30 abril 2006

LA MUERTE

¿Qué es la muerte? Para la religión, es un tránsito desde el mundo material a uno espiritual. Para la ciencia moderna, es una serie de fenómenos fisiológicos, que en nada aseguran la existencia de un Más Allá. Para los historiadores, es la fuente de la religión. ¿Es la muerte el final de todo? ¿O es acaso el comienzo de algo más trascendente? El Ojo de la Eternidad aborda esta cuestión que está enclavada en el corazón de todas las religiones.


[ILUSTRACIÓN SUPERIOR: "El triunfo de la Muerte". Oleo del pintor flamenco Pieter Brueghel el Viejo, pintado hacia el año 1562. En ese tiempo la muerte no era algo clínico y hospitalario como ahora, sino una presencia bien viva, en particular por las hambrunas, la guerra y la peste].

EL HOMBRE FRENTE A LA MUERTE.
Se ignora desde cuándo el ser humano ha tenido conciencia de su propia mortalidad, pero se sabe que los rituales funerarios de entierro eran algo que se practicaba antes del hombre moderno, en la época del Hombre de Neanderthal, hace varias decenas de miles de años. Lo cierto es desde antes de la existencia de la civilización, el ser humano ha convivido cotidianamente con la muerte. No hay ninguna cultura conocida que no ubique a la muerte en un lugar destacado de su estructura mental, aunque sea de manera oblicua o indirecta. Algunas de ellas, como los aztecas, la hicieron el centro mismo de su existencia.
El ser humano estableció así la dicotomía entre muerte y vida. La vida es lo húmedo, lo cálido, lo activo. La muerte, por el contrario, tiene connotaciones de sequedad, de frialdad, de pasividad. Puede decirse que no hay nada más inerte que un cadáver. Esta pronunciada dicotomía heló el alma de todas las civilizaciones antiguas. ¿A dónde se marchan los seres queridos cuando mueren? ¿A dónde va uno mismo? Las respuestas a estas cuestiones no dejan indiferentes. El instinto de conservación propio de todas las criaturas vivientes se rebela contra la idea de que toda la lucha por la supervivencia es, en definitiva, estéril. Y comienzan así las historias y leyendas sobre la inmortalidad y el "más allá".

LA EXPLICACIÓN RELIGIOSA.
Desde antiguo, las tradiciones religiosas señalaban la existencia de un "ultramundo", también conocido como un "inframundo", que es un destino "después de la vida" para los seres humanos. En las culturas más primitivas, estas convicciones son simples: los espíritus de las personas ya fallecidas vagan por los alrededores, a veces para proteger a sus descendientes, y a veces para ocasionar plagas, enfermedades o calamidades diversas.
En civilizaciones más avanzadas, las convicciones sobre la muerte se han ido complicando un poco más. Los antiguos babilónicos tenían una creencia sobre el inframundo bastante desesperanzada. Sostenían que los muertos vagaban comiendo polvo y excrementos, sin ninguna posibilidad de recompensa futura; los dioses sólo favorecían a los mortales que se portaban bien, con dones en esta vida. Los primitivos hebreos compartían una creencia similar, ya que sostenían que los muertos iban derechamente a un lugar llamado el Scheol, una lúgubre caverna bajo el mundo. De ahí la clásica maldición bíblica de "polvo eres, y al polvo regresarás", sin promesas de una vida futura (Génesis 3:19). Entre los egipcios existía una mejor promesa de inmortalidad, pero ésta sólo alcanzaba al faraón, y eso, si tenía una tumba regia y digna de su esplendor. Sus súbditos, de rebote, quizás pudieran acceder a esa inmortalidad a través de él. Los primitivos griegos, por su parte, creían tan sólo en el Hades, una región infernal en donde los héroes y los mortales vagaban como sombras: una interesante muestra de esto se encuentra en la "Odisea" de Homero, concretamente en la secuencia del descenso a los infiernos, en donde Homero conversa con sus camaradas de armas ya muertos, quienes por muy héroes que fueran, no se libraron del destino común en la otra vida. De ahí el afán de gloria de los héroes homéricos: dejar un nombre famoso era la única clase de inmortalidad a la que podían aspirar.
Pero pronto, las religiones descubrieron el cebo de la promesa de la inmortalidad individual. Entre los hebreos comenzó a hablarse de la "resurrección" individual en tiempos de los Macabeos. Antes que eso, los judíos debían portarse bien por la gloria de su pueblo, no por sí mismos. Muchos siglos antes, los egipcios habían creado el culto a Osiris, en donde hay un "juicio de Osiris" que separa a los buenos de los malos. En cuanto a los griegos, incorporaron los Campos Elíseos al Hades, como destino para las almas bienaventuradas. Estos Elíseos son el antecedente del Paraíso cristiano. Desde allí, la creencia en el Paraíso pasó al mundo musulmán, con uno de lo más exótico: cada varón tendría 72 huríes (mujeres siempre vírgenes) a disposición.
Esta promesa de un futuro bienestar ultramundano se transformó en una gran resorte de poder de las religiones. La Iglesia Católica refinó esta técnica al máximo, cuando entre el Infierno (a donde iban los muy malos) y el Paraíso (a donde iban los muy buenos) colocó el Purgatorio, al alcance del pecador modesto, al cual se podía acceder pagando una generosa cantidad a la Iglesia Católica por concepto de "misas de difuntos", con la promesa de que después de algunas eternidades allí, el alma terminaría en el Cielo.

LO QUE PASA AL MORIRSE SEGÚN LOS CIENTÍFICOS.
En verdad, la frontera entre lo vivo y lo muerto se ha ido disolviendo poco a poco. En la actualidad, el concepto de vida, para los científicos, es casi superfluo. Los biólogos entienden hoy en día la vida como una serie de procesos biofísicos y bioquímicos, algo más complicados que el mundo inerte, pero en esencia no demasiado distintos. Tanto dentro como fuera del cuerpo, una molécula de agua sigue teniendo dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno, y continua presentando las mismas características físicas y químicas.
En medio de todo esto, los científicos no han encontrado el menor rastro de algo que pueda subsistir a la muerte. No existe ningún rastro de un alma inmortal, o alguna otra parte. En cuanto a la conciencia, aunque su funcionamiento último es aún un misterio, parece claro que responde a una serie de fenómenos físicos y químicos. La prueba de ello está en que la conciencia puede alterarse por el uso de substancias psicotrópicas, por accidentes, etcétera. Antaño, una mujer esquizofrénica podía pasar por bruja o endemoniada, mientras que hoy en día, tratada con los medicamentos adecuados, puede llevar una vida completamente normal, mientras que un iluminado con visiones divinas, que en otro tiempo podría haber fundado una religión, hoy en día puede dejar sus alucinaciones de lado con una buena dosis de Haloperidol. Existe la teoría de los "21 gramos", un peso que abandonaría al cuerpo después de la muerte, pero ésas son especulaciones sin corroboración científica.
Además, la muerte no es considerada un "estado" ("está vivo", "está muerto") como un proceso que comienza en la agonía, y prosigue poco a poco con el apagón progresivo de las funciones corporales. Los científicos pueden hoy en día detener ese proceso (aunque no revertirlo) por medio de complejas técnicas como respiradores artificiales, por ejemplo, lo que añade aún mayor complejidad a todo esto. En definitiva, el concepto de "muerte", si ya era complicado de entender y asimilar por las religiones, se ha vuelto algo incluso más difícil de conceptualizar, y por tanto, de ofrecer una respuesta religiosa al problema.

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