29 abril 2007

REYES Y SACERDOTES: LOS OSCUROS PACTOS DE LA LEGITIMACIÓN.

La religión es una fuente de poder, de eso qué duda cabe. Sin embargo, ¿hasta qué punto influye ésta en la política? ¿Sirve verdaderamente la religión para legitimar al poder establecido? El Ojo de la Eternidad contesta a estas preguntas en un revelador artículo sobre la relación entre la legitimidad política y la religión.


[ILUSTRACIÓN SUPERIOR: "Consagración del Emperador Napoleón I y coronación de la Emperatriz Josefina en la Catedral de Nôtre Dame de París el 2 de Diciembre de 1804", de Jacques-Louis David. Napoleón recurrió a varios gestos simbólicos para tratar de sacudirse el yugo de la religión en el ritual de legitimación de la realeza. Pero fue en vano].

EL PROBLEMA DE LA LEGITIMIDAD.
A pesar de lo que opinan algunos optimistas herederos del pacto social de Rousseau y los ilustrados, la verdad de las cosas es que ningún gobierno ha llegado a imponerse si no es por la fuerza, se trate de una revolución violenta, o de cambios paulatinos introducidos en una sociedad cuyos principales actores van ganando o perdiendo poder con el paso del tiempo. Sin embargo, un gobierno que pretendiera mantenerse en el poder por la fuerza bruta, terminaría bien pronto en el fracaso, producto de la tensión necesaria para mantener un régimen de terror. Así, todo nuevo orden político necesita encontrar una fuente de legitimación para sí. Esta legitimación funciona para convencer a los súbditos de que es inútil combatir al nuevo gobierno, bien sea porque es justo y racional, bien sea porque es lo más conveniente para la gente, bien sea porque hay un poder supremo o ultramundano por detrás. En cualquier caso, todo nuevo poder debe inventarse siempre una fuente de legitimidad para justificarse, y así evitarse nuevas y sucesivas rebeliones.
De ahí que una buena parte de los gobiernos recurra a mitos fundacionales sobre su origen. La historia del origen es frecuentemente mitificada, poniendo al gobierno de turno en el rol de "los buenos", y al antiguo régimen en el rol de "los villanos". Esta tendencia casi obsesiva de los gobiernos por enmascarar y falsear la realidad tiene más que ver, por supuesto, con crear un concepto del mundo útil para sus fines que con preservar la verdad histórica tal y como fue.
Y es aquí donde entra en juego la religión, ya que siendo ésta la más temprana y explorada tecnología de fabricación de mitos, se hace necesaria una alianza. Además, no es fácil convencer a las grandes masas que cambien de una religión a otra, y de hecho, desde el poder establecido es casi imposible, al menos por la fuerza bruta. De ahí que, desde antiguo, hayan existido fuertes alianzas entre los reyes y los sacerdotes. Como a su pesar lo descubrió el faraón Akenatón: los reyes pasan, pero los sacerdotes permanecen.

EL ORIGEN DEL PODER Y LA RELIGIÓN.
La primera forma de organización social fue la banda paleolítica, que después pasó a ser el asentamiento sedentario. En este ámbito se desarrolló la figura del hierofante, aquel iluminado capaz de contactarse con "el otro lado", con el mundo de los espíritus, y que bajo la forma de chamanismo (chamanes, machis, druidas, etcétera), es la primera manifestación conocida de lo que después será el sacerdocio profesional.
A medida que las sociedades civilizadas fueron creciendo, los sacerdotes se fueron especializando cada vez más y más en sus labores. Además, descubrieron un atractivo filón de ganancias: las ofrendas rituales. En plazos relativamente cortos, los sacerdotes se convirtieron en los millonarios más poderosos de cada comunidad. Las tablillas con escritura de más antigua data encontradas hoy en día, suelen estar enterradas en ruinas de templos: la escritura fue inventada precisamente para facilitar la contabilidad de los templos...
El gobierno "civil" surgió bastante después. A medida que algunos templos se hacían más poderosos que otros, los sacerdotes descubrieron los beneficios económicos de la guerra santa. En el Cuarto Milenio antes de Cristo, tanto Egipto como Mesopotamia estaban controlados por templos que luchaban denodadamente para obtener el máximo poder. Esto llevó a la profesionalización de la casta militar, la cual muy pronto estuvo en condiciones de extorsionar a los templos: si los sacerdotes no los bendecían, ellos podían pasarlos a cuchillo.
Pero tampoco los militares podían sublevarse contra los sacerdotes impunemente, ya que las gentes de antes, como hoy en día, siempre han temido la ira de los dioses, que supuestamente los sacerdotes son capaces de provocar. De esta manera se creó un modelo político que subsiste más o menos hasta el día de hoy, en el cual los sacerdotes legitiman, con una serie de mitos cosmogónicos, el rol de los gobiernos, y a su vez éstos les confieren a los religiosos un estatus privilegiado.

LA UNCIÓN DE LOS REYES.
El más influyente de estos rituales históricos, es el recogido por la Biblia, y que aparece gráficamente descrito en el Primer Libro de los Reyes. Cuando los hebreos quisieron darse un rey, llamaron al profeta Samuel para que nombrara uno. Este, por mandato de Dios, le confirió tal honor a Saúl, por medio de una ceremonia llamada la unción. Ungido de este modo, Saúl fue rey, hasta que desobedeció las órdenes de Dios (dicho en términos más crudos, decidió negarse a ser el hombre de paja de Samuel), y éste en respuesta, lo declaró depuesto y ungió a David. La soterrada guerra entre David y Saúl hizo que este ritual no tuviera efecto por el minuto, pero cuando David llegó finalmente a ser rey, el ritual de la unción quedó definitivamente establecido.
Este ritual de la unción, a su vez, tiene antecedentes. En Babilonia, por ejemplo, cada Año Nuevo los reyes debían todos los años participar en un ritual frente a la estatua del dios Bel, protector de la ciudad, dándole la mano como una manera de mostrar que Bel le transmitía ese poder al rey. El día en que el Emperador persa Darío I decidió no seguir con el ritual, para mostrar a Babilonia como una ciudad sometida, siguió un estallido de tal violencia, que Darío tardó mucho tiempo en sofocarlo (año 484 antes de Cristo).
A pesar de que los hebreos tuvieron después una suerte histórica bastante triste, el ritual de la unción no desapareció. Por el contrario, al quedar consagrado en la Biblia, pasó a formar parte del acervo religioso y jurídico del mundo cristiano. Entre medio hubo un hiato de nada menos que 13 siglos, puesto que el último rey de Jerusalén fue encarcelado en 587 AC, y el primer rey cristiano europeo coronado por el ritual de la unción fue Carlomagno, por el Papa, el año 800 DC. Previamente, los reyes francos habían sido coronados por el obispo de Reims, desde los tiempos de la conversión de Clodoveo al cristianismo (año 496). Desde 800, y hasta la coronación de Carlos V de Alemania como Emperador en 1536, todos los reyes de Alemania que querían ser Emperadores, debían ir a la ciudad de Roma a obtener ese título. Por su parte el Papa, en su calidad de representante de Dios sobre la Tierra, adquirió la potestad de nombrar reyes, como hizo con Roger II de Sicilia en el año 1139 (como parte de una compleja negociación política).

¿DESAPARECIÓ LA LEGITIMACIÓN...?
La Revolución Francesa impulsó un poderoso movimiento secularizador. El máximo representante de esto fue Napoleón Bonaparte. En 1804 decidió coronarse Emperador, para lo cual llamó al Papa Pío VII (siguiendo la tradición medieval) para que éste le pusiera la corona sobre las sienes. Pero en el momento decisivo, Napoleón le arrebató a Pío VII la corona de las manos, y se la puso él mismo, para representar que nada le debía a la religión en cuanto a alcanzar el poder. De todas maneras, el imperio de Napoleón desapareció después. Pero el reto estaba lanzado.
En las democracias seculares de los siglos XIX y XX, la figura del sacerdote que bendice al flamante nuevo Presidente o Primer Ministro se transformó en un paso solemne y necesario en muchas repúblicas. A su vez, anémicos de apoyo religioso, todas estas democracias han tenido que inventarse nuevos mitos fundacionales. Así vino el reemplazo de la legitimidad basada en Dios, por la legitimidad basada en una entelequia abstracta e invisible llamada la "soberanía popular" o la "soberanía nacional", según el contexto y la tendencia política, las cuales se apoyan a su vez en otra entelequia extraña, cual es la teoría de los derechos humanos.
Y en Estados Unidos, al menos, el apoyo religioso al Presidente no ha desaparecido. El Presidente de los Estados Unidos obtiene tradicionalmente su legitimidad del respeto hacia la forma de religión secular que es la Doctrina del Destino Manifiesto, sobre la cual ya hemos escrito en El Ojo de la Eternidad. Y eso es religión. Cinco milenios después de la unificación de Egipto y el comienzo del reinado conjunto de faraones y escribas sacerdotales, la religión sigue jugando un papel clave para legitimar al orden político establecido.

22 abril 2007

EL PAPADO RETRÓGRADO: DOS AÑOS DE BENEDICTO XVI.

Hace dos años atrás, Joseph Ratzinger fue elegido Papa, y pasó a tomar el nombre de Benedicto XVI. En sus dos años de gobierno al frente del Vaticano y la Iglesia Católica, ha liderado un Papado fuertemente retrógrado y falto de sintonía con el mundo moderno. El Ojo de la Eternidad analiza su Papado y su mentalidad, y descifra las claves para el futuro que le espera a la Iglesia Católica.


[IMAGEN SUPERIOR: Joseph Ratzinger, Papa Benedicto XVI, pontificando desde el púlpito. Con Benedicto XVI, el proceso de aniquilación de la obra del Concilio Vaticano II iniciado por Juan Pablo II está llegando hacia su final, con nefastas consecuencias para la Iglesia Católica].

LA IGLESIA CATÓLICA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO.
A pesar de ser una de las instituciones más tradicionalistas y conservadoras del entero mundo occidental, o a lo mejor por eso mismo, no cabe ninguna duda de que la Iglesia Católica ha atravesado por varias convulsiones a lo largo del siglo XX. Desde el quiebre provocado por la Reforma Protestante del siglo XVI, la Iglesia se ha batido en retirada frente a una serie de nuevos enemigos que han ido surgiendo, como por ejemplo la Ilustración, el secularismo, la ciencia moderna, los problemas sociales, etcétera. El más grande intento de ajuste durante el siglo XX fue, de lejos, el Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII en 1962, y clausurado oficialmente por Pablo VI en 1965. Pero los grupos más conservadores de la Curia se dedicaron activamente, sea por tradicionalismo, por fanatismo o por la defensa de intereses creados, a socavar la obra de dicho Concilio, suprimiendo ese modelo de Iglesia abierta al mundo, y volviendo a una Iglesia centrada en lo ultraterreno y distante de sus fieles, según el modelo implantado por el Concilio de Trento en 1545-1563.
De esta manera, a la muerte de Juan Pablo II en 2005, la Iglesia Católica presentaba un aspecto bastante lamentable. Ya hemos dicho antes en El Ojo de la Eternidad que el Pontificado de Juan Pablo II fue una verdadera tragedia, porque todo aquello que éste intentó, salió al revés. Podría parecer que bajo su Pontificado, la Iglesia creció y fue más grande que nunca, pero por otra parte, existían fuertes síntomas de descomposición interna, como por ejemplo la pérdida de influencia en una sociedad cada vez más secularizada, su casi nulo papel internacional, su ausencia de grandes temas planetarios como la crisis ecológica o demográfica, por no hablar de la creciente carestía de curas que puedan encargarse de las parroquias repartidas a lo largo y ancho del mundo.
Esta es la Iglesia en la cual Joseph Ratzinger llegó a ser Papa.

EL ASCENSO DE BENEDICTO XVI.
Sobre el ascenso de Benedicto XVI hablamos latamente en un artículo publicado en El Ojo de la Eternidad hace un año atrás, pero no sobra repasar algunos aspectos. Ratzinger nació y se crio en la Alemania de Adolfo Hitler, algo que para bien o para mal, algo debió influir en su personalidad, toda vez que estuvo un año en las Juventudes Hitlerianas. Cuando ingresó a la Iglesia Católica ese especializó en asuntos teológicos, y durante el Concilio Vaticano II defendió posturas progresistas. Sin embargo, grande fue su desencanto con las revueltas de mayo de 1968. Es probable que Ratzinger resultara, a fin de cuentas, un niño rebelde hijito de papá, muy bravo y valiente cuando el problema de la igualdad social es una cuestión abstracta o doctrinal, pero que se acobardara cuando el estallido social llegara a su final lógico. Ratzinger se volvió entonces hacia el conservadurismo, y encumbrado a la Congregación para la Doctrina de la Fe en tiempos de Juan Pablo II, se haya dedicado a perseguir activamente a quienes postularan visiones izquierdistas del Catolicismo, en particular contra la Teología de la Liberación. Luego, la enfermedad de Juan Pablo II le dio ocasión para ir ganando espacios de poder dentro de la Curia, en paricular porque el propio Juan Pablo II le había despejado el camino, reemplazando a los cardenales liberales que iban retirándose o falleciendo, por conservadores que, llegada la hora, probablemente apoyarían a Ratzinger. De ahí que, el 16 de Abril de 2005, fue proclamado Joseph Ratzinger como Papa, quien adoptó el nombre de Benedicto XVI.
Se ha dicho varias veces que Ratzinger no ha exhibido jamás aquellas cualidades que podríamos considerar como "evangélicas". No es un hombre humilde, por descontado, toda vez que se siente un mesías iluminado que, cuando la gente no lo sigue, intenta imponer sus dogmas a golpe de autoridad, como lo demostró con su espectacular voltereta intelectual de 1968. Tampoco es hombre proclive al diálogo, ni una persona razonable que sea capaz de contender intelectualmente sin una serie de peticiones de principios que, por supuesto, él mismo se encarga de definir. Y su Papado es reflejo de todo eso.

LO QUE BENEDICTO XVI ESPERA DE LA IGLESIA CATÓLICA.
La personalidad autoritaria se ancla por definición en dogmas que trata de imponer a los demás por la fuerza si es preciso, porque concibe al mundo como una estructura de poder en la cual alguien debe mandar y alguien debe obedecer. Sumado eso al orgullo intelectual, el resultado es un tipo de personalidad que no escucha a los demás, sino que se cree autorizado, sea porque conoce la verdadera naturaleza de las cosas, sea porque es un iluminado por Dios, para decidir sobre todas las cosas que los demás deben o no hacer, sin que a éstos les quepa otra posibilidad que la obediencia fiel y sumisa. Benedicto XVI encaja a las maravillas con este tipo de personalidad, y más aún, ésta se ha visto reforzada por la corte de acólitos que, para ganar su favor, le alaban continuamente, como ocurre con variados medios de prensa y con la gente a su alrededor que refuerza este autoritarismo hasta convertirlo en la falsa modestia de los iluminados. Juan Pablo II presentaba rasgos de este tipo, pero su fructífera experiencia anterior con el mundo (fue actor y obrero antes de ser sacerdote) le permitió desarrollar dotes negociadoras que le impidieron caer en algunos de los peores extremos de la soberbia intelectual. En cambio Benedicto XVI, hombre de formación académica y con nulo contacto con el mundo, no tiene salvavidas posible. De este modo, Benedicto XVI presentó todos los aspectos psicológicos desfavorables de Juan Pablo II, y ninguno de los favorables.
Esta falsa modestia de los iluminados, lleva a la actitud curiosa de que si nadie los sigue, entonces no sólo se impiden adaptarse o cambiar de actitud, sino que sostienen que es el resto del mundo el que no los merece. He aquí la explicación psicológica para los suicidios rituales de sectas pequeñas. Adolfo Hitler, cuando estaba perdiendo la Segunda Guerra Mundial, incurrió en lo mismo, y dio una orden tan demencial como lo era arrasar Alemania hasta sus cimientos, convencidos de que si los alemanes no eran merecedores de ganar la guerra, tampoco merecían sobrevivir. Benedicto XVI no requiere llegar hasta esos extremos porque la Iglesia Católica le es una plataforma mucho más sólida para sus delirios personales, pero esta clave psicológica permite entender una de las críticas más formidables que se le hacen: su ceguera ante el hecho de que sus políticas están precipitando a la Iglesia Católica hacia el desastre.
En realidad, el futuro de la Iglesia Católica no le preocupa para nada a Benedicto XVI, porque está seguro de que Dios guiará a la Iglesia, y cada crisis y prueba que afronte será una prueba más de su gloria. Y si la Iglesia Católica no consigue superarla, es que ella no se merecía tal cosa, y por descontado que el mundo no se merecía tampoco a la Iglesia Católica. Y si nadie hace las cosas a la manera de Benedicto XVI, no es que éste se encuentre equivocado, según él, sino que el mundo no se merece a alguien como Benedicto. Se ha dicho que Benedicto XVI prefiere una Iglesia Católica pequeña, pero con seguidores férreos y perfectamente alineados, a una Iglesia grande que contribuya al mundo. Esto es exactamente lo que cabe esperar de un alguien que se siente iluminado y con complejos mesiánicos. Y sus obras como Pontífice hablan por sí solas.

EL PAPADO ERRÁTICO DE BENEDICTO XVI.
Para reafirmar el continuismo con Juan Pablo II, Benedicto XVI se presentó a sí mismo como un verdadero rockstar, en el Encuentro de la Juventud organizado en Colonia, durante el mismo año 2005. Allí hizo una serie de declaraciones en contra del mundo, llamando sutilmente a los católicos a apartarse de las corrientes del tiempo (secularismo, ciencia, etcétera), y volverse hacia Dios, identificándolo sin ambages con la Iglesia Católica, reafirmando de ese modo el dogma medieval según el cual fuera de la Iglesia Católica no hay salvación posible (por ende, los que no aceptan la autoridad de Benedicto XVI están condenados al infierno, el cual, por supuesto, es un lugar que existe y es real, y consiste nada menos que en la ausencia eterna de Dios). Es un castigo verdaderamente grave, en particular considerando que las opciones de Dios en ese caso serían ser condenado a seguir a un iluminado matonesco como Benedicto XVI, o condenarse a no ver nunca la bondad divina durante toda la eternidad. Frente a eso, una sutileza como la reciente "abolición del limbo", encargando a las almas imposibilitadas del bautismo a la gracia de Dios, es realmente una nadería.
Su siguiente gran acto fue la encíclica "Deus caritas est", muy alabada por los católicos más recalcitrantes, pero cuyo contenido teológico, y aún meramente lógico, es un verdadero yermo, como lo señalamos oportunamente en El Ojo de la Eternidad. Es también otra muestra del estilo mesiánico de Benedicto XVI: discursiva y pedante, de espíritu pedagógico, pero con muy pocos compromisos por parte de la mismísima Iglesia Católica. En documentos más recientes, Benedicto XVI ha proseguido su política de no transar con el mundo moderno y seguir manteniendo porfiadamente a la Iglesia Católica en su sitio, en una actitud muy similar a la de Adolfo Hitler cuando exigía la defensa a toda costa de Stalingrado.
Para un hombre que se precia de su formación intelectual, resulta desconcertante su espúrea comprensión de lo que es la ciencia moderna. El Discurso de Ratisbona lo deja ver bien en claro, como también lo señalamos en El Ojo de la Eternidad. En éste, señala que la ciencia no es nada si no va acompañada por la fe, lo que en términos lógicos es una estupidez monumental, toda vez que el trabajo de la ciencia es justamente poner a prueba los dogmas y la fe, por medio de su exacto opuesto, la experimentación científica. No es raro que Benedicto XVI le tenga tanto temor a la ciencia y busque ponerle cortapisas, porque ésta podría llegar, más tarde o más temprano, a conclusiones que el egotismo mesiánico de Benedicto no sería capaz de soportar. De hecho, ya lo está haciendo, porque pese a todos sus intentos por conciliar el Darwinismo con el Catolicismo, negando el Creacionismo para dar paso a una especie de teoría de la evolución teísta, la verdad es que como bien señala Richard Dawkins, no hay hasta el minuto ningún indicio de que Dios haya intervenido de alguna manera en la evolución, o en la creación humana.
En ese sentido, es claro que los dos años de Benedicto XVI como Papa han confirmado algunos de los peores presagios que cabían. Con tanto voluntarismo en ir a contracorriente de los tiempos, Benedicto XVI está condenando a la Iglesia Católica a ser, de la más improtante de las religiones mundiales, a una secta más, en medio del crecimiento desorbitado de musulmanes, hinduístas, protestantes, etcétera. Aunque ya conocemos cuál sería la respuesta de Benedicto XVI: si los católicos no se muestran dignos de Dios, entonces no se merecen la supervivencia...

15 abril 2007

UN UNIVERSO ETERNO E INCREADO.

Existen dos maneras de concebir al universo: como iniciado a partir de un momento único, sea la Creación o el Big Bang, o como eterno tanto en el tiempo como en el espacio. En la actualidad pareciera predominar la primera alternativa como explicación, por la herencia cristiana y científica de Occidente. Y sin embargo, no pocos pueblos se han inclinado por la segunda. El Ojo de la Eternidad hace un breve comentario sobre aquellas cosmologías que conciben al universo como un lugar sin fin...


[IMAGEN SUPERIOR: "Uroboros cósmico", ilustración de Nicolle Rager Füller que simboliza la evolución del universo como una serpiente que se muerde la cola. Este animal emblemático, el Uroboros, ha aparecido en distintas civilizaciones para mostrar a un universo eterno e increado, en donde todo cambia para regresar siempre a su origen].

LOS DOS POSIBLES UNIVERSOS.
Existen dos maneras posibles de concebir al universo. O bien éste nació en algún punto, o bien no lo hizo, y por tanto al no tener ningún comienzo, es infinito en el tiempo. En el primer caso, es obvio que no puede ser infinito en el espacio, porque llevaría una cantidad infinita de tiempo crear una cantidad infinita de espacio, y estamos partiendo de la premisa contraria. En el segundo caso, puede que sea infinito en el espacio, o bien puede que sea finito y autocontenido. ¿Cuál de estas tres opciones (universo con inicio, universo sin inicio e infinito, universo sin inicio y finito) es la correcta?
No es fácil decidirlo. Las primeras civilizaciones optaron muchas veces por creer que el universo era finito. Para ellos, su mundo visible se reducía a la tierra y el cielo, y por tanto el universo estaba limitado por la bóveda celeste hacia arriba, y el suelo, o el inframundo, hacia abajo. En cuanto a lo que hubiera más allá, generalmente era roca hasta el infinito hacia abajo, o un mar celestial o un fuego celestial hacia arriba, también hacia el infinito. Pero todo lo interesante pasaba en un ámbito circunscrito, cual era el mundo conocido.
Los científicos modernos empezaron a ver las cosas de manera distinta. En 1572 apareció una espectacular supernova en la constelación de Cassiopea, y el científico Tycho Brahe aprovechó para poner en duda el dogma de la inmutabilidad de los cielos. Pero fue Galileo Galilei quien, apuntando su telescopio hacia la Vía Láctea, descubrió que ésta era en realidad un racimo de estrellas, y por ende, no existía nada parecido a una bóveda celeste. Así comenzaba a abrirse el infinito.
En 1687, Isaac Newton publicó sus trabajos sobre la Teoría de la Gravedad, en su libro "Principios matemáticos de filosofía natural". Y con ello desató un grave problema: ¿es el universo finito o infinito? Si el universo es finito, toda la gravedad de la materia acumulada en él debería hacerlo colapsar. Y si es infinito, entonces deberían haber tantas estrellas, que el cielo entero sería un gigantesco horno sin ningún espacio en negro. Al problema de por qué la noche es oscura, se la llamó Paradoja de Olbers. Esto puso a los científicos en la pista de que quizás el universo no fuera infinito, después de todo.

EL UNIVERSO INFINITO.
Al arduo problema de decidir si el universo es infinito o no, muchas culturas respondieron tajantemente por la primera.
Los antiguos griegos, por ejemplo, creyeron inicialmente que el universo había sido creado a partir de los amores incestuosos de la diosa Gea (la Tierra) y su hijo y amante Urano (el cielo), que juntos habían engendrado a todos los dioses. Sin embargo, conforme avanzó el tiempo, muchos filósofos y científicos griegos que descreyeron progresivamente en estos mitos, llegaron a la conclusión de que el universo era probablemente infinito.
Algo parecido sucedió en la antigua India. Ellos creían inicialmente que el universo había sido creado a partir de los fragmentos del dios Brahma, convenientemente descuartizado para que sus restos formaran todo lo conocido, incluyendo a las distintas castas. Pero conforme pasó el tiempo, los pensadores de la tradición védica de la India llegaron a la conclusión contraria: el universo no sólo era eterno, sino que además, se encajaba dentro de dantescos ciclos de miles de millones de años. Creían así que pasado un kalpa, equivalente a 4.200 millones de años, la diosa Kali iniciaría su danza y el universo entero moriría incinerado, para recomenzar otra vez desde sus cenizas un nuevo universo, y así sucesivamente...

LA IGLESIA CATÓLICA CONTRA EL UNIVERSO ETERNO.
Los hebreos jamás llegaron a este grado de abstracción, y nunca superaron la creencia del universo creado por la voluntad de un dios. Quedó así escrito en el Génesis, el primer libro de la Biblia, y por tanto, esta creencia pasó a ser dogma oficial de la Iglesia Católica. Según ésta, basándose en la autoridad del Génesis, el universo fue creado "ex nihilo", es decir, de la nada, por la Palabra de Dios ("hágase la luz", y la luz se hizo...).
Además, la Iglesia Católica no podía desprenderse de esta creencia por un motivo adicional. Una de las tradicionales pruebas de la existencia de Dios es el argumento de la "Causa Primera" y del "Motor Inmóvil", y ambas presuponen un universo que tiene un inicio. En un universo infinito en el tiempo, no puede haber una "causa primera" porque esa causa primera tendría una causa anterior, y no puede haber un motor inmóvil, porque habría algo anterior que mueve a ese primer motor. Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, importó estos argumentos de la filosofía de Aristóteles. Por cierto, el Aquinate tomó de Aristóteles tan solo lo que le convenía, porque el filósofo griego era más bien partidario de un universo eterno e increado, pero esto Santo Tomás lo desechó por contradecir al Génesis.
En el siglo XVI, cuando surgieron filósofos que volvieron a poner sobre el tapete la idea de un universo eterno e increado, la Iglesia Católica reaccionó con energía. Así, trataron de obligar a Giordano Bruno a retractarse de estas ideas, y cuando no lo lograron, lo quemaron en la hoguera en 1600.
En el siglo XIX, ambas concepciones chocaron una vez más. Un filósofo tan teleológico como Hegel, que concebía al universo entero marchando evolutivamente "hacia arriba", al encuentro con un ser superior que era el Absoluto, dejó la cuestión entreabierta. Por otra parte, por influencia de la filosofía de la India, Schopenhauer renegó de la idea de un universo en el que hubiera alguna clase de orden. Su discípulo Nietzsche, por su parte, popularizó la idea del "eterno retorno", noción según la cual el universo entero vuelve a repetirse de la misma manera, una y otra vez, en un ciclo sin un posible final... En todo esto había, por qué no decirlo, algo de rebeldía contra la Iglesia Católica. Se trataba así de postular una cosmología distinta a la cristiana, para ofrecer una alternativa aceptable.

¿FUE EL BIG BANG EL COMIENZO DE TODO...?
A inicios del siglo XX, los científicos parecían considerar al universo como eterno e increado, y por ende, estaban en problemas para resolver la Paradoja de Olbers. Hasta que de pronto, un cúmulo de evidencias empezó a juntarse en un mismo sentido: quizás el universo había tenido un origen, después de todo. El primer llamado de atención fue dado por Edwin Hubble, cosmólogo que en 1929, observando los espectros de las estrellas, descubrió que las más lejanas tendían a alejarse más rápido. Concluyó entonces que el universo no era estacionario, sino que se encontraba en plena expansión. Ahora bien, si se expandía, debía haber tenido algún origen. Por aquellos años un par de cosmólogos europeos plantearon la teoría del Big Bang o Gran Estallido, pero nadie les hizo caso.
En fecha tan reciente como 1963, se identificó por primera vez, gracias a los radiotelescopios, un ruido residual que parecía venir de todas partes del universo. Llegaron entonces a la conclusión de que dicho ruido residual era nada menos que un remanente del Big Bang, obteniendo así la primera prueba directa de que el universo tuvo un comienzo, después de todo.
Sin embargo, ése no es el fin de la historia. Según la Teoría de la Relatividad, el espacio y el tiempo no son absolutos, sino que están relacionados con la materia y la energía. Por tanto, al iniciarse el universo y comenzar a existir la materia y la energía, empezaron también a existir el tiempo y el espacio. Por ende, no cabe hablar de un "antes" del Big Bang o preguntarse por aquello, simplemente porque es imposible un "antes" del Big Bang. Por ende, los científicos siguen en la penumbra sobre cuál fue el gatillo que desencadenó al universo entero.
Además, han surgido con fuerza cada vez mayor varias teorías que postulan la existencia de múltiples universos paralelos, siendo por tanto nuestro Big Bang un acontecimiento único y localizado en un universo, el nuestro. Si existen esos otros universos paralelos, entonces la pregunta de si el todo que conocemos es eterno o si tuvo algún comienzo, debe necesariamente seguir abierta...

08 abril 2007

LA CRUZADA DE LAS RELIGIONES CONTRA EL SEXO.

Es una de las actividades más placenteras para el ser humano, y al mismo tiempo de las más pecaminosas. Las grandes religiones por lo general se han encargado de reglamentar la práctica de la sexualidad hasta sus más mínimos detalles, y consideran ésta como una especie de ofensa hacia Dios. El Ojo de la Eternidad explica el interés de las grandes religiones por proscribir el sexo en la vida de las personas.


[ILUSTRACIÓN SUPERIOR: "Júpiter e Io", oleo pintado por Correggio en 1531. Pocas pinturas reflejan tan bien el mito de la doncella poseída por un dios como ésta. Los antiguos dioses griegos solían cometer toda clase de trapacerías sexuales, pero después vinieron otros griegos que miraron tales cosas con bastante repugnancia, por cuestiones de moralina].

EL LAZO ENTRE LA RELIGIÓN Y LA SEXUALIDAD.
Suena difícil para algunos que la religión y el sexo puedan ir unidos. Después de todo, se supone que la religión defiende valores como la pureza, la abstinencia, la castidad... Todo lo contrario a lo que significa disfrutar de una vida sexual relajada y cómoda. Y sin embargo, el lazo es más profundo de lo que pareciera.
Es una necesidad psicológica del ser humano el sentirse conectado o unido con algo que sea superior. Las razones de esto no son demasiado claras, pero probablemente tenga que ver con la protección que sólo un "algo" superior puede brindar. Ese algo superior era inicialmente la tribu, pero a medida que se fue desarrollando la vida civilizada, los predicadores de la religión fueron creando nuevos "algos" aún más superiores a los cuales sentirse acogido, incluyendo la "madre patria" y la "cofradía de quienes adoramos a un mismo dios". Es este algo superior, llámese tribu, patria o religión, lo que proporciona ese sentimiento de conexión y pertenencia que, a su vez, es una herramienta de supervivencia, ya que el conectado, el que pertenece a algo o a alguien, es también una persona protegida, que tiene una red social que lo va a apoyar en el momento de la desgracia.
La otra manera de buscar conexión, que se desarrolló en la vida civilizada, es la búsqueda de pareja. Durante el acto sexual, el cerebro libera una cantidad brutal de endorfinas, un neurotransmisor que opera como una droga, tranquilizando a la persona. Exactamente igual que una persona conectada a la tribu, a la patria o al dios. El conflicto está servido, por supuesto. Las religiones, en tanto explicaciones absolutas y totalizantes sobre la vida, buscan siempre inmiscuirse en todos los asuntos sociales, y en particular, eliminar o controlar toda posible amenaza contra su poder. Y esto incluye a aquellas experiencias que pueden proporcionar caminos alternativos a los de la fe: el sexo, particularmente.

EL SEXO EN LAS ANTIGUAS CULTURAS.
Las religiones más antiguas no reprobaban necesariamente el sexo. Esto tiene una explicación obvia. En el mundo antiguo, cada comunidad tenía su propia religión particular, y si un culto se ponía demasiado exigente con las prácticas sexuales, cabía la posibilidad de que sus fieles terminaran por migrar hacia una religión vecina. Es lo que pasaba con el Yavé bíblico, cuyo puritanismo sexual le abría espacio al culto más sexualizado de los baales, harto más atractivos para los campesinos hebreos.
De todas maneras, todas las religiones, incluso los pecaminosos cultos paganos antiguos que describe la Biblia, han tratado de canalizar la energía sexual dentro de la religión. De ahí que al sexo se le haya despojado de su matiz natural, y lo haya ritualizado densamente. El ritual más clásico, y que no fue un invento judeocristiano, sino muy anterior, es el matrimonio (al cual ya nos referimos en El Ojo de la Eternidad). Cuando las mujeres, por su capacidad de parir hijos, se convirtieron en moneda de cambio social entre patrimonios, debió inventarse una manera de asegurar un "derecho de propiedad" sobre este "medio de producción", de hijos en este caso, y ese derecho de propiedad fue el matrimonio, que fue primero un contrato, y luego un sacramento. Por supuesto que los sacerdotes, como garantes del orden social establecido, intervinieron y dotaron al matrimonio de un denso fundamento religioso.
Pero en las mujeres consagradas a los dioses, el parto de nuevos niños era un problema, ya que esos niños podrían eventualmente llegar a hacer reclamaciones patrimoniales contra el culto. Se inventó entonces el ritual de la "prostitución sagrada", en el cual la sacerdotisa vendía su cuerpo (convenientemente preparado con perfumes y aceites, claro está) a los clientes que pagaran una suma al templo. Si un hijo nacía, era consagrado al dios. Otros llegaron aún más lejos, ordenando el celibato absoluto de la sacerdotisa. Fue ése el caso de las vestales, sacerdotisas consagradas a la diosa Vesta en la antigua Roma, o de las "vírgenes del Sol" en el Imperio Inca. Esa es también la solución de la Iglesia Católica, al ordenar el celibato de las monjas (y los sacerdotes también, de paso). El antiguo Derecho Canónico llegaba a llamar "hijos de dañado ayuntamiento" a los que nacieran hijos de sacerdote o monja, y carecían de todo derecho, como ilegítimos o bastardos.
Incluso religiones consideradas clásicamente como permisivas en lo sexual, como el Hinduismo, miraron al sexo como algo que debía ser regulado, y puesto a disposición del encuentro con la divinidad. Esto llega al colmo en las variantes Tantra del Budismo, religión que por su parte también recomienda la abstinencia, o al menos la moderación sexual.

LA SEXUALIDAD EN EL MUNDO JUDEOCRISTIANO.
El primitivo culto de Yavé era bastante similar al de otras religiones llamadas comúnmente "dioses del trueno". Pero una serie de circunstancias hicieron cambiar el panorama. Durante el reinado de David y Salomón, fieles defensores de la ortodoxia de Yavé, los sacerdotes habían conocido días de esplendor, pero éstos se acabaron cuando el reino se partió a la muerte de Salomón. En respuesta, los sacerdotes dijeron que tal desgracia se remediaría cuando el pueblo volviera a la obediencia de Yavé, y por supuesto, de los "verdaderos" sacerdotes del "verdadero" Dios. Esto, porque los hebreos muchas veces se volvían hacia los baales, sexualmente menos puritanos, e incluso los propios reyes, para congraciarse con pueblos vecinos que podían ser potenciales enemigos, tomaban a dioses extranjeros como parte del culto. Y todo esto iba en desmedro, por supuesto, del poder de la casta sacerdotal dedicada a Yavé. Yavé se convirtió entonces en un dios celoso, que castiga la desobediencia hasta la tercera o cuarta generación, y una de las primeras víctimas de los celos de Yavé fue la sexualidad.
Esto no es raro. Entre gentes tan legalistas como los sacerdotes de Yavé, la idea de que hubiera sexo fuera del contrato matrimonial era indigna. Además, era una manera de diferenciarse de los cultos de la naturaleza de los baales, ya que en esa época, los sacerdotes estaban abocados a diseñar un Yavé trascendente sobre toda la Creación, dueño y señor de la historia. Y muy en particular, tenían en la mira a una diosa conspicua y evanescente, que en ese tiempo hacía sombra sobre Yavé: Aserah. Esta Aserah era una manifestación de la antigua Gran Diosa Madre, y se correspondía con la Astarté fenicia, la Arinna hitita y la Istar babilónica. Y su culto, como buen culto de la naturaleza, tenía un fuerte componente sexual. De esta manera, los sacerdotes de Yavé adoptaron el puritanismo sexual como una manera de diferenciarse de la competencia. El triunfo definitivo lo obtuvieron con Josías, rey de Judá entre 622 y 596 AC aproximadamente, quien mandó derribar todos los troncos sagrados dedicados al culto de Aserah.
Posteriormente, el Cristianismo heredó, y aún magnificó, todo este aspecto del puritanismo sexual. Al concebir el matrimonio como sacramento, incrementó la persecusión de las relaciones sexuales prematrimoniales o extramatrimoniales, con lo cual ayudó a crear un orden social más rígido y con los derechos patrimoniales bien marcados y delimitados, aunque con notable indulgencia hacia los pecados de la carne de los aristócratas, y en particular de los reyes. Además, descubrió que el celibato sacerdotal era un estupendo negocio, porque todos los bienes que heredaran los sacerdotes, al no tener éstos herederos, pasarían a engrosar las arcas eclesiásticas. El celibato sacerdotal partió siendo una recomendación, pasó después (en la época del Papa Alejandro III, en el siglo XII) a ser una medida disciplinaria, y en el siglo XVII se transformó en una cuestión de fe. Y así es como sigue.

¿Y AHORA...?
En general, la batalla de la religión contra la sexualidad puede considerarse perdida. El impulso sexual es demasiado fuerte como para ser anulado por una mera imposición cultural. Si no fuera así, la Humanidad habría dejado de reproducirse hasta la extinción, mucho antes de la llegada de los tiempos históricos. No sólo las grandes religiones han tenido que contemporizar con el impulso sexual, sino que además han tenido que hacer la vista gorda con los pecados carnales de reyes y poderosos, y eso cuando no son los propios sacerdotes quienes incurren en el pecado de lujuria. De ahí también que, periódicamente, resurjan cultos más permisivos con la sexualidad, entre ellos el neopaganismo y el Tantra. En tiempos más antiguos, los cultos de la naturaleza, de una marcada connotación sexual, encontraron concreción en el satanismo, cuyo ritual de adoración del macho cabrío respondía justamente a la búsqueda de un símbolo de fertilidad. No en balde, la Iglesia perseguía a las orgías satánicas por actos de concupiscencia carnal.
En ese sentido, la opción de reprimir la sexualidad es, en cierta medida, signo de una enfermedad mental. No es necesario llegar a los extremos patológicos de Orígenes de Alejandría (siglo III), que según cuenta una leyenda, siguiendo el mandato bíblico de que si tu ojo te escandaliza, debes sacártelo para entrar tuerto en el reino de los cielos, y no con buena vista el infierno, se castró a sí mismo, escandalizado de sus propios impulsos sexuales. Ni a los de Agustín de Hipona, que después de una vida de desenfrenada sexualidad de joven, se volvió tan puritano que consideró como pecaminoso incluso el sexo dentro del matrimonio (aunque necesario, para mantener a la raza humana). Ya hemos comentado que Benedicto XVI, en su primera encíclica, basó su tesis sobre el amor en dos profetas bíblicos tan enfermizos sexualmente como son Oseas y Ezequiel. Y mientras haya gente así, habrá mercado para las religiones que busquen limitar, restringir, y si es posible eliminar, la vida sexual de las personas.