mano?", sentencias que debido a su imposibilidad lógica conducen a la eliminación del pensamiento racional, en beneficio de la iluminación espiritual. Otra manera de enseñar el Zen es análoga al Cristianismo: la parábola. Existen varios cuentos Zen que tienden a ilustrar el sinsentido, o mejor dicho el sentido profundo e inescrutable, de la existencia, y por ende, invitan a la meditación en torno al misterio de la vida, a través del cual se puede alcanzar la iluminación.
Esto explica también porque alguien puede ser Zen y Shintoísta al mismo tiempo. No teniendo el Zen ninguna doctrina que enseñar, y es más, negando que cualquier doctrina pueda servir para alcanzar la iluminación (una doctrina es una elaboración racional de proposiciones sobre el mundo, que por tanto, enmascaran el camino a la iluminación), es fácil acoplarlo, como una actitud ante la vida, a cualquier otra religión.
EL PAPEL DEL CULTO NACIONAL AL EMPERADOR.
En la segunda mitad del siglo XVI, la serie de dictadores militaristas integradas por Hideyoshi Toyotomi, Nobunaga Oda y Tokugawa Ieyasu unificaron todo Japón bajo su cetro. El último creó la dinastía Tokugawa, por lo que al período en el cual gobernaron (1603 a 1868) se lo llama el Shogunato Tokugawa.
Como cualquier otro shogún, Tokugawa Ieyasu (hemos escrito el apellido primero y el nombre después, tal y como hacen los japoneses, por lo que Tokugawa es el apellido) intentaba gobernar en nombre del Emperador. Esto originó la paradoja de que, aunque no le hacían ningún caso, se cuidaban mucho de divinizarle y entronizarle. Los Tokugawa recurrieron al viejo expediente del "gobierno de unidad nacional", y para ello, nada mejor que revitalizar las tradiciones antiguas de los japoneses. El resultado de todo eso fue la creación de una verdadera religión de estado.
Aquí está claramente el origen del Shintoísmo, tal y como se entiende. Los Tokugawa le dieron forma definitiva a la mitología pagana japonesa, y la usaron para validar el poder del Emperador, de una manera similar a como los Emperadores romanos se divinizaban a sí mismos como una maniobra para sostener su autoridad política dándose legitimidad religiosa. Un brevísimo resumen del mito fundacional japonés dejará esto palmariamente claro.
La historia mítica básica va más o menos de lo siguiente. En medio del caos había un huevo cósmico, a partir del cual se forma todo lo existente. Dos dioses, Izanagi e Imo Izanagi, crean el mundo de los hombres y de los dioses. Una hija de Izanagi, Amaterasu, se transforma en la Augusta Diosa de la Luz Celeste. Pero Amaterasu es ofendida por Susano-O, el dios marino, y por tanto se retira del mundo, sumiéndolo en la oscuridad. Los restantes dioses, preocupados, le ofrecen batalla a Susano-O, hasta que éste debe retirarse. Amaterasu sale entonces de su escondite, e ilumina de nuevo al mundo. Amaterasu es investida del dominio universal sobre todas las criaturas, dominio que transmite a sus hijos, puesto que Amaterasu es nada más y nada menos que la madre del primer Emperador de Japón, y a través de éste, de todos ellos, que son así también dioses del Sol. De esta manera, el Emperador es divino como hijo del Sol, un mito común a varias otras culturas (los egipcios, los incas, los romanos, etcétera).
Esto explica también un misterio adicional: la actitud intransigente de los japoneses hacia el Cristianismo, poco habitual en un país tan religiosamente tolerante como Japón. En el siglo XVI, los misioneros católicos intentaron evangelizar Japón. Todo terminó en una persecusión religiosa con varios mártires, la que se desató no por odiosidad religiosa, sino por frío cálculo político, ya que se sostenía que el Catolicismo era la punta de lanza para una invasión europea en toda regla. Así, el Cristianismo fue extirpado de golpe de Japón, y nunca pudo penetrar allí. Hasta ahora, por lo menos.
LA RELIGIÓN ACTUAL DEL JAPÓN.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el Emperador Hirohito se vio obligado a reconocer que no era realmente el dios del Sol, sino un simple ser humano mortal como cualquier otro. Desde entonces, la legitimidad de la dinastía imperial japonesa radica en su simbolismo nacional, no en su carácter divino.
Sin embargo, estamos lejos de ver terminarse al Shintoísmo como religión de Estado. Existen todavía el día de hoy exaltados que toman al Shintoísmo pagano como una reivindicación nacionalista, y por qué no decirlo, racista, del Japón Imperial, casi como los nazis se sentían reivindicadores de la raza germánica ancestral en Europa. De cuando en cuando, esto origina incidentes. El más famoso quizás sea el suicidio de Mishima Yukio, escritor nacionalista que se mató en un ritual sepukku (es decir, haciéndose el harakiri) de manera pública, en 1970, como una manera de protestar por la pérdida de los valores ancestrales japoneses. Hace poco tiempo atrás, el Primer Ministro de Japón hizo noticia por visitar un templo shintoísta que rendía culto a los combatientes japoneses caídos en la Segunda Guerra Mundial, considerados mártires por los nacionalistas, visita que originó incluso protestas diplomáticas formales de parte de países que fueron víctimas de dicho nacionalismo japonés, como China o Corea.
Mientras tanto, el Zen ha dado el salto al océano, y lucha por ganar conversos entre las estrellas de Hollywood. No es raro que ellos resulten tan adictos a una religión que carece de doctrina, y que rechaza por completo todo lo que huela a pensamiento racional, como algo que estorba en el camino a la iluminación...
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