21 noviembre 2005

FRANCESES: RELIGIOSOS Y HEREJES.

Francia siempre ha tenido una peculiar relación con la religión. De los tres grandes movimientos religiosos en su seno (Paganismo, Cristianismo, y modernamente el Islam), ninguno ha tenido epicentro allí, lo que no obsta a que los monarcas franceses se hayan proclamado reyes por la Gracia del Todopoderoso... Lo que ha llevado a que su suelo sea excepcional caldo de cultivo de herejes como los pelagianos, los cátaros, los hugonotes, etcétera. Y para que ahora prospere el Islam. Para complicar aún más el panorama, Francia es la patria nativa de las ideas de la Revolución Francesa, incluyendo el estado laico y aconfesional... En este artículo, El Ojo de la Eternidad intenta desenmarañar este enredo.


[IMAGEN SUPERIOR: Juana de Arco, retratada por el pintor William Etty (1787-1849)].

LOS FRANCESES Y LA RELIGIÓN.
Así como todas las personas gustan de sentirse importantes, los países también aspiran a serlo. Ambos fenómenos están relacionados. Si un país es próspero e importante, entonces sus nacionales pueden sentirse parte de esa prosperidad e importancia, casi sin esfuerzo propio. Un país puede sentirse importante por muchas cosas, tales como poderío militar, supremacía económica, influencia ideológica, etcétera, pero sin lugar a dudas, no existe sentimiento de superioridad mayor que el procedente de un sentimiento de predestinación divina a la grandeza. Después de todo, ¿quién más importante que alguien elegido por Dios mismo para cumplir Su Voluntad sobre la Tierra? Este es el mecanismo psicológico detrás del concepto de la "Raza Elegida", cuyos representantes más fueron los hebreos, pero que de ninguna manera son los únicos. También en tal visión egocéntrica de las cosas cayeron chinos, japoneses, aztecas, incas, griegos, romanos, y un largo etcétera.
Entre los franceses, esto también se dio, aunque con ciertas modalidades. Los franceses (al igual que los alemanes) no eran exactamente el centro de ninguna gran religión. Hicieran lo que hicieran, las grandes novedades religiosas llegaban siempre desde afuera. Por tanto los franceses las adoptaron, pero con cierta distancia, muchas veces modificándolas a su manera, cayendo en líneas de pensamiento bastante heterodoxas frente a esas mismas religiones extranjeras. A veces esa heterodoxia les permitió influir decisivamente en la historia universal, pero en otras, los puso en la herejía, en lo que la Iglesia Católica consideraba el "error". Esta es la crónica de la peculiar mentalidad religiosa francesa.

EN UN COMIENZO FUERON LOS DRUIDAS.
Cuando Francia todavía no era Francia, en la época anterior al Imperio Romano, estaba poblada por una serie de tribus llamadas celtas. La religión céltica no estaba estructurada en iglesias de ninguna clase, ya que sus sostenedores, los druidas, carecían de autoridad efectiva más allá de su propia comunidad. Los romanos retrataron a los druidas como crueles y sanguinarios, pero hoy en día estamos casi seguros de que eso era una caricatura. Después de todo, la gran fuente documental que tenemos sobre ellos es la de los historiadoress romanos, quienes los veían como un pueblo bárbaro, retrasado y salvaje; eventuales crónicas del lado celta que se hubieran podido escribir, no existe ninguna.
El carácter de los romanos y los celtas era bastante distinto. Los romanos, al ser penetrados por el cristianismo, se volvieron hacia una visión ultramundana de la existencia, en particular durante la decadencia y caída final del Imperio Romano, mientras que los celtas nunca perdieron su nexo religioso con la naturaleza circundante, conservándose de esta manera dentro de una mentalidad y cosmovisión mucho más optimistas. En fecha tan tardía como el siglo V d.C., cinco siglos y medio después de la conquista romana, surgió en Francia la primera gran herejía nacional: el Pelagianismo. El monje Pelagio, cuyas ideas fueron muy exitosas en la Francia e Inglaterra romanas, predicaba que el Pecado Original no existía, y lo único que Adán había transmitido a su descendencia era su mal ejemplo de desobediencia a Dios. Esta doctrina innegablemente optimista fue perseguida con saña por Agustín de Hipona, ya que socavaba el poder de la por entonces naciente Iglesia Católica, poder que se basaba en la idea de que sólo ella es camino de salvación, y que fuera de ella sólo hay perdición, precisamente porque hay un Pecado Original, del cual el hombre no puede librarse por sí mismo. Es innegable que una doctrina tan feliz de la naturaleza humana sólo podía prender en un medio ambiente de un carácter celta, alegre y vinculado a la naturaleza, y no en el por entonces decadente Imperio Romano.
Sintomáticamente, un siglo después, los únicos bárbaros paganos que quedaban, los francos (los demás se habían convertido a una variante herética del Catolicismo llamada Arrianismo), se aposentaron precisamente en Francia. Clodoveo se convirtió al Catolicismo en 496, pero no terminó todo ahí.

LA FRANCIA CATÓLICA POR LA GRACIA DEL ALTÍSIMO.
Convertidos al Catolicismo, los reyes franceses intentaron ser más papistas que el Papa.
El primer rey francés de importancia fue Carlomagno, quien en el siglo VIII consiguió reunir bajo su cetro un montón de territorios semifeudales bajo la férula del Imperio Carolingio. Carlomagno se veía a sí mismo como el hombre llamado por Dios para sostener a la Iglesia Católica, algo que ha sido recurrente en los monarcas franceses posteriores. Por ello, lideró una salvaje guerra santa contra los paganos sajones de Alemania, que le costó teinta años de reinado y un sinnúmero de dolores de cabeza. En recompensa, la Iglesia Católica desempolvó el viejo título de Emperador de Occidente, perdido desde la época romana.
Aunque el título de Emperador pasó después a los reyes alemanes (sucesores de Carlomagno, al igual que los franceses, en la teoría política al menos), los franceses siguieron gustando de esa idea de patronazgo encima de la Iglesia Católica. Muchas innovaciones que construyeron la actual autocracia papal vinieron de allí. Por ejemplo, fue en la Francia del siglo IX en donde el teólogo Pascasio Radberto formuló por primera vez el Dogma de la Transubstanciación, clave para entender la eucaristía como mecanismo de control social. Un siglo después, en torno al monasterio de Cluny, nació el movimiento de reforma que llevaría al Papa Gregorio VII a crear la autocracia papal, durante la Querella de las Investiduras (siglos XI-XII). Cuando cesó la influencia de Cluny fue otro monasterio francés, el Císter, el que se transformó en adalid de la defensa del status quo moral medieval (siglo XIII). También en Francia se reunían los más importantes teólogos de la época, como por ejemplo Bernardo de Claraval (fundador del mencionado Císter) y su gran oponente Pedro Abelardo.
Cuando en la segunda mitad de la Edad Media, los franceses iniciaron su proceso de unificación nacional, suna de sus pricipales divisas fue la unidad religiosa en torno al Catolicismo. Las víctimas propicitarias fueron los cátaros. Por varias razones, largas de analizar (y que por tanto quedarán para algún futuro artículo), surgió en el sur de Francia, durante el siglo XI, un conjunto de doctrinas dualistas procedentes de Oriente (o acaso surgidas al calor del Renacimiento cultural Carolingio). Los cátaros fueron perseguidos y exterminados en una gran cruzada que principió en 1210, y durante teinta años arrasó completamente el sur de Francia, una de sus regiones más ricas, iniciando el predominio del norte, de París, sobre el sur en dicha nación.
A finales de la Edad Media se había consolidado la idea de que los franceses estaban benedecidos por la Gracia de Dios. Durante varias décadas del siglo XIV, incluso consiguieron que el Papa tralasadara sus reales desde Roma a Aviñón. Cuando el Papa volvió a Roma en 1378, hubo otro Papa elegido en Aviñón, creándose un cisma que no se resolvió sino hasta 1417.
Y por si el Rey olvidara sus deberes reales, ahí estaban los campesinos para recordárselos. Cuando Francia estaba a punto de ser engullida por Inglaterra y Borgoña, apareció la campesina Juana de Arco, que decía oir voces divinas, y se las arregló para entonizar al rey Carlos en su trono. Después, cuando fue quemada por bruja y hereje, Carlos estuvo en serios problemas, ya que su corona era completamente ilegítima, si es que había sido coronada a iniciativas de una bruja. La consecuencia fue la rehabilitación de Juana de Arco en una revisión del proceso en 1456... y la reafirmación de la idea de que Francia era la Corona de Dios por derecho divino.

LOS HUGONOTES Y SU SECUELA.
En el siglo XVI penetraron en Francia los nuevos aires intelectuales procedentes del Renacimiento italiano. Hombres de letras como Guillermo Budé y Francisco Rabelais promovieron un cambio de mentalidad que llevó a una visión más distendida de las materias religiosas. Además, la Iglesia Católica se había mostrado particularmente torpe en adecuarse a las realidades de los tiempos, ya que su mentalidad se había quedado anclada en una Edad Media campesina y rural, y era más bien poco apta para el nuevo mundo urbano, mercantil y burgués de la riqueza y el dinero. La rebelión se inició en Alemania, con Martín Lutero, pero serían las doctrinas de Jean Calvino las que prenderían con mayor fuerza en Francia.
Calvino se instaló en Ginebra, Suiza, y desde ahí lanzó el Calvinismo al mundo. En Francia, a los calvinistas se les llamó hugonotes. Los calvinistas eran rígidamente predestinacionistas, creían que Dios había elegido desde la eternidad a quienes serían salvos y quienes serían destinados al castigo eterno, y daba pruebas de su elección favoreciendo en vida a los predestinados. Esta doctrina gustaba mucho a los burgueses, ya que interpretaban su éxito en la vida mundana como señal de que Dios los favorecería en la otra vida.
Pronto, el bando católico inició duras persecusiones contra los hugonotes. El episodio más señalado fue la Matanza de San Bartolomé, en 1572, en la cual los católicos mataron a traición a numerosos hugonotes. El exterminio originó una guerra de religión que ninguno de los dos bandos pudo ganar. El rey Enrique IV, al acceder al trono, pacificó sus dominios convirtiéndose del Calvinismo al Catolicismo, con su cínica frase "París bien vale una misa", y acto seguido promulgó el Edicto de Nantes, una declaración oficial de tolerancia religiosa.
Pero las semillas sembradas por los hugonotes seguían ahí. Habían muchos en Francia, pero además, en el propio bando católico floreció el Calvinismo. Un riguroso movimiento espiritual llamado el Jansenismo, por ser predicado por un hombre llamado Jansenio, tomó las principales ideas del Calvinismo y las hizo estandarte religioso. Aunque los jansenitas, amparados en su centro de Port Royal, no desobedecieron formalmente a la Iglesia Católica, ya que acataban la autoridad de Papa, eso no les libró de ser tratados como herejes.

REY SOL POR LA GRACIA DEL TODOPODEROSO.
En el siglo XVII que vio la eclosión del Jansenismo, Luis XIV accedió al trono de Francia. Se hacía llamar el Rey Sol porque los aduladores de la corte le pusieron tal sobrenombre, una vez que el joven Luis interpretó dicho rol en una obra de ballet (tenía quince años). Luis XIV se lo tomó en serio. Gobernó como monarca absoluto de derecho divino, y creía haber recibido su poder de Dios mismo.
No extraña que Luis XIV las emprendiera entonces contra los jansenitas. Pero también las emprendió contra los hugonotes, revocando el Edicto de Nantes en 1685. Fue una pésima decisión, ya que los hugonotes eran con mucho los ciudadanos más industriosos de Francia, y emigraron a Holanda y Prusia, vigorizando poderosamente la naciente industria de aquellos países. Gracias a la revocación del Edicto de Nantes en buena parte, Prusia sentó las bases de la industria que la llevaría a convertirse en el Segundo Reich, y en la superpotencia que Alemania es hoy, lo que fue un inesperado favor por parte de sus enemigos seculares, los franceses...
No se crea que por perseguir a los herejes, Luis XIV se llevaba bien con la Iglesia Católica, ya que sus relaciones fueron también bastante tirantes. Intentó incluso llevar a cabo una especie de "nacionalización" del Catolicismo, sometiendo el nombramiento de obispos a su propia aprobación, como en los mejores tiempos de la Querella de las Investiduras. Esta doctrina fue conocida como Galicanismo, y era una consecuencia lógica de la idea de Luis XIV, de que el poder divino se manifestaba directamente a través suyo, y no de la Iglesia Católica.

EL RACIONALISMO.
En cierto sentido, puede considerarse que el laicismo es la última gran herejía francesa. Considerando que la Iglesia Católica y las ideas laicistas son enemigas mortales, es increíble ver hasta qué punto ambas son similares, ya que tanto la doctrina católica como la Teoría de los Derechos Humanos hacen basar toda su ética y moral en la idea de que todos los seres humanos sin excepción poseen una dignidad propia que es inviolable. La única diferencia es que los católicos consideran que esa dignidad procede de Dios, como criaturas excelsas suyas, mientras que los laicistas consideran que esa dignidad es parte esencial de la naturaleza humana, sin hacer intervenir a Dios. Eso es todo. En cierta medida, las ideas laicistas pueden verse como la última y más original herejía francesa contra la Iglesia Católica.
Las ideas de democracia y participación ciudadana en el mundo moderno son un invento inglés, y le costaron a Inglaterra un siglo de guerras civiles y disturbios, en el siglo XVII. Pero los ingleses no perdieron el tiempo elaborando densas doctrinas filosóficas; les bastaba tener un sistema democrático que funcionara de manera práctica. Los franceses, en cambio, tomaron las ideas pragmáticas inglesas y las convirtieron en principios filosóficos de carácter universal. Desde entonces se habla de las ideas de 1789 al referirse a la separación de poderes, constitucionalismo, derechos humanos, Estado laico y aconfesional, etcétera.
Por supuesto que esto originó una dura pugna con Roma. Napoleón Bonaparte intentó por todos los medios someter a la Iglesia Católica, y el Papa Pío VII hubo de pagar esto con penosos calvarios. Después, a lo largo del siglo XIX, los franceses fueron inventando el Registro Civil, el matrimonio civil, y otras instituciones claves del Estado democrático desligado de la religión, contra todo lo cual la Iglesia Católica se opuso vivamente (y sin éxito).
Mencionemos, como colofón final, la última casi pintoresca herejía francesa: el lefevrismo. El Concilio Vaticano II alteró la manera de decir misa, reemplazando el latín por las lenguas nacionales vernáculas, e intentó acercar la Iglesia Católica a los fieles. Numerosos grupos dentro de la Iglesia se opusieron, entre ellos Marcel Lefèvre. La pugna duró varios años, hasta que Lefèvre acudió a la rebelión abierta, ordenando sacerdotes por su cuenta, después de lo cual fue excomulgado por Juan Pablo II. Aunque Lefèvre está muerto, de manera no demasiado rara el lefevrismo ha vuelto a entrar en conversaciones con el Vaticano; no en balde los reaccionarios lefevristas pueden entenderse ahora con alguien tan reaccionario como ellos, como lo es Benedicto XVI.

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