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06 mayo 2007

LA RELIGIÓN DETRÁS DE MÁTRIX.

Uno de los más importantes hitos fílmicos de los últimos años es la película "Mátrix", que dio origen a dos secuelas, un puñado de cortos animados, videojuegos, y mercadishing diverso, además de popularizar definitivamente el concepto de "cyberpunk". Parte importante de la popularidad del filme devenía también de ser una película "profunda", en el sentido de filosofía y religión. El Ojo de la Eternidad se dedica a explicar las claves religiosas y filosóficas detrás de la creación de los hermanos Wachowski.


[ILUSTRACIÓN SUPERIOR: Afiche de la película "Mátrix"].

LA IRRUPCIÓN DE MÁTRIX.
Para finales del siglo XX, la idea de un ciberespacio en donde estuvieran conectados hombres y máquinas era algo corriente en los círculos de la ciencia ficción, al menos desde la novela "Neuromante" de William Gibson (1984), pero para el mainstream seguía siendo algo fundamentalmente raro. De esta manera, aunque los hermanos Wachowski tenían hace años el concepto de "Mátrix", no consiguieron financiamiento para llevarla al cine hasta conseguir un éxito anterior, que convenciera a los estudios Warner de invertir en un proyecto que para los productores de la época sonaba como algo raro, por decir lo mínimo.
"Mátrix" tuvo éxito fundamentalmente porque contribuyó a popularizar conceptos que existían desde mucho antes, cuales eran la realidad virtual o la fusión entre hombre y máquina, y además conectó bien con el sentimiento de cambio de siglo, de que cosas grandes venían, quizás el fin del mundo, y por tanto, había llegado la hora de replantearse los viejos problemas filosóficos de siempre: ¿qué es el hombre?, ¿tiene la existencia algún sentido?, ¿tenemos libre albeldrío?, ¿y si el mundo fuera una ilusión? Lo cierto es que estas cuestiones, lejos de ser novedosas, habían sido explotadas ya hasta la saciedad antes. Lo que hizo "Mátrix" fue actualizarlas a un lenguaje cyberpunk. A continuación exploraremos cuáles son estas fuentes.

LA HISTORIA.
Videojuegos y material aparte, el núcleo duro de la mitología Mátrix lo conforman tres películas: "Mátrix", "Mátrix recargado" y "Mátrix revolutions". No es éste el lugar para pronunciarse sobre su calidad en cuanto filmes, ni para explicar las circunstancias de cada una, pero sí conviene hacer un esbozo de la trama general, en particular porque al ser concebidas la segunda y tercera con independencia de la primera, y francamente para aprovechar el negocio y convertirlo en franquicia, presentan algunas incoherencias desde el punto de vista mítico, que es necesario explicar.
El protagonista, Thomas Anderson, es un aburrido empleado de oficina que tiene una segunda vida como Neo, un avezadísimo hacker que es un día secuestrado por unos hombres de negro comandados por el Señor Smith. Pronto, Neo aprende que estos hombres de negro tienen la misteriosa capacidad de torcer la realidad. Es rescatado por dos agentes enemigos de los primeros, llamados Morfeo y Trinity, quienes le explican que nuestra realidad no es tal, sino una ilusión generada por una supercomputadora en un futuro postapocalíptico. Morfeo y Trinity convencen a Neo para saltar a la otra realidad, convencidos de que Neo es el Elegido, que según una antigua profecía deberá librar a los seres humanos del dominio de las máquinas. Neo descubre que, en efecto, dentro de la Mátrix, la ilusión creada por la supercomputadora, tiene grandes poderes, pero esto lo lleva a encontrarse con otros entes, como por ejemplo el Oráculo, el Merovingio o el Arquitecto, aprendiendo de ellos sucesivas revelaciones sobre el mundo en que vive. Finalmente, la supercomputadora emprende el asalto decisivo contra Sion, la última ciudad libre de los humanos, razón por la cual Neo tendrá que jugarse el todo por el todo, sacrificando incluso su vida, para derrotar a las máquinas. El resultado final del sacrificio de Neo es la restauración del balance, ya que el peor de los males, el descontrolado agente Smith, es destruido junto con él, mientras que las dos principales fuerzas del universo de Mátrix, el Oráculo y el Arquitecto, regresan a un incómodo equilibrio, a la espera de volver a medir fuerzas otra vez.
En este apretado resumen no hemos podido dar cuenta de algunas incoherencias varias de la trama, pero sí salta a la vista algo fundamental. La principal inspiración de Mátrix no es la teología cristiana, ni tampoco como muchos sugieren la filosofía oriental (Hinduismo, Mahayana), sino una antigua tradición religiosa llamada Gnosticismo.

EL GNOSTICISMO CYBERPUNK.
Antiguamente, en la época del Imperio Romano, hubo un período inusitado de paz y tranquilidad política y militar, que permitieron el libre intercambio de ideas filosóficas y religiosas desde Roma hasta la India. El fruto más representativo de este flujo de ideas fue el Gnosticismo. A pesar de que hemos hablado de éste en El Ojo de la Eternidad, es bueno hacer un repaso. El Gnosticismo predica la existencia de múltiples emanaciones, desde una realidad suprema, hasta la materia pedestre, y cada realidad más cercana a esa realidad suprema es progresivamente más "buena" o "pura" que las más alejadas y terrestres. Los detalles del mapa varían notablemente porque los gnósticos no fundaron una iglesia, sino que introducían elementos a discreción, según sintieran predilección por el Cristianismo, el Judaísmo, el Mahayana, el Mitraísmo o la Filosofía Griega.
Esta idea está bien presente en Mátrix. Que el universo real es una ilusión, es una idea que los gnósticos importaron desde Oriente. Que por sobre esa ilusión hay una serie de dioses y demonios, también. En Mátrix hay varios niveles de realidad, incluyendo un "infierno cristiano" inserto bajo el ropaje del Merovingio. Este personaje, de reminiscencias de un pueblo tan "hereje" como es el de los franceses, tiene una esposa que se llama Perséfone, igual que la esposa del dios infernal Hades en la Mitología Griega.
Frente a la cuestión de si existe un Satán o no, este rol está repartido en dos: el Agente Smith por un lado, y el Merovingio por la otra. Esto no parece tener base teológica o mitológica alguna, sino que representa una mera contradicción entre la primera película y sus dos secuelas, porque no hay alusión alguna al Merovingio en la primera, y en las secuelas, el Agente Smith varía profundamente su rol, de ser un villano puro y simple, a ser una verdadera némesis de toda la creación cibernética. He aquí entonces una de las inconsistencias más profundas de la película, ya que el Merovingio presenta todas las características del Satán cristiano, incluyendo el ser presentado como uno de los primeros "habitantes" de Mátrix, además de un infierno personal diseñado como una versión moderna del descrito por Dante Alighieri o John Milton. Sin embargo, el Merovingio no se caracteriza por ser el opuesto del villano, como Satán lo es de Cristo, sino por poseer información clave y privilegiada sobre la creación. Es decir, el Merovingio no se parece al Satán "adversario" del cristianismo, sino al Satán "portador de la luz" del gnosticismo y ciertas sectas masónicas y satánicas modernas.
La función de ser el antagonista y el destructor de mundos, propia del Satán cristiano, no le cabe sin embargo al Merovingio, sino al Agente Smith. En ese sentido, el Agente Smith puede ser perfectamente identificado como descendiente de criaturas bestiales de enorme poder destructivo, como el Tifón de la Titanomaquia griega, la serpiente Tiamat de la Mitología Babilónica, el dios Set del mito de Osiris, el Leviatán del Antiguo Testamento, o la Bestia del Apocalipsis. La función de todos ellos es portar el caos y la destrucción, al revés del héroe, cuya misión es llevar o restaurar el orden del universo, y por tanto no es el Merovingio el verdadero Satán, en el sentido que el cristianismo le asigna a este personaje, sino el Agente Smith.
El Arquitecto, por su parte, es una clarísima alusión al Gran Arquitecto del Universo, el dios abstracto y filosófico predicado por la Masonería. Al igual que éste, el Arquitecto es hiperracional y ve todo en función de la lógica. Pero curiosamente, a través de su peculiar relación con el Oráculo, resalta su condición de "dios masculino" y de Señor de la Creación, muy en consonancia con el rol del Yavé bíblico como "Adonai" ("Señor"). Así, el Arquitecto es también un portador de destrucción, al igual como el Yavé bíblico es el "Señor de los Ejércitos". Lo dejaremos hasta aquí por ser un poco largo de explicar, pero para el interesado en profundizar sobre esta peculiar manera de ver a Dios, le recomendamos leer el primer capítulo del Libro de Job, que describe a Dios no como el señor tribal cercano a su pueblo que vemos en el Génesis o el Exodo, que habla cara a cara con Abraham y Moisés, sino como un Emperador de todo lo Creado, rodeado de una nube de cortesanos, absolutamente inaccesible, y que no actúa personalmente, sino que lo hace a través de agentes que obran según su voluntad. Quedará pendiente explorar la relación de esta visión de Dios en la Biblia (el llamado "Anciano de los Días") con el Gran Arquitecto del Universo, para un futuro artículo de El Ojo de la Eternidad.
El Oráculo, por su parte, es una abstracción de la deidad femenina genérica antigua, la Gran Diosa Madre, y sirve de guía al protagonista del mismo modo en que Beatriz guía a Dante por el Paraíso, en la "Divina Comedia". En última instancia, la propia idea de la Matrix ("matriz", en inglés, que puede bien interpretarse en el sentido de "útero") insinua la idea de un eterno femenino que envuelve la totalidad de la realidad, igual como otras diosas femeninas lo hacían en religiones antiguas. En el Antiguo Egipto esto es muy gráfico, gracias a la diosa de la justicia, Ma'at, o a la diosa del cielo, Nut, y algún resabio queda de eso en el cristianismo, en la imagen de la Virgen María cuidando a sus fieles desde el cielo.

EL ELEGIDO.
Por supuesto que una trama de redención no tiene sentido sin un redentor, y Neo cumple este papel. Sin embargo, a pesar de ser un clásico "héroe solar" o Sonnenmensch, y presentar varios de los rasgos propios de éstos, el ambiente gnóstico impone algunos matices. El principal de ellos es la idea del eterno aprendizaje y sucesivas purificaciones que Neo debe afrontar, lo que emparenta al personaje con los rituales propios de la Masonería que, por supuesto, son heredados directamente del antiguo Gnosticismo, como hemos dicho ya en El Ojo de la Eternidad.
Para empezar, dentro del "mundo real" (la Mátrix, deberíamos decir) aparece Neo como un héroe de nacimiento virginal, ya que no se muestra o hace alusión en ningún minuto a su madre, su padre o su familia. Su familia es "celeste", ya que la componen las presencias "superiores" de Morfeo y Trinity, como "padre" y "madre", con quienes entabla una relación de tríada familiar divina, pero también un aprendizaje iniciático con un Maestro (Morfeo), un Vigilante (Trinity) y un Aprendiz (Neo).
Pero a su vez, al llegar a ese nivel superior, Neo descubre niveles todavía superiores, y esta familia celeste pasa a ocupar el lugar de familia terrestre (con Neo como héroe de nacimiento virginal otra vez, puesto que no tiene vínculos de sangre con Morfeo o Trinity), y adquiere una nueva familia celeste, conformada por el Arquitecto como padre y el Oráculo como madre, algo bien evidente en la escena final que cierra la trilogía (ahora el Arquitecto pasa a ser el Maestro, el Oráculo toma el rol de Vigilante, y Neo sigue siendo el Aprendiz).
Esta estructura en tríada es característica de muchos dioses orientales, como hemos dicho, y Jesucristo no escapa a ella, ya que presenta dos tríadas, al igual que Neo, una terrena (José, María y Jesús) y una celeste (Padre, Hijo, Espíritu Santo).
También es bien visible la relación ambigua que el héroe sostiene con los personajes femeninos, que son a su vez madre y amante del protagonista, lo que es algo propio del héroe solar, como evolución que es del Dios Muriente al servicio de una Gran Diosa Madre, como hemos explicado latamente en posteos anteriores. Con Trinity, ella obra como madre al darle la vida simbólicamente, pero también como amante (aunque, y esto es algo que rompe con la continuidad mítica, muere ella en vez del héroe, que resulta transfigurado en algo superior). Con el Oráculo, la relación de madre a hijo es bien clara, mientras que la relación de amante es mucho más sutil, y está sublimada a través del servicio que Neo le presta al Oráculo, a la manera del caballero andante que corre peligros diversos por ganar y ser merecedor del amor de su dama.
Y en definitiva, el sacrificio del héroe solar lleva a la restauración del orden cósmico que de alguna manera ha sido roto. En este caso sí conviene traer a colación al Hinduismo, ya que éste es el argumento exacto del Ramayana, poema épico hindú que parte con la rebelión del demonio Ravana contra los dioses, y la encarnación del dios Visnú en el príncipe Rama, encarnación que le permitirá vencer a Ravana y restaurar el status quo.
En ese sentido, "Mátrix" perpetua en ropaje moderno y computacional todos aquellos tópicos que ya eran viejos en las religiones cuando advino el Gnosticismo, en tiempos del Imperio Romano, y como predeciblemente seguirá ocurriendo, en tanto el ser humano siga siendo lo que es, y por tanto siga necesitando de religiones para creer y seguir adelante.

24 diciembre 2006

EL NACIMIENTO DE JESÚS.

Casi no conocemos antecedentes biográficos sobre Jesús de Nazaret. Sobre su nacimiento, que es recordado en la fiesta de Navidad, no se sabe absolutamente nada, y las historias sobre este hito están trufadas de manipulaciones. ¿Por qué se celebra la Navidad el 25 de Diciembre? ¿Es verdadero el relato bíblico sobre el nacimiento de Jesús? Y si no es así, ¿por qué los evangelistas se tomaron la molestia de falsificarlo? El Ojo de la Eternidad explora los misterios en torno al nacimiento de Cristo, el mismísimo epicentro de una cronología que se mide por años "antes de Cristo" y "después de Cristo".


[IMAGEN SUPERIOR: "La Sagrada Familia con Santa Ana", pintura de Peter Paul Rubens, realizada aproximadamente entre 1626 y 1630. Ana es, según la tradición bíblica, la madre de María, y por tanto, abuela de Jesús. El tema de la Sagrada Familia ha sido muy socorrido en pintura, con motivos pietistas, y además, por dar la ocasión de representar a una familia en actitud tranquila y serena].

EL JESÚS QUE FUE Y EL JESÚS QUE CONOCEMOS.
Como hemos insistido varias veces en El Ojo de la Eternidad, sobre el Jesús histórico es poco y nada lo que se sabe, hasta el punto que una escuela de historiadores positivistas a ultranza llegaron a dictaminar que Jesús nunca había existido en realidad, sino que era una invención de los primeros cristianos. En la actualidad se piensa que Jesús de Nazaret sí existió en verdad, aunque su vida tuvo que haber sido por fuerza, dadda la época y la cultura de su entorno, bastante diferente a cómo la refieren los Evangelios, o cómo los cristianos tratan de hacerla aparecer.
Una de las historias que más dudas siembran sobre Jesús, es la de su nacimiento milagroso. Los datos sobre el particular ya ni siquiera son mínimos, es que ni siquiera existen, y por tanto, no hay nada que corrobore el testimonio de Mateo y Lucas, los dos evangelistas que recogen la historia (sintomáticamente, ni Marcos ni Juan se refieren al particular). Pero esto no es inconveniente para que los investigadores, escudriñando una y otra vez los textos bíblicos y comparándolos con nuestros conocimientos históricos, geográficos, mitológicos y sociales, hayan podido llegar a algunas extrañas conclusiones sobre el particular.

LA FECHA Y EL LUGAR DE NACIMIENTO.
Para empezar, no hay seguridad ni de la fecha, ni del lugar de nacimiento de Jesús. Todos los relatos bíblicos señalan que Jesús procedía de Nazaret, por lo que su nacimiento en Belén es una pequeña aberración, en una época con escasa movilidad geográfica. Para esto hay dos opciones: la familia de Jesús era de Belén y se movió a Nazaret, o la familia siempre fue de Nazaret, y nació en Belén por circunstancias extraordinarias.
Mateo parece inclinarse por la primera alternativa. Cuando refiere el regreso desde Egipto, señala que prefiere no regresar a Judea, sino marchar a Galilea, a la ciudad de Nazaret, para escapar de Arquelao, el hijo de Herodes [Mateo 2:22]. Además, Mateo se empeña en demostrar una genealogía davídiva para Jesús [Mateo 1:1-17], y localizándolo en Belén, el hogar ancestral del rey David [1-Samuel:16-1]. Pero para todos era evidente que Jesús era no judío de Judea, sino galileo, por lo que tenía que darle explicación a esto.
Lucas, por su parte, se inclina por la segunda. Plantea sin ambages que la ciudad familiar de Jesús era Nazaret [Lucas 2:1-5], y achaca el nacimiento en Belén a una orden imperial, cumplida a través del censo de Quirino.
O sea, Mateo dice que Jesús era de Belén, y creció en Nazaret por razones políticas. Y Lucas, que siempre fue de Nazaret, y su nacimiento en Belén fue puramente accidental.
Todo esto tiene su motivo, por supuesto. En la época de Jesús, los galileos eran "judíos nuevos", ya que sólo hacía algo más de un siglo que habían sido incorporados a la judería, después de que Galilea fuera conquistada por los reyes Macabeos. En ese sentido, que Jesús fuera de Galilea y no de Judea, era una especie de descrédito, ya que no era "judío antiguo". El hacerlo nacer en Belén, nada menos que la ciudad del rey David, era clave entonces para hacer a Jesús un poco más respetable, a los ojos judíos.
El problema es que ambas historias son espúreas. Mateo justifica el viaje Belén-Egipto-Nazaret por la persecusión de Herodes, la famosísima Matanza de los Inocentes, pero por muy manchadas que tuviera Herodes las manos con sangre, lo cierto es que no hay testimonios históricos contemporáneos de tal evento. Ni siquiera lo registra Flavio Josefo, el historiador judío que describió en varios tomos, con minuciosidad maníaca, los sucesos del mundo hebreo de aquel tiempo. En cuanto al censo de Quirino, si bien éste es histórico (Flavio Josefo lo registra), no lo es en cambio la orden de que cada uno se empadronara en su propio lugar de nacimiento, lo que hubiera originado unos cuantos problemas para todos aquellos viajantes, como comerciantes y caravaneros, que hubieran debido dirigirse a sus lugares de nacimiento. En vez de ello, hubiera bastado con preguntarles directamente. Por lo tanto, ambas historias carecen de base real, en lo que a justificar el nacimiento de Jesús en Belén se refiere. Por lo que el lugar del nacimiento de Jesús, suponiendo que no haya sido en verdad Nazaret y que los evangelistas hayan querido ocultarlo, es una incógnita.
En cuanto al tiempo, es otro enigma. Herodes el Grande, padre de Arquelao, murió en 4 ¡antes de Cristo! Y el censo de Quirino, por su parte, fue en 5 después de Cristo. Suponiendo que ambas historias tuvieran alguna relación con el nacimiento de Cristo, cosa que es dudosa, aún quedarían al menos unos diez años entre una fecha posible y otra.

EL PESEBRE, EL PORTAL Y OTRAS COSAS RELACIONADAS.
Cayéndose ambos relatos evangélicos por la base, es poco lo que queda. Los evangelios apócrifos, en realidad, no aportan mucho más de interés histórico. Algunos de ellos, en verdad, no son sino cuentos piadosos sobre el evento. Pero no por ello deben ser menospreciados. Historias como el "Protoevangelio de Santiago" son claros antecedentes de muchas tradiciones navideñas, incluyendo la presencia de los animales en el pesebre, entre otras cosas.
La iconografía tradicional incluye reyes magos, pastores, estrellas, animales, etcétera. Si ni siquiera los cronistas evangélicos conocían bien claramente la historia de Jesús (o acaso conociéndola, decidieron alterarla), ¿de dónde salió entonces todo esto?
La respuesta es: de la mitología. No se debe olvidar que en esa época, el Medio Oriente era un gigantesco caldo de cultivo de cultos, ideas, mitos y religiones, debido a la omnipresencia del Imperio Romano, que aseguraba el contacto pacífico entre numerosas culturas y tradiciones diferentes. El asociar a los grandes personajes con estrellas es cosa vieja, y casi al mismo tiempo del nacimiento de Jesús, el poeta romano Ovidio, de manera completamente independiente, afirmaba que Julio César, al morir, se había transformado en una estrella. La base mitológica para afirmar la existencia de una Estrella de Belén estaba ahí, entonces.
El retrato del nacimiento de Jesús, por su parte, reproduce varios motivos propios del Sonnenmensch, del héroe solar cuya función mítica es redimir a la Humanidad. Así, está presente el nacimiento virginal y por intervención divina, prueba de la calidad divina, o al menos sobrehumana, del héroe, que es común a Cristo, Rama, Buda, Perseo, Isaac y Sansón. También está la persecusión por parte de un poder maligno, que en el caso de Cristo es Herodes, y que es común a Moisés, Sargón, Ciro, Rómulo y Remo, Perseo, etcétera. La presencia de hadas o protectores, tales como la loba de Rómulo y Remo, o los pastores que salvan a Ciro, también aparece, aquí emblematizado por los Reyes Magos. Es decir, el nacimiento de Jesús ha sido diseñado conforme a una densa labor de ingeniería mitológica.

¿POR QUÉ TODO ESTO?
De manera que sobre el nacimiento de Jesús no hay datos históricos concretos, y en reemplazo, los Evangelios han tejido una trama que han permitido configurar a Cristo como un Sonnenmensch. Esto era tan evidente incluso para los mismos contemporáneos de los evangelistas, que algunos maliciosos no tardaron en inventar la pintoresca leyenda (nunca comprobada como histórica, por cierto), de que la leyenda del embarazo virginal de María pretendía encubrir en verdad que ella había sido violada por un centurión romano llamado Pantera, y que por ende, Jesús era un mestizo, hijo de romano y de judía. Pasando estas curiosas tradiciones, ¿cuál es la razón que movió a los evangelistas a inventarse todo un relato fantástico sobre el nacimiento de Jesús?
Lo primero que debe tenerse en cuenta, es quién redactó los Evangelios, para qué, y para quién. Los evangelistas no eran cronistas históricos ni pretendían serlo, a la manera como lo era su contemporáneo Flavio Josefo. Su intención era, principalmente, hacer propaganda de las nacientes ideas asociadas al Cristianismo. La mentalidad de la época podía aceptar esto, con la misma tranquilidad con la cual se acepta hoy por hoy que la publicidad de los detergentes mienta sobre su propio producto ("¡el mejor detergente del mercado, lava más blanco que cualquier otro!"). En esa época, el mundo grecorromano era un gran caldero de religiones entremezcladas que luchaban fieramente por ganar prosélitos, a veces riñéndose y a veces entremezclándose unas con otras. De ahí que la necesidad de obtener publicidad fuera tan angustiantemente vital. Nada había de malo, para la mentalidad de la época, en inventarse que el profeta particular de uno fuera en realidad un héroe solar. En verdad, si no lo hubieran hecho, nadie hubiera hecho caso de un predicador con tan pocas "credenciales divinas". Entonces, como ahora, la gente se deja convencer más por argumentos emocionales que por el peso de la razón. Las ideas del Cristianismo quizás fueran o no magníficas, pero serían seguramente un fracaso si no iban envueltas en los colores alegres y vivaces de un héroe solar que las defendiera, así como en publicidad un producto tiene más aceptación cuando es promovido por una modelo o un futbolista, que por una persona común y corriente.
De ahí que los evangelistas, para ocultar su ignorancia, o acaso para limar los aspectos menos confesables de su héroe, se decidieran, con perfecto espíritu de publicidad del siglo XX, a transformar al Jesús histórico, que con toda probabilidad tuvo un nacimiento normal como cualquier otro hijo de vecino, en un festival de prodigios y tradiciones varias.

08 octubre 2006

EL PROBLEMA DEL LIMBO.

Aunque el "estudio" de la materia viene arrastrándose desde el año 2005, ahora en octubre de 2006 volvió a hacer noticia el problema del limbo, y de su posible "abolición". Para quienes crean que el problema del limbo es un asunto espúreo y sin interés, debería mirar de nuevo: en este enredado problema teológico, la Iglesia Católica se juega una vez más su tantas veces cuestionada coherencia doctrinal. El Ojo de la Eternidad echa un vistazo a lo relacionado con una de las más curiosas dependencias del mundo ultraterreno católico.


[ILUSTRACIÓN SUPERIOR: El limbo de las almas inocentes. Ilustración de Gustavo Doré para la "Divina Comedia", de Dante Alighieri].

EL PROBLEMA DEL LIMBO.
En Octubre de 2006, la Iglesia Católica hizo noticia una vez más, al congregar a una Comisión Teológica Internacional a debatir una serie de problemas teológicos y doctrinales. El más complicado de todos, de lejos, es el problema del limbo. La Iglesia Católica nunca ha aceptado oficialmente el limbo, pero por otra parte, desde la Edad Media, esta peculiar división del ultramundo católico ha aparecido en repetidas ocasiones, incluyendo al menos un Catecismo de la Iglesia, el que Pío X ordenó publicar en 1905.
El problema de decidir si el limbo existe o no puede parecer una fruslería. Pero no lo es. El limbo no es ni de lejos uno de los dogmas más importantes de la Iglesia Católica, pero es una pieza muy útil para apuntalar una doctrina teológica sobre el ultramundo que, de otra manera, haría agua debido a la necesidad de compatibilizar dos dogmas completamente distintos: el de la salvación por el bautismo, y el del diferente destino de los buenos y los malos en el otro mundo.
Para descubrir cómo fue que la Iglesia Católica llegó hasta una posición tan incómoda, es necesario retroceder a épocas incluso anteriores al Cristianismo. Para las primeras civilizaciones, la vida eterna era algo bastante complicado. Los mesopotámicos creían que todas las almas erraban en pena, alimentándose de polvo y excrementos, en tanto que para los egipcios, la resurrección era sólo para el faraón, para los griegos había una última morada en donde sólo existían sombras, y sobre los hebreos pesaba el fatídico "polvo eres y en polvo te convertirás". Pero andando el tiempo, la mayor parte de las culturas pensaron que una vida de ultratumba así era demasiado deprimente, así es que inventaron el concepto de la resurrección y el Paraíso.
Como posteamos hace poco en El Ojo de la Eternidad, los griegos creían que en el infierno o Hades existían dos dependencias: el Tártaro, lugar de castigo por excelencia, y los Campos Elíseos, lugar de premio para los buenos. Cuando el Cristianismo pasó al Imperio Romano, adoptaron en forma íntegra esta concepción del ultramundo, como la medida más lógica si se considera que la mayor parte de sus primeros prosélitos estaban imbuidos en esa atmósfera cultural. Con lo que comenzaron los problemas.

EL BAUTISMO Y EL LIMBO.
Jesús no parece haber creído en el infierno. Cuando mucho habló de la Gehenna, malamente traducido como infierno, cuando en realidad la Gehenna era simplemente una quebrada en donde las gentes de Jerusalén arrojaba sus basuras (así se cita, por ejemplo, en el célebre "si tu ojo te causa escándalo arráncatelo, porque más vale entrar tuerto al Paraíso, que ser arrojado con los dos ojos a la Gehenna"). Pero sí creía que el bautismo era necesario para el perdón de los pecados. Este último mandato, la Iglesia Católica lo hizo tan rígido, que se llegó a decir (y se dice aún, muchas veces) que fuera de la Iglesia no hay salvación.
Esto creaba varios problemas. ¿Es que acaso un alma que hubiera sido muy buena en vida, pero no hubiera sido bautizada, no tenía posibilidad de salvación? ¿Qué pasaba entonces con todos aquellos que se esforzaban en hacer el bien, pero por ignorancia o desinterés pasaban del bautismo? En el Segundo Cuento de la Jornada Primera del Decamerón, el escritor del siglo XIV Giovanni Boccaccio se cachondea de lo lindo de esto, refiriendo la historia de un "judío bueno" que, aunque fuera muy bueno, estaba en riesgo de perder su alma por no ser bautizado. El punto es que una persona que es buena, pero no se bautiza, no tiene por qué obedecer a la Iglesia Católica, y de ahí que ésta, en particular desde el Concilio de Ferrara (1438, es decir, un siglo después de Boccaccio) proclamara que no hay salvación fuera de la Iglesia, y los no bautizados, los que no obedezcan militarmente a la Iglesia Católica, están condenados al fuego eterno.
Esto creaba un problema con respecto a la geografía del ultramundo. Como en la mitología griega no existía nada parecido al bautismo (existían ritos iniciáticos, pero nadie era tan fanático como para decir que fuera de esos ritos iniciáticos no había salvación), bastaban dos dependencias, el Tártaro y los Campos Elíseos, para determinar el destino de los buenos y los malos. Pero los cristianos debían decidir qué hacer con las almas buenas que no se hubieran bautizado. Mandarlas de cabeza al infierno parecía un castigo demasiado drástico, pero tampoco podían enviarlas así como así al Paraíso, o el poder social de la Iglesia Católica como administradora de los sacramentos se iba al demonio.
Los teólogos más radicales, y entre ellos el mismísimo San Agustín, a comienzos del siglo V, dijeron que tales almas, sin el bautismo, estaban condenadas. Pero esto parecía ser excesivo, por dos razones. En primera, se suponía que los judíos llamados para ser profetas de Dios habían sido gentes buenas, y que por esto habían sido llamado para su misión: ¿iba Dios a enviar al infierno a tales gentes, sólo porque no habían sido bautizadas? No parecía una manera muy linda de premiar sus esforzados servicios. Por otra parte, estaba el problema de los niños recién nacidos que mueren antes del bautismo. El bautismo sirve, en términos teológicos, para borrar el Pecado Original. Un niño recién nacido no peca por sí mismo, y por tanto es alguien bueno, pero aún así está manchado por el Pecado Original (lo decía San Agustín). ¿Qué pasa con ellos...?
Por eso, algunos teólogos señalaron que quizás la pena era un tanto excesiva, y que por ende, podía quizás existir un lugar intermedio entre el Paraíso y el Infierno, a donde iban todos aquellos quienes no merecían estrictamente la salvación, pero tampoco eran acreedores del castigo eterno. Este lugar pasó a ser llamado informalmente el "limbo", que deriva de una palabra latina que significa "límite", porque en efecto el limbo sería el límite entre el Infierno y el Cielo. La Iglesia Católica no recogió oficialmente esto como dogma, pero lo permitió, para salvar el escollo de tener que explicar qué pasaba con las almas buenas que aún así no eran bautizadas. Dante Alighieri, quien le dio representación literaria en su obra "La Divina Comedia", lo ubica como un lugar ultraterreno sin suplicios especiales, más o menos a la entrada del Infierno, en donde las almas esperan el Juicio Final para así ver finalmente a Dios.
Años después se inventó el concepto de Purgatorio, que venía más o menos a rellenar este vacío que pesaba entre los que habían pecado demasiado poco para ir al Infierno, o demasiado para ir al Paraíso. El Purgatorio sí que recibió sanción oficial, en particular desde el Concilio de Trento (1543-1565) en adelante. El Purgatorio permitió también un negocio que no se podía con el limbo: cobrar dinero por las llamadas "misas de difuntos", destinadas a sacar las almas del Purgatorio y enviarlas al Paraíso a punta de oraciones dominicales.

EL ESPINOSO PROBLEMA DE ABOLIR EL LIMBO.
El problema del limbo volvió al tapete cuando Juan Pablo II, asustado por la suerte ultraterrena de su hermana nonata (fallecida durante el parto, que le costó la vida también a su madre), insistió en determinar teológicamente qué ocurría con el limbo. El Catecismo de la Iglesia Católica publicado en 1992, a diferencia del que Pío X publicara en 1905, no se refiere al limbo, y entrega las almas que deberían ir a él, a la infinita misericordia de Dios.
Entonces, ¿por qué la Iglesia Católica no dictamina de una buena vez, que el limbo no existe? La situación no es tan fácil. Resulta que dejar de creer en el limbo hace reaparecer el viejo fantasma del problema entre ser bueno y el bautismo. El bautismo en particular, y los sacramentos en general, son uno de los principales engranajes de la maquinaria de poder de la Iglesia Católica. De esta manera, el bautismo fue elevado a un rango tan alto, que sin él, simplemente no habría salvación posible. Funciona como los seguros de vida, ya que la compañía de seguros mete miedo sobre los peligros de la vida cotidiana, y luego vende como gran remedio su propio seguro: la Iglesia Católica hace lo propio metiendo miedo al Infierno, y luego vende su propio bautismo como medio de salvación. Por ende, dejar que las almas no bautizadas vayan al Cielo, implica que existe salvación fuera del bautismo, y por ende, que un alma muy buena, pero no bautizada (lo que significa: que no está dentro de la Iglesia Católica, y por tanto, que no obedece al Papa), podría salvarse. ¿Quién querría entonces hacerse católico, si existe salvación fuera de la Iglesia Católica? Y con ello, la Iglesia Católica se dispararía en el propio pie, respecto de las bases de su poder.
Por otra parte, entregar la suerte de esas almas a la infinita misericordia de Dios plantea otro problema aún mayor. Si la misericordia de Dios es infinita y alcanza para salvar a esas almas, ¿por qué no se extiende incluso hasta el infierno y salva a esas almas? La Iglesia Católica ha dicho hasta la saciedad que el infierno existe de verdad. Pero, ¿qué sentido tiene la existencia de un infierno, que ninguna alma va a poblar? Eso haría absolutamente innecesario tanto el bautismo, como la sujección ya no digamos a la Iglesia Católica, sino a los estándares éticos mismos de la Iglesia. De esta manera, un homosexual que apoyara la píldora del día después no se iría a la condenación eterna, sino que obtendría salvación para su propia alma, gracias a la infinita misericordia de Dios. Y eso es un lujo que la Iglesia Católica no puede permitirse, si quiere seguir siendo poderosa.
Por eso, el problema de decidir si el limbo existe o no, es mucho más enredoso de lo que a primera vista parece, y de ahí que no sea tan infantil la arrogancia con la cual la Iglesia Católica, como si fueran algo así como una Oficina de Supercosmología, se permite crear o suprimir departamentos ultramundanos a discreción (ya se quisieran ese poder los astrónomos para encontrar más fácilmente planetas extrasolares). Y por eso, la Iglesia Católica se toma la calma sibilina de siempre para decidir qué hacer con el problema.

09 julio 2006

EL SUPERHÉROE COMO REDENTOR.

Hace poco han comenzado a circular por Internet los rumores sobre que Superman representaría en cierta medida al Judaísmo, y que Superman sería, en efecto, judío, rumores que se han intensificado por la próxima llegada de la película. En cierto sentido eso es cierto, pero en uno más amplio, los superhéroes en general son continuación de una función mítica humana que arranca desde las primeras religiones. El Ojo de la Eternidad echa un vistazo sobre qué hay tras la máscara del superhéroe, en términos religiosos.


[IMAGEN SUPERIOR: La Liga de la Justicia de América, ilustrada por Alex Ross. Este es quizás el más paradigmático equipo de superhéroes, y sus tres protagonistas Superman, Batman y la Mujer Maravilla, tienen relaciones con una cierta raigambre mítica de las antiguas trinidades de dioses].

LA CULTURA DE LOS SUPERHÉROES.
El superhéroe, es decir, el humano (o al menos la criatura antropomorfa) dotado de poderes maravillosos y por encima del común de los mortales, es uno de los elementos más característicos de la cultura y la mentalidad del siglo XX. Mitologías como el Universo DC (el de Superman, Batman, la Mujer Maravilla, Acuamán, Linterna Verde, etc.) o el Universo Marvel (el del Hombre Araña, Hulk, los Hombres X, los 4 Fantásticos, Daredevil, etc.) son seguramente más representativas y conocidas por las personas que las novelas de James Joyce o la obra filosófica de Heidegger. Por esta razón, en el desarrollo del concepto del superhéroe a través del tiempo, es posible encontrar mucho del pulso de la época. Y debido al carácter arquetípico de sus historias (la lucha del bien contra el mal, la caída y la redención, el amor y el odio, etcétera), plasman mucho mejor el subconsciente colectivo de nuestro tiempo.
El superhéroe más característico de todos es, por supuesto, Superman. Esto, no sólo por ser el primero, sino también por lo depurado de sus características. En lo físico es un dechado de perfecciones, con poderes que incluyen superfuerza, supervelocidad, etcétera. En lo moral, es un defensor del bien y la justicia sin paliativos (a pesar de los intentos sucesivos por darle un poco más de espesor en esta área). El héroe ya existía antes que Superman, y en el tiempo de su lanzamiento en 1938 rondaban personajes como Dick Tracy o el Fantasma Que Camina, por no hablar de algunos más antiguos como el Zorro o la Pimpinela Escarlata. Sin embargo, Superman sintonizó de inmediato con su sustrato cultural por la característica de los superpoderes. En ese sentido, Superman es presentado como un ser humano superior. Todos los superhéroes posteriores presentarán esa misma característica, incluso hasta los más atormentados.

EL SUSTRATO DEL SUPERHÉROE.
Durante la primera mitad del siglo XX, estaban muy en boga determinadas teorías "científicas" sobre la superioridad. Era respetable para muchos el pensar que ciertas razas eran superiores a otras. Esto no fue patrimonio sólo de los nazis, como se pretende caricaturizar, sino que todos los pueblos occidentales se sentían superiores a los africanos, asiáticos o latinos. En Estados Unidos, esto se mezcló con la ideología del Destino Manifiesto, la idea de que Estados Unidos posee una misión mesiánica para llevar la libertad y la democracia al resto del mundo.
Todo esto encuentra su plasmación más perfecta en Superman. No es casualidad que exista más de alguna coincidencia entre Superman y Jesucristo: ambos vienen desde "más allá de la Tierra", ambos son superiores a la mera humanidad, ambos son el súmmun de la moral y el bien, etcétera. Por otra parte, Superman es un estadounidense de tomo y lomo: es un extranjero inmigrante (de Krypton), fue criado en la América Profunda (en Kansas, el mismo estado que el año pasado hizo noticia por obligar a la enseñanza del Diseño Inteligente), consigue abrirse paso en la vida como un self made man, y defiende los valores yankis de la libertad, la felicidad y el american way of life. Por todos estos motivos, Superman ha sido adorado y odiado a la vez, como fetiche de la cultura estadounidense, o dicho de manera más crítica, del imperialismo cultural estadounidense.
Aunque la vinculación entre Superman y los Estados Unidos se ha perdido en otros superhéroes, la característica de la superioridad innata sigue estando presente. En Batman, por ejemplo, aunque éste es presentado como un simple ser humano, en él coinciden todas las características de un superhombre: inteligencia superior, fortuna personal, agilidad olímpica, pasiones conflictivas... Todo en Batman es superior a lo humano, a pesar de ser "el más humano de los superhéroes".
En la casa rival, en el Universo Marvel, estas características se encuentran más diluidas. Esto se debe en parte al entorno cultural de la época. El Universo DC comenzó a ser construido en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, mientras que el Universo Marvel se identifica más con la contracultura de los '60s, y por tanto, pone más en solfa el papel del superhéroe. Pero aún así, personajes como Hulk o el Hombre Araña, atormentados por sus respectivos destinos, siguen siendo superhombres más allá del mortal común y corriente, cuya voluntad es, en último término, ley de Dios, porque ellos obran según lo justo y lo correcto.

LA CONTINUIDAD DEL HÉROE.
Hemos comentado hasta la saciedad en El Ojo de la Eternidad que las religiones, desde antiguo, se construyeron en torno a la noción de un salvador o redentor que se presenta como un Sonnenmensch, un héroe solar. El héroe solar presenta características bien precisas, incluyendo un nacimiento difícil con una amenaza a su vida, una época de oscuridad y preparación, y finalmente el surgimiento de una misión. Estas etapas son muy claras en Superman (fuga desde Krypton, adolescencia en Smallville, misión en Metrópolis), en Batman (asesinato de sus padres, adolescencia preparándose para luchar contra el crimen, cruzada en Ciudad Gótica), etcétera. En ese sentido, el superhéroe clásico es, en realidad, un Sonnenmensch disfrazado para los nuevos tiempos.
¿Es entonces el superhéroe un personaje religioso? En cierta medida sí, y eso explica por qué el superhéroe está tan anclado en la mentalidad del siglo XX. A partir de la Ilustración en el siglo XVIII, y después con el desarrollo de la ciencia en el siglo XIX (el Darwinismo, la Economía, etcétera), la religión en Occidente, y bien en particular la Iglesia Católica, ha debido afrontar retirada tras retirada. Ese vacío tenía que ser llenado con algo. Si Jesucristo no era capaz de redimir a los seres humanos del siglo XX, alguien más tenía que hacerlo.
Esto fue, en cierta medida, anticipado por Nietzsche. Ya en su obra anticipaba que por encima de la moral humana estaba el Übermensch, el "superhombre". No es casualidad tampoco que la palabra inglesa para "Übermensch" sea Superman... En cierta medida, el superhéroe es una vulgarización de los conceptos nietzscheanos. Lo que Nietzsche veía como algo espiritual, Superman lo resuelve un poco más a la bruta, mediante mamporros. Pero volviendo a Nietzsche, éste planteaba sus ideas precisamente para revolverse en contra del Cristianismo: frente al modelo del "siervo de Dios", que él calificaba como la "religión de los débiles", él proponía la religión del fuerte, la del Übermensch.
Esto también explica el éxito de los superhéroes en la actualidad. Salvo un nuevo cambio en la marea, el mundo está nuevamente sumergiéndose en las tinieblas del oscurantismo, con un Presidente de Estados Unidos como George W. Bush, empeñado en llevar la guerra santa a Oriente, y además, en implantar una educación cristiana en los establecimientos públicos. No es raro que, dentro de este discurso mesiánico, los superhéroes vivan momentos de auge. Después de todo, en tiempos mesiánicos se necesitan mesías a los cuales adorar...

11 junio 2006

LA RESURRECCIÓN.

Una de las promesas más recurrentes en la historia de las religiones, es la existencia de una vida después de la muerte. Sobre la naturaleza de la misma, existen las más variopintas leyendas. Algunas hablan de resurrecciones a esta misma vida, como Lázaro, y otras, a un estado futuro, superior y celestial. ¿Es posible esto? ¿Existe en verdad una eventual vida de ultratumba? El Ojo de la Eternidad le echa un breve vistazo a lo que, según las religiones, existe más allá de nuestra existencia terrenal.


[IMAGEN SUPERIOR: Taurobolio, escena que representa al dios solar persa Mitra matando a un toro. Esta escena simbólica y ritual representa el triunfo de la luz sobre la oscuridad, y la resurrección de Mitra, el gran enemigo de otro resucitado, Cristo, en el Imperio Romano].

LA PROMESA DE LA RESURRECCIÓN.
La muerte es un hecho cierto de la vida. Todo debe perecer. La ciencia moderna es de la opinión de que, en definitiva, el universo entero se colapsará cuando ya no quede más energía disponible para organizar nada, y todo se convierta en un marasmo de partículas sin estructura alguna: esto, en cumplimiento de la segunda ley de la termodinámica, desarrollada a finales del siglo XIX, y hasta el día de hoy jamás controvertida con éxito. Pero esto, para el ser humano, es muy poco. ¿Todos los esfueros desplegados en la vida serán, finalmente, en vano...?
Las religiones han respondido a esto desde siempre, con la promesa de que nuestra estancia en este mundo es sólo una especie de antesala para la vida futura, y de que en definitiva, las tragedias y pesares de la vida son simples ilusiones. Esta vida futura ha sido concebida de muchas maneras distintas, y no está mal echarles un vistazo, en particular porque hay algunos patrones en estas creencias tienden a repetirse, porque algo de verdad hay en todas las religiones, según los creyentes, y porque estos son los patrones que merjor se amoldan a la psique humana, según los agnósticos.
Los pueblos más antiguos solían sentir que la naturaleza estaba poblada de toda clase de espíritus. Algunos de esos espíritus eran, por supuesto, los ancestros ya fallecidos. La relación con ellos era a veces amable, pero podía también llegar a ser terrorífica. Esta segunda visión les suponía prisioneros en una especie de dimensión de sufrimiento, aunque sin ir a ningún "otro mundo", sino permaneciendo en el nuestro, y en venganza, hacían de la vida de los vivos un infierno. Por lo tanto, había que conjurarlos con toda clase de magia y rituales para evitar que regresaran, o al menos, que regresaran con mala leche para los vivos. Hay reminiscencias de esto incluso en el folclor urbano y friki de hoy en día, porque, ¿qué otro sentido tiene el ritual de enterrar una estaca en el corazón de un muerto para evitar que regreses como vampiro chupasangre...?
Andando el tiempo, los reyes, que monopolizaron el poder político y económico, monopolizaron igualmente el poder de resucitar. En el Antiguo Egipto, se creía que sólo el Faraón resucitaría. Se suponía que los egipcios debían estar muy contentos por ello, y por eso trabajarían durante años en grandes pirámides para asegurar el descanso eterno de la momia real. Pero andando el tiempo, la creencia en la resurrección se democratizó, los faraones abandonaron la costumbre de enterrarse en pirámides (pero no de las ceremonias fúnebres ostentosas), y comenzaron a surgir rituales de momificación para gentes de estratos sociales cada vez más bajos. Algo de estas creencias se traspasó a los hebreos, quienes no creían en una resurrección individual, sino hasta fecha muy tardía, y esto por inlufjo de la cultura griega: para los hebreos, la vida de ultratumba significaba el Scheol, una oscura y tétrica morada de los muertos en donde éstos vegetaban por toda la eternidad, y el concepto de "resurrección" era aplicable sólo al Pueblo de Israel, que al final de los tiempos dominaría la Tierra y sería ejecutor de la voluntad del Unico Dios.

LA RESURRECCIÓN DE LOS DIOSES.
La manera de "justificar" la resurrección, en todas las religiones, es recurrir a la compasión suprema de la deidad. De esta manera, son los propios dioses los que resucitan a alguien. En muchas ocasiones, es el propio dios el que debe descender a la arena de lucha y contender directamente contra las fuerzas del mal, siendo muerto por ellas y resucitando, abriendo de esta manera la vía a los mortales. En otras, basta la sola voluntad de los dioses para ensalzar a un humano por encima de su condición, "despertándolo" y elevándolo al rango de los dioses. Es decir, las dos alternativas son la apoteosis y el avatar.
La apoteosis era el camino más simple. Los dioses no se molestaban ellos mismos en derrotar al mal, pero premiaban a los mortales que hubieran mantenido a raya las fuerzas del caos y la destrucción, trayéndolos a su propio cortejo celestial, de la misma manera que un rey puede llamar a un campesino de heroicos servicios para que sea paje en su corte. El ejemplo más célebre de apoteosis es Heracles, el Hércules de los romanos, a quien el dios griego Zeus llamó sa su lado después de una trágica muerte, premiándolo por "servicios prestados a la Humanidad", por decirlo de alguna manera. No sólo personajes mitológicos eran favorecidos con la apoteosis:
Ovidio, el poeta romano del siglo I d.C., señalaba en sus "Metamorfosis" que Julio César había sido favorecido de tal manera por los dioses, y la prueba estaba en su transformación en cometa el día de su muerte (por otra parte, Ovidio era asalariado del Emperador Octavio Augusto, sobrino de Julio César, así es que su poema tiene mucho de propagandístico). Con el tiempo, la idea de que los emperadores romanos eran favorecidos con la apoteosis se hizo habitual. Pero no son los romanos el único caso. Entre los hititas, el rey pasaba a formar parte de los dioses después de su muerte. Y entre los germanos, dicho honor era dispensado por las valkirias, especies de ángeles guerreras, que se llevaban a los guerreros más valientes al Walhalla, el castillo militar de Odín, en donde éste reclutaba un ejército para dantesca batalla que se va a producir al final de los tiempos.
El otro camino es el avatar. En este caso, es el propio dios el que se transforma momentáneamente en mortal, para sacrificarse a sí mismo y de esta manera abrir camino a los mortales. Es un sacrificio con trampa, por supuesto, ya que el propio dios es un dios, y por tanto, se supone de antemano que triunfará sobre la muerte. Pero este camino es también muy transitado. Es el caso corriente de los llamados Sonnenmensch o héroes solares, como Cristo, Mitra, Balder o Rama, entre otros. El caso extemo de esta creencia lo representa el Buda adorado por los fieles del Mahayana, el Gran Vehículo del Budismo: según ellos, el Siddharta Gautama histórico no es más que una de incontables reencarnaciones de una entidad suprema, el Buda Amida, que por su infinita compasión ha nacido y muero sucesivas veces para acompañar a la Humanidad y liberarla de la rueda de la existencia, sacrificando incluso su propia disolución del yo en el nirvana.

EL CICLO DE LAS REENCARNACIONES.
Otra cmanera de resucitar es regresar a este mismo mundo. Esto es la metempsicosis o reencarnación. No pocos místicos antiguos, entre ellos Pitágoras, creían que en la transmigración de las almas. Los griegos, en tiempos tardíos, seguramente por influencia índica, también asumieron la existencia de una reencarnación, una vez cada mil años. En el Cristianismo primitivo, hubo ardientes defensores de la reencarnación, como por ejempo el teólogo Orígenes (primera mitad del siglo III), pero finalmente esta idea fue desechada, porque se estimó que la noción de que los cristianos reencarnaban una y otra vez en la existencia, convertía el sacrificio de Cristo en algo sin ningún valor (¿para qué Cristo se sacrificaba, si los seres humanos seguirían condenados y atados a la rueda de la existencia?).
Y también démonos el tiempo para repasar algunas resurrecciones en los mitos modernos. Si exceptuamos aquellos casos que son reproducciones conscientes de los mitos evangélicos de la resurrección (el caso de "El Señor de los Anillos" o las Crónicas de Narnia), el más emblemático es, por supuesto, el Neo de "Mátrix". En este caso se trató de una aproximación consciente a los mitos de toda la vida, y por tanto, Neo es un Sonnenmensch "de diseño", creado desde el origen con las características de éstos. No es raro entonces que muera y resucite en "Mátrix", y que en "Las revoluciones de Mátrix" se de a entender que su muerte puede haberlo transmutado en algo incluso superior a este plano de existencia.
Y otro tanto ocurre con El Ojo de la Eternidad, que con este artículo resucita una vez más desde la muerte, y vuelve a tratar como siempre, los temas religiosos que están a nuestro alrededor, con la calma, la seriedad y la solidez que son nuestro sello característico. Saludos, y que tengan una buena segunda mitad del 2006.

26 marzo 2006

OSIRIS.

Uno de los más interesantes ciclos míticos antiguos, se refiere al dios Osiris, encarnación egipcia por excelencia del héroe que muere y resucita para salvación de la Humanidad. El Ojo de la Eternidad hace un repaso por uno de los primeros mitos del Redentor en la historia humana.

SEGUIMOS CON PROBLEMAS CON BLOGGER, ASÍ ES QUE SEGUIMOS POSTEANDO SIN IMÁGENES. HASTA LA PRÓXIMA, POR LO MENOS.

LA LEYENDA DE OSIRIS.
Para quienes conozcan el nombre de Osiris sólo por "El último vuelo del Osiris" de "Animatrix", es bueno hacer un repaso de la leyenda en torno a este dios egipcio.
El mito egipcio de Osiris refiere como, antes de la historia propiamente tal, Osiris sucedió a su padre Geb en el trono del Bajo Egipto. Allí conquistó al Alto Egipto y unificó por tanto Egipto, a la par que enseñó la metalurgia y las artes místicas. Le asesoraban su esposa Isis, la hechicera encarnación de la sabiduría, el dios civilizador Tot, y los dioses Anubis y Upuat. Durante 28 años de reinado, Osiris convirtió a Egipto en un país próspero y civilizado, una verdadera edad de oro.
Todo esto despertó el odio, el recelo y la envidia de Set, hermano de Osiris, quien era el dios del desierto, la sequedad, y en definitiva, de la muerte. O sea, Set representaba justamente todos los valores opuestos a Osiris. Durante una fiesta, Set le tendió una emboscada a su hermano. Ofreció a los presentes un bello sarcófago como regalo, diciendo que sería para quien le quedara. Cuando Osiris ingresó al sarcófago, irrumpieron 72 conjurados que acompañaban a Set, lo cerraron con Osiris adentro, y se lo llevaron, arrojándolo al Río Nilo.
Desconsolada, la diosa Isis persiguió el destino del sarcófago hasta Biblos, en Fenicia. Allí consiguió recobrarlo. Furioso porque sus planes no habían salido todo lo bien que esperaba, Osiris se apoderó del cuerpo de Osiris y lo repartió en pedazos. Isis, pacientemente, fue buscando los pedazos uno a uno, recuperándolos todos, salvo los genitales, que habían servido de banquete a un pez. Isis no se arredró por ello: resucitó a Osiris por medio de artes mágicas, creando un cuerpo eterno e inmortal, un zert, es decir, la primera momia. Por medio de más magia, se embarazó de su marido, y dio a luz a Horus.
Cuando llegó a la edad de la madurez, Horus capitaneó las fuerzas de su padre, y se rebeló en contra de Set. En la batalla subsiguiente, las hordas de Set fueron derrotadas, su líder fue apresado, y llevado a juicio delante del tribunal de Tot, quien lo condenó sin más. De este modo, Horus, hijo y heredero de Osiris, quedó entronizado como rey de Egipto.
En cuanto a su padre, seguía vivo, pero en el mundo de los inmortales, en donde ha quedado instaurado como juez supremo. Allí, en su propio tribunal, juzga y pesa las almas de los difuntos sobre una balanza, poniendo su corazón en un plato de la misma, y una pluma (símbolo de la verdad) en la otra. Si pesan iguales, el difunto ingresa a la bienaventuranza de Osiris. Si el corazón pesa más que la pluma, aquejado por el peso de la mentira y la falsedad, entonces el difunto era destinado a un monstruoso cocodrilo que se lo devoraría. Tal es el llamado "Juicio de Osiris".

EL SIGNIFICADO DEL MITO DE OSIRIS.
El Mito de Osiris tuvo y tiene una vitalidad extraordinaria, porque admite una buena cantidad de lecturas. La más obvia de ellas es un relato mitológico lleno de acción y aventuras, como otros muchos antes y después en la historia. Pero hay otros niveles.
Un segundo nivel es el mito político. Es decir, la historia de Osiris es reflejo de las convulsiones políticas y sociales del Egipto antiguo. En el Egipto Antiguo, la unificación fue producto no del Delta, el Bajo Egipto, sino del Alto Egipto, al revés de lo planteado por el mito de Osiris. El culto de Osiris principió en el Bajo Egipto, y de ahí que se asocie su "edad de oro" al Bajo Egipto, precisamente. Es decir, hay un sutil rapapolvo al poderío del Alto Egipto, insultándolos delicadamente al tratarlos de "usurpadores". Es de recordar que el Alto Egipto, para legitimar su poder, adoptó como emblema el halcón, es decir, al dios Horus.
Pero hay una tercera lectura, que es la más interesante. Osiris es uno de los primeros héroes solares conocidos, un dios que es muerto por el mal (Set), y resucitado por el amor de la Gran Diosa Madre, papel que desempeña en este caso la diosa Isis. El ritual de Osiris estaba conscientemente dirigido a enfatizar este aspecto: sus 70 días de muerto coincidían con los 70 días que la estrella Sotis (Sirio) desaparece en el cielo. La reaparición de Sotis, coincidente con la resurrección de Osiris, marcaba también el inicio de las inundaciones del Río Nilo, que traen la fertilidad a Egipto.

EL DESTINO DE LA RELIGIÓN DE OSIRIS.
El origen del culto a Osiris es desconocido. Una tesis sostiene que Osiris es una versión egipcia de un dios procedente de Asia, lo que lo emparentaría con el Tammuz babilónico y el Adonis cananeo. Otra tesis sostiene que Osiris es un desarrollo religioso netamente egipcio. Sea como sea, Osiris calzó bastante mal con la mitología egipcia, y cuando lo hizo, fue de manera harto forzada.
El mito de enlace entre Osiris y el resto de los dioses, fue una operación política de los sacerdotes del Reino Medio egipcio (hacia 2000-1750 aC). El gran dios faraónico Ra, el dios solar, habría sido emboscado por Isis, quien le habría engañado y extorsionado para hacerle decir su nombre secreto. Desde entonces la diosa Isis (ahora malvada, y no benefactora) habría obtenido un poder supremo. En consecuencia, Ra habría tenido que compartir su poderío con Osiris. De este modo, Horus pasa a simbolizar el Sol Naciente (del amanecer), Ra el Sol Triunfante (del mediodía), y Osiris el Sol Muriente (del ocaso). Una incómoda componenda política, que no alcanza en verdad a empañar la belleza de uno de los primeros mitos históricos conocidos.

12 febrero 2006

LOS EMPERADORES SOLARES.

Que la religión no es inocente de haber sido utilizada muchas veces para fines políticos, es algo que a estas alturas del partido nadie podría poner en duda. Quizás el ejemplo más obvio sean los reyes y Emperadores que se han divinizado a sí mismos, dándose el tratamiento de "Hijos del Sol". El Ojo de la Eternidad hace un breve repaso de varios pueblos que se han dado a sí mismos dicho tratamiento.



[IMAGEN SUPERIOR: Emperador Constantino el Grande (313-337). Bajo su gobierno el Cristianismo obtuvo manga ancha dentro del Imperio Romano].

EL DIOS SOL.
Que sin el Sol, la vida sobre la Tierra sería imposible, es algo que para las más remotas civilizaciones era ya evidente. Bastaba que el Sol empezara a desaparecer y los días se hicieran más cortos, para que un gélido invierno se aposentara sobre la tierra. El temor a que el sol se fuera definitivamente de paseo, hizo que los pueblos antiguos inventaran una serie de rituales para "amarrarlo", coincidentes con el solsticio de invierno, el día más corto del año, y que ha dado origen, entre otras cosas, a nuestra moderna Navidad (fiesta que coincide con el solsticio de verano austral, pero como la inventaron en el hemisferio norte, cuenta también como fiesta de solsticio de invierno). De esta manera, el ciclo solar de las estaciones permitió inventar el concepto de año calendario.
No es raro entonces que el Sol haya sido mitificado como un importantísimo dios desde el comienzo de los tiempos. El dios solar fue un arma efectivísima en manos de los sacerdotes para combatir a la diosa progenitora que, en el comienzo de los tiempos, era la Gran Diosa a la que se rendía culto y adoración (tema que ya tratamos en EODLE).
Y tampoco es raro que, andando el tiempo, los diversos príncipes y emperadores hayan intentado identificarse con el sol radiante, para de esa manera, divinizarse, lo que constituía una poderosa arma propagandística. He aquí un repaso de los más peregrinos reyes y emperadores solares, aquellos que se identificaron con el Sol.

LOS EMPERADORES SOLARES ROMANOS.
Los Emperadores por antonomasia, son aquellos del Imperio Romano, quienes, entre otras cosas, inventaron la propia palabra "emperador". Ya en tiempos de Julio César se hablaba de que los Emperadores eran divinos, o por lo menos, "divinizables". Nerón, el loquito que incendió Roma, se identificaba con Apolo, el dios del Sol de los antiguos griegos, hasta el punto de dar recitales de cítara (el instrumento de Apolo) en la ciudad sagrada de Apolo, Delfos.
Pero fue en el siglo III, cuando la chifladura de los Emperadores con el Sol cobró vuelo. A inicios de dicho siglo, el emperador sirio Heliogábalo introdujo el dios solar de Emesa (Siria), como pretexto para una serie de depravadas orgías, que terminaron cansando a sus soldados, quienes le mataron en 221. Tenía 18 años. Pero la idea de ser un "dios sol" prendió, y uno de sus sucesores, Aureliano (270-275), la consideró muy en serio. Tanto, que como símbolo de la majestad imperial introdujo el culto al Sol Invictus, ordenando construirle un templo en Roma (con los fondos saqueados a la ciudad de Palmira, recientemente conquistada) El culto al Sol Invictus fue la religión semioficial del Imperio Romano hasta el siglo IV, época en la cual Teodosio II declaró (en 392) que el Cristianismo sería la religión oficial de Roma.
¿Y es el fin de la historia? Pues no. Muchos de los atributos del Jesucristo mítico están tomados de la iconografía de dos competidores solares, el persa Mitra por un lado, y el sirio Sol Invictus por el otro. Baste decir que la aureola o nimbo que se usa dentro de la Iglesia Católica para representar a los santos en la iconografía pictórica, procede del nimbo solar con que se retrataba a los emperadores romanos, en su calidad de "dioses solares" encarnados sobre la Tierra, y que por cierto, tiene un origen aún más antiguo, tanto que puede rastreárselo nada menos que a Naram Sim, un caudillo acadio (es decir, de Mesopotamia) que vivió hace la friolera de cuatro milenios.

OTROS PINTORESCOS EMPERADORES SOLARES.
En el mundo antiguo, por no salirse de ahí, otro clásico Emperador solar es el Faraón. En efecto, se consideraba la encarnación viviente del dios Horus, y por tanto, su atributo pictográfico era el halcón, símbolo de dicho dios. Horus era, en la mitología egipcia, el hijo del Sol.
Volviendo a Mesopotamia, el rey babilónico Hamurabi (hacia 1950 a.C.) mostró pretensiones algo más modestas. No parece haberse pretendido un Emperador solar, sino que se conformó con ser "aconsejado" sabiamente por el mismísimo Shamash, el dios del sol babilónico... Algo que todavía hoy se puede ver, en la famosa Estela de Hamurabi que contiene su famoso código, que en su parte superior representa la escena de Shamash pasándole a Hamurabi las disposiciones del mismo.
También los japoneses consideran que su Emperador, el Mikado, es descendiente directo de la diosa solar Amaterasu, y por tanto, es él mismo el Sol. O por lo menos lo era hasta 1945. Ya hemos tratado en EODLE extensamente sobre el particular, así es que no nos repetiremos.
América tampoco fue inmune a la epidemia de los reyes solares. Así, el Sapa Inca, soberano absoluto del Imperio Inca, era también considerado el dios solar. Parece ser que el rey Pachacuti o Pachacútec (según la grafía), convocó a una gran reunión imperial en su templo de Coricancha, a fin de que los sacerdotes de las diversas religiones del Imperio se "pusieran de acuerdo" en ciertos aspectos teológicos que permitieran construir un panteón imperial único, con el Sapa Inca a la cabeza por supuesto, y en donde todos los dioses regionales pudieran encajar con relativa soltura. El resultado de todo esto fue que al Sapa Inca empezó a considerárselo la manifestación terrestre de Viracocha, el dios solar.

EL REY SOL.
Y para el último hemos reservado el ejemplo más pintoresco de la historia occidental: Luis XIV de Francia, el Rey Sol. De niño, este monarca fue profundamente impactado por la Fronda, una violenta rebelión de la nobleza que fue fieramente reprimida por el Cardenal Mazarino. Cuando Mazarino falleció, Luis XIV tomó personalmente en sus riendas el gobierno, y se dedicó a que algo como eso jamás volviera a pasar. Aprovechando que los cortesanos adulones le habían apodado "El Rey Sol", debido a que cuando tenía 15 años había interpretado dicho papel en un ballet ante toda la corte, adoptó dicho rol. Como Nerón 1600 años antes, se identificó con Apolo. El Palacio de Versalles, su mayor obra propagandística, está trufado de dichos motivos artísticos.
Y no se crea que con el fin de la monarquía absoluta, termina ahí la cosa. Dentro de la ideología del Nazismo Esotérico, ocupa un destacado papel el mito del "sol negro", que tiene que ver con numerosas tradiciones indoeuropeas antiguas... Pero eso quizás sea tema para algún futuro artículo de EODLE.

05 febrero 2006

BAJO EL IMPERIO DE LA GRAN DIOSA MADRE.

La primera gran divinidad que rigió a la Humanidad no fue un dios, sino una diosa. O mejor dicho, múltiples diosas, adaptada cada una a la idiosincracia de las tribus y pueblos que las adoraban, y que son reflejo de una y misma deidad, extendida a lo largo y ancho de Europa y Asia. Aunque derrocada por los dioses masculinos, la Gran Diosa Madre sigue teniendo una notable, aunque soterrada, presencia incluso hoy en día. El Ojo de la Eternidad cuenta su historia.



[IMAGEN SUPERIOR: Afrodita de Delos, escultura griega tallada alrededor de 100 a.C. Puede verse a tres símbolos eróticos: la diosa Afrodita y el Amor, junto al lascivo dios Pan. Desde antiguo, las diosas fueron acosadas y arrinconadas por los dioses, pero aún siguen estando presentes...].

AL PRINCIPIO FUE LA DIOSA.
"Al principio Dios creó el cielo y la tierra.. La tierra estaba desierta y sin nada. Las tinieblas cubrían los abismos mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas. Dijo Dios: "¡Haya luz!, y hubo luz"... Con estas palabras (Génesis 1:1-4) parte la Biblia, refiriendo la primera historia de todas, la de la Creación. ¿Fue esto así? Licencias poéticas aparte (ahora sabemos que el universo fue obra probablemente de un Big Bang), lo cierto es que la primera entidad creadora del mundo no fue un dios... ¡sino una diosa! El texto bíblico precedente fue escrito en fecha bastante tardía, quizás un par de siglos antes de Cristo, por un sacerdote varón, en tiempos que el masculino Yahveh se había impuesto sin contrapeso sobre las diosas femeninas. Porque lo cierto es que Yahveh alguna vez... ¡estuvo casado! Y más extraño aún... ¡El dios de la Biblia era un MANDADO por su esposa!
Este caso no es único. A lo largo de muchos siglos, incluso de milenios, toda Eurasia desde Inglaterra hasta Japón estuvo bajo el imperio de las diosas. Aunque adoradas bajo diferentes advocaciones (Frigg en Germania, Hera y Afrodita en Grecia, Astarté en Fenicia, Isis en Egipto, Istar en Mesopotamia, Kali en la India, Amaterasu en Japón), todas ellas reunen cualidades comunes que las transforman en grandes creadoras, y que han llevado a los arqueólogos a bautizar su religión como el Culto de la Gran Diosa Madre.

LA VIDA DEL UNIVERSO.
La religión es un invento reciente: no tiene más de 50 o 60 mil años, una insignificancia comparado con el millón de años de evolución biológica humana, o los 20 o 25 millones acumulados por la evolución desde los primeros primates. En dicho tiempo, por razones no bien aclaradas, los seres humanos empezaron a considerar que el universo entero estaba poblado de entes inmateriales que animaban todas las cosas, y que explicaban por qué el sol calentaba, el viento soplaba, etcétera. Rastros de dicha religión existen por todas partes, desde los pillanes adorados por los mapuches, hasta los númina romanos, o los fantasmas y espectros de la Mitología Japonesa.
Después de lo cual, aquellos pueblos se abocaron a la gran pregunta de "¿quién creó todo esto?". ¿Quién era, en efecto, el sostenedor de los ciclos de la naturaleza? La conclusión, la obtuvieron por analogía. Si los seres humanos existían porque una madre los paría, entonces lo mismo debía ser con todas las cosas, que tenían que haber sido paridas por alguna especie de Gran Diosa Madre.
La evidencia de esto, está en el arte rupestre. La máxima muestra de la escultura del período Paleolítico son las llamadas "venus", que no tienen nada que ver con la diosa griega, sino que son estatuillas femeninas que, sintomáticamente, tienen bien reforzados los rasgos propios de la fertilidad femenina: vientre y pechos hinchados, y vulva bien visible, al tiempo que los rasgos secundarios a la fertilidad están apenas delineados (piernas, brazos, etcétera).

LA LLEGADA DE LOS DIOSES.
Los dioses masculinos fueron un resultado secundario de la aparición de la agricultura. Los pueblos agrícolas estaban enfrentados al problema de los ciclos de la naturaleza. Ellos no disponían de explicaciones astronómicas como las nuestras para explicar la existencia de un verano y un invierno, de modo que estaban obligados a llevar a cabo toda clase de rituales mágicos de fertilidad, para evitar que los dioses se encapricharan y sumergieran al mundo en un invierno eterno. La explicación que encontraron, se sintetiza en los llamados Dioses Murientes: deidades masculinas que eran a un tiempo hijos y amantes de la Diosa Madre, que todos los años morían para renacer después. Todos los grandes dioses masculinos comenzaron de esta poco promisoria manera, su carrera religiosa.
El cómo los dioses masculinos se rebelaron y suplantaron a la Diosa Madre, es todavía un misterio, a pesar de que existen múltiples indicios del proceso, tanto en las muestras arqueológicas, como en la mitología. Parece ser que a medida que la población fue creciendo, y las sociedades agrarias se hicieron más complejas (es decir, cuando inventaron la civilización), las mujeres se transformaron en un bien sumamente preciado, una mercancía susceptible de ser vendida "en matrimonio" y dote mediante, ya que tener muchas mujeres que pudieran procrear era una garantía de que se tendrían, a su vez, muchos hijos, los cuales eran una importante base de poder. Surgieron así las sociedades patriarcales, que rápidamente reemplazaron a las antiguas sociedades matriarcales. A la vez, los sacerdotes de los dioses masculinos reforzaron su propio papel, creando mitos que denigraban a las diosas, y exaltaban el papel de los dioses.
Así, las diosas pasaron a ocupar dos papeles bien definidos: el de "engañadora" y el de "caos primigenio". El ejemplo más claro de diosa encarnación del caos primigenio es Tiamat, la gran serpiente babilónica madre de demonios, que es asesinada por el dios masculino Marduk, quien usa su monstruoso cadáver para crear el universo y sus distintas dependencias. El papel de engañadora lo encarna muy bien la diosa egipcia Isis, quien según la Mitología Egipcia, obtiene un poder indebido sobre Ra, engañándole para que éste revele su nombre secreto, con el cual le confiere a la diosa un poder mágico inigualable.
Quizás el caso más extremo de "terrorismo machista religioso", sea el de los sacerdotes bíblicos. En Canaán, la Gran Diosa se llamaba Aserah. Su culto era un trasunto de otras diosas de la fertilidad de la región, como la fenicia Astarté o la mesopotámica Istar, con quienes comparte hasta un nombre similar. Sin embargo, por varias razones largas de explicar aquí (pero que EODLE se guarda para un futuro artículo), su contraparte masculina el dios Yahveh fue imponiéndose de manera lenta e implacable, hasta que los sacerdotes bíblicos consiguieron borrar casi todo rastro de la diosa ("casi", porque aún quedan vestigios de Aserah en la Biblia), y entronizar a Yahveh no sólo como el "dios masculino que manda", sino también como dios único.

LA SUPERVIVENCIA DE LA DIOSA.
A pesar de los denodados intentos por destruir a las diosas, lo cierto es que los dioses masculinos nunca han podido deshacerse de ellas. No podrían hacerlo, ya que después de todo, la mitad del género humano está compuesto por mujeres, y por tanto, en todo panteón religioso que se respete es necesaria una presencia femenina que las represente, a fin de evitar que éstas abandonen la "religión oficial" en beneficio de doctrinas "heréticas" que las representen mejor.
En la Antigua Grecia, por ejemplo, esto era bien visible en el hecho de que, de los doce dioses Olímpicos que lo mandaban todo, la mitad eran diosas. En Egipto, Isis terminó unida en amigable convivencia con su marido Osiris y su hijo Horus. En Japón, la diosa Amaterasu consiguió mantener su puesto incluso contra el brioso dios marino Susano-O, transformándose en progenitora del linaje de los Emperadores. En la India, ni Shiva ni Visnú consiguieron arrumbar el culto a Kali, que siguió bien vivo, aunque en relaciones bastante ambiguas con todo el resto de la mitología (es diosa de muerte, por un lado, pero de nueva vida, por el otro). Incluso el Budismo, que tiene por centro a Buda, ha rescatado desde siempre la fiigura de su madre, la diosa virgen Maya.
Lo que nos lleva al Cristianismo. Supuestamente, el Cristianismo es una religión monoteísta. Y sin embargo, bien enclavado en su interior está el Culto Mariano. En María, la Virgen Madre de Dios (Theotocos, en griego, según el título que se le ha conferido oficialmente desde el Concilio de Efeso en 431), están reunidas todas las características de la Gran Diosa Madre, incluyendo el ser compañera de Dios (en su forma de Padre) y progenitora de un Dios Muriente... y es descendiente lejana de un largo linaje de Diosas Madres que incluye a la diosa hitita Arinna y a la diosa griega Artemisa... una historia demasiado larga para reseñarla aquí, pero que ya estamos desarrollando en un futuro artículo para El Ojo de la Eternidad.

05 enero 2006

NARNIA Y SU CREADOR.

Hace aproximadamente medio siglo atrás, el escritor británico C.S. Lewis dio vida a la tierra de Narnia, un mundo fantástico que funcionaba de acuerdo a las leyes básicas del cristianismo. Algo que ya se había visto en Tolkien y su Tierra Media, pero que se acusaba mucho más. La saga de Narnia, que se extiende a lo largo de siete tomos, puede bien ser leída como una especie de mezcla entre elementos bíblicos y fantásticos paganos. Una lectura religiosa que ha desatado afectos y odios profundos. En vísperas del estreno en Chile de la película basada en el primer tomo de la saga, El Ojo de la Eternidad explora los aspectos religiosos que viven detrás del universo de Narnia.


[ILUSTRACIÓN SUPERIOR: Afiche de la película "El león, la bruja y el armario", primera película de la proyectada saga fílmica sobre las Crónicas de Narnia].

EL CREADOR DE NARNIA.
El ciclo de las Crónicas de Narnia es una de las obras más profundamente religiosas escritas en el siglo XX. No es raro que sus más acérrimos fanáticos sean generalmente los católicos. No es tampoco extraño que muchos detractores de este ciclo novelístico sean también gentes reluctantes al cristianismo. No es complicado entender la ideología de las Crónicas, porque los símbolos y referencias están casi a la vista. Y sin embargo, es una buena idea aproximarse a la figura de su creador, Clive Staples Lewis, para entender un par de cosas sobre este ciclo literario.
Clive Staples Lewis, mejor conocido como C.S. Lewis, era un irlandés agnóstico. Su periplo espiritual fue en realidad bastante intenso. Dejó sobre ello una interesante autobiografía llamada "Sorprendido por la alegría", en donde refiere el proceso de conversión que le llevó desde una posición agnóstica, hasta el seno del cristianismo. En este proceso tuvo mucha importancia su amistad con J.R.R. Tolkien, cuyas vidas hasta cierto punto fueron paralelas, incluyendo el hecho de que ambos se dedicaran a las letras, y ambos cristalizaran sus respectivas cosmovisiones religiosas en sendas obras fantásticas (Tolkien en "El Señor de los Anillos", y Lewis en las Crónicas de Narnia y en la Trilogía de Ramson).
Lewis es un buen ejemplo de un fenómeno muy repetido en la historia. Quienes nacen en un medio religioso, generalmente (no siempre) ostentan una relación bastante serena con sus propios dogmas, mientras que quienes se convierten a una religión en particular, pronto terminan volviéndose fanáticos de la misma. Hay varias razones para ello. En parte se trata de una búsqueda de autoafirmación a través de una identidad (religiosa en este caso). En parte, se trata de mostrarse ante los demás de una determinada manera. En parte, se trata de compartir con todo el mundo aquello que los ha alegrado a ellos (a veces en la ingenua convicción de que a todo el mundo debería gustarle las mismas cosas). Lewis fue uno de estos casos. Se transformó en uno de los más incansables apologistas del cristianismo, dio incansablemente conferencias, y escribió numerosas obras defendiendo su doctrina, las que a veces pecaban de ser un tanto panfletarias.
Mencionemos a la pasada que un interesante acercamiento a la figura de Lewis, un tanto crítico, pero a la vez respetuoso de su figura, se encuentra en la película Tierra de sombras, con Anthony Hopkins en el rol de Lewis, y Debra Winger en el de Joy Gresham (la mujer con la que se casó tardíamente). Los hechos biográficos están un tanto arreglados por conveniencias dramáticas, pero en general es un acercamiento bastante exacto a quien fue Lewis, y su manera de ver el mundo y la vida.

LA TRILOGÍA DE RAMSON.
La obra literaria de Lewis está entonces fuertemente condicionada por su adscripción un tanto fanática al cristianismo, y para entenderla es indispensable tener eso en cuenta.
Una buena muestra de esto se encuentra en la llamada Trilogía de Ramson, conformada por las novelas "Más allá del planeta silencioso", "Perelandra" y "Esa fuerza maligna". En ella refiere las aventuras de Ramson, un estudioso que viaja primero a Marte y luego a Venus, para enfrentarse con las fuerzas del Mal, puesto que el gobernador de la Tierra, su eldila, es un rebelde que mantiene a nuestro mundo en las tinieblas de la oscuridad (es decir, es el mito de Lucifer, pero en versión de ciencia ficción). Se ha discutido mucho su adscripción al género de la ciencia ficción, ya que Lewis se despreocupa por completo de los aspectos más técnicos de la misma. Al igual que ocurre con Flash Gordon, por ejemplo, las peripecias en otros mundos son en realidad una manera de mostrar escenarios exóticos. Sin embargo, a diferencia del ejemplo que señalábamos, en Lewis no predomina la aventura por la aventura, sino que en todo minuto hay un mensaje religioso. Uno de los grandes méritos de la Trilogía de Ramson consiste precisamente en haber podido verter la mitología cristiana sobre Lucifer y su rebelión, en un contexto literario "moderno", cual era la ciencia ficción de aventuras o pulp propia de la década de 1940. En ese sentido, la Trilogía de Ramson es un antecedente claro de las Crónicas de Narnia.

"EL LEÓN, LA BRUJA Y EL ROPERO".
Lo que Lewis hizo en la Trilogía de Ramson con la ciencia ficción, lo hizo en las Crónicas de Narnia con la fantasía heroica. En aquella época, fantasía heroica era más o menos sinónimo de espadas y brujería a lo Conan el Bárbaro (o Conan el Cimerio, para ser más correctos). Muchos han hecho notar el parecido entre "El león, la bruja y el ropero" y "El Señor de los Anillos", lo que no es casualidad, habida cuenta de que Lewis y Tolkien eran amigos, y por tanto, intercambiaban ideas entre sí. Sin embargo, "El león, la bruja y el ropero" es una obra decididamente infantil, mientras que la opus magna de Tolkien era una novela épica en toda regla, lo que le da a la obra tolkiniana un tono "adulto", alejado de los tintes lúdicos de la obra de Lewis.
En la novela, Lewis describe como un grupo de chicos encuentra un armario mágico a través del cual pueden pasar al otro lado, a la tierra mágica y mística de Narnia. En ella impera la malvada bruja Jadis. Sin embargo, los chicos se encuentran con un león que está dispuesto a combatirla.
Los simbolismos son bastante evidentes, incluso más que en la Trilogía de Ramson. El título podría ser perfectamente traducido como "Cristo, Satán y el Evangelio", y la significación más profunda de "El león, la bruja y el ropero" seguiría siendo exactamente la misma.

EL RESTO DE LAS CRÓNICAS DE NARNIA.
Es evidente, partiendo de la lectura de "El león, la bruja y el ropero", que Lewis no tenía planificado escribir más historias sobre Narnia, ya que dicha novela es la más cerrada y autoconclusiva de todo el ciclo. Pero el éxito de dicho volumen le llevó a escribir nuevos tomos, hasta sumar un total de siete.
A través de ellos, el universo de Narnia fue creciendo en el tiempo y en el espacio. Los primeros tomos son protagonizados por un grupo de chicos que son, por decirlo así, los "regulares" de la historia, pero en sucesivos tomos, su protagonismo se va desdibujando, no porque dejen de ser importantes, sino porque Narnia ha crecido en muchas direcciones (no tanto como la Tierra Media, pero sí lo suyo).
Aunque la inspiración cristiana no desaparece del todo, lo cierto es que en los tomos siguientes Lewis abandona un tanto el pie forzado de escribir con un ojo puesto en la Biblia. De esta manera, el segundo tomo, por ejemplo, parece estar más inspirado en la conquista normanda de Inglaterra, que en acontecimientos bíblicos.
Sin embargo, para el gran final, Lewis elige deliberadamente volver a las raíces bíblicas de Narnia. De esta manera el sexto tomo, "El sobrino del mago", es en muchos aspectos una recreación del relato de la Creación según el Génesis, pero esta vez a la manera de Narnia. El séptimo tomo ("La batalla final"), por su parte, es una recreación del Apocalipsis, igualmente en versión narniana, incluyendo a personajes que son trasuntos de protagonistas tan emblemáticos del Apocalipsis como la Bestia y el Falso Profeta. En el gran final, Lewis introduce una interesante disquisición en torno a la filosofía de Platón, algo que bien mirado no resulte quizás demasiado sorprendente. Después de todo Platón, a través de San Agustín, es padre del cristianismo más conservador y espiritual, línea a la que Lewis parecía adscribir más.
Ahora, las Crónicas de Narnia se encuentran en trance de ver su primera gran versión cinematográfica. El primer filme ("El león, la bruja y el ropero") ya se estrenó. Faltan seis más. De manera no demasiado sorprendente, esta obra de algo que podría ser llamado "fantasía heroica cristiana" es adaptada para el cine por Disney, factoría bien conocida por promover los valores familiares cristianos, en lo que es un perfecto cierre de círculo para las crónicas narnianas.

11 diciembre 2005

¿QUÉ ES LA FE?

Toda religión se inspira, a fin de cuentas, en el fenómeno de la fe. Sin embargo, ¿sabemos bien de qué hablamos? ¿Puede la fe mover montañas? ¿Es la fe el don más preciado que puede recibir el ser humano, o bien es una herencia irracional de tiempos más primitivos? El Ojo de la Eternidad contesta aquí algunas candentes cuestiones sobre ésta.


[IMAGEN SUPERIOR: Angel esculpido en 1682 por el escultor alemán Michael Zürn (h. 1626 - h. 1691), en la Iglesia de la Abadía de Kremsmünster].

LA FE EN NUESTRAS VIDAS.
Si los fenómenos psicológicos son de por sí, por su carácter evanescente y huidizo, algo difícil de estudiar, la fe es aún más complicada, ya que por sus propias características, hay gente que le atribuye no la naturaleza de un fenómeno propio de la psique humana, sino que la considera algo que viene "desde arriba", por inspiración o iluminación divina.
La fe es un componente esencial de la naturaleza humana. Lo prueban una serie de expresiones cotidianas. Se conmina a alguien con un "ten fe" cuando queremos obtener su confianza para un proyecto determinado. Se dice que "la fe mueve montañas" en lenguaje cotidiano, para expresar su poder. A la expresión "hombre de poca fe" se le da un sentido de reproche, asimilando la poca fe a una característica negativa de la persona aludida, y en tal sentido la usó Jesús en su tiempo, según los Evangelios. En España se usa (o solía usarse) la expresión "a fe mía" como sinónimo de dar un parecer personal. La rectitud y honradez son calificadas de "buena fe", y lo contrario de "mala fe". Los errores tipográficos que el propio libro denuncia, se incluen en una "fe de erratas". Y el lenguaje forense está plagado de expresiones relativas a la fe: un notario, escribano u oficial civil puede obrar como "ministro de fe", un documento que certifique una verdad judicial plenamente es uno que "hace fe" de lo que en él se dice, los funcionarios que pueden hacer certificados están revestidos de "fe pública", y etcétera. En todos estos usos, subyace la noción de que la fe idéntica a la confianza.
La fe religiosa, en términos estrictos, no es algo demasiado distinto. Quien tiene una fe religiosa, tiene confianza en que esa religión es la buena, correcta y verdadera. Tanto es así, que se usa la palabra "fe" como sinónima de confesión o credo religioso. De este modo, un católico adscribe a la "fe católica", un musulmán a la "fe musulmana", etcétera.
Si todos tuvieran fe en las mismas cosas, o en materia religiosa, en los mismos principios básicos, no habría problemas. Sin embargo, esto no es así. Hay gente que deposita su fe en Jesús, otros en Mahoma, otros en Buda, y así sucesivamente. Los hay también quienes califican a la fe como algo irracional y propio de ignorantes. Para complicar aún más el panorama, es evidente que muchas cosas se han hecho por fe, tanto la construcción de hermosas catedrales góticas o santuarios budistas, como autos de fe y quema de personas en la hoguera... No en balde, también es una expresión común el hablar de "crímenes en nombre de la fe"...

LA EXPLICACIÓN RELIGIOSA DE LA FE.
Las religiones sostienen, en general, que la fe es un don proveniente de lo alto, de Dios. Es decir, creemos no porque elegimos creer, sino porque Dios nos inspira determinados conocimientos sobre el mundo. Esta es la base de la llamada "Revelación". La consecuencia lógica es que la revelación (la cristiana, pero también la musulmana, la budista, etcétera) no puede ser cuestionada. En materia religiosa, se cree en ciertas cosas por un asunto de fe. Se cree o no se cree que Jesús fue Hijo de Dios, o que Mahoma fue Profeta de Alá, o que Buda es el camino para llegar al Nirvana, o a nivel más básico, que el chamán o brujo de la tribu está en contacto particular con el mundo de los espíritus. Punto.
Los teólogos en general tienden a apoyar sus concepciones filosóficas y teológicas basados en esta piedra angular. Es famosa la frase "creo porque es absurdo", que se hiciera popular con San Agustín, aunque parece ser que quien la puso en circulación fue Tertuliano. Siglos después Tomás de Aquino, enfrentado ante el problema de conciliar la filosofía racionalista de Aristóteles con la Revelación cristiana, consiguió unirlas a ambas al precio de eliminar todo aquello que en Aristóteles se opone a la Revelación. Es decir Santo Tomás, uno de los teólogos más racionalistas dentro del Catolicismo, postulaba que la razón debía dejar paso a la fe, cuando Aristóteles y la Revelación se enfrentaban abiertamente (por ejemplo, Aristóteles sostenía que el mundo es eterno e increado, y la Biblia, que Dios lo creó todo en seis días).
Sin embargo, esto no soslaya el problema de fondo. Si alguien cree en las cosas irracionales porque son irracionales, entonces por pura lógica un cristiano terminaría haciéndose musulmán, porque eso es irracional desde su punto de vista, y a la inversa ocurriría también, por supuesto, con los musulmanes. Ha de haber entonces un mecanismo psicológico que mantenga a los cristianos siendo cristianos, y a los musulmanes siendo musulmanes.

UN ACERCAMIENTO PSICOLÓGICO.
El examen anterior dejó al descubierto el hecho de que la fe es en definitiva una forma de conocimiento, a primera vista opuesta a la razón. Pero ésta es sólo una parte de la historia.
Volvamos a la vida cotidiana. Hay cosas que se conocen de manera más o menos similar. Nuestra experiencia cotidiana nos "ha revelado", por decirlo así, que si activamos un interruptor, la bombilla se encenderá. ¿Y si no fuera así?, ¿y si la bombilla estuviera quemada y nosotros no lo sabemos porque la habitación está a oscuras? Evidentemente, examinar siempre todas las bombillas antes de probar a encenderlas es una pérdida de tiempo y de esfuerzo; tanto mejor es tener fe de que se encenderán si pulsamos el interruptor, aunque ocasionalmente esa fe nos falle.
He aquí entonces el vínculo entre fe y razón. Los seres humanos examinan las cosas con un grado mayor o menor de detención. Mientras más información se recopile sobre el mundo, más seguras son las decisiones que tomaremos. Si supiéramos de antemano qué bombillas están quemadas, iríamos derechamente a cambialas en vez de perder el tiempo con el interruptor. Una decisión así puede parecer trivial, pero hay ocasiones en que es cuestión de vida o muerte. Si un asaltante nos persigue, cuchillo en mano, por una calle oscura, y tenemos dos bocacalles desconocidas por delante, no podemos saber de antemano cuál nos servirá, ni tenemos tampoco tiempo de explorarlas para encontrar la más idónea a través de la cual fugarse. Debemos tomar una decisión rápida y atenernos a las consecuencias de la misma.
El mecanismo de la fe religiosa es similar. Así como el fugitivo del asalto tiene varias bocacalles y no tiene tiempo de llegar a conocer el final de las mismas (a lo mejor alguna es un callejón sin salida), el creyente tiene delante varias confesiones religiosas, y no tiene tiempo para analizarlas todas en profundidad para elegir cuál es la más correcta (esto, aunque en El Ojo de la Eternidad hacemos el esfuerzo por mejorar eso, por supuesto).
Lo que nos lleva de regreso al punto de partida. ¿No habíamos hecho sinónimas a la fe y la confianza...?

¿ES PELIGROSO TENER FE?
La fe religiosa es entonces parte integral de la conciencia humana. Todas las religiones prometen alguna clase de vida más allá de la vida, o al menos, que si el creyente se comporta de acuerdo a ciertos códigos éticos, obtendrá recompensas en esta vida o en otra futura. Pero no pocos critican esto como un enfoque irracional sobre la existencia. Son ellos los ateos (quienes no creen en Dios) y los agnósticos (quienes se guardan de decir si Dios existe o no). Se asocia el tener fe al oscurantismo, a la intolerancia, al fanatismo, etcétera.
Si la fe es una manera de acercarse al mundo, de conocerlo e interpretarlo mejor, entonces eso no tiene por qué ser algo problemático. Mal que mal los científicos, cuyo método científico de hipótesis y experimentación es considerado el paradigma de una manera racionalista de conocer el mundo, hacen todas sus investigaciones porque han depositado su fe en obtener determinados resultados. Es decir, los científicos emprenden una investigación racional del universo porque tienen fe en que éste es, en última instancia, algo estructurado de una manera racional. Es sabido que no todas las culturas compartían esta creencia, y por ello, no se molestaron mayormente en emprender investigaciones científicas.
El problema surge cuando si sigue manteniendo tenazmente la fe en algo, mucho después de que se ha comprobado que ese algo es imposible. Sucede incluso en el ámbito científico, ya que todas las grandes revoluciones científicas (la de Copérnico, la de Darwin, la de Einstein, etcétera) en general han sido resistidas porque extensos sectores científicos siguen aferrados a sus ideas antiguas. En este caso, el peso de los hechos suele terminar imponiéndose. Al final, todos los biólogos acabaron por aceptar el Darwinismo y la igualdad de las razas humanas, ante la abrumadora evidencia en ese sentido, a pesar de que tal idea no se impuso sin resistencia en el propio establishment científico.
Pero las ideas religiosas son de otra naturaleza. Por definición abarcan tópicos no siempre medibles u observables. No mucha gente, salvo algunos locos iluminados o profetas antiguos, pueden sostener impunemente haber visto directamente a Dios o a sus ángeles.
Además, en la religión, en mayor medida que en el ámbito científico, hay un compromiso emocional de por medio. A la gente le gusta pensar que tiene la razón. No sólo es más cómodo no cuestionarse a sí mismo, sino que también es un poderoso mecanismo de autoafirmación. Esto, por supuesto, es subproducto de la tendencia humana a la constancia y tenacidad, sin la cual nuestros antepasados hubieran sido barridos de la faz de la Tierra, por no haber sido constantes y tenaces en fabricar fogatas, en erigir murallas o en construir acueductos. Es aquí donde la fe se convierte en fanatismo ciego, en sinrazón. Es aquí donde la fe constructiva de un San Francisco de Asís se convierte en la fe ciega y suicida de un terrorista suicida.

"ROMA LOCUTA, CAUSA FINITA".
La historia de la Teología está plagada de querellas intestinas en las que dos o más posiciones filosóficas, religiosas e intelectuales contrapuestas se combaten fieramente. Muchas veces la discusión rebasa el ámbito meramente académico, y termina con la ejecución como hereje de algún teólogo rebelde (en EODLE vimos tiempo atrás la historia de Jan Huss, por ejemplo). Como vimos, Tomás de Aquino fue prudente: prefirió dejar paso a la fe cuando la razón le llevaba a una contradicción con sus ideas preconcebidas.
Una manera de uniformar esta fe es, obviamente, imponer los dogmas desde arriba, a golpe de autoridad. La Iglesia Católica se ha hecho famosa con este procedimiento, quemando herejes, pero no es el único caso. El Islamismo tiene también su propia historia de persecusiones religiosas, aunque no existe en su seno un clero organizado a la manera católica (salvo en el caso de los chiítas). En la Edad Media se hicieron famosos dos aforismos que afirmaban la imposición de verdades intelectuales por ser materia de fe: "magister dixit" ("el maestro lo dijo"), y "Roma locuta, causa finita" ("Roma ha hablado, la cuestión está terminada"). En este sentido, la fe como impulso natural del ser humano se transforma en una imposición política, y, por qué no, a veces la falta de fe se transforma en un estandarte de rebelión contra la autoridad. Un ejemplo hay a la vista en nuestra actualidad: los góticos, que usan emblemas asociados a la muerte y el satanismo no tanto por ser verdaderos adoradores de Satán, sino por "llevar la contraria" a los cánones sociales establecidos, que en Occidente se vinculan, para bien o para mal, y a quien le guste eso o no, al cristianismo.
El problema con "Roma locuta, causa finita" es que Roma (o sus equivalentes en otras religiones) no se cuestionan a sí mismas sobre si están en lo correcto o no, porque para ellas, lo correcto es una cuestión de fe y no de razón. Se llega entonces a un argumento perfectamente circular: tengo razón porque creo, y creo porque tengo razón. Una muestra de este proceso sicológico es el juego de argumentos tan usual entre los cristianos más fanáticos, que dice más o menos "creo en Dios porque la Biblia dice que crea en Dios", y "la Biblia dice que crea en Dios porque es la Palabra revelada de Dios", y que si se examina atentamente, no se sostiene a sí mismo porque la segunda premisa apuntala a la primera, y la primera a la segunda, en un círculo argumentativo. O bien, el razonamiento de tantos iluminados, como San Pablo, que dicen creer por haber sido iluminados por la gracia divina, y a la vez señalan que han sido iluminados por la gracia divina porque creen, aunque sea de una manera imperfecta. ¿Ocasiona esto algún problema? Para quien tiene fe no, porque cree esto por materia de fe, no en virtud de la razón. Para quienes cuestionan las cosas y buscan los por qué y las causas de todo, en cambio, tales razonamientos son retórica vacía.