27 agosto 2006

PLUTÓN Y SU INFIERNO.

Esta semana, la Unión Astronómica Internacional hizo noticia al degradar a Plutón desde la categoría de "planeta". Pero probablemente poca gente, más allá de los círculos científicos o históricos, recordarán que Plutón le debe su nombre al dios romano de los infiernos. En El Ojo de la Eternidad hacemos un repaso sobre Plutón y su tenebroso inframundo...


[IMAGEN SUPERIOR: El rapto de Proserpina por Plutón. Este episodio clásico de la mitología griega sirvió de inspiración para Charles Le Brun, y François Girardon, para esculpir esta obra en Francia, entre 1677 y 1699].

LA HISTORIA DE PLUTÓN.
Los antiguos griegos denominaban indistintamente con el nombre de Hades, tanto a la morada de los muertos, como al dios que la regentaba. Según la mitología griega, Hades era el hermano de Zeus. En los primeros tiempos del universo griego, hubo una seguidilla de derrocamientos y golpes de estado entre los propios dioses. Finalmente consiguió entronizarse Zeus. Pero los gigantes no aceptaron esto, y decidieron sublevarse a su vez. La rebelión de los gigantes fue salvajemente aplastada, y desde entonces Zeus gobierna sin contrapeso. Para regir mejor el universo, Zeus decidió repartir la administración del mismo. Así, él mismo se reservó el Cielo, la mejor parte, dejándole a su hermano Poseidón (Neptuno) el dominio de los mares. Su hermano Hades se llevó la peor parte: se quedó con el infierno.
El reino de Hades, llamado también el Hades como dijimos, era frío, oscuro y triste. Su rey, por supuesto, no tenía un buen pasar, y vivía de manera solitaria y melancólica. De esta manera, decidió un día que iba a secuestrar a una chica del mundo exterior, a fin de hacerla su reina. La elegida fue Perséfone (que los romanos rebautizaron como Proserpina), una doncella que era hija de la diosa Ceres. Hades acechó a Perséfone y la secuestró limpiamente desde el campo.
Al conocerse las nuevas, Ceres enloqueció de dolor, y marchó por todo el mundo para buscarla, hasta enterarse de la horrorosa verdad: estaba en los infiernos, prisionera de Hades. Ceres acudió a Zeus y le pidió que le restituyera a su hija. Zeus accedió, con una condición: Perséfone debía haber permanecido en ayunas desde el secuestro. Sin embargo, en el intertanto, sin que Zeus o Ceres supieran, Perséfone había comido algunas pepitas del fruto de la granada. En consecuencia, Perséfone debía quedarse en los infiernos.
Pero el dolor y la insistencia de Ceres pudieron más. Nuevas negociaciones con Hades llevaron a una solución de compromiso: Perséfone se quedaría con su marido seis meses en el infierno, y volvería con su madre seis meses a la superficie terrestre.
Por supuesto que este mito se inventó para explicar algo de la naturaleza, en este caso la marcha de las estaciones. Los seis meses que Perséfone pasaba en el infierno, Ceres, que era diosa de la fertilidad y la agricultura, los lloraba, y por ende, el invierno bajaba al mundo. Pero luego, cuando Perséfone regresaba a la superficie terrestre, Ceres se alegraba, y entonces llegaba el verano.

LOS INFIERNOS GRECORROMANOS.
El infierno de la Mitología Griega era bien distinto al infierno actual cristiano. Sin embargo, deben tenerse presente dos cosas. En primer lugar, el concepto que griegos y romanos tenían del infierno evolucionó bastante a lo largo del tiempo. En segundo lugar, el infierno del Cristianismo está directamente inspirado en el infierno grecorromano, ya que la idea de infierno como un lugar de castigo era desconocida entre los judíos, quienes escribieron el Antiguo Testamento de la Biblia.
Para los griegos más primitivos, en la época de la Guerra de Troya y de Homero, el infierno era una de las tres regiones en que se repartía el mundo, y se correspondía con el inframundo por definición. Todos los muertos, sin distinción posible entre buenos y malos, iban a parar allí. El infierno no era así para los griegos un lugar de castigo como entre los cristianos, sino una simple morada para los muertos. Homero la describe en la Odisea, en el episodio en que Odiseo (Ulises) desciende hasta el infierno, como un lugar tétrico en donde vagan espectros cuya única ocupación es gemir y lamentarse por su vida de ultratumba. Cuando Odiseo trata de ofrecer un sacrificio de sangre para alimentar al espectro del profeta Tiresias y conseguir un augurio de éste, los muertos saltan en tal cantidad, que a duras penas Odiseo consigue escapar con vida del lance, con una apresurada y fiera retirada. No existía para estos griegos primitivos una vida futura bienaventurada. De ahí que los héroes homéricos se esforzaran tanto por ganar fama y reputación de héroes en vida: era la única manera de obtener un regusto de inmortalidad para sí mismos.
La puerta del infierno estaba custodiada por el Cancerbero, llamado también Cerbero a secas, un gigantesco perro de tres cabezas (o cien, según otras versiones). Su misión era impedir la salida de los muertos y la entrada de los vivos. Puede decir que cumplía su misión con eficiencia casi total, ya que muy pocos héroes consiguieron derrotarle: Orfeo lo amansó con su música sobrenatural, y Heracles (Hércules) lo venció con la fuerza bruta.
Las almas que pasaban por ahí, eran guiadas por Hermes (Mercurio), el mensajero de los dioses, quien las llevaba hasta el río Aqueronte. Sobre la misma navegaba Caronte, el barquero de los infiernos, que cobraba como tarifa un óbolo (una moneda de pequeño valor, una fracción de la dracma griega). De ahí que a los muertos griegos se les enterrara con un óbolo en la boca.
Con el paso del tiempo, los griegos comenzaron a pensar que la vida en el Hades era muy aburrida. Primero se dieron en imaginar que los grandes héroes eran escogidos por los dioses para pasar a integrar sus filas: a esto se lo llamó apoteosis. ¿Y qué pasaba con aquellos que habían sido buenos en vida, pero no héroes merecedores del favor divino? Pronto, los griegos pasaron a creer que en el mismo Hades existía un lugar llamado los Campos Elíseos, en donde estaban las almas de los bienaventurados.
En consecuencia, los griegos pasaron también a creer que existía un lugar de castigo: el Tártaro. Algunos castigos griegos eran bien imaginativos. A Tántalo se lo castigó hundiéndolo en agua hasta el cuello y poniendo a su disposición ramas de árboles frutales: pero se le inoculó hambre y sed devoradoras, y cada vez que Tántalo intentaba beber o comer, el agua bajaba mágicamente, y las ramas se apartaban. Sísifo, por su parte, fue condenado a hacer subir una roca hasta lo alto

EL LEGADO DEL INFIERNO GRIEGO.
Aunque hace mucho tiempo que la religión griega es cosa de cuentos de viejas, el legado posterior de éstos es bastante importante. Ya sabemos que el nombre de Plutón le fue asignado al que entre 1930 y 2006 fue considerado el "noveno planeta" (rebajado hoy en día a "planeta enano"). En 1978 se descubrió que Plutón tenía una luna, y a ésta se la llamó Caronte, como al barquero de los infiernos.
Por otra parte, ya hemos dicho que el infierno cristiano se inspiró directamente en el Hades, o mejor dicho en su dependencia más siniestra: el Tártaro. Hay aquí un matiz importante: como vimos, los griegos creían en varios infiernos, algo de lo cual queda reminiscente en el Credo, al decir que Cristo, después de morir, decscendió "a los infiernos", en plural, en vez de "al infierno" en singular, como debería ser según la visión cristiana del ultramundo.
En cuanto a los Campos Elíseos, su carácter de lugar feliz y sin preocupaciones fue adaptado rápidamente por los franceses, quienes construyeron un parque llamado precisamente los Campos Elíseos, en París.
Y eso, sin contar las innumerables referencias en historietas, videojuegos, etcétera. Puede decirse que el infierno (o infiernos) de griegos y romanos, sigue estando bien vivo en nuestra visión cultural.

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