10 diciembre 2006

BENEDICTO XVI EN TURQUÍA: ENTRE MUSULMANES Y ORTODOXOS.

La semana pasada, Benedicto XVI emprendió una breve gira por Turquía. Como siempre, hubo una buena serie de gestos ceremoniales, en este caso haciendo guiños al ecumenismo. Pero Benedicto XVI ha destacado precisamente por rehuir de las tendencias ecuménicas. ¿Es que acaso el mundo está al revés? El Ojo de la Eternidad ofrece algunos antecedentes que ayudan a explicar lo que acaba de suceder en Turquía... si es que cabe explicar eso de alguna manera.


[IMAGEN SUPERIOR: El Papa Benedicto XVI y el Patriarca Bartolomé I hacen una declaración conjunta, durante el viaje del primero a Turquía].

EL VIAJE DE BENEDICTO XVI A TURQUÍA.
Después de su apoteósica y nazistoide aparición en Alemania, el resto de los viajes apostólicos de Benedicto XVI han pasado casi desapercibidos. Estos fueron un viaje a Polonia, otro a España, y un segundo viaje, esta vez de carácter más privado, a Alemania, concretamente a Baviera. El viaje a Turquía prometía ser otro más, sin demasiada relevancia mediática, pero una serie de sucesos le dieron mayor relevancia.
En primer lugar están las tensas relaciones entre Turquía y el Vaticano. Es sabido que desde hace mucho tiempo se está negociando el ingreso de Turquía a la Unión Europea, operación política que el Vaticano ha resistido con firmeza, bajo el argumento (falaz, por supuesto) de la "raiz cristiana de Europa". Aunque el Vaticano, utilizando la sibilina mezcla de diplomacia y Teología que le es tan característica, no ha aludido directamente a Turquía, es claro que no quiere influencias contaminantes extranjeras en un continente mayoritariamente cristiano, al cual el Vaticano por lo mismo considera como su propio patio trasero.
En segundo lugar, están las tensas relaciones entre Benedicto XVI y los musulmanes. Durante la invasión de Estados Unidos a Irak, Benedicto XVI exigió con firmeza destemplada que se respetara a la minoría cristiana de dicho país (aunque ésta no es católica sino jacobita). Después sobrevino el infortunado discurso de Ratisbona, con el cual consiguió irritar a una buena fracción de musulmanes. Y es que Joseph Ratzinger tenía antecedentes, antes de ser Papa, de intolerancia religiosa, los cuales fueron plenamente confirmados por sus actuaciones posteriores.
En ese sentido, el viaje de Benedicto XVI a Turquía tuvo algunos resultados desconcertantes. En lo político, realizó una serie de actos fraternales hacia Turquía, y pareciera ser que admite ahora la posibilidad de que ésta se incorpore a la Unión Europea. En cuanto a las otras confesiones religiosas, se mostró conciliador hasta un punto que nunca antes había alcanzado: el gesto más espectacular fue, por supuesto, la declaración conjunta que emitió con Bartolomé I, Patriarca de Constantinopla, pero también hubo gestos hacia la Iglesia Armenia, encabezada por el Patriarca Mesrob II, y también hacia los musulmanes. ¿A qué se debe esta espectacular voltereta? ¿O ésta no es tal...?

EL PROBLEMA ECUMÉNICO.
La primera cuestión, y quizás la más trascendente, es el asunto de la separación entre la Iglesia de Oriente y Occidente. La historiografía occidental denomina a esta separación el "Cisma de Oriente", dando a entender que es la Iglesia Ortodoxa la que se habría separado del Papado, y sería por tanto "cismática". Como suele suceder, el asunto no es tan simple. En realidad, en el año 1054 (fecha de la separación) ninguna de las dos iglesias, la de Constantinopla o la de Roma, podía arrogarse la primacía sobre la otra. El cisma se consumó, de hecho, mediante excomuniones mutuas, que era la única manera que tenían de castigarse una a la otra, toda vez que no cabía tomar medidas disciplinarias distintas, ya que no había subordinación jerárquica entre éstas. Desde el ángulo "oriental", incluso, es claro que los cismáticos son los católicos, algo que reafirman con su título oficial de "Iglesia Ortodoxa", o sea, defensora de la ortodoxia, de la verdadera fe.
Por lo tanto, resolver el problema de la separación entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa no es tan simple. Esto implica nada menos que determinar el problema de la primacía: ¿debe predominar Roma sobre Constantinopla, Constantinopla sobre Roma, o ambas deben mantener primacías paralelas? Por supuesto que la tercera solución no soluciona nada en absoluto, porque significa mantener el actual status quo. En cuanto a las otras dos soluciones posibles, implicaría una enorme renuncia para cada una de ellas. Desde luego que la arrogancia de Benedicto XVI no soportaría reducirse al papel de segundón de Constantinopla, pero por la otra, no hay razones ni teológicas ni prácticas por las cuales debería ser Bartolomé I quien diera ese paso.
La consecuencia de esto queda expresada en la Declaración Común que emitieron Benedicto XVI y Bartolomé I, la cual puede ser leída en el sitio del Vaticano (versión en inglés, aquí). Detrás de la retórica pomposa, el único acuerdo que ambos alcanzan es simplemente que ambos desean un acuerdo. Esta señal de unidad puede parecer vigorosa, pero es importante en este discurso lo que no hay presente: no hay renuncias mutuas o unilaterales, no hay definiciones doctrinales o disciplinarias, ni hay bases sólidas para ningún acuerdo. La Declaración Común, por tanto, contiene sólo gestos de buenas intenciones, sin ahondar en las cosas verdaderamente importantes para resolver el dilema.

LOS MUSULMANES FRENTE AL PAPA.
El problema más delicado era, por supuesto, el de los musulmanes. Se llegó a discutir si el Papa debería usar un chaleco antibalas, ante la eventualidad de un atentado, pero éste rechazó usar uno (oficialmente, al menos). Poco después de la llegada de Benedicto XVI a Turquía, hubo hondas manifestaciones en su contra.
Pero el Papa esta vez se cuidó mucho de ofender a los musulmanes. En la propia Turquía siguió el ritual clásico de los visitantes, de hacer una visita al Mausoleo de Atatürk, el fundador de la Turquía moderna.
Una hábil jugada fue defender la libertad religiosa en Turquía. Aunque oficialmente Turquía es un estado laico, en la práctica los musulmanes son la inmensa mayoría, y las leyes están cargadas en su dirección. La protesta de Benedicto XVI le permitió erigirse una vez más como el campeón de la libertad y la tolerancia religiosa (algo que nunca ha sido, pero que trata de aparentar), sin posibilidad de que le contestaran alguna cosa.
El momento clave fue su visita a Santa Sofía. Esta Basílica, inagurada por Justiniano en el año 537 y convertida después en mezquita (en 1453), se convirtió en centro de algunos musulmanes fanáticos que consideraban ofensivo que un cristiano pisase lo que alguna vez fue un templo musulmán (como si ellos no hubieran hecho lo mismo, a la inversa, medio milenio atrás). Pero el Papa rezó con el rostro mirando hacia La Meca, con gestos y actitudes de un musulmán en oración, y con eso limó algunas asperezas.

EN RESUMEN...
¿Hubo resultados prácticos del viaje de Benedicto XVI a Turquía? Probablemente no. Como puede observarse, fue un viaje cargado de gestos simbólicos de toda clase, pero que no hicieron sino tocar puntos tangenciales a los verdaderos problemas. La operación ecuménica no puede tener éxito porque ni el Papa ni el Patriarca cederán en sus respectivos primados, y el acercamiento a los musulmanes tampoco puede tenerlo en tanto Benedicto XVI siga tensando la cuerda como lo hizo en Ratisbona, y calmándola como en Turquía. Por otra parte Turquía, a pesar de ser una nación musulmana en la práctica, tiene un régimen político de inspiración laica, europea y occidental, y por ende, no es una nación musulmana típica.
Entonces, ¿por qué tanto alboroto? Probablemente por el morbo de ver a Benedicto XVI y los musulmanes ajustándose cuentas entre sí, por el Discurso de Ratisbona. Lo que abre una nueva e inquietante pregunta: ¿no habrá el viejo zorro de Ratzinger ofendido intencionalmente a los musulmanes, para generar un escándalo artificial que le diera relevancia mediática a su por entonces inminente viaje a Turquía...?

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