11 septiembre 2005

JAN HUSS: UN LUTERANO ANTES DE LUTERO

En 1415, un predicador llamado Jan Huss pereció en la hoguera. Desde entonces, el hombre desapareció, pero quedó el símbolo. Vivió en una época complicada, en donde la Edad Media y su autoritarismo estaba cediendo paso al Renacimiento y su visión mucho más distendida y personalista de lo religioso. En su historia se cruzan muchas otras. ¿Quién era Jan Huss? ¿Un reformador religioso? ¿Un nacionalista checo? ¿Un defensor de la libertad de pensamiento? ¿Un luterano antes de Lutero? En EODLE abordamos la historia de uno de los hombres más polémicos del siglo XV.


La Iglesia en crisis.
A comienzos del siglo XV, la Iglesia Católica estaba en una crisis de proporciones. Una serie de eventos políticos habían llevado a la división de ella en dos sedes, Roma y Avignon, cada una de ellas con dos Papas. En 1409, el Concilio de Pisa había intentado resolver la cuestión nombrando otro Papa, pero como no hubo manera de hacer renunciar a los otros dos, hubo entonces tres Papas excomulgándose mutuamente.
Esta crisis era reflejo de una inadaptación a los tiempos. En el siglo XIV, la burguesía (es decir, los comerciantes en las ciudades o burgos) se había hecho fuertes económicamente, y a veces también en lo político. En la sociedad habían conseguido implantar un nuevo sistema económico, el capitalismo, que estaba destruyendo al Feudalismo, y en la mentalidad interna, los burgueses privilegiaban el interés privado y el individualismo, por encima de los lazos sociales que eran la base sobre la que se asentaba el sistema feudal. A estos desafíos, la Iglesia Católica, prisionera del modelo autocrático de organización que había implantado el Papa Gregorio VII, no había sido capaz de responder.
En consecuencia, las críticas contra la Iglesia crecían cada vez más. Hombres como el inglés John Wycliff, por ejemplo, criticaban ácidamente el lujo y esplendor en que vivían los eclesiásticos, y postulaban un regreso a los ideales evangélicos de pobreza. Los hombres de las ciudades, cada vez más pobres por el nuevo sistema capitalista, y por ende muy irritados contra los sacerdotes y su vida de holgazanería, seguían a estos predicadores con entusiasmo. Y la Iglesia, trabada entre tres Papas, era incapaz de responder.
Las ideas que Wycliff propagaba en Inglaterra, tuvieron un inesperado eco en el otro lado de Europa, en Praga, en donde el predicador Jan Huss repitió sus ideas.
En el año 1414, mediante diversos ardides, un grupo de cardenales consiguió que Juan XXIII (considerado antipapa, por eso hay otro Juan XXIII en el siglo XX) citara a un nuevo Concilio, antes de traicionarle y declararlo depuesto. Juan XXIII huyó, pero el Emperador Segismundo le capturó. El Concilio de Constanza (llamado así por celebrarse en esa ciudad) tenía ahora las manos libres para arreglar las cosas dentro de la Iglesia.
Una de las cosas que se propuso el Concilio de Constanza, fue destruir para siempre a Jan Huss.

La cuestión husita.
Jan Huss nació más o menos en 1370 (tres o cuatro años más o menos). En esa época, Praga era la capital del Reino de Bohemia, teóricamente adscrito al Sacro Imperio Romano Germánico. Sin embargo, los bohemios estaban permanentemente al borde de la sublevación en contra de los alemanes. Como la Iglesia Católica estaba en ese tiempo aliada al Imperio, es lógico que los bohemios encontraran en la crítica contra la Iglesia una manera de desahogar su nacionalismo.
En ese ambiente, Huss fue nombrado predicador de la Capilla de Belén, la más importante de Praga. Huss estaba familiarizado con las ideas de Wycliff, y comenzó a propagarlas, proporcionándole también un cierto fundamento en los Evangelios. Muy pronto, e incluso un tanto a su pesar, Huss fue considerado por los más nacionalistas como "uno de los suyos", un hombre en guerra contra la entente entre la Iglesia y el Imperio. No es raro que el Emperador Segismundo quisiera verle muerto, y que los cardenales del Concilio de Constanza, ávidos de asentar la autoridad de la Iglesia Católica, bastante quebrantada por el cisma, le eligieran como cordero para el sacrificio, y de esa manera hacer triunfar plenamente la ortodoxia.
En realidad, el propio Huss había también dado, aunque inconscientemente, pasos hacia el sacrificio. En 1403, Huss había defendido públicamente las ideas de Wycliff en Praga. Entre las ideas de Wycliff estaban que los sacramentos no eran válidos si eran administrados por un sacerdote indigno. Como casi todo sacerdote en aquella época lo era, no es raro que el arzobispo de Praga intentara prohibirle predicar. En 1409, después de varias fintas políticas, el arzobispo consiguió prohibir la prédica a Huss. Este, siguiendo a rajatabla el Derecho Canónico, apeló al Papa. Aquella carta era segura mientras hubieran varios Papas disputándose el solio pontificio, y por tanto neutralizándose mutuamente, pero la libertad se acabaría el día en que hubiera por fin una sola autoridad a la cabeza de la Iglesia.
Eso fue justamente lo que amenazaba con ocurrir, al ser convocado el Concilio de Constanza.

Jan Huss en el Concilio de Constanza.
Para el Emperador Segismundo, el Concilio de Constanza era una ocasión única de liquidar de una vez por todas a Jan Huss, quien alborotaba demasiado sus dominios en Bohemia, debido a la lectura nacionalista que los bohemios hacían de la doctrina husita. Por tanto, se apresuró a llamar a Huss a comparecer ante el Concilio. Este aceptó, a cambio de que Segismundo le enviara un salvoconducto que garantizara su libertad personal, a lo que Segismundo accedió.
Pero los miembros del Concilio tenían sangre en el ojo contra Huss. Exigieron a Segismundo que Huss fuera apresado, so pena de disolver el Concilio. Segismundo estaba ante una situación sin salida, porque había otorgado un salvoconducto, y no podía quebrantar su propia palabra. La salida fue simple: en el Derecho Medieval, las promesas hechas a herejes eran nulas y carecían de valor. Por tanto, había que conseguir a toda costa que Jan Huss fuera proclamado hereje por el Concilio de Constanza.
Para este fin, se recurrió a las tretas más arteras. Se privó a Huss de libertad durante varios meses. Se le interrogó en el cadalso de manera mañosa, a fin de sacarle declaraciones que después pudieran ser usadas en contra suya.
Luego vinieron, en tres días seguidos (5, 7 y 8 de Junio de 1415), las audiencias públicas en donde Jan Huss hubo de defenderse ante el Concilio en pleno.
Aquello parecía casi un diálogo de sordos. Los cardenales realmente no querían debatir con Huss asuntos de doctrina y de fe, sino demostrar que éste se equivocaba, para condenarlo como hereje. Por su parte, Jan Huss se consideraba a sí mismo como un simple reformador, y consideraba que no se alejaba en lo más mínimo de la ortodoxia, implorando con completa sinceridad que si estaba equivocado, que se lo demostraran para poder arrepentirse de sus errores.

Las ideas que defendió Huss en el Concilio de Constanza.
Habían varios puntos de la exposición de Huss que irritaban a los cardenales, todos ellos porque vulneraban sus propios intereses.
Una de ellas era el ideal de pobreza evangélico defendido por Huss. Formalmente, eso significaba una "Iglesia Católica pobre" y apostólica, lo que obligaría a los sacerdotes a desprenderse de sus vastas riquezas, algo que no iban a hacer.
Otra de ellas era que Huss negaba el Dogma de la Transubstanciación. La Iglesia Católica proclama aún hoy que el pan y el vino en la misa se convierten misteriosamente, por un milagro, en el cuerpo y la sangre de Cristo. Esto, Huss lo negaba; para Huss, el ritual de la eucaristía tenía sólo un valor simbólico, sin transubstanciación ninguna. Y ello tenía consecuencias, porque si el sacerdote no era capaz de conjurar el cuerpo de Cristo en la misa, entonces mucho de su poder disminuye.
En tercer lugar, como ya dijimos, Huss negaba que un sacerdote indigno pudiera administrar sacramentos válidamente. Esto significaba un ataque directo contra la Iglesia Católica, cuyos miembros no estaban dispuestos a reformarse, y sí a seguir usufructuando su inmenso poder.
En cuarto lugar, Huss había llevado la doctrina según la cual Cristo es la cabeza de la Iglesia, a su extremo lógico de apelar a Cristo por la verdad. Esto sí que indignó a los cardenales de Constanza, ya que si cualquiera (como Lutero descubrió) podía apelar a Cristo, entonces los sacerdotes sobraban, y ahí mismo se acababa la Iglesia Católica, la que desde tiempo inmemorial ha basado su poder en su pretendido papel de mediador entre Cristo y los seres humanos comunes y corrientes.
Para colmo, Huss fue lo suficientemente insolente como para desafiar (¡y con éxito!) a los padres de Constanza, a que le demostraran que se equivocaba, con la Santa Escritura en mano.
Ahora bien, es necesario señalar que muchas de las afirmaciones de Jan Huss que el Concilio de Constanza encontró heréticas, fueron entresacadas arbitrariamente de sus sermones y prédicas. En ellos, Huss no hablaba de manera racional, con la sutileza propia de un debate teológico de altura, sino que se dirigía a las almas simples de los laicos de Praga, y por tanto, muchas de sus expresiones debían ser interpretadas de manera metafórica, y dentro de un contexto. Es indudable, y eso es algo que queda claro en sus escritos personales, que el propio Huss no hubiera suscrito en serio muchos de los extremos que predicó en su púlpito, en Praga, llevado un tanto por su propio carácter temperamental. En ese sentido, los cardenales de Constanza habían tergiversado de manera vergonzosa muchos de los dichos de Huss, para hacerle afirmar lo que nunca habría dicho con la cabeza bien serena.

La muerte de Huss.
Como era de esperarse, Jan Huss fue proclamado solemnemente hereje. Con él fue condenado uno de sus más cercanos colaboradores, Jerónimo de Praga. Jan Huss pereció en la hoguera, víctima de este verdadero "asesinato judicial", el 6 de Julio de 1415. Murió proclamando su perfecta adhesión a la ortodoxia.
Cuando la noticia de la muerte de Huss llegó a Praga, los bohemios estallaron de indignación, en una violenta rebelión nacionalista. Razonaban: Huss fue condenado como hereje por un Concilio que se atribuía legitimidad a sí mismo, después de haber engañado a Juan XXIII, que lo había convocado. ¿Por qué era legítima la condena a Huss, y no era condenado el Concilio en pleno? ¿Y por qué Segismundo había respetado todo esto? La respuesta fue la rebelión abierta.
El caudillo de la misma fue Jan Zizka, conocido también como Zizka el Tuerto. Durante toda la década de 1420, al frente de un ejército de campesinos armados, infligió derrota tras derrota a Segismundo. En ese tiempo el Papado había vuelto a estar en una sola mano, y el Papa decidió incluso promover la cruzada contra los bohemios, como herejes y renegados. Nada de ello sirvió.
A la muerte de Zizka el Tuerto, los husitas se divieron en dos facciones: los moderados utraquistas y los fanáticos taboritas. El Papado se rindió, y decidió negociar con los utraquistas. Aquello era inédito: el Papa, ultimo bastión de la ortodoxia, negociando con herejes. Pero se salió con la suya. Los utraquistas volvieron a la obediencia de la Iglesia Católica, y a su vez aplastaron a los taboritas. De esta manera, en 1436, Bohemia conoció por fin algo de paz.
Las consecuencias de la muerte de Jan Huss no terminaron allí. Cuando un siglo después, Martín Lutero se rebeló contra la Iglesia Católica, y fue citado a la Dieta de Worms (1521), tenía muy presente la traición de Segismundo a Jan Huss, así es que decidió no comparecer y esconderse. El propio Lutero fue acusado de husita, algo que él negó con indignación porque consideraba a Huss como un hereje, hasta que, presionado en ese sentido, se interesó en leer su obra, y terminó encontrándole razón en muchos aspectos.

¿Quién fue Jan Huss?
Esta es la pregunta más complicada de responder.
En general, puede decirse que era un hombre que trataba de reformar a la Iglesia Católica. Sin embargo, no parece haber pensado en abolirla, como sí intentó después hacerlo Lutero.
Por otra parte, la historiografía checa se ha detenido en él como un nacionalista, muy en particular en el siglo XIX, época por excelencia del nacionalismo. En el siglo XX, cuando Checoslovaquia cayó bajo la órbita comunista, hubo una lectura también comunista de Huss, enfatizando el aspecto de la prédica de la pobreza evangélica en su discurso.
El Liberalismo, por su parte, desde el Racionalismo del siglo XVIII, ha tendido a dejarlo de lado, debido al temperamento un tanto fanático de Huss. Cuando le tomaban en cuenta, era para señalar el triste espectáculo de dos fanatismos diferentes, el eclesiástico y el husita, contendiendo mutuamente.

Jan Huss y la Iglesia Católica hoy en día.
En un discurso pronunciado en Praga, en 1999, Juan Pablo II rehabilitó la figura de Huss, enfatizando muy en particular su valor y bravura en defender sus convicciones personales. Sin embargo, no levantó sobre él la acusación de herejía.
Algo así no podría hacerlo, porque las doctrinas husitas siguen siendo incómodas para la Iglesia Católica. Si estuviéramos de acuerdo con Huss, deberíamos pensar en que un sacerdote no es digno de impartir los sacramentos si está en pecado mortal, lo que es imposible dentro de una Iglesia sacudida por los escándalos de pedofilia, como lo es la actual. La pobreza evangélica tampoco es un valor que la Iglesia Católica esté interesada en promover hoy en día, y muy en particular en ciertas ramas de la misma, como por ejemplo el Opus Dei. En cuanto al Dogma de la Transubstanciación, que Huss negaba, la Iglesia Católica sigue afirmándolo, a pesar de que la física aristotélica de la substancia y los accidentes en que se basa, hace siglos que está superada.
En ese sentido, el gesto de Juan Pablo II hacia la memoria de Jan Huss, es algo que debe verse, cuando mucho, como algo de un valor relativo.

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