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22 abril 2007

EL PAPADO RETRÓGRADO: DOS AÑOS DE BENEDICTO XVI.

Hace dos años atrás, Joseph Ratzinger fue elegido Papa, y pasó a tomar el nombre de Benedicto XVI. En sus dos años de gobierno al frente del Vaticano y la Iglesia Católica, ha liderado un Papado fuertemente retrógrado y falto de sintonía con el mundo moderno. El Ojo de la Eternidad analiza su Papado y su mentalidad, y descifra las claves para el futuro que le espera a la Iglesia Católica.


[IMAGEN SUPERIOR: Joseph Ratzinger, Papa Benedicto XVI, pontificando desde el púlpito. Con Benedicto XVI, el proceso de aniquilación de la obra del Concilio Vaticano II iniciado por Juan Pablo II está llegando hacia su final, con nefastas consecuencias para la Iglesia Católica].

LA IGLESIA CATÓLICA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO.
A pesar de ser una de las instituciones más tradicionalistas y conservadoras del entero mundo occidental, o a lo mejor por eso mismo, no cabe ninguna duda de que la Iglesia Católica ha atravesado por varias convulsiones a lo largo del siglo XX. Desde el quiebre provocado por la Reforma Protestante del siglo XVI, la Iglesia se ha batido en retirada frente a una serie de nuevos enemigos que han ido surgiendo, como por ejemplo la Ilustración, el secularismo, la ciencia moderna, los problemas sociales, etcétera. El más grande intento de ajuste durante el siglo XX fue, de lejos, el Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII en 1962, y clausurado oficialmente por Pablo VI en 1965. Pero los grupos más conservadores de la Curia se dedicaron activamente, sea por tradicionalismo, por fanatismo o por la defensa de intereses creados, a socavar la obra de dicho Concilio, suprimiendo ese modelo de Iglesia abierta al mundo, y volviendo a una Iglesia centrada en lo ultraterreno y distante de sus fieles, según el modelo implantado por el Concilio de Trento en 1545-1563.
De esta manera, a la muerte de Juan Pablo II en 2005, la Iglesia Católica presentaba un aspecto bastante lamentable. Ya hemos dicho antes en El Ojo de la Eternidad que el Pontificado de Juan Pablo II fue una verdadera tragedia, porque todo aquello que éste intentó, salió al revés. Podría parecer que bajo su Pontificado, la Iglesia creció y fue más grande que nunca, pero por otra parte, existían fuertes síntomas de descomposición interna, como por ejemplo la pérdida de influencia en una sociedad cada vez más secularizada, su casi nulo papel internacional, su ausencia de grandes temas planetarios como la crisis ecológica o demográfica, por no hablar de la creciente carestía de curas que puedan encargarse de las parroquias repartidas a lo largo y ancho del mundo.
Esta es la Iglesia en la cual Joseph Ratzinger llegó a ser Papa.

EL ASCENSO DE BENEDICTO XVI.
Sobre el ascenso de Benedicto XVI hablamos latamente en un artículo publicado en El Ojo de la Eternidad hace un año atrás, pero no sobra repasar algunos aspectos. Ratzinger nació y se crio en la Alemania de Adolfo Hitler, algo que para bien o para mal, algo debió influir en su personalidad, toda vez que estuvo un año en las Juventudes Hitlerianas. Cuando ingresó a la Iglesia Católica ese especializó en asuntos teológicos, y durante el Concilio Vaticano II defendió posturas progresistas. Sin embargo, grande fue su desencanto con las revueltas de mayo de 1968. Es probable que Ratzinger resultara, a fin de cuentas, un niño rebelde hijito de papá, muy bravo y valiente cuando el problema de la igualdad social es una cuestión abstracta o doctrinal, pero que se acobardara cuando el estallido social llegara a su final lógico. Ratzinger se volvió entonces hacia el conservadurismo, y encumbrado a la Congregación para la Doctrina de la Fe en tiempos de Juan Pablo II, se haya dedicado a perseguir activamente a quienes postularan visiones izquierdistas del Catolicismo, en particular contra la Teología de la Liberación. Luego, la enfermedad de Juan Pablo II le dio ocasión para ir ganando espacios de poder dentro de la Curia, en paricular porque el propio Juan Pablo II le había despejado el camino, reemplazando a los cardenales liberales que iban retirándose o falleciendo, por conservadores que, llegada la hora, probablemente apoyarían a Ratzinger. De ahí que, el 16 de Abril de 2005, fue proclamado Joseph Ratzinger como Papa, quien adoptó el nombre de Benedicto XVI.
Se ha dicho varias veces que Ratzinger no ha exhibido jamás aquellas cualidades que podríamos considerar como "evangélicas". No es un hombre humilde, por descontado, toda vez que se siente un mesías iluminado que, cuando la gente no lo sigue, intenta imponer sus dogmas a golpe de autoridad, como lo demostró con su espectacular voltereta intelectual de 1968. Tampoco es hombre proclive al diálogo, ni una persona razonable que sea capaz de contender intelectualmente sin una serie de peticiones de principios que, por supuesto, él mismo se encarga de definir. Y su Papado es reflejo de todo eso.

LO QUE BENEDICTO XVI ESPERA DE LA IGLESIA CATÓLICA.
La personalidad autoritaria se ancla por definición en dogmas que trata de imponer a los demás por la fuerza si es preciso, porque concibe al mundo como una estructura de poder en la cual alguien debe mandar y alguien debe obedecer. Sumado eso al orgullo intelectual, el resultado es un tipo de personalidad que no escucha a los demás, sino que se cree autorizado, sea porque conoce la verdadera naturaleza de las cosas, sea porque es un iluminado por Dios, para decidir sobre todas las cosas que los demás deben o no hacer, sin que a éstos les quepa otra posibilidad que la obediencia fiel y sumisa. Benedicto XVI encaja a las maravillas con este tipo de personalidad, y más aún, ésta se ha visto reforzada por la corte de acólitos que, para ganar su favor, le alaban continuamente, como ocurre con variados medios de prensa y con la gente a su alrededor que refuerza este autoritarismo hasta convertirlo en la falsa modestia de los iluminados. Juan Pablo II presentaba rasgos de este tipo, pero su fructífera experiencia anterior con el mundo (fue actor y obrero antes de ser sacerdote) le permitió desarrollar dotes negociadoras que le impidieron caer en algunos de los peores extremos de la soberbia intelectual. En cambio Benedicto XVI, hombre de formación académica y con nulo contacto con el mundo, no tiene salvavidas posible. De este modo, Benedicto XVI presentó todos los aspectos psicológicos desfavorables de Juan Pablo II, y ninguno de los favorables.
Esta falsa modestia de los iluminados, lleva a la actitud curiosa de que si nadie los sigue, entonces no sólo se impiden adaptarse o cambiar de actitud, sino que sostienen que es el resto del mundo el que no los merece. He aquí la explicación psicológica para los suicidios rituales de sectas pequeñas. Adolfo Hitler, cuando estaba perdiendo la Segunda Guerra Mundial, incurrió en lo mismo, y dio una orden tan demencial como lo era arrasar Alemania hasta sus cimientos, convencidos de que si los alemanes no eran merecedores de ganar la guerra, tampoco merecían sobrevivir. Benedicto XVI no requiere llegar hasta esos extremos porque la Iglesia Católica le es una plataforma mucho más sólida para sus delirios personales, pero esta clave psicológica permite entender una de las críticas más formidables que se le hacen: su ceguera ante el hecho de que sus políticas están precipitando a la Iglesia Católica hacia el desastre.
En realidad, el futuro de la Iglesia Católica no le preocupa para nada a Benedicto XVI, porque está seguro de que Dios guiará a la Iglesia, y cada crisis y prueba que afronte será una prueba más de su gloria. Y si la Iglesia Católica no consigue superarla, es que ella no se merecía tal cosa, y por descontado que el mundo no se merecía tampoco a la Iglesia Católica. Y si nadie hace las cosas a la manera de Benedicto XVI, no es que éste se encuentre equivocado, según él, sino que el mundo no se merece a alguien como Benedicto. Se ha dicho que Benedicto XVI prefiere una Iglesia Católica pequeña, pero con seguidores férreos y perfectamente alineados, a una Iglesia grande que contribuya al mundo. Esto es exactamente lo que cabe esperar de un alguien que se siente iluminado y con complejos mesiánicos. Y sus obras como Pontífice hablan por sí solas.

EL PAPADO ERRÁTICO DE BENEDICTO XVI.
Para reafirmar el continuismo con Juan Pablo II, Benedicto XVI se presentó a sí mismo como un verdadero rockstar, en el Encuentro de la Juventud organizado en Colonia, durante el mismo año 2005. Allí hizo una serie de declaraciones en contra del mundo, llamando sutilmente a los católicos a apartarse de las corrientes del tiempo (secularismo, ciencia, etcétera), y volverse hacia Dios, identificándolo sin ambages con la Iglesia Católica, reafirmando de ese modo el dogma medieval según el cual fuera de la Iglesia Católica no hay salvación posible (por ende, los que no aceptan la autoridad de Benedicto XVI están condenados al infierno, el cual, por supuesto, es un lugar que existe y es real, y consiste nada menos que en la ausencia eterna de Dios). Es un castigo verdaderamente grave, en particular considerando que las opciones de Dios en ese caso serían ser condenado a seguir a un iluminado matonesco como Benedicto XVI, o condenarse a no ver nunca la bondad divina durante toda la eternidad. Frente a eso, una sutileza como la reciente "abolición del limbo", encargando a las almas imposibilitadas del bautismo a la gracia de Dios, es realmente una nadería.
Su siguiente gran acto fue la encíclica "Deus caritas est", muy alabada por los católicos más recalcitrantes, pero cuyo contenido teológico, y aún meramente lógico, es un verdadero yermo, como lo señalamos oportunamente en El Ojo de la Eternidad. Es también otra muestra del estilo mesiánico de Benedicto XVI: discursiva y pedante, de espíritu pedagógico, pero con muy pocos compromisos por parte de la mismísima Iglesia Católica. En documentos más recientes, Benedicto XVI ha proseguido su política de no transar con el mundo moderno y seguir manteniendo porfiadamente a la Iglesia Católica en su sitio, en una actitud muy similar a la de Adolfo Hitler cuando exigía la defensa a toda costa de Stalingrado.
Para un hombre que se precia de su formación intelectual, resulta desconcertante su espúrea comprensión de lo que es la ciencia moderna. El Discurso de Ratisbona lo deja ver bien en claro, como también lo señalamos en El Ojo de la Eternidad. En éste, señala que la ciencia no es nada si no va acompañada por la fe, lo que en términos lógicos es una estupidez monumental, toda vez que el trabajo de la ciencia es justamente poner a prueba los dogmas y la fe, por medio de su exacto opuesto, la experimentación científica. No es raro que Benedicto XVI le tenga tanto temor a la ciencia y busque ponerle cortapisas, porque ésta podría llegar, más tarde o más temprano, a conclusiones que el egotismo mesiánico de Benedicto no sería capaz de soportar. De hecho, ya lo está haciendo, porque pese a todos sus intentos por conciliar el Darwinismo con el Catolicismo, negando el Creacionismo para dar paso a una especie de teoría de la evolución teísta, la verdad es que como bien señala Richard Dawkins, no hay hasta el minuto ningún indicio de que Dios haya intervenido de alguna manera en la evolución, o en la creación humana.
En ese sentido, es claro que los dos años de Benedicto XVI como Papa han confirmado algunos de los peores presagios que cabían. Con tanto voluntarismo en ir a contracorriente de los tiempos, Benedicto XVI está condenando a la Iglesia Católica a ser, de la más improtante de las religiones mundiales, a una secta más, en medio del crecimiento desorbitado de musulmanes, hinduístas, protestantes, etcétera. Aunque ya conocemos cuál sería la respuesta de Benedicto XVI: si los católicos no se muestran dignos de Dios, entonces no se merecen la supervivencia...

10 diciembre 2006

BENEDICTO XVI EN TURQUÍA: ENTRE MUSULMANES Y ORTODOXOS.

La semana pasada, Benedicto XVI emprendió una breve gira por Turquía. Como siempre, hubo una buena serie de gestos ceremoniales, en este caso haciendo guiños al ecumenismo. Pero Benedicto XVI ha destacado precisamente por rehuir de las tendencias ecuménicas. ¿Es que acaso el mundo está al revés? El Ojo de la Eternidad ofrece algunos antecedentes que ayudan a explicar lo que acaba de suceder en Turquía... si es que cabe explicar eso de alguna manera.


[IMAGEN SUPERIOR: El Papa Benedicto XVI y el Patriarca Bartolomé I hacen una declaración conjunta, durante el viaje del primero a Turquía].

EL VIAJE DE BENEDICTO XVI A TURQUÍA.
Después de su apoteósica y nazistoide aparición en Alemania, el resto de los viajes apostólicos de Benedicto XVI han pasado casi desapercibidos. Estos fueron un viaje a Polonia, otro a España, y un segundo viaje, esta vez de carácter más privado, a Alemania, concretamente a Baviera. El viaje a Turquía prometía ser otro más, sin demasiada relevancia mediática, pero una serie de sucesos le dieron mayor relevancia.
En primer lugar están las tensas relaciones entre Turquía y el Vaticano. Es sabido que desde hace mucho tiempo se está negociando el ingreso de Turquía a la Unión Europea, operación política que el Vaticano ha resistido con firmeza, bajo el argumento (falaz, por supuesto) de la "raiz cristiana de Europa". Aunque el Vaticano, utilizando la sibilina mezcla de diplomacia y Teología que le es tan característica, no ha aludido directamente a Turquía, es claro que no quiere influencias contaminantes extranjeras en un continente mayoritariamente cristiano, al cual el Vaticano por lo mismo considera como su propio patio trasero.
En segundo lugar, están las tensas relaciones entre Benedicto XVI y los musulmanes. Durante la invasión de Estados Unidos a Irak, Benedicto XVI exigió con firmeza destemplada que se respetara a la minoría cristiana de dicho país (aunque ésta no es católica sino jacobita). Después sobrevino el infortunado discurso de Ratisbona, con el cual consiguió irritar a una buena fracción de musulmanes. Y es que Joseph Ratzinger tenía antecedentes, antes de ser Papa, de intolerancia religiosa, los cuales fueron plenamente confirmados por sus actuaciones posteriores.
En ese sentido, el viaje de Benedicto XVI a Turquía tuvo algunos resultados desconcertantes. En lo político, realizó una serie de actos fraternales hacia Turquía, y pareciera ser que admite ahora la posibilidad de que ésta se incorpore a la Unión Europea. En cuanto a las otras confesiones religiosas, se mostró conciliador hasta un punto que nunca antes había alcanzado: el gesto más espectacular fue, por supuesto, la declaración conjunta que emitió con Bartolomé I, Patriarca de Constantinopla, pero también hubo gestos hacia la Iglesia Armenia, encabezada por el Patriarca Mesrob II, y también hacia los musulmanes. ¿A qué se debe esta espectacular voltereta? ¿O ésta no es tal...?

EL PROBLEMA ECUMÉNICO.
La primera cuestión, y quizás la más trascendente, es el asunto de la separación entre la Iglesia de Oriente y Occidente. La historiografía occidental denomina a esta separación el "Cisma de Oriente", dando a entender que es la Iglesia Ortodoxa la que se habría separado del Papado, y sería por tanto "cismática". Como suele suceder, el asunto no es tan simple. En realidad, en el año 1054 (fecha de la separación) ninguna de las dos iglesias, la de Constantinopla o la de Roma, podía arrogarse la primacía sobre la otra. El cisma se consumó, de hecho, mediante excomuniones mutuas, que era la única manera que tenían de castigarse una a la otra, toda vez que no cabía tomar medidas disciplinarias distintas, ya que no había subordinación jerárquica entre éstas. Desde el ángulo "oriental", incluso, es claro que los cismáticos son los católicos, algo que reafirman con su título oficial de "Iglesia Ortodoxa", o sea, defensora de la ortodoxia, de la verdadera fe.
Por lo tanto, resolver el problema de la separación entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa no es tan simple. Esto implica nada menos que determinar el problema de la primacía: ¿debe predominar Roma sobre Constantinopla, Constantinopla sobre Roma, o ambas deben mantener primacías paralelas? Por supuesto que la tercera solución no soluciona nada en absoluto, porque significa mantener el actual status quo. En cuanto a las otras dos soluciones posibles, implicaría una enorme renuncia para cada una de ellas. Desde luego que la arrogancia de Benedicto XVI no soportaría reducirse al papel de segundón de Constantinopla, pero por la otra, no hay razones ni teológicas ni prácticas por las cuales debería ser Bartolomé I quien diera ese paso.
La consecuencia de esto queda expresada en la Declaración Común que emitieron Benedicto XVI y Bartolomé I, la cual puede ser leída en el sitio del Vaticano (versión en inglés, aquí). Detrás de la retórica pomposa, el único acuerdo que ambos alcanzan es simplemente que ambos desean un acuerdo. Esta señal de unidad puede parecer vigorosa, pero es importante en este discurso lo que no hay presente: no hay renuncias mutuas o unilaterales, no hay definiciones doctrinales o disciplinarias, ni hay bases sólidas para ningún acuerdo. La Declaración Común, por tanto, contiene sólo gestos de buenas intenciones, sin ahondar en las cosas verdaderamente importantes para resolver el dilema.

LOS MUSULMANES FRENTE AL PAPA.
El problema más delicado era, por supuesto, el de los musulmanes. Se llegó a discutir si el Papa debería usar un chaleco antibalas, ante la eventualidad de un atentado, pero éste rechazó usar uno (oficialmente, al menos). Poco después de la llegada de Benedicto XVI a Turquía, hubo hondas manifestaciones en su contra.
Pero el Papa esta vez se cuidó mucho de ofender a los musulmanes. En la propia Turquía siguió el ritual clásico de los visitantes, de hacer una visita al Mausoleo de Atatürk, el fundador de la Turquía moderna.
Una hábil jugada fue defender la libertad religiosa en Turquía. Aunque oficialmente Turquía es un estado laico, en la práctica los musulmanes son la inmensa mayoría, y las leyes están cargadas en su dirección. La protesta de Benedicto XVI le permitió erigirse una vez más como el campeón de la libertad y la tolerancia religiosa (algo que nunca ha sido, pero que trata de aparentar), sin posibilidad de que le contestaran alguna cosa.
El momento clave fue su visita a Santa Sofía. Esta Basílica, inagurada por Justiniano en el año 537 y convertida después en mezquita (en 1453), se convirtió en centro de algunos musulmanes fanáticos que consideraban ofensivo que un cristiano pisase lo que alguna vez fue un templo musulmán (como si ellos no hubieran hecho lo mismo, a la inversa, medio milenio atrás). Pero el Papa rezó con el rostro mirando hacia La Meca, con gestos y actitudes de un musulmán en oración, y con eso limó algunas asperezas.

EN RESUMEN...
¿Hubo resultados prácticos del viaje de Benedicto XVI a Turquía? Probablemente no. Como puede observarse, fue un viaje cargado de gestos simbólicos de toda clase, pero que no hicieron sino tocar puntos tangenciales a los verdaderos problemas. La operación ecuménica no puede tener éxito porque ni el Papa ni el Patriarca cederán en sus respectivos primados, y el acercamiento a los musulmanes tampoco puede tenerlo en tanto Benedicto XVI siga tensando la cuerda como lo hizo en Ratisbona, y calmándola como en Turquía. Por otra parte Turquía, a pesar de ser una nación musulmana en la práctica, tiene un régimen político de inspiración laica, europea y occidental, y por ende, no es una nación musulmana típica.
Entonces, ¿por qué tanto alboroto? Probablemente por el morbo de ver a Benedicto XVI y los musulmanes ajustándose cuentas entre sí, por el Discurso de Ratisbona. Lo que abre una nueva e inquietante pregunta: ¿no habrá el viejo zorro de Ratzinger ofendido intencionalmente a los musulmanes, para generar un escándalo artificial que le diera relevancia mediática a su por entonces inminente viaje a Turquía...?

12 noviembre 2006

DIOS Y LA CIENCIA.

¿Choca Dios contra la ciencia? ¿Hay lugar en el universo para que ambos puedan existir? El problema es bastante complicado, porque enfrenta las convicciones religiosas de las personas con los hechos del mundo exterior. El Ojo de la Eternidad aborda un espinoso problema que sacude a la sociedad occidental actual hasta sus mismísimos cimientos.


[IMAGEN SUPERIOR: La filosofía descubriendo la naturaleza y sus leyes. Grabado de François Peyrard, publicado en París el año 1803. Durante la oleada racionalista del siglo XVIII, los ilustrados combatieron a la religión, entre otras razones, por promover la superstición y la ignorancia, contraponiendo a ella el dominio de la llamada "filosofía natural"].

LA TENSA RELACIÓN ENTRE DIOS Y LA CIENCIA.
En general, las relaciones históricas entre la ciencia y la fe han sido malas. Cada nuevo avance científico ha sido, a lo menos, mirado con sospechas por las religiones. El Cristianismo exhibe varios ejemplos de castigos contra científicos, incluyendo a Hipatia, Rogerio Bacon, Giordano Bruno, Galileo Galilei, Andreas Vesalio, etcétera. Pero acusar al Cristianismo en exclusividad sería una injusticia. Los musulmanes también se llevan lo suyo, encabezando la lista el califa Omar, que al conquistar Egipto en el año 640, mandó quemar lo que quedaba de la Biblioteca de Alejandría, con el argumento de que si esos libros estaban en contra del Corán, eran perniciosos, y si estaban de acuerdo con él, eran superfluos. Un par de siglos después, cuando una escuela filosófica llamada de los mutazilíes intentó promover una lectura más racionalista del Corán, fueron recibidos con intensa hostilidad, e incluso esta disputa fue aprovechada por bandos políticos en pugna para desatar una violenta guerra civil en el Califato Abasida, y en su capital Bagdad (siglo IX).
Lo irónico del caso es que esto no siempre fue así. Es sabido y reconocido que los primeros científicos fueron los sacerdotes. Fueron ellos quienes desarrollaron la medicina, las matemáticas y la astronomía, incluyendo por supuesto la fijación de los primeros calendarios. Sin embargo, mirando con más detalle, la paradoja desaparece. Estos avances fueron permitidos y fomentados por los sacerdotes como una herramienta para mantener su poder sobre las masas. Saber de medicina era una manera segura de extorsionar a la gente a través de su salud. Las matemáticas fueron desarrolladas para actividades en principio bastante pedestres, como llevar la contabilidad de los templos (quienes, con las ofrendas que recibían, fueron históricamente los primeros bancos) y practicar la agrimensura (medición de la tierra y deslindes de propiedades). Fue cuando los avances científicos se secularizaron, y apareció el investigador laico, el momento en que la religión empezó a manifestar sus suspicacias. Pitágoras de Samos, por ejemplo, en la Italia del siglo VI aC, tenía una escuela de filosofía que entre su arsenal de secretos místicos, estaban varios avances matemáticos, incluyendo el conocimiento del Teorema de Pitágoras, el de los cinco poliedros perfectos (el tetraedro, el cubo, el octaedro, el dodecaedro y el icosaedro), y el carácter irracional del número que es la raíz cuadrada de 2. Uno de sus discípulos, un tal Hipaso, se le ocurrió revelar estos secretos a los no iniciados, y tiempo después falleció, ahogado en un naufragio, en condiciones un tanto sospechosas.

EL CRISTIANISMO FRENTE A LA NATURALEZA.
El Cristianismo es una religión anticientífica desde la vena. Esto se debe a que adopta una actitud dualista, de raigambre platónica, frente al mundo. Para el Cristianismo, el cuerpo es simplemente la cárcel del alma, y conocer cosas sobre el mundo es inoficioso, toda vez que importa más la vida eterna que la presente. Así, cualquier avance científico es problemático, ya que puede incitar a la tentación de dejarse llevar por una vida terrena más cómoda, en vez de prepararse para la siguiente. En esto hay, por supuesto, un móvil de poder: la Iglesia Católica no tiene nada que hacer en la vida terrenal, y sí mucho en la ultraterrena, por lo que le conviene que toda la atención de la gente esté enfocada en esa dirección.
El problema es que todas estas ideas están apoyadas por una serie de tradiciones que el tiempo se ha encargado de demostrar que no tienen asidero científico, o que al menos, no han sido demostradas. Nunca se ha conseguido evidencia, por ejemplo, en torno a los milagros de Jesús, ni tampoco hay prueba alguna de que éste haya resucitado alguna vez. El Dogma de la Transubstanciación, según la cual la hostia y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Jesús, se basaba en una ciencia aristotélica hace rato arrumbada por la moderna Teoría Atómica. El relato de la Creación según el Génesis ha sido incesantemente bombardeado por paleontólogos, geólogos y biológos, quienes han probado que el relato bíblico al respecto es substancialmente falso. El Darwinismo y la evidencia creciente sobre la evolución humana, a su vez, han hecho peligrar la noción de que el ser humano es especial porque a diferencia de los animales, tiene un alma, ya que cabe preguntarse en qué minuto, o con qué especie antecesora de la humana, apareció el alma. Por cierto, no hay evidencia fisiológica de que exista un alma inmortal, y por el contrario, lo que llamamos "conciencia" parece ser simplemente una serie de estados químicos a nivel de la mente, que ahora somos capaces de alterar con psicofármacos. Diversos episodios considerados sobrenaturales, como el oir voces de ángeles o del mismísimo Dios, hablar en lenguas, o las posesiones demoníacas, se explican en la actualidad por medio de fenómenos psíquicos bien conocidos y estudiados, tales como la histeria, las neurosis de conversión, o incluso las psicosis. En ese sentido, lejos de validar las creencias cristianas, la ciencia ha ido demoliendo progresivamente éstas.
No es raro entonces que la Iglesia Católica en particular, y el Cristianismo en general, haya reaccionado con tanto vigor contra la ciencia. En la Edad Media prohibió las disecciones, obligando a los estudiantes de medicina a estudiar por los manuales de Galeno, que, como probó Andreas Vesalio en el siglo XVI, estaban plagados de errores. El propio Vesalio fue condenado a muerte por la Inquisición, y salvó su vida en el último minuto gracias a que su poderoso protector, el rey Felipe II de España, le conmutó la pena por la peregrinación a Jerusalén (de todos modos, murió en el camino). En 1634 condenó al astrónomo Galileo Galilei a no defender la Teoría Heliocéntrica, y a arresto domiciliario de por vida, y este escarmiento fue tan ejemplarizador, que a partir de entonces todos los países bajo la férula de la Iglesia Católica se fueron quedando atrasados en lo científico, en beneficio de los países protestantes, en donde había mayor libertad intelectual y académica para investigar. En el siglo XIX, se opuso con vehemencia a la Teoría de la Evolución de las Especies, y sólo después de medio siglo aceptó que quizás el hombre sí estuviera emparentado con el mono. Pero en el campo protestante, las cosas no fueron mejor. En 1925, en el célebre "Juicio del Mono", un profesor fue condenado por violar una ley de Tennessee que prohibía la enseñanza de la Evolución. Incluso en la actualidad, grupos bíblicos han conseguido que en Kansas se enseñe el Diseño Inteligente (o sea, el Creacionismo) como alternativa al Darwinismo, a pesar del carácter ampliamente científico de las ideas darwinianas, y religioso del Diseño Inteligente. Es conocido también el dilema ético planteado por los Testigos de Jehová, quienes por sus convicciones religiosas basadas en una interpretación literalista a ultranza de la Biblia, prohiben las transfusiones de sangre entre sus propios fieles, incluso para salvarles la vida.
Y aún hoy, la Iglesia Católica y los grupos religiosos de Estados Unidos condenan la investigación científica con células madre, con argumentos pretendidamente éticos, que en última instancia son de carácter religioso.

LOS CIENTÍFICOS FRENTE AL PROBLEMA DE DIOS.
Se dice que en una ocasión, Napoleón Bonaparte le preguntó a Pierre-Simon Laplace, uno de los más connotados astrónomos de su tiempo, porque no hablaba de Dios en sus teorías, a lo que Laplace habría respondido: "Sire, jamás he necesitado de una hipótesis semejante". Más modernamente, Stephen Hawking ha mantenido posturas similares. Y lo cierto es que muchos científicos han prescindido por completo de Dios en sus investigaciones. Albert Einstein, sin ir demasiado lejos, era agnóstico (a pesar de provenir de una familia judía), y Charles Darwin podía ser calificado de cristiano más bien tibio. Carl Sagan lo expuso de manera bien cruda: si tienes un hijo enfermo puedes rezar o puedes darle una medicina, y quizás para salvarlo, lo mejor sería aplicar la ciencia.
Pero por otra parte, hay muchos científicos convencidos de que quizás Dios podría estar rondando allá afuera. Stephen Jay Gould escribió alguna vez que quizás haya espacio para la ciencia y la fe.
Y yendo más atrás, hubo científicos como Isaac Newton, quienes estaban convencidos en grado sumo de que al descifrar los misterios de la naturaleza, estaban en verdad penetrando en la mismísima mente del Creador del Universo.
Lo cierto es que los científicos han conseguido explicar muchos misterios de la naturaleza, pero aún quedan muchos otros por resolver. Y lo que no se sabe, simplemente no se sabe: pudiera ser que el camino no tuviera un final, o que no pudiéramos saber de ninguna manera si hay un final, o que Dios estuviera parado al final. No hay manera de saberlo, hasta que se sepa.

LA VISIÓN DE LA CIENCIA Y LA VISIÓN RELIGIOSA.
En última instancia, el conflicto entre ciencia y religión es parte de una guerra más amplia, entre la razón y la fe. La razón exige pruebas para dar algo por conocido, en tanto que la fe "conoce" algo sin prueba alguna. Parafraseando una expresión de Tertuliano, San Agustín decía que "creo porque es absurdo". Ahora bien, esto no es un verdadero conocimiento: puede que el creyente crea algo y acierte, pero eso no lo hace un conocimiento sino una casualidad. En ese sentido, si aparece un cadáver muerto a balazos, la razón exige interrogar a los testigos y examinar el arma homicida antes de dar con el culpable, mientras que a la fe le basta simplemente con apostar por la corazonada, y confiar que esa corazonada sea correcta, y que la persona que cree es el asesino, en verdad lo sea.
Esto tiene que ver con una profunda diferencia de método entre la ciencia y la religión. Siendo la religión una cuestión de fe, puede darse el lujo de saltar de lo particular a lo total, y ofrecer una visión totalizante de la naturaleza. Así, a partir de una serie de axiomas básicos, deduce todo el orden natural. La ciencia no puede proceder así: la ciencia necesita tomar casos particulares y, a través de la formulación de hipótesis y la experimentación sobre dichos casos particulares, inferir la ley que los explique ordenadamente. La religión procede así de lo general a lo particular, y la ciencia de lo particular a lo general.
Esta idea tan simple, alguien como Benedicto XVI se muestra incapaz de entenderla, como lo demostró en su Discurso de Ratisbona del 12 de Septiembre pasado, infaustamente célebre por haber ofendido a los musulmanes. En ese discurso dijo: "Tendremos éxito en hacerlo [en sobrepasar los peligros de la modernidad] sólo si la razón y la fe se reunen en una nueva vía, si nosotros sobrepasamos la autoimpuesta limitación de la razón a lo empíricamente verificable". Reunir a la razón y a la fe en una misma vía es imposible porque allí donde se sabe algo teniendo hechos y pruebas, no se requiere fe, y lo que se sabe por vía de fe, en realidad no se sabe de manera alguna (pasen San Agustín o Tomás de Aquino). Por ende, no hay ninguna autoimpuesta limitación de la razón a lo empíricamente verificable, sino que esto es lo único que en verdad cabe investigar, es decir, aquello que de verdad puede ser verificado. Y después remacha: "una razón que es sorda a lo divino y que relega a la religión al reino de las subculturas es incapaz de ingresar en el diálogo de las culturas". Esto significa establecerle a la razón el requisito de aceptar a lo divino, que es uno de los habitantes metafísicos tradicionales que nunca han podido ser probados, y por ende, verdaderamente conocidos. Y a mayor abundamiento: "la moderna razón científica simplemente tiene que aceptar la estructura racional de la materia y la correspondencia entre nuestro espíritu y las estructuras racionales de la naturaleza prevalecientes como algo dado". La ciencia no tiene en principio que aceptar nada que no venga de la experimentación, porque de lo contrario caería en el "conocimiento por la fe", que como hemos insistido, no es conocimiento en absoluto. Y ya no hablemos del espíritu, sobre cuya existencia no hay evidencia alguna.
De este modo, mientras Benedicto XVI no mire las cosas de manera más lógica y racional, no hay esperanza alguna de que la Iglesia Católica se reconcilie con la ciencia. Y lo mismo vale para toda clase de grupos fundamentalistas, cristianos o no cristianos. Pero esto implicaría que ellos tendrían que renunciar a los jugosos dividendos sociales que les entrega el ser conocedores o pretendidos conocedores de una verdad absoluta.

08 octubre 2006

EL PROBLEMA DEL LIMBO.

Aunque el "estudio" de la materia viene arrastrándose desde el año 2005, ahora en octubre de 2006 volvió a hacer noticia el problema del limbo, y de su posible "abolición". Para quienes crean que el problema del limbo es un asunto espúreo y sin interés, debería mirar de nuevo: en este enredado problema teológico, la Iglesia Católica se juega una vez más su tantas veces cuestionada coherencia doctrinal. El Ojo de la Eternidad echa un vistazo a lo relacionado con una de las más curiosas dependencias del mundo ultraterreno católico.


[ILUSTRACIÓN SUPERIOR: El limbo de las almas inocentes. Ilustración de Gustavo Doré para la "Divina Comedia", de Dante Alighieri].

EL PROBLEMA DEL LIMBO.
En Octubre de 2006, la Iglesia Católica hizo noticia una vez más, al congregar a una Comisión Teológica Internacional a debatir una serie de problemas teológicos y doctrinales. El más complicado de todos, de lejos, es el problema del limbo. La Iglesia Católica nunca ha aceptado oficialmente el limbo, pero por otra parte, desde la Edad Media, esta peculiar división del ultramundo católico ha aparecido en repetidas ocasiones, incluyendo al menos un Catecismo de la Iglesia, el que Pío X ordenó publicar en 1905.
El problema de decidir si el limbo existe o no puede parecer una fruslería. Pero no lo es. El limbo no es ni de lejos uno de los dogmas más importantes de la Iglesia Católica, pero es una pieza muy útil para apuntalar una doctrina teológica sobre el ultramundo que, de otra manera, haría agua debido a la necesidad de compatibilizar dos dogmas completamente distintos: el de la salvación por el bautismo, y el del diferente destino de los buenos y los malos en el otro mundo.
Para descubrir cómo fue que la Iglesia Católica llegó hasta una posición tan incómoda, es necesario retroceder a épocas incluso anteriores al Cristianismo. Para las primeras civilizaciones, la vida eterna era algo bastante complicado. Los mesopotámicos creían que todas las almas erraban en pena, alimentándose de polvo y excrementos, en tanto que para los egipcios, la resurrección era sólo para el faraón, para los griegos había una última morada en donde sólo existían sombras, y sobre los hebreos pesaba el fatídico "polvo eres y en polvo te convertirás". Pero andando el tiempo, la mayor parte de las culturas pensaron que una vida de ultratumba así era demasiado deprimente, así es que inventaron el concepto de la resurrección y el Paraíso.
Como posteamos hace poco en El Ojo de la Eternidad, los griegos creían que en el infierno o Hades existían dos dependencias: el Tártaro, lugar de castigo por excelencia, y los Campos Elíseos, lugar de premio para los buenos. Cuando el Cristianismo pasó al Imperio Romano, adoptaron en forma íntegra esta concepción del ultramundo, como la medida más lógica si se considera que la mayor parte de sus primeros prosélitos estaban imbuidos en esa atmósfera cultural. Con lo que comenzaron los problemas.

EL BAUTISMO Y EL LIMBO.
Jesús no parece haber creído en el infierno. Cuando mucho habló de la Gehenna, malamente traducido como infierno, cuando en realidad la Gehenna era simplemente una quebrada en donde las gentes de Jerusalén arrojaba sus basuras (así se cita, por ejemplo, en el célebre "si tu ojo te causa escándalo arráncatelo, porque más vale entrar tuerto al Paraíso, que ser arrojado con los dos ojos a la Gehenna"). Pero sí creía que el bautismo era necesario para el perdón de los pecados. Este último mandato, la Iglesia Católica lo hizo tan rígido, que se llegó a decir (y se dice aún, muchas veces) que fuera de la Iglesia no hay salvación.
Esto creaba varios problemas. ¿Es que acaso un alma que hubiera sido muy buena en vida, pero no hubiera sido bautizada, no tenía posibilidad de salvación? ¿Qué pasaba entonces con todos aquellos que se esforzaban en hacer el bien, pero por ignorancia o desinterés pasaban del bautismo? En el Segundo Cuento de la Jornada Primera del Decamerón, el escritor del siglo XIV Giovanni Boccaccio se cachondea de lo lindo de esto, refiriendo la historia de un "judío bueno" que, aunque fuera muy bueno, estaba en riesgo de perder su alma por no ser bautizado. El punto es que una persona que es buena, pero no se bautiza, no tiene por qué obedecer a la Iglesia Católica, y de ahí que ésta, en particular desde el Concilio de Ferrara (1438, es decir, un siglo después de Boccaccio) proclamara que no hay salvación fuera de la Iglesia, y los no bautizados, los que no obedezcan militarmente a la Iglesia Católica, están condenados al fuego eterno.
Esto creaba un problema con respecto a la geografía del ultramundo. Como en la mitología griega no existía nada parecido al bautismo (existían ritos iniciáticos, pero nadie era tan fanático como para decir que fuera de esos ritos iniciáticos no había salvación), bastaban dos dependencias, el Tártaro y los Campos Elíseos, para determinar el destino de los buenos y los malos. Pero los cristianos debían decidir qué hacer con las almas buenas que no se hubieran bautizado. Mandarlas de cabeza al infierno parecía un castigo demasiado drástico, pero tampoco podían enviarlas así como así al Paraíso, o el poder social de la Iglesia Católica como administradora de los sacramentos se iba al demonio.
Los teólogos más radicales, y entre ellos el mismísimo San Agustín, a comienzos del siglo V, dijeron que tales almas, sin el bautismo, estaban condenadas. Pero esto parecía ser excesivo, por dos razones. En primera, se suponía que los judíos llamados para ser profetas de Dios habían sido gentes buenas, y que por esto habían sido llamado para su misión: ¿iba Dios a enviar al infierno a tales gentes, sólo porque no habían sido bautizadas? No parecía una manera muy linda de premiar sus esforzados servicios. Por otra parte, estaba el problema de los niños recién nacidos que mueren antes del bautismo. El bautismo sirve, en términos teológicos, para borrar el Pecado Original. Un niño recién nacido no peca por sí mismo, y por tanto es alguien bueno, pero aún así está manchado por el Pecado Original (lo decía San Agustín). ¿Qué pasa con ellos...?
Por eso, algunos teólogos señalaron que quizás la pena era un tanto excesiva, y que por ende, podía quizás existir un lugar intermedio entre el Paraíso y el Infierno, a donde iban todos aquellos quienes no merecían estrictamente la salvación, pero tampoco eran acreedores del castigo eterno. Este lugar pasó a ser llamado informalmente el "limbo", que deriva de una palabra latina que significa "límite", porque en efecto el limbo sería el límite entre el Infierno y el Cielo. La Iglesia Católica no recogió oficialmente esto como dogma, pero lo permitió, para salvar el escollo de tener que explicar qué pasaba con las almas buenas que aún así no eran bautizadas. Dante Alighieri, quien le dio representación literaria en su obra "La Divina Comedia", lo ubica como un lugar ultraterreno sin suplicios especiales, más o menos a la entrada del Infierno, en donde las almas esperan el Juicio Final para así ver finalmente a Dios.
Años después se inventó el concepto de Purgatorio, que venía más o menos a rellenar este vacío que pesaba entre los que habían pecado demasiado poco para ir al Infierno, o demasiado para ir al Paraíso. El Purgatorio sí que recibió sanción oficial, en particular desde el Concilio de Trento (1543-1565) en adelante. El Purgatorio permitió también un negocio que no se podía con el limbo: cobrar dinero por las llamadas "misas de difuntos", destinadas a sacar las almas del Purgatorio y enviarlas al Paraíso a punta de oraciones dominicales.

EL ESPINOSO PROBLEMA DE ABOLIR EL LIMBO.
El problema del limbo volvió al tapete cuando Juan Pablo II, asustado por la suerte ultraterrena de su hermana nonata (fallecida durante el parto, que le costó la vida también a su madre), insistió en determinar teológicamente qué ocurría con el limbo. El Catecismo de la Iglesia Católica publicado en 1992, a diferencia del que Pío X publicara en 1905, no se refiere al limbo, y entrega las almas que deberían ir a él, a la infinita misericordia de Dios.
Entonces, ¿por qué la Iglesia Católica no dictamina de una buena vez, que el limbo no existe? La situación no es tan fácil. Resulta que dejar de creer en el limbo hace reaparecer el viejo fantasma del problema entre ser bueno y el bautismo. El bautismo en particular, y los sacramentos en general, son uno de los principales engranajes de la maquinaria de poder de la Iglesia Católica. De esta manera, el bautismo fue elevado a un rango tan alto, que sin él, simplemente no habría salvación posible. Funciona como los seguros de vida, ya que la compañía de seguros mete miedo sobre los peligros de la vida cotidiana, y luego vende como gran remedio su propio seguro: la Iglesia Católica hace lo propio metiendo miedo al Infierno, y luego vende su propio bautismo como medio de salvación. Por ende, dejar que las almas no bautizadas vayan al Cielo, implica que existe salvación fuera del bautismo, y por ende, que un alma muy buena, pero no bautizada (lo que significa: que no está dentro de la Iglesia Católica, y por tanto, que no obedece al Papa), podría salvarse. ¿Quién querría entonces hacerse católico, si existe salvación fuera de la Iglesia Católica? Y con ello, la Iglesia Católica se dispararía en el propio pie, respecto de las bases de su poder.
Por otra parte, entregar la suerte de esas almas a la infinita misericordia de Dios plantea otro problema aún mayor. Si la misericordia de Dios es infinita y alcanza para salvar a esas almas, ¿por qué no se extiende incluso hasta el infierno y salva a esas almas? La Iglesia Católica ha dicho hasta la saciedad que el infierno existe de verdad. Pero, ¿qué sentido tiene la existencia de un infierno, que ninguna alma va a poblar? Eso haría absolutamente innecesario tanto el bautismo, como la sujección ya no digamos a la Iglesia Católica, sino a los estándares éticos mismos de la Iglesia. De esta manera, un homosexual que apoyara la píldora del día después no se iría a la condenación eterna, sino que obtendría salvación para su propia alma, gracias a la infinita misericordia de Dios. Y eso es un lujo que la Iglesia Católica no puede permitirse, si quiere seguir siendo poderosa.
Por eso, el problema de decidir si el limbo existe o no, es mucho más enredoso de lo que a primera vista parece, y de ahí que no sea tan infantil la arrogancia con la cual la Iglesia Católica, como si fueran algo así como una Oficina de Supercosmología, se permite crear o suprimir departamentos ultramundanos a discreción (ya se quisieran ese poder los astrónomos para encontrar más fácilmente planetas extrasolares). Y por eso, la Iglesia Católica se toma la calma sibilina de siempre para decidir qué hacer con el problema.

17 septiembre 2006

EL DISCURSO DE RATISBONA: LOS MUSULMANES CONTRA BENEDICTO XVI.

El pasado 12 de septiembre, en el marco de su segunda gira apostólica por Alemania, Benedicto XVI pronunció un discurso en el Aula Magna de la Universidad de Ratisbona, que a la larga resultaría enormemente polémico e incendiario. No pocos grupos musulmanes han protestado, e incluso alguno ha lanzado amenazas de muerte contra Benedicto XVI. ¿Es realmente para tanto? El Ojo de la Eternidad inspecciona y comenta el contenido del discurso de Benedicto XVI, para explicar el motivo de tanto alboroto.


[IMAGEN SUPERIOR: Benedicto XVI es recibido en Alemania, durante su segunda gira como Papa por dicho país, en Septiembre de 2006].

NOTA: Ya que el contenido de este posteo versa sobre un discurso de Benedicto XVI y sus consecuencias, nuestros lectores podrían querer leerlo de primera mano. Para echarle un vistazo, pueden consultarlo en los siguientes enlaces:
En castellano, aquí.
En inglés, aquí.
En italiano, aquí.
En alemán, aquí.

LA SEGUNDA GIRA DE BENEDICTO XVI A ALEMANIA.
Cuando el anciano Joseph Ratzinger fue entronizado (o, según las malas lenguas, se entronizó él mismo usando palos blancos dentro del Colegio Cardenalicio), muchos se preguntaron sobre si iba a emprender tantas giras como Juan Pablo II en su tiempo. A un año y medio de Papado de Benedicto XVI, la respuesta es clara: sus viajes han sido mucho más medidos, y harto menos mediáticos. Es cierto que su primer viaje, a su Alemania nativa, fue cubierto hasta la saciedad por los medios (no insistiremos en ello, porque le dedicamos en su tiempo un posteo en El Ojo de la Eternidad), pero sus otras giras han pasado bastante desapercibidas. Su viaje a España no estuvo exento de polémica, por algunas declaraciones algo contundentes sobre la familia y la relatividad moral, pero como se trataba de algo más o menos esperable, considerando la vieja tosudez de Benedicto XVI en insistir sobre temas valóricos, a despecho de otra clase de problemas más urgentes como la sobrepoblación mundial o la reforma interna de la Iglesia Católica, el asunto no pasó a mayores.
Pero la nueva gira de Benedicto XVI a Alemania volvería a encender la mecha. A diferencia de su primer viaje, en el cual Benedicto XVI se presentó como un rockstar al más puro estilo Marilyn Manson, o bien el protagonista ficticio del filme "The Wall" de Alan Parker y Pink Floyd, en esta ocasión debía ser un viaje mucho más recogido y menos mediático. Por supuesto que arreciaron las presentaciones públicas y los discursos, pero éstos han sido menos recogidos por los medios, y la organización en general se ha preocupado no tanto de acarrear gente, como de producir hitos simbólicos.
Desde este punto de vista, es toda una sorpresa que el escándalo mayor del segundo viaje de Benedicto XVI a Alemania haya sido producto de un discurso que, en realidad, bien leído, no tiene nada de incendiario. O por lo menos, no es tan explosivo como otros más destemplados que Benedicto ha pronunciado. El objetivo del discurso de Benedicto XVI no tenía nada que ver con la lucha religiosa entre el Islam y el Catolicismo. Y sin embargo, muchos musulmanes se tomaron muy a mal las palabras de Benedicto XVI. Y no sólo grupos integristas islámicos lo hicieron así: incluso el rey de Marruecos llegó al extremo de retirar a su embajador en el Vaticano, en protesta por el discurso. La gran pregunta, considerando que los únicos hispanohablantes que se han dado el trabajo de leer de punta a cabo el discurso de Benedicto XVI son algunos católicos fanáticos, y también la redacción de El Ojo de la Eternidad, es entonces ¿era realmente para tanto?

LO QUE BENEDICTO XVI DIJO EN LA UNIVERSIDAD DE RATISBONA.
El discurso de Benedicto XVI era en esencia bastante pacífico, o al menos mucho más de lo que es habitual en él. El esqueleto estructural en torno al cual gira la disquisición del discurso, es el problema de la relación entre la razón y la fe. Como es un discurso dirigido a estamentos universitarios, y a varios científicos, toca por supuesto el tema de la racionalidad científica y la fe. Y el hilo conductor que eligió para enhebrar todos sus tópicos, es el problema de si la naturaleza de Dios es plenamente racional.
Debe decirse que en este caso, el discurso de Benedicto XVI sigue un zigzag bastante complicado. Después de algunos preliminares a cargo de sus remembranzas de la vida universitaria en Ratisbona, en donde hizo clases décadas atrás, Benedicto XVI entra en un viejo debate, que envolvió a Manuel II Paleólogo, emperador bizantino del siglo XIV, con un erudito persa. La materia del debate es el problema de la legitimidad de la conversión a una religión determinada por medio de la fuerza, en general, y en particular de la guerra santa como método para propagar la fe. La postura defendida por Manuel Paleólogo es que propagar la fe verdadera (cualquiera sea ésta) por medio de la violencia es abiertamente irracional, y por lo tanto, ilegítimo, ya que actuar de un modo no racional es contrario a la naturaleza misma de Dios. Pero, añade citando al autor que recopiló el discurso de Manuel II Paleólogo, el erudito persa podría bien no estar de acuerdo, porque en la tradición cristiana, Dios y la razón se identifican plenamente, mientras que en la tradición musulmana Dios es trascendente e inmanente, y por tanto, Dios trasciende toda posible razón humana.
Aquí es donde recién Benedicto XVI entra en materia. El resto del discurso describe la tensión entre estos dos posibles extremos (un Dios que por ser racional, debería en principio sacrificar su inmanencia, por una parte, y por la otra, un Dios inmanente que no está encadenado a nada, ni siquiera a lo que es bueno, verdadero o racional). El primer camino es el propio del ethos cristiano, según Benedicto. Describe así latamente como la fusión de la tradición filosófica griega y la tradición religiosa bíblica llevaron a la identificación de la Palabra de Dios con el logos griego. Ahora bien, en griego logos tiene una connotación no sólo de palabra, sino también de algo racional (logos es, en griego, lo contrario de pathos, que significa aproximadamente sentimiento o dolor). Durante el resto del discurso, describe como dicha creencia fue puesta en tela de juicio por algunos teólogos medievales, que defendieron el inmanentismo prescindiendo incluso de la idea de un Dios racional, y después por los sucesivos embates de la Reforma y otras corrientes que buscaban "deshelenizar" a la religión, y como parte de su programa, privar a Dios de su aspecto racional.
Los planteamientos de Benedicto XVI son, por supuesto, sumamente discutibles, partiendo por el hecho de que no parece haber manera racional alguna de defender la existencia de Dios, y por tanto, presuponer que Dios es alguien racional es, como mínimo, algo temerario. Pero se ajustan a la más estricta ortodoxia cristiana, toda vez que, como el propio Benedicto se encarga de recordar, la Palabra de Dios que crea el mundo en el Génesis (el Verbo) es identificado con el Logos racional griego. Pero en lo que mira al escándalo, es bien obvio que la idea principal de Benedicto pasa muy de lejos por la crítica contra los musulmanes. La alusión a éstos es bastante parcial, está contextualizada de la cita de un emperador largo tiempo ya muerto, y en realidad está dirigida a un núcleo de catedráticos universitarios a quienes el tópico musulmán deja más bien indiferente, en vez del realmente importante, a saber, cuál es el papel de la religión con respecto a la racionalidad científica en particular, y a la racionalidad en términos amplios, en general. En ese sentido, es claro que los musulmanes, o al menos los musulmanes extremistas que han amenazado con un atentado terrorista contra Benedicto XVI, se han tomado demasiado a pecho afirmaciones de las que, por una vez en la vida al menos, Benedicto XVI parece ser inocente de la intención de injuriar. Y si la inclusión de la historia de Manuel Paleólogo era intencional, para denostar con la sutileza sibilina de los teólogos a la religión musulmana, entonces esta alusión resultó tan etérea que bien los musulmanes podrían haber prescindido perfectamente de ella, sin darse por enterados. Entonces, ¿por qué tanto revuelo a causa un discurso que verdaderamente no lo merece...?

UN NUEVO EPISODIO EN EL HISTORIAL DE DESENCUENTROS.
Cuando hay madera seca suficiente, basta el más miserable de los fósforos para incendiar un bosque. Quizás este discurso en sí mismo sea una nadería, pero es innegable que el revólver estaba cargado desde hacía bastante tiempo. Y aunque Benedicto XVI sea en verdad inocente de la posible mala intención que este discurso pudiera tener hacia los musulmanes, lo cierto es que su arrogancia y prepotencia son las que lo han colocado en un pésimo pie para tratar con el mundo islámico.
La actitud de Benedicto XVI hacia los musulmanes no ha sido condenatoria del todo, es cierto, pero por otra parte ha sido bastante ambivalente. El sello característico de Benedicto XVI, como teólogo primero, y en menor medida como Pontífice después, ha sido un fundamentalismo depredador. Todo aquello que difiere de su santa opinión sobre cualquier tema ético o moral, Benedicto XVI lo califica de relativismo, y lo condena como tal sin más. El verdadero pecado de Benedicto se trasunta bien en su discurso, leyendo entre líneas: quizás no es una condena contra los musulmanes en general, pero hay una sutil identificación entre el Islam y una posición inmanentista que Benedicto descalifica de inmediato como irracional. Una de las conclusiones que pueden extraerse del discurso de Benedicto, es que el Islam es una religión eminentemente irracional, y el Cristianismo, al menos en su versión católica, una eminentemente racional, porque el Cristianismo tiene como herencia el logos griego, y el Islam no. Esto está en concordancia con la actitud displiscente de Benedicto contra todos aquellos quienes no sostienen sus ideas, y que se vertió en la durísima persecusión que emprendió en su época contra la Teología de la Liberación, por ejemplo.
Por otra parte, Benedicto XVI ha actuado ciertamente con hipocresía al condenar la violencia. El mismo ha manifestado un furor paulino en reprimir a aquellos quienes no piensan como él, pero no ha tenido empacho en condenar la violencia del terrorismo religioso. Aunque el terrorismo religioso sea algo malo, no es Benedicto XVI la persona que tiene mayor autoridad moral para atacarlo. Y esto, los musulmanes lo resienten.
Por otra parte, el Cristianismo ha tenido una relación de eterna enemistad hacia los musulmanes. La guerra contra el infiel fue el programa político continuo de la Iglesia Católica durante todos los siglos desde la Héjira hasta el fin de la Edad Media, y aún en el siglo XVIII todavía hacía llamados (vanos, por supuesto) a la Cruzada. En el siglo XX dicha actitud se ha desvanecido, pero uno puede legítimamente preguntarse si esto se debe a un cambio de actitud de la Iglesia Católica, o a que simplemente ha perdido demasiado poder como para permitirse el lujo de convocar a una Cruzada. La Iglesia Católica perdió así históricamente una magnífica oportunidad de enmendar sus errores, y por ende, la autoridad moral para condenar a quienes ahora en la actualidad emplean los mismos métodos terroristas que ella utilizó contra los musulmanes. En ese sentido, Benedicto XVI, perdido en sus ensoñaciones teológicas sobre el logos cristiano y sobre la inmanencia de Dios versus la razón, sigue viviendo de espaldas a la Historia. Y quienes no aprenden del pasado, están condenados a repetirlo...

20 abril 2006

BENEDICTO XVI: AÑO UNO.

El pasado 18 de Abril, Benedicto XVI cumplió su primer año de Pontificado. Por desgracia para la Iglesia Católica, el Panzerkardinal ha heredado algunos pésimos hábitos de su pasado, y ha insistido en una aproximación totalitaria y muy poco caricativa a la religión cristiana. El Ojo de la Eternidad aprovecha la oportunidad de hacer un balance de su primer año a cargo de la Iglesia Católica.

LA LLEGADA DE BENEDICTO XVI AL PODER.
El día 2 de abril de 2005 falleció Juan Pablo II, después de cerca de 26 años y medio de pontificado. Sin embargo, para mucha gente era evidente que Juan Pablo II hacía tiempo que ya no era Papa, o por lo menos, se esforzaba demasiado en serlo, cada vez más acorralado por las enfermedades degenerativas que lo acosaban. Surgieron entonces los inevitables rumores e intrigas por el tema de la sucesión. Los primeros síntomas de que algo raro pasaba, se produjeron cuando hubo orden interna dirigida a todos los cardenales, de no hacer declaraciones a la prensa en ningún sentido.
La elección del año 2005 fue histórica en un amplio sentido. Juan Pablo II había liderado exitosamente un movimiento tendiente a aplastar la obra del Concilio Vaticano II, y su largo pontificado había profundizado una noción autoritaria de lo que debe ser la Iglesia Católica. Pero en ese tiempo, el mundo había cambiado. La sociedad civil le perdía el respeto a la Iglesia de manera cada vez más acelerada. Se publicaban abiertamente libros sobre las diversas intrigas vaticanas, no sólo sobre aquellas de los pasados siglos, sino también sobre investigaciones relativas al oscuro fallecimiento de Juan Pablo I y las vinculaciones de los principales sospechosos a la Banca Vaticana y las finanzas de la alta política italiana. Además, una enorme revolución mediática se había producido. La principal fuente de información en la elección de 1978 había sido el periódico y la televisión. En 2005, había sido Internet. En ese sentido, lo poco transparente de la elección había quedado aún más de manifiesto, no porque ésta en particular lo hubiera sido por sobre las anteriores, sino porque ésta era mucho más visible para el mundo.
A diferencia de elecciones pasadas, la de 2005 no era entre un ala reformista "pro Vaticano II" y una conservadora, sino entre una conservadora moderada y una conservadora radical. En el largo papado de Juan Pablo II, la mayor parte de los cardenales reformistas y adeptos a una interpretación del Catolicismo social y mundana habían sido barridos, reemplazados por un Colegio Cardenalicio conservador, tridentino y ultramundano.
Por otra parte, Joseph Ratzinger había sido el ala derecha de Juan Pablo II durante muchos años. La elección de éste, bien conocido por su fanatismo religioso hasta el punto de haber sido bautizado como "Panzerkardinal" o "Rottweiler de Dios", no debería haber resultado una sorpresa.

LOS ANTECEDENTES DE RATZINGER.
No había nada de tranquilizador en el pasado de Joseph Ratzinger. Había vivido su niñez y juventud en la Alemania Nazi, e incluso había participado en las Juventudes Hitlerianas. Los adeptos de Benedicto XVI lo defienden señalando que dicha participación era obligatoria en aquel tiempo, y además fue de apenas un año, pero cuesta pensar que el virus del autoritarismo no pudo haberse inoculado por la presión social en aquellos años.
En los años siguientes, como sacerdote, Ratzinger era uno de los teólogos liberales, ubicado dentro del ala reformista de la Iglesia Católica durante el Concilio Vaticano II. Sin embargo, andando el tiempo, la observación de las revueltas de 1968 le provocaron vivo asco. ¿Acaso el puritanismo, el espíritu disciplinado, férreo y militar, o el autoritarismo asociados al espíritu germánico, hicieron efecto en él? Como sea, se volvió más conservador que los propios conservadores, y cuando Juan Pablo II le llamó a ser el encargado de controlar la Congregación de la Doctrina y de la Fe, sucesora de la Santa Inquisición, desarrolló una implacable persecusión de todos los elementos disidentes. Irónicamente, el Papa polaco que venía de un país asolado por los nazis, tenía como brazo derecho teológico a un antiguo nazi.

EL PRIMER AÑO DE BENEDICTO XVI.
Tanto el pasado de Benedicto XVI como su manera intrigante de llegar al poder, eran un seguro anticipo de lo que vendría. Y en ese sentido, el pontificado de Benedicto XVI ha sido casi completamente estéril en obras. Para decirlo más claro, Benedicto XVI se ha desgastado haciendo gestos hacia la platea, pero no ha hecho nada que pudiera ser considerado un bien para la Iglesia Católica, sus fieles, la defensa de los valores humanos, o la Humanidad en su conjunto.
Uno de los grandes desafíos que Benedicto XVI heredó de Juan Pablo II, era la modernización de la Iglesia Católica. Juan Pablo II había promovido una Iglesia abierta al mundo, consciente de la importancia creciente de los medios de comunicación, pero al mismo tiempo había reforzado el autoritarismo papal con la promulgación del Código de Derecho Canónico y el Catecismo de la Iglesia Católica. En ese terreno, Benedicto XVI no ha hecho absolutamente nada. Su pontificado ha sido de una inercia pasmosa, y por tanto, la Iglesia Católica sigue yendo hacia el desastre, con la creciente sangría de sacerdotes que vive todos los días.
Por otra parte, en los tiempos actuales conviven por una parte la pluralidad de ideas más grande que ha vivido la Humanidad desde sus comienzos, con el resurgimiento de toda clase de intolerancias y fanatismos de toda clase. En esto, Benedicto XVI también ha dado un paso hacia adelante y uno hacia atrás. Por una parte, ha intentado promover el ecumenismo teniendo conversaciones con representantes de otras religiones y grupos: con los anglicanos, con los lefevristas, con los ortodoxos, con los musulmanes. Sin embargo, éstas han sido meramente protocolares. En lo esencial, Benedicto XVI ataca con fuerza "el relativismo", su bestia negra, que él identifica con todo aquello que no se corresponde con la Iglesia Católica. ¿Qué clase de diálogo ecuménico o interreligioso puede nacer de aquí?
Tampoco ha sido un pontificado pródigo en grandes gestos. El caballo de batalla fue la reunión de Benedicto XVI con los jóvenes en Colonia. Sin embargo, de ella nada bueno puede salir. El discurso de Benedicto XVI en dichas jornadas fue todo lo fundamentalista que pudo ser, llamándolos a ser buenos y decentes, pero a la vez, dando a entender de manera sutil y ladina que eso era exactamente igual a ser un buen católico (¿acaso el agnóstico Einstein, el agnóstico Darwin o el agnóstico Carl Sagan eran malas personas o con su obra perjudicaron a la Humanidad...?). O sea, si esta reunión genera alguna clase de frutos, no pueden ser otros sino el fundamentalismo y fanatismo, el culto a la personalidad de presentar a Benedicto XVI igual que si fuera un rockstar. No insistiremos más, porque hablamos latamente sobre el particular en un posteo anterior.
Por otro lado está la primera encíclica, en donde pontificó sobre el amor. Sin embargo, la manera de hacerlo fue, cuando menos, curiosa, y en definitiva es un ejercicio de Teología bastante torcida, que dejó bien en claro que una cosa es hablar sobre el amor y la caridad, y por otro lado, ejercerla. También hubo un posteo anterior sobre el particular, así es que no insistiremos.
En definitiva, el primer año de pontificado ha sido todo lo anodino que se puede, lleno de pirotecnia y fuegos artificiales, pero sin ningún fruto concreto. O por lo menos, eso es lo mejor que cabe esperar, porque si surge algún fruto de todo esto, no puede ser otro sino el recrudecimiento del fanatismo religioso de los católicos, algo que no le hace ningún bien ni a ellos, ni al resto de la sociedad que tiene que convivir con ellos.

16 febrero 2006

BENEDICTO XVI EN COLONIA: EL PAPA QUE SURGIÓ DEL FRÍO.

Han pasado casi seis meses desde que Benedicto XVI abandonó el Vaticano por primera vez como Papa, y emprendió el que hasta la fecha es su único viaje al extranjero. Lo hizo a Colonia, ciudad alemana muy cara para él. No es mal pretexto para repasar los incidentes y significación de dicho viaje, por lo que El Ojo de la Eternidad devela un par de cosas que los medios de comunicación tradicionales no pudieron o no quisieron decir, sobre las sibilinas manipulaciones de Benedicto XVI, en el día de su encuentro con la juventud...



[ILUSTRACIÓN SUPERIOR: Benedicto XVI en Colonia, en barcaza por el Río Rin, cual Julio César del siglo XXI].

EL VIAJE DEL PAPA A COLONIA.
Al advenimiento de Benedicto XVI como Papa, en Abril pasado, las dudas y resquemores sobre éste eran muchas. Una de las principales giraba en torno al problema de qué tan mediático resultaría. Juan Pablo II había tenido ideas duramente conservadoras, pero también era un hombre carismático y amigo de los medios de comunicación modernos (en particular la televisión e Internet). Si Benedicto XVI fallaba en ser igualmente mediático, y era posible que así fuera, entonces la Iglesia Católica corría un grave peligro de contraerse aún más que lo jibarizado en los últimos años. De esta manera, el anuncio de que concurriría a la Jornada Mundial de la Juventud, en Agosto pasado, resultó ser una prueba de fuego. No sólo era su primer viaje como Papa al exterior, sino también una "primera impresión" de cuál sería su manejo y roce con los medios de comunicación. Y ya se sabe lo que son las primeras impresiones: una mala o muy mala, es muy difícil corregirla más adelante.
La llegada fue apoteósica, en un buen sentido, y también en uno malo. Según la prensa de la época, navegó en un barco con una nutrida comitiva, en cinco barcos (representando los cinco continentes), por el Río Rin, desde el Arzobispado hasta la Catedral de Colonia. No se escatimaron medidas de seguridad: además de las lanchas policiales que recorrieron el río, 300 buzos garantizaron la seguridad de la flotilla. Nada mal, para alguien que se dice sucesor de aquél que entró a Jerusalén montado en un humilde asno...
El mismo día de la inaguración hubo un incidente que sería pintoresco, de no ser por sus siniestras connotaciones. La policía germana, con un muy buen sentido común, se dispuso a repartir gratuitamente condones entre los jóvenes. La Iglesia se opuso rotundamente. Mathias Kopp, vocero de la Jornada, se lo tomó como algo casi personal: "Es una pura provocación". La policía se defendió con el argumento obvio: "En tiempos del SIDA, consideramos que el uso de condones sigue siendo el método de prevención más eficaz". Anécdota pintoresca, como decíamos, pero con un sello siniestro: la Iglesia Católica no sólo desconoce la realidad de que muy pocos jóvenes católicos viven en perfecto celibato hasta el matrimonio, sino que además, está decidida a sacrificar la salud y la vida de los jóvenes por mantener dogmas religiosos espúreos, algo que ya había demostrado al oponerse al control de la natalidad en Africa.
Hubo también un mal presagio: el Miércoles 16 de Agosto (es decir, dos días antes del arribo de Benedicto a Colonia), el creador de las Jornadas de la Juventud, en 1984, el padre Roger Schutz, fue apuñalado por una mujer, aparentemente una perturbada mental (aunque la fuente para esto es un diario católico, La Razón de España).
De todas maneras, la llegada del Papa a Colonia y la atención mediática que había convocado, aseguraban lo fundamental: Benedicto XVI era un hombre capaz de mover masas. Algún mal pensado podría argumentar que todo eso estaba cocinado, con una intensa labor de base a nivel parroquial para llevar gente que aplaudiera, un poco como en la televisión, cuando sale el cartelito "aplausos" o "risas" para decirle al público cuando deben hacer tales cosas. Pero si eso fuera cierto, entonces resulta claro que la maquinaria católica es todavía poderosa...

LA SUPERESTRELLA.
También, lo que fuera a hacer o decir Benedicto XVI, era motivo de controversias. ¿Cuál sería su mensaje?
Un rasgo interesante de hacer notar en este punto, es que Benedicto XVI es un hombre de palabras, algo que no debería resultar increíble, dado que su vida entera ha estado condicionada por su formación de teólogo apartado de la vida cotidiana (algo que subliminalmente dejó ver en su primera Encíclica, como posteamos oportunamente en EODLE). Esto lo diferencia de Juan Pablo II, quien era también hombre de gestos (como por ejemplo, besar el suelo de la tierra que pisaba como una muestra de humildad, rasgo que Benedicto XVI no imitó).
Hubo algunos discursos que trataron asuntos que podríamos llamar "de relaciones públicas". Entre ellos está aquél en donde calificó al Nazismo como "ideología demencial". Decir esto en Alemania, país en donde los grupos neonazis son cada vez más importantes, era algo fuerte. Pero necesario para Benedicto XVI, quien en el tiempo de su elección había sido sindicado como "nazi" por su pasado en las Juventudes Hitlerianas. Tuvo también algunos gestos de acercamiento hacia los judíos, con los cuales inaguró una política que ha mantenido en lo sucesivo: el diálogo con el Judaísmo.
Tuvo también algunos gestos referentes al Ecumenismo. Concretamente, señaló que Alemania era el país de la Reforma, pero también la cuna del ecumenismo cristiano en el siglo XX. Relajó también las exigencias católicas, al señalar que la unidad entre las numerosas sectas cristianas (Benedicto no usó la palabra "secta", por supuesto), "no significa uniformidad en todas las expresiones de la teología y la espiritualidad". Pero estos puntos ganados a favor de la tolerancia, se vieron dramáticamente perdidos en la homilía del Domingo siguiente, en donde afirmó que no existe el "Catolicismo a la carta" (según sus propias palabras). Concretamente, en dicha homilía dijo, después de insistir en la "necesidad de la eucaristía" (lo que en EODLE comentamos oportunamente como un mecanismo de control psicológico de la Iglesia Católica): "La espontaneidad de las nuevas comunidades es importante, pero es asimismo importante conservar la comunión con el Papa y con los obispos. Son ellos los que garantizan que no se están buscando senderos particulares, sino que a su vez se está viviendo en aquella gran familia de Dios que el Señor ha fundado con los doce apóstoles". Es decir, Benedicto XVI borró con el codo lo que escribió con la mano, porque implícitamente pone como requisito para reconocer que una determinada manera de entender el Cristianismo como algo más que un "sendero particular", es la "obediencia al Papa", y de ahí a la completa sumisión doctrinal (algo que sabe bien Benedicto XVI, antiguo Panzerkardinal Ratzinger, perseguidor a muerte de la Teología de la Liberación), hay sólo un paso, en particular desde 1870, año en que el Papa Pío X decretó, con el apoyo del Concilio Vaticano I, que el Papa es infalible cuando habla ex cathedra sobre asuntos de fe (o sea, que todo lo que diga un luterano o un anglicano está equivocado si contradice al Papa, porque sí, porque el Papa lo dice, y punto).

¿EL NAZISMO AL PONTIFICADO...?
¿Qué significado tiene todo esto? ¿Qué puede leerse entre líneas? La conclusión más obvia parece ser el triunfalismo demostrado por la Iglesia Católica, que destacó la masiva afluencia de jóvenes al evento, y el hecho de que la juventud del siglo XXI esté tratando de reencontrarse con la espiritualidad, en medio de la civilización de Internet, el sexo en línea, las películas pornográficas y las relaciones de una sola noche. Y sin embargo, los métodos de Benedicto recuerdan sintomáticamente al Nazismo.
Cuando Benedicto XVI era sólo Joseph Ratzinger, un púber más dentro del Tercer Reich, se le enroló por un año en las Juventudes Hitlerianas. Se ha dicho que su paso por esa experiencia no fue definitivo, porque fue tan solo un año, y de todas maneras no marchó al frente de batalla. Sin embargo, ¿no quiere decir de todas maneras que, en un año, la espiritualidad nazi no lo hubiera marcado? En adelante, toda su manera de afrontar las cosas ha tenido un extraño sello nazi, en particular su manera de reprimir la disidencia: elaborando altos vuelos teológicos (como la filosofía nazi) y aplastando a quienes se oponen a dichos vuelos (como los métodos de represión nazis).
Ahora, como Benedicto XVI, vimos una nueva muestra. Su primer, y hasta el momento único viaje al extranjero, fue a Alemania. En ella, tuvo explícitamente que condenar el Nazismo, quizás por el parecido espiritual de Benedicto XVI con Hitler. Y para reafirmar el Catolicismo allí, realiza lo mismo que los nazis: un espectáculo de masas. No tan perfectamente coreografiado, por supuesto (de hecho, era deseable el "toque de espontaneidad", para evitar que se viera como un videoclip de Rammstein), pero con la misma filosofía de un desfile como el que organizó el Tercer Reich en Nüremberg, en 1934. Y, consciente de que el futuro de la Iglesia Católica es cada vez más negro, con las progresivas deserciones al interior de la misma, se apresta a defenderla de la única manera posible: lavándole la cabeza a miles de jóvenes con un acto de masas, igual que intentaron hacer los nazis con las Juventudes Hitlerianas. ¿Alguien duda todavía de que Benedicto XVI, por más que se oponga al Nazismo, es él mismo un individuo que vive en una atmósfera nazistoide y se comporta como si la Iglesia Católica fuera un Kirchenreich...?

NOTA: Los acontecimientos de la Jornada han sido reseñados de los sitios en Internet de los diarios La Tercera de Santiago de Chile, El País y La Razón de España, y la BBC en español.

02 febrero 2006

LA PRIMERA ENCÍCLICA DE BENEDICTO XVI.

El pasado 25 de Enero, con unos nueve meses de Pontificado, aunque antedatada para la Navidad del 2005, Benedicto XVI presentó su primera encíclica. Aunque no es una formalidad, es costumbre vaticana que la primera encíclica de un Papa es una suerte de programa o anticipo de lo que serán las preocupaciones principales del Pontífice. Lo que nos encontramos después de leer "Deus Caritas Est", la Encíclica de Benedicto, es bastante revelador, tanto por lo que dice como por lo que oculta, porque confirma algo que ya sospechábamos: Benedicto XVI es un hombre obtuso, que vive en un universo mental paralelo al nuestro, y que es serio candidato a la psicosis. Como buen blog sobre religión, no podíamos estar ausentes de este evento, así es que El Ojo de la Eternidad revela los detalles y entresijos con un completo análisis del texto en cuestión.


[IMAGEN SUPERIOR: Benedicto XVI saludando. Nótese el rictus sociópata (mirada fría como tiburón, sonrisa apenas esbozada) y las manos dispuestas a la manera del chamán de la tribu haciendo un sortilegio].

...ANTERIORMENTE EN LA SAGA DE BENEDICTO XVI...
En Abril del año pasado, Joseph Ratzinger, el fanático e inflexible guardián del dogma católico en el Vaticano, se convirtió en Papa Benedicto XVI. Dicho nombramiento causó honda inquietud en los más diversos círculos. Sintomáticamente, los únicos alegres porque el cargo recayera en dicho hombre, fueron las gentes de extrema derecha. Como Papa, Benedicto XVI generó honda incertidumbre. Su predecesor, Juan Pablo II, había instaurado en el Vaticano un estilo mediático y dinámico de gestión, de modo que todos se preguntaban si el venerable ancianito de 78 años sería capaz de hacer algo similar. Benedicto XVI demostró ser alguien que se toma las cosas con calma. Ha emprendido un solo viaje al extranjero como Papa, a su Alemania nativa, y se ha manifestado extraordinariamente parco en dar entrevistas y en conceder gestos de alguna clase. Su propio estilo es autoritario y circunspecto, lo que origina incluso tensiones dentro de la propia Curia.
Desde ese punto de vista, se esperaba con ansias que Benedicto XVI culminara su primera Encíclica. De las varias que un pontífice puede escribir durante su Papado, la primera adquiere una importancia especial, porque es interpretada como una suerte de, más que "programa de trabajo", compendio de las preocupaciones cardinales que guiarán al flamante nuevo Papa durante su pontificado. A finales de Enero pasado, se develó el enigma. Benedicto XVI publicó la encíclica "Deus Caritas Est" ("Dios es Amor"), y con ella reveló, inconscientemente con toda probabilidad, algo de lo que puede esperarse de él como Papa. ¿Y que revela la Encíclica? Básicamente un hombre espiritualista, que se siente más allá del mundo y de los pobres mortales que él tiene por "obligación" pastorear, y que vive en una burbuja dogmática que no se condice con la realidad.

LA ESTRUCTURA DE "DIOS ES AMOR".
Ya desde el título elegido, Benedicto XVI hace un guiño interesante. Debido a que las encíclicas son formalmente cartas que el Papa dirige a la Iglesia Católica, no llevan título, por lo que se acostumbra a titularlas con las primeras palabras de la misma. En este caso, las primeras palabras son: "Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él". Son del evangelio de Juan, y eso ya es una elección interesante. Es sabido que el Evangelio de Juan es diferente a los otros, tanto en estructura como en intenciones, lo que la Iglesia Católica ha atribuido machaconamente al hecho de haber sido redactado por "el hijo bienamado de Jesús", pero que la investigación historiográfica lo explica atribuyéndole dicho texto a alguien profundamente helenizado, que concebía a Jesús como un héroe helénico y no como un mesías judío. De ahí que el Evangelio de Juan sea mucho más "espiritualista" que los otros tres, ya que presenta a un Jesús mucho más discursivo, ultramundano y etéreo que el Jesús de carne y hueso, y hombre de acción, que es el protagonista de los otros tres textos. Sintomáticamente, en el texto de Benedicto se cita, o al menos se menciona, a Juan Evangelista no menos de una veintena de veces (a vuelapluma, contamos 27). Por contra, los otros tres evangelistas, en conjunto, a saco, y sumados los tres, son mencionados en total incluso menos veces (nosotros contamos, también a vuelapluma, 19). O sea, en la mentalidad de Benedicto XVI, el espiritualista y ultraterreno Juan pesa más que los otros tres evangelistas, más terrenales, menos filosóficos, y más conectados con el mundo y la realidad contemporánea (la de ellos, claro está).
La estructura elegida por Benedicto para exponer el tema, por su parte, también es decidora, y es la propia de un hombre dogmático, poco adaptable e inflexible, que pretende amoldar la realidad a su propia visión del mundo. En primer lugar entrega una densa disquisición teológica y doctrinal sobre el concepto de "amor". En segundo lugar, aplica sus conclusiones a la realidad mundana. Es decir, es el viejo método dogmático de elucubrar sobre el mundo para luego entenderlo a la luz de las ociosas cavilaciones mentales propias, inverso al buen método científico que primero se abre al mundo, lo interroga, lo cuestiona y se hace preguntas, y después intenta explicarlo. Y para quien piense que un Papa no podría hacer las cosas de manera diferente, por ser justamente "un hombre de religión" y el guardián de la dogmática católica, digamos que muy distinto es, por ejemplo, el estilo de "Mater et Magistra", de Juan XXIII, que combina sabiamente la disquisición teológica en abstracto con las realidades materiales, de manera que ambos planos se complementan y armonizan, creciendo juntos hasta desarrollar por completo el tema. Claro que Juan XXIII estaba preocupado por un asunto que no entra en el mundo mental de Benedicto XVI, cual era la cuestión social provocada por la explotación capitalista de los trabajadores.

LOS PLANTEAMIENTOS TEOLÓGICOS DE BENEDICTO XVI.
Lo primero que hace Benedicto XVI, es un estudio sobre la palabra amor. Dicho en lenguaje de rock latino: "¿de qué hablamos cuando hablamos de amor?". En este punto, Benedicto intenta crear sólidos fundamentos teológicos para el deber de caridad cristiana. Lo que logra, sin embargo, es hacer el ridículo más absoluto, ya que sus argumentos carecen de fundamento fáctico, y lo que es peor, incluso de toda posible lógica. Reflexiona sobre si el Cristianismo ha matado el "eros", el amor erótico, en beneficio de una vida ultramundana. Afirma que no, porque el eros sigue existiendo, pero a continuación le impone límites de disciplina tan estrechos, que lo termina asesinando ya no de frente, sino por una artera puñalada por la espalda. El eros debe derivar en entrega total hacia el ser amado, y esto, según Benedicto, sería el fundamento de la caridad cristiana, el darse por completo al otro. Como suele suceder en el discurso teológico, lo que se silencia es tan importante como lo que se dice: Benedicto está preconizando (haciendo caso omiso) de la individualidad de la persona. Para Benedicto, el eros que alimenta al individuo sólo tiene sentido si hace completo al hombre, pero éste sólo puede hacerse completo si renuncia a sí mismo hasta deslavarse por completo. En estas líneas, el viejo nazi que hace manifestaciones al Führer, saliéndose de sí en el proceso, campea a sus anchas. ¿Y no pretende la Iglesia Católica en definitiva matar toda posible individualidad para así aniquilar la crítica, única manera de imponer su poder por medio de una serie de dogmas espúireos que no se sostienen mediante el más mínimo razonamiento? ¿No se comporta entonces Benedicto como un mercachifle de multitiendas?
Veamos una perla: "En modo alguno [el Antiguo Testamento] rechazó con ello el eros como tal, sino que declaró guerra a su desviación destructora, puesto que la falsa divinización del eros (...) lo priva de su dignidad divina y lo deshumaniza" [DCE 4]. Está hablando del eros en la prostitución sagrada. Cuesta hoy en día entender la prostitución sagrada como ritual, pero eso no lo hace automáticamente nocivo o nefasto, por más que Benedicto quiera. En vez de intentar entender, Benedicto condena sin más. ¿Y cuál es la verdadera divinización del eros? Ya dijimos, aquella que lleva a abandonarse a sí mismo, etcétera.
La solución que propone Benedicto XVI es el matrimonio monógamo. En medio de pura retórica vacua, sostiene que la única manera de purificar el eros es a través del matrimonio monógamo. Irónicamente lo hace citando el Cantar de los Cantares, usando su interpretación "oficial" según la cual es un canto al amor entre Dios y sus fieles, cuando en realidad para cualquiera que lo lea desprejuiciadamente, es un poema erótico que pasó "soplado" a integrar el canon bíblico actual.
Y se pone peor. Para rastrear los orígenes de la novedad bíblica en esta manera de ver las cosas, se ampara nada menos que en Oseas y Ezequiel. La interpretación oficial sobre ambos profetas es que hablaban en metáfora sobre la falta de fe de Israel. Pero una lectura atenta de ambos profetas revela algo bien distinto, cual es que ambos vivían una sexualidad completamente insana. Oseas era un psicótico que tenía visiones divinas, y que se había casado con una prostituta, echándole la culpa al mandato divino, mientras que Ezequiel insiste e insiste sobre la prostitución de Israel y cuenta historias picantes de prostitutas para graficar la infidelidad de Israel hacia Dios. Ni qué decir cuan triste visión del amor de pareja puede extraerse de la lectura de ambos profetas, sí muy edificantes a la hora de graficar enfermedades vinculadas a la religión, como la psicosis o la neurosis de conversión.

CÓMO SE APLICA LA TEOLOGÍA DEL AMOR AL MUNDO MODERNO, SEGÚN BENEDICTO XVI.
Después de tan lamentable intento de justificar la caridad cristiana a partir del amor (y de una visión bastante sicótica del amor, entendido casi como un abandono de sí mismo, igual que una mujer golpeada que idolatra a su marido golpeador), viene el trecho referente a cómo se ejerce la caridad por parte de la Iglesia. Este pedazo es, con mucho, el más aburridor, porque no es sino un refrito de lugares comunes que giran en torno a la idea de que "la Iglesia se organiza en torno a la caridad".
Una vez más, lo que se omite es tan importante como lo que se dice. Cuando Benedicto intenta fundamentar la caridad como una característica esencial de la Iglesia, cita a varios autores, pero sintomáticamente, ninguno de ellos murió después de 260 d.C. Es decir, ningún autor citado es de la época en que comenzaron a ingresar los ricos a la Iglesia Católica, introduciendo varios cambios que llevaron a la morigeración de la caridad como característica de la misma. La única excepción es San Agustín, que en realidad no cuenta porque él era un renegado del Neoplatonismo que, al igual que Benedicto, vivía más en el mundo "del más allá" que en el de acá...
Habla también un poco del orden justo de la sociedad, e incita sutilmente a depositar las esperanzas en Dios, renegando de las doctrinas que intentan hacer la justicia en la Tierra. Habla expresamente contra el Marxismo, una tradicional bestia negra de Benedicto XVI, que le llevó a perseguir sistemáticamente en sus días a los teóricos de la Teología de la Liberación.
Lo más sintomático es que Benedicto XVI habla de caridad sí, pero después de muchas vueltas en torno al deber de caridad, la deja reducido casi al mínimo. Compárense, por ejemplo, estos dos párrafos:
"Según el modelo expuesto en la parábola del Buen Samaritano, la caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos para que se recuperen, los prisioneros visitados, etc.", y,
"Por tanto, la santa Iglesia, aunque tiene como principal misión el santificar las almas y hacerlas partícipes de los bienes del orden sobrenatural, sin embargo, se preocupa con solicitud de las exigencias del vivir diario de los hombres, no sólo en cuanto al sustento y a las condiciones de vida, sino también cuanto a la prosperidad y a la cultura en sus múltiples aspectos y según el ritmo de las diversas épocas".
Parecen dos párrafos casi idénticos en su alcance, ¿cierto? Reléalos usted mejor. El primero es de "Deus caritas est" de Benedicto XVI (DCE, 31a), y el segundo de "Mater et Magistra" de Juan XXIII (MEM, 3). Según Benedicto, la caridad alcanza a paliar situaciones puntuales y nada más: "ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación". Para Juan XXIII, en cambio, no es una simple respuesta sino una actividad solícita: "se preocupa con solicitud de las exigencias del vivir diario de los hombres". Los ejemplos que da Benedicto son todos de crisis puntuales: pobreza, enfermedad, prisión. Juan XXIII no da ejemplos, sino que habla del sustento, las condiciones de vida, y aún más allá, el desarrollo cultural de las personas. ¿Alguien se extraña de que Juan XXIII haya sido apodado "el Papa bueno", y que Benedicto XVI sea llamado el "rottweiler de Dios"? Cualquier empresario que lea el texto de Benedicto XVI no tendría que inquietarse demasiado: si da una mísera suma de dinero a la Iglesia para que ésta lo gestione dándole un desayuno a un pobre (y nada más), ya puede considerarse un cristiano caricativo...

EN RESUMEN.
La primera encíclica de Benedicto XVI es enormemente desilusionante. Se extiende en demasía en consideraciones doctrinales, y no desciende nunca a la tierra. Y cuando lo hace, insiste en un montón de cosas accesorias (los medios de comunicación, etcétera), sin ir a lo fundamental. Y cuando lo hace, establece un deber de caridad tan laxo, que cualquier persona pueda sentirse caricativa sin más. Para esto no necesitábamos una encíclica. Para esto bastan los sermones de los curas de iglesias ricas, que hablan un poco sobre Cristo y el amor, pero que hacen muy poco espacio a las cuestiones sociales en sus discursos. Benedicto se consagra con esta encíclica como el Papa de los ricos, que sigue en la senda de tratar de crear una Iglesia Católica espiritualista tridentina, a espaldas de la obra social en la que tanto se avanzó durante el Concilio Vaticano II. No insistiremos en las tergiversaciones históricas en que incurre Benedicto, las cuales alargarían en exceso este reporte, pero que demuestran a un hombre versado en textos teológicos, pero de una ignorancia supina en temas históricos, que malentiende todo lo que tiene que ver con el desarrollo de la religión entre los pueblos antiguos. Aunque no se puede esperar otra cosa de alguien educado seguramente en materias históricas con libros con el "nihil obstat" vaticano. Es esta una hermosa encíclica para teólogos calenturientos que están en la comodidad de sus bibliotecas, pero que difícilmente serviría de fuente de inspiración para alguien ubicado fuera, en donde verdaderamente las papas queman, en donde están los pobres y los oprimidos por un sistema social que Benedicto XVI, genuflexamente, se niega a cuestionar, ni siquiera en nombre de la caridad.

NOTA FINAL: Para cualquiera que desee leer el texto original de la encíclica "Deus caritas est", está en la página del Vaticano: puede usted buscarla pulsando en el enlace.