LA TOLERANCIA DE LOS INTOLERANTES
Desde que nació la democracia moderna, en la Revolución Francesa, ésta ha debido afrontar un espinoso problema: si debemos darle libertad de expresión y votos a todos por igual, por el solo hecho de ser seres humanos dotados de dignidad y derechos, ¿qué hacemos con aquellos quienes sostienen (legítimamente, en el juego democrático) opiniones contra la democracia, y que no dudarían en destruirla a la primera oportunidad, si llegaran al poder? El problema de la tolerancia hacia los intolerantes es un zapato chino que ninguna democracia moderna ha conseguido solucionar del todo. Y en defensa de la democracia contra el fanatismo fundamentalista, la propia democracia puede ser ahogada... El Ojo de la Eternidad echa luz sobre este gravísimo problema de la democracia moderna abierta para enfrentar a totalitarismos fundamentalistas cerrados.
EL PROBLEMA DE LA TOLERANCIA DE LOS INTOLERANTES.
La democracia moderna nación como una reacción al Absolutismo de los siglos XVII y XVIII. En la sociedad absolutista se sostenía que existía un orden social consagrado nada más y nada menos que por Dios. En consecuencia, los teóricos del Absolutismo sostenían que el monarca lo podía literalmente todo. En Francia, el obispo Bossuet sostenía que ir contra el monarca era ir contra la ley de Dios. En Inglaterra su contemporáneo Thomas Hobbes, quizás por el espíritu más pragmático de los pensadores ingleses, sostenía que había existido un "estado de naturaleza" que era el caos y la anarquía absolutos, y para superarlo, todos los hombres habían renunciado a sus derechos en favor de una monarquía absoluta.
Como reacción a estos conceptos surgieron las llamadas "ideas de 1789": libertad, igualdad, fraternidad... y en particular, como una medida para impedir el poder arbitrario y despótico, el concepto de sujección a un "estado de derecho" que garantice la democracia política y la tolerancia social.
El problema surgió cuando en el libre juego de las ideas democráticas, empezaron a manifestarse quienes legítimamente estaban en contra de la democracia. Si la democracia era el sistema político perfecto, entonces ¿qué espacio podía dárseles a dichos enemigos del sistema? La cuestión no es simple. Si les permitimos expresarse libremente, corremos el riesgo de que la democracia se hunda, si es que dichos grupos antidemocráticos ganan adeptos. Por otra parte, si restringimos su libertad para expresarse, estaremos al mismo tiempo restringiendo la democracia: dicho en palabras más duras, se trataría de matar aquello mismo que se había jurado proteger.
UN CASO PARADIGMÁTICO: EL ASCENSO DE HITLER AL PODER.
Un ejemplo de cabecera para cualquier analista político, es el problema del ascenso hitleriano al poder. Hitler era un ex combatiente de la Primera Guerra Mundial que había tentado un miserable golpe de estado en 1923, y lo había pagado con sus huesos en la cárcel. Desde allí había desarrollado una nueva táctica, e hizo crecer a su agrupación, el Partido Nacionalsocialista (los nazis, por más señas) hasta convertirlos en una importante fuerza electoral.
En esa época, Alemania estaba hundida económicamente. Se calculaba que las indemnizaciones producto de la Primera Guerra Mundial estarían pagándose nada menos que hasta 1988, y en medio de eso, Alemania sufriría hambre y miserias. Ningún grupo político podía solucionar tal estado de cosas, así es que cuando Hitler empezó a ascender, los diversos actores intentaron utilizar su popularidad con sus propios fines. Un incidente aislado, el incendio del Reichstag (el Parlamento alemán) en 1933, catapultó a Hitler a una contundente victoria electoral. Pocos alemanes parecían darse cuenta de que acababan de entregar, por medios perfectamente democráticos, el poder a alguien que prometía aniquilar la democracia.
El resquicio utilizado fue un artículo de la Constitución de Weimar de 1933, que permitía asumir poderes absolutos en caso de crisis nacional. Hitler no tardó mucho en declarar ésta, disolvió el Reichstag, proclamó el Tercer Reich... y el resto es historia.
INTOLERANTES.
Aparte de casos como el de Hitler, el asunto de la tolerancia hacia los intolerantes cobra una enorme importancia si se piensa en la gran cantidad de ideologías y credos que estiman perfectamente legítimo reemplazar la democracia por una dictadura totalitaria fundamentalista.
En primer lugar están los grupos de izquierda. Los comunistas y los movimientos populistas actuales en América Latina tienden a abominar de la democracia, considerando que los problemas sociales son tan agudos, que sólo la mano de hierro de una dictadura es capaz de resolverlos. Es el caso de Fidel Castro en Cuba, y de Hugo Chávez en Venezuela.
Pero dichas actitudes no son, en lo político, patrimonio exclusivo de la izquierda. El Presidente de Perú Alberto Fujimori (1992-2000) es un estupendo caso de hombre llegado por la vía democrática al poder, perpetuándose después en él merced a un oportuno autogolpe. Y Fujimori no era un izquierdista, precisamente.
Otro caso reciente es el de George W. Bush. Con la idea básica de "proteger la democracia", envió una ley al Congreso, la Patriot Act, que en el fondo es la tumba de las libertades cívicas de Estados Unidos.
Está también el movimiento nacionalsocialista. Hablar de neonazis es algo tan amplio como pueda serlo la distancia entre los skinheads golpeando inmigrandes turcos en Alemania, y los nazis esotéricos que creen en una suerte de neopaganismo aplicado a la actualidad.
Y porr último, una gran fuente de fundamentalismos antidemocráticos es la religión, el foco de atención de El Ojo de la Eternidad. La Iglesia Católica, por ejemplo, tiene un larguísimo historial de intentos por obstruir la voluntad libre y soberana de los pueblos, por medio de sus redes de influencia. Ello no debería resultar extraño, tratándose de una confesión religiosa que no cree en el "vox populi, vox dei", sino en el "magister dixit" y el "Roma locuta, causa finita", sibilinamente reforzados por el Dogma de la Infalibilidad Papal, proclamado en 1870. En todos los países donde la Iglesia Católica era fuerte, conseguir leyes de matrimonio civil o de divorcio, incluso de registros civiles, fue toda una odisea. No menos peligrosos son los fundamentalismos islámicos, tal y como el movimiento chiíta. Y en no menor medida, el fundamentalismo judío, que con sus redes de poder y dinero mantienen constantemente vivo el recuerdo del Holocausto, hasta el punto de que mandan gente a la cárcel por hacer uso de su libertad de expresión negándolo.
¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?
Uno de los problemas favoritos de la Teoría Política es la pregunta "¿qué es una democracia?". No intentaremos contestarla aquí, pero la clave del problema reside en dicha respuesta. Si la democracia es un mero sistema formal de toma de decisiones políticas (separación de poderes, votación de leyes en un Poder Legislativo, plebiscitos, elecciones periódicas, etcétera), entonces el problema de la tolerancia de los intolerantes es irresoluble, porque en cualquier momento la mayoría puede votar en contra de la democracia, y ahí mismo ésta se acaba (para no volver, claro está).
Si en cambio se opina que la democracia es un sistema político con un contenido basado en, por ejemplo, los derechos humanos, entonces se impregna ésta de un contenido ideológico particular. Y un perfecto demócrata no puede creer que un contenido ideológico particular (por ejemplo, el demócrata liberal) es superior al contenido ideológico autoritario de cualquier tipo (comunista, macartista, católico, fundamentalista musulmán, etcétera) sin negar de paso el dogma democrático básico, cuál es que los hombres son creados libres e iguales en dignidad y derechos. Por lo que el problema sigue siendo, en la práctica, irresoluble.
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