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02 abril 2006

JUAN PABLO II (4 DE 4): LA SUPERESTRELLA.

Hoy día se conmemora el primer año de la muerte de Juan Pablo II. A lo largo de estas semanas, El Ojo de la Eternidad ha elaborado una reseña biográfica suya. En esta cuarta entrega, El Ojo de la Eternidad la completa examinando las obras de su Pontificado y haciendo una valoración del mismo.

ENTREGAS ANTERIORES:
Juan Pablo II (1 de 4): El polaco.
Juan Pablo II (2 de 4): El sacerdote.
Juan Pablo II (3 de 4): El Papa.

UN PAPA PARA LOS OCHENTAS.
Juan Pablo II fue una figura de indiscutible peso mundial en la década de 1980, por una serie de circunstancias. No es demasiado aventurado pensar que Wojtyla hubiera sido un Papa mediocre, e incluso olvidado como tantos otros, de haber llegado antes o después al Pontificado.
En primer lugar, sus ideas derechistas calzaban a la perfección con la situación política mundial. Tres años después de la llegada de Juan Pablo II al poder, en 1981, lo hacía el Presidente Ronald Reagan, de Estados Unidos. El lenguaje político de Reagan era religioso al máximo: calificó a la Unión Soviética de "imperio del mal". No es casualidad que con él comenzaran los telepredicadores una verdadera edad de oro. Reunidos en su empeño común para liquidar a la Unión Soviética, Reagan y Juan Pablo II se hicieron grandes aliados. Sería un error considerar a Juan Pablo II un Papa que apoyaba las dictaduras militares de Latinoamérica, pero no es menos cierto que se limitó a simples llamados de atención para con la mayoría de ellas, sin que el tema de la democratización del continente le quitara demasiado el sueño.
En segundo lugar, el mundo atravesaba una oleada de resurgimiento religioso. La punta de lanza de ese fenómeno la marcó el Ayatollah Jomeini, en Irán, pero también Juan Pablo II pudo subirse holgadamente a la ola.
En tercer lugar, Juan Pablo II había sido actor, y por tanto, conocía la importancia de las comunicaciones. Fue, por tanto, uno de los primeros en aprovechar la revolución telemática que surgió en los '80. Bajo su Pontificado, el Vaticano se abrió profundamente a las comunicaciones, y cuando empezó a masificarse Internet, manifestó un interés único por aprovechar esa nueva vía para propagar el mensaje católico, lo que contrasta con la desidia mostrada por muchos gobiernos por plegarse a las "nuevas tecnologías". El propio Juan Pablo II usó sus dotes actorales para convertirse él mismo en un personaje, el del líder sabio que habla pausadamente a las multitudes.
Adicionalmente, se promovió la faceta de Juan Pablo II como "joven deportista". Era ciclista y esquiador, y por tanto, estaba a tono con la década en que prosperaron las supermodelos que promocionaban el cuidado del cuerpo con apretadas mallas de gimnasia.

SUS ÚLTIMOS AÑOS.
El que Juan Pablo II fuera un Papa tan mediático, le jugó una mala pasada. Muchos Papas antiguos habían sido hombres viejos y achacosos, y por tanto, plagados de enfermedades del cuerpo y de la mente. Pero tales cosas quedaban entre las paredes del Vaticano, mientras que las enfermedades y dolencias de Juan Pablo II se convirtieron en noticia mundial. Todo el mundo fue testigo de como el hombre fuerte y juvenil de 1978, envejecía y era carcomido por una serie de males degenerativos.
A esas alturas, un completo equipo alrededor de Juan Pablo II, capitaneado por Joseph Ratzinger, tomaron el relevo en las sombras. Juan Pablo II seguía saliendo en cámara, pero los voceros vaticanos "traducían" lo que él había querido decir. La superestrella del Vaticano era un fetiche en vida, y lo siguió siendo hasta su muerte. El hombre que dejó el mundo en 2005, a los 85 años de edad, era un viejo acabado del que a duras penas podía decirse que mantuviera algún grado de lucidez.
Pero aún así, Juan Pablo II era lo mejor que le había pasado a los partidarios de la autocracia papal en años. De manera que se llevó a cabo una profunda campaña mundial por perpetuar su recuerdo. Incluso se le inventaron hazañas, como por ejemplo el mito de que "fue el hombre que derrumbó el Muro de Berlín", cuando para cualquier persona medianamente informada es obvio que esto sucedió por diversas razones de orden económico, no por la influencia del Papado. Se intentó llamarle "Juan Pablo el Grande", e incluso se saltaron groseramente las reglas vaticanas para una canonización, impulsando ésta apenas hubo fallecido, en vez de esperar los cinco años reglamentarios. La superestrella había terminado por comerse al hombre.

¿FUE VERDADERA GLORIA?
Siendo a estas alturas Juan Pablo II más un mito que un hombre, acumula tanto defensores fanáticos como detractores inclaudicables. ¿Fue verdaderamente un ángel caminando sobre el mundo, o el déspota hipócrita que pintan sus enemigos? Probablemente ni lo uno ni lo otro.
Lo cierto es que el Papado de Juan Pablo II, aunque no fue un fracaso, estuvo lejos de ser un éxito. Su legado fue, por decir lo menos, bastante discutible. Intentó llevar a cabo una profunda renovación moral interior de los cristianos, pero se vio salpicado por los escándalos de los sacerdotes pedófilos en todo el mundo, en tal cantidad que cuesta pensar en que no hubiera estado mínimamente informado de ello. Trató de fortalecer la autocracia papal para reforzar el poder de la Iglesia Católica, y en consecuencia, las vocaciones sacerdotales disminuyen aceleradamente, al tiempo que el propio Papa se transformó en prisionero, en sus últimos años, de la red de secretismo vaticano. Intentó una postura cautelosa, y a veces francamente negativa, en torno a temas científicos, pero no le quedó más remedio que usufructuar de éstos para llevar a cabo la renovación mediática del Vaticano. Trató de uniformar doctrinalmente a la Iglesia, y sólo consiguió incubar una sorda rebelión entre católicos muy críticos de izquierda, y también de la ultraderecha de los lefevristas. En resumen, cada una de las cosas que intentó reforzar en la Iglesia Católica, terminó por socavarla.
Cuesta pensar, con los antecedentes biográficos que se tienen de Karol Wojtila, que haya sido un Papa sediento de poder, o un vulgar ambicioso, al revés de lo que podría pensarse de Benedicto XVI, cuyo rostro triunfalista es un insulto a quienes recuerdan que Cristo dijo: "que el más grande de ustedes se haga servidor de los demás. Porque el que se hace grande será rebajado, y el que se humilla será engrandecido" (Mateo 23:11-12). El papado de Wojtyla presenta todas las características de una tragedia griega, en la cual los protagonistas tratan de torcerle la mano al destino, sin percatarse siquiera de que cada paso que dan, lo único que hace es acercarlos aceleradamente a ese encuentro con el destino. Entonces, ni héroe ni villano, simplemente un ser humano con buenas intenciones, pero profundamente equivocado en los métodos.

30 marzo 2006

JUAN PABLO II (3 DE 4): EL PAPA.

Con motivo de cumplirse el próximo 02 de Abril el primer año de la muerte del Papa Juan Pablo II, El Ojo de la Eternidad ha preparado una reseña biográfica de este influyente personaje. En la entrega anterior, repasábamos cómo ingresó al sacerdocio, y la manera en que afrontó éste. En la presente entrega, El Ojo de la Eternidad explica cómo su formación y convicciones le llevaron a afrontar la tarea del Papado.

ENTREGAS ANTERIORES:
Juan Pablo II (1 de 4): El polaco.
Juan Pablo II (2 de 4): El sacerdote.

WOJTYLA SE CONVIERTE EN JUAN PABLO II.
La década de 1970 fue en muchos sentidos una resaca de la anterior. El fuerte Juan XXIII falleció en 1963 y fue reemplazado por el vacilante Pablo VI. Bajo su Papado, los elementos conservadores y reformistas dentro de la Iglesia Católica empezaron a radicalizarse. No pocos sacerdotes "moderados", entre ellos el reformista Joseph Ratzinger, habían visto con espanto hacia dónde llevaban las reformas, con el horror propio de un déspota ilustrado que quiere darle reformas al pueblo, pero sin ceder nada de su posición principesca. Los reformistas comenzaban incluso a hablar abiertamente de conciliarismo y otras cosas que podían socavar la autoridad papal, y en medio de todo esto, los conservadores pudieron comenzar a trabajar tranquilamente en su contrarreforma. Este ambiente está bien reflejado, paradojalmente, en el cine, y en concreto, en el contraste de dos películas que van muy a tono con los tiempos. La primera de ellas es "El Evangelio de Mateo", de Passolini, filme en blanco y negro y con pobreza de recursos, que enfatiza los aspectos sociales del mensaje cristiano, y que está dedicado a Juan XXIII. El segundo filme es el "Jesús de Nazaret" de Zefirelli, filmado con derroche de recursos, pobre de ideas, y que presenta a un Jesús distante, frío y ultramundano. El primer filme es de 1965, año de la clausura del Concilio Vaticano II. El segundo es de 1977, un año antes del fallecimiento de Pablo VI.
Pablo VI falleció en 1978. Su sucesión está envuelta en misterios. Su sucesor, Albino Luciani, dio a entender que quería fusionar lo mejor de ambos papados anteriores, el del reformista Juan XXIII y el del conciliador Pablo VI, y se hizo llamar Juan Pablo. Pero Juan Pablo I, "el Papa de la sonrisa", falleció repentinamente tras 33 años de pontificado, generando sospechas nunca bien aclaradas. ¿Intentó acaso llevar el reformismo demasiado lejos? ¿Se metió con la política italiana, con la Mafia italiana, o acaso con el Banco de Roma...? Sea como fuere el nuevo Papa, Karol Wojtyla, era cualquier cosa menos un reformista. Adoptó el nombre de Juan Pablo II, quizás para afirmarse como un continuador de Juan Pablo I, pero en ningún caso fue un continuador de las políticas de Juan XXIII, ni un hombre lábil como Pablo VI.

EL GOLPE DE TIMÓN.
Juan Pablo II era toda una sorpresa. Era el primer Papa no italiano en cuatro siglos y medio. Era el primero en llegar desde la órbita comunista. Era el Papa más joven en asumir en cerca de un siglo (tenía 58 años). Y no era el papabile más esperado de todos.
Juan Pablo II tenía las ideas claras, y era un hombre de acción. De ahí que su Papado haya sido tan decisivo. Su ideario era bastante simple. La Iglesia Católica había hecho bien en la politica de aggiornamiento del Concilio Vaticano II, abandonando las misas en latín y abrazando las peculiaridades religiosas de cada comunidad, pero no hacía bien en abandonar la substancia del autoritarismo papal, de manera que se insistiría en cambios en la forma, pero se volvería a la tradición en el contenido.
Juan Pablo II podría haber convocado a un nuevo Concilio para discutir todo esto, pero no era un hombre de formación demócrata. El hijo de militar, el oprimido por el Tercer Reich, el artista con rasgos de egocentrismo, afloró como un fiero dictador que arremetió a la primera oportunidad contra los reformistas. Viajó a América Latina en 1979, y en la Declaración de Puebla (en México), expuso sus nuevas ideas. Lo hizo con astucia: siguiendo el ejemplo soviético que tan bien conocía, hizo suyas las banderas de reivindicación de los obreros, los indígenas y los oprimidos, y se las arrebató a la marxista Teología de la Liberación. Luego, todos los teólogos críticos al Papado fueron violentamente acallados. A Hans Küng y otros más, se les prohibió enseñar en establecimientos educaciones eclesiásticos, e incluso se les mandó a acallar bajo amenaza de excomunión. En esta labor de limpieza de todos los enemigos de la fe, tal y como él la entendía, recibió una gran ayuda de Joseph Ratzinger, actualmente Papa Benedicto XVI, quien fue prontamente apodado como "Der Panzerkardinal", el "Cardenal Panzer", por su ascendencia alemana y métodos germánicos de imponer el orden.
Al mismo tiempo, se dedicó a un arduo trabajo de reorganización al interior de la Iglesia Católica. El primer resultado de ello fue el nuevo Código de Derecho Canónico, promulgado en 1981. La idea principal que recorre este Código, es la afirmación absoluta y suprema de la autoridad papal. Luego de lo cual, toda la doctrina católica fue revisada íntegramente, a fin de acomodarla a esta violenta contrarreforma. El resultado de ello es el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado en 1992, que junto con el Código forma un todo orgánico, desde el punto de vista de la ideología católica: el Catolicismo contiene la parte teórica y doctrinal, mientras que el Código contiene los mandatos prácticos y normativos. Leerlos por separado es un absurdo: cada uno de los dos es la mitad de un modelo de Iglesia Católica fuertemente autoritario y jerárquico, hecha a imagen y semejanza de un Papa procedente de un país en donde el Catolicismo se practica a la manera medieval, hijo de un militar, enemigo de toda manifestación emocional que no se despliegue por los canales institucionales correspondientes (sexo dentro del matrimonio, etcétera), y fuertemente condicionado por un ánimo que puede ser calificado sin problemas como de "nacionalismo revanchista".

EL ESPIRITUALISMO Y EL CULTO MARIANO.
Como Papa, Juan Pablo II promovió una visión espiritualista y ultramundana del Catolicismo. No es que no le preocuparan los problemas sociales del aquí y el ahora, pero lo hacía en la dosis justa para dejar sin bandera de lucha a la Teología de la Liberación, por una parte, y por otra, subordinaba los problemas sociales a la búsqueda de la espiritualidad. Su encíclica "Centesimus Annus" (1991), sobre los cien años de la decisiva encíclica "Rerum Novarum" que en 1891 inaguró la doctrina social de la Iglesia, no es sino un pálido reflejo de lo que eran las encíclicas sociales de Juan XXIII. Sintomáticamente, en el sitio web del Vaticano están disponibles actualmente las encíclicas de Juan Pablo II sobre el particular, pero no las de Juan XXIII...
Este espiritualismo, Juan Pablo II, el hombre que siendo Karol Wojtyla había perdido tempranamente a su madre, lo volcó en el Culto Mariano. Después del atentado contra su vida, efectuado por Ali Agca en 1981, atribuyó sin reservas su salvación a la intercesión de la Virgen, lo que no es otra cosa sino una capitulación ante su propia necesidad emocional de sentirse protegido por una presencia femenina maternal en su vida. Juan Pablo II se convirtió en adalid de un feminismo pasivo, en donde la mujer tiene que ser sumisa al hombre, la mentalidad clásica de la Iglesia Católica arcaica que, por cierto, es parte de la atmósfera espiritual polaca en donde se formó Wojtyla.
De esta manera, el círculo se cierra. Juan Pablo II había traído los usos y costumbres del Catolicismo de su Polonia nativa al Vaticano, pero no se daba cuenta de que el mundo hacía rato que había abandonado la mentalidad y atmósfera medieval. Algo que para un hombre autoritario, acostumbrado a mandar y obedecer, y que ahora no tenía que obedecer a nadie, no tenía la menor importancia.

(LA CUARTA ENTREGA Y FINAL DE ESTA SERIE, "LA SUPERESTRELLA", SERÁ PUBLICADA EL PRÓXIMO DOMINGO 02 DE ABRIL EN EL OJO DE LA ETERNIDAD).

23 marzo 2006

JUAN PABLO II (2 DE 4): EL SACERDOTE.

Nadie puede dudar de que Juan Pablo II es uno de los más importantes personajes de la Iglesia Católica en el siglo XX. En vísperas de cumplirse un año de su muerte, en El Ojo de la Eternidad hemos iniciado una serie de artículos que hacen una pequeña biografía de este personaje. En la entrega anterior, detallábamos cómo su condición de polaco, y sus primeros años, influirían en su carácter y temperamento. En esta entrega, El Ojo de la Eternidad detalla cómo llegó al sacerdocio, y cómo fue construyéndose su ideología personal.


[IMAGEN SUPERIOR: Retrato de Juan Pablo II al óleo, pintado por Oleg Ravdan].

ENTREGAS ANTERIORES:
Juan Pablo II (1 de 4): el polaco.

WOJTYLA ARTISTA.
La Segunda Guerra Mundial estalló cuando Karol Wojtyla se acercaba a la veintena. Era en esa época un joven lleno de inquietudes y sensibilidad. Algunos sacerdotes habían descubierto ya en él una vena apta para el sacerdocio, pero los planes de Wojtyla eran algo más mundanos. Para Wojtyla, la única salida a su temperamento quizás excesivamente hipersensible, era vaciarlo en letras de molde. Es decir, ser un artista.
La guerra cambiaría muchas cosas, por supuesto. En 1939, luego de apenas un mes de combates, la vieja y romántica caballería polaca sería diezmada por el poder moderno de las Panzerdivisionen alemanas. La ocupación de Polonia por parte del Tercer Reich duraría hasta 1945. Y sería enormemente cruenta. Los nazis comenzaron en Polonia sus labores para eliminar a los judíos. La respuesta fue la rebelión del Ghetto de Varsovia, en 1943, rebelión tan heroica como desesperada, por cuanto fue ahogada en un baño de sangre.
El artista rebelde que había en Wojtyla, encontró veta fértil por aquellos años. Escribió algunas obras teatrales que pasaron sin mayor trascendencia. En la década de 1980, una vez que Karol Wojtyla se hubo convertido en Papa Juan Pablo II, algunos avispados productores aprovecharon de rescatarlas y hacer algunos telefilmes con ellas, los cuales, una vez más, tampoco resultaron ser exitosos, más allá de la curiosidad inicial por saber qué cosas escribía Juan Pablo II, antes de ser Juan Pablo II.
También emergió el nacionalista en Wojtyla. Se rebeló contra el Tercer Reich, pero no como un partisano. Montaba obras teatrales con una compañía, en un régimen de semiclandestinidad. La actividad teatral ha sido desde siempre un foco de rebeldía política, bajo ciertas condiciones. Nunca se insistirá lo suficiente en lo importante que fue este período en la vida posterior de Juan Pablo II, debido a la adquisición y desarrollo de sus facultades teatrales y actorales, dotes que décadas después, en pleno auge de las telecomunicaciones, resultarían decisivas para construir la imagen del Papa carismático con el cual se lo conocerá después.
También Juan Pablo II entró en contacto más profundo con el mundo obrero. Su propia experiencia como tal, en los días de su pontificado, le llevaría a tratar de acercarse a los más humildes, aunque de una manera un tanto peculiar, como tendremos ocasión de apreciar.

EL SACERDOTE.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, Polonia cayó bajo el régimen de la ocupación soviética. Aunque nominalmente independiente, en los hechos la independencia que Polonia había obtenido en la Primera Guerra Mundial, se había terminado.
Sumado a eso, falleció el padre de Wojtyla. Todo esto llevó a Karol, que por ese entonces había sobrepasado el cuarto de siglo, a hacerse algunos cuestionamientos vitales. Curiosamente, fue en la Iglesia Católica donde encontró nuevos cauces para su rebeldía, ahora que la vida actoral y literaria no parecía satisfacerle.
Seguir el curso de sus cambios psicológicos en aquellos años no es labor especialmente difícil. Las personalidades autoritarias tienden a estructurar al mundo de manera jerárquica: alguien manda, y alguien obedece. Wojtyla no quería que los nazis o los soviéticos mandaran. Por tanto, tenía que mandar él. La única manera de conseguirlo era uniéndose a algo que representara bien a Polonia: es decir, por tradición nacionalista polaca, la Iglesia Católica. No es el primero con personalidad autoritaria que se une de esa manera a una institución autoritaria (o bien la crea, aunque éste no es el caso).
Hasta ese minuto, a pesar de su vocación literaria, lo cierto es que Karol Wojtyla había resultado ser un hombre carente de grandes ideas. Era más bien el prototipo de personaje de acción, hábil para hacer cosas más que para ideologizar sobre ellas. Una muestra de esto se encuentra en su afición por el deporte, la cual es bastante inusual entre el grueso del sacerdocio. Este carácter de hombre de acción le otorgó dentro de la Iglesia Católica el éxito que no había alcanzado en las tablas. En aquellos años, pertenecer a la Iglesia Católica en Polonia significaba alistarse de manera automática contra el régimen soviético de ocupación. En la década de 1950, Wojtyla se haría de un nombre importante como decidido opositor a los soviéticos. Comenzó a surgir entonces una de las facetas más criticadas de Wojtyla: el derechista.

LAS OPCIONES TEOLÓGICAS.
Con todos estos antecedentes, no es raro que Karol Wojtyla haya enfilado sus ideas hacia la derecha. En primer lugar era antisoviético, de manera que no podía alistarse con la izquierda. En segundo lugar era una personalidad autoritaria, cuyo temperamento venía reforzado por una institución autoritaria y jerárquica, cual era la Iglesia Católica, y en donde por primera vez podía hacer cosas, no simplemente reaccionar como ante la muerte de su madre, su hermano y su padre, o ante la ocupación alemana. Es decir, Wojtyla encajó a las maravillas dentro de la Iglesia Católica, y terminaría enrolándose dentro de la línea de pensamiento más conservadora.
En los años del Concilio Vaticano II (1962-1965), la Iglesia Católica vivió una profunda división. El Papa Juan XXIII era consciente de la profunda necesidad de reformas. Había un fuerte movimiento teológico que postulaba sin ambages que la Iglesia Católica debía atender no sólo a la salvación de las almas, sino también al bienestar de los cuerpos, lo que está expresado a cabalidad en la Encíclica "Mater et Magistra", de Juan XXIII (1958-1963). En el bando contrario estaban quienes propugnaban una visión clásica, tridentina, espiritualista y ultramundana de la Iglesia Católica, según la cual primero ha de buscarse el Reino de los Cielos, y después todo lo demás habrá de llegar por añadidura.
En esta segunda línea se inscribiría Juan Pablo II. Podría pensarse que su experiencia con el mundo obrero podría promoverle en otra dirección, pero no se daban las condiciones para esto. En primer lugar, a pesar de que Polonia era una especie de "Europa de segunda clase", el obrero polaco estaba en muchas mejores condiciones, dentro de lo que cabía, que el obrero del Tercer Mundo, y no es casualidad que es en el Tercer Mundo en donde surgieran con mayor fuerza los movimientos socializantes al interior de la Iglesia Católica. En segundo lugar, Wojtyla era antisoviético, y los soviéticos habían hecho del movimiento obrero su bandera de lucha (en los dichos, por lo menos), por lo que Wojtyla, por reacción, tenía que afiliarse en el bando contrario. En tercer lugar, sostener que la lucha por la dignidad del obrero debía traducirse en una lucha material implicaba un cierto ideal de igualdad social que iba contra el autoritarismo propio de la personalidad de Wojtyla. O sea, Wojtyla simpatizaba con los obreros, pero no podía hacerse partícipe de su causa.
Sea como fuere, una vez más quedó claro que Wojtyla no era hombre de ideas profundas. En el Concilio Vaticano II llamó la atención por su juventud y convicciones, pero no por la especial profundidad de sus ideas. En ese sentido, quien se llevó la palma fue Joseph Ratzinger, quien con el correr del tiempo se transformaría en un gran aliado de Juan Pablo II, pero que en ese tiempo estaba inscrito en la trinchera contraria, entre los reformistas.

(LA TERCERA ENTREGA DE ESTA SERIE, "EL PAPA", SERÁ PUBLICADA EL PRÓXIMO JUEVES 30 DE MARZO, EN EL OJO DE LA ETERNIDAD).

16 marzo 2006

JUAN PABLO II (1 DE 4): EL POLACO.

Está próximo a cumplirse un año del fallecimiento de Karol Wojtila, Papa Juan Pablo II (1978-2004). Su pontificado, que coexistió en el tiempo con el ascenso de los medios computacionales de comunicación como Internet, el E-Mail o los blogs, ha sido sin lugar a dudas el más mediático de todos los tiempos. En su torno se han gestado dos grandes visiones, según sus defensores y detractores. ¿Fue realmente un Papado novedoso e inspirador, o por el contrario, fue un retroceso para la Iglesia Católica? A lo largo de una serie de cuatro artículos semanales, El Ojo de la Eternidad se complace en presentar su proyecto más ambicioso: una biografía del que, para bien o para mal, es probablemente el Papa más importante del siglo XX.


[ILUSTRACIÓN SUPERIOR: Fotografía de Juan Pablo II, en sus tiempos de juventud en que todavía era Karol Wojtyla].

EN TIERRAS POLACAS.
Que todo ser humano es producto de su medio y entorno, eso es algo que a nadie debería caberle dudas. En muchos sentidos, Juan Pablo II lo es. Probablemente es, para bien o para mal, con Juan XXIII, el Papa más importante de todo el siglo XX. Pero Juan XXIII era un Papa criado en la atmósfera cultural anterior a las guerras mundiales, y por tanto, su Papado respondió en muchos aspectos a las preocupaciones de aquella época. Juan Pablo II, en cambio, es un hijo cabal de la segunda mitad del siglo XX, y se forjó en lo más crudo de la Segunda Guerra Mundial, y de la posterior caída de la Cortina de Hierro sobre su Polonia natal.
Que Karol Wojtyla, Papa Juan Pablo II, era polaco, no es un dato para nada irrelevante. Desde el fallecimiento del holandés Adriano VI, en 1522, todos los Papas sin excepción habían sido italianos. Un par de décadas antes, en su novela "Las sandalias del pescador" (hay película, protagonizada por Anthony Queen), el escritor Morris West se había permitido fantasear sobre un futuro hipotético Papa ucraniano, como algo que no se vería en mucho, mucho tiempo. No fue ucraniano sino polaco, el primer Papa no italiano en 456 años, pero de todas maneras fue alguien procedente desde el mundo comunista.
La historia de Polonia es bastante agitada, y contribuye a explicar no pocas cosas de la personalidad y pontificado de Juan Pablo II. Poblada de tribus bárbaras hasta la Edad Media, fue sometida en el siglo X a un intenso proceso de germanización, por obra de colonos procedentes del Sacro Imperio Romano Germánico. Se inaguró así el sino maldito de Polonia: ser la eterna segundona y rezagada de una Germania mucho más cercana a los grandes núcleos de la civilización europea (Inglaterra, Francia, Italia), y por ende, más aventajada en el arte de conquistar y dominar con "lo moderno" en materia de política y guerra. En 1795, después de varios repartos, sus voraces vecinos (Prusia, Rusia y Austria) se la repartieron íntegramente como un pastel.
Este eterno retraso de Polonia con respecto al resto de Europa, ha marcado también su atmósfera religiosa y espiritual. Mientras Alemania, Inglaterra y Escandinavia se pasaban al campo del Protestantismo, Polonia permanecía irreductiblemente católica. Algo de instinto rebelde hay en ello: la Polonia católica era un constante reto contra los principados protestantes alemanes, y también contra el poderío de la Iglesia Ortodoxa, que por esos años de la Reforma se organizaba en torno al Patriarcado Autocéfalo de Moscú. ¿Y Polonia? Siempre obediente al Papado. Incluso en el siglo XIX, Polonia vivió un fuerte movimiento de renacimiento espiritual, muy vinculado a la corriente nacionalista romántica.
El movimiento nacionalista romántico pasó de largo por Polonia. No es que no existiera, como lo testimonian por ejemplo las novelas de Henryk Sienkiewicz. Este autor escribió entre otras, la famosa "Quo Vadis", en donde monta en un escenario "de romanos y cristianos" un enorme alegato político contra la opresión que entonces vivía Polonia a manos de las potencias extranjeras. No es casualidad que Nerón y los romanos sean representados en dicha obra como viciosos y corruptos, y los cristianos como dechados de moralidad y virtudes: es que entre líneas Sienkiewicz estaba hablando de rusos y polacos, no de romanos y cristianos.
Polonia vino a obtener su independencia recién después de la Primera Guerra Mundial. Poco después, en 1920, nació Karol Wojtyla.

LOS AÑOS TEMPRANOS DE WOJTYLA.
¿Cuánto de toda la atmósfera espiritual de la Polonia natal de Karol Wojtyla se infiltró en éste? Conociendo sus antecedentes familiares, es indudable que mucho.
El padre de Karol Wojtyla era un antiguo oficial de ejército, veterano de la Primera Guerra Mundial. No es demasiado difícil suponerle, como todos los militares de todo tiempo y lugar, un nacionalista convencido de la sacrosantidad del concepto de nación. Esto explica uno de los rasgos en apariencia contradictorios de Wojtyla: el ser un Papa universalista, dirigido a todo el mundo en general, pero decididamente enfocado en los asuntos de su Polonia natal. De hecho, las viscisitudes políticas de Polonia marcarían profundamente su ideario político.
Otro aspecto importante que quizás provenga de su padre militar, sea su temperamento fuertemente autoritario. Como Papa Juan Pablo II, Wojtyla dará suficientes muestras de sostener una visión del mundo en donde alguien manda y alguien obedece, sin posibilidad de "entendimientos horizontales".
La madre de Karol Wojtyla, por su parte, era una católica acérrima. En los países "de avanzada" de Europa, ser católico podía significar muchas cosas, pero ser católico en Polonia significaba profesarlo de la manera pietista y medieval propia de aquel país en aquellos años (y aún en la actualidad, en muchos aspectos). Por supuesto que dicho Catolicismo se infiltraría profundamente en las venas de Karol Wojtyla, así como su propia madre tampoco podía escapar de su tiempo y lugar.
La madre de Wojtyla falleció cuando Karol era todavía un niño. Esto puede haber impulsado una fuerte carencia, que llevó a Wojtyla a traspasar su devoción hacia el "eterno femenino" a una figura aún más grande: la Virgen María. Es altamente probable que aquí estén las raíces de la reactivación del Culto Mariano, que Wojtyla promovió con tanta fuerza durante su pontificado.
Desde pequeño, Karol dio muestras de un temperamento estoico y muy poco emocional. Cuánto de carácter y genética haya en eso, y cuánto de formación, es difícil decirlo. Probablemente Wojtyla fuera un tipo frío y flemático, o con incapacidad para expresar sentimientos profundos, y su formación católica le dio un sustrato ideológico a esa incapacidad, sublimándola como devoción a Dios.
Alcanzada la adolescencia, producto de todas estas influencias, Karol Wojtyla se perfilaba como un hombre hipersensible e incapaz de expresar sus sentimientos, y por tanto, sublimándolos a través de una mentalidad que era mezcla de nacionalismo activo y quietismo católico. Había sólo un camino para un hombre así: el arte. Nadie duda de que una vez convertido en Juan Pablo II, Karol Wojtyla fue un gran artista de los medios de masas, pero para eso tendría que venir algo antes: la Segunda Guerra Mundial.

(LA SEGUNDA PARTE DE ESTA SERIE, "EL SACERDOTE", SERÁ PUBLICADA EL PRÓXIMO JUEVES 23 DE MARZO, EN EL OJO DE LA ETERNIDAD).