11 junio 2006

LA RESURRECCIÓN.

Una de las promesas más recurrentes en la historia de las religiones, es la existencia de una vida después de la muerte. Sobre la naturaleza de la misma, existen las más variopintas leyendas. Algunas hablan de resurrecciones a esta misma vida, como Lázaro, y otras, a un estado futuro, superior y celestial. ¿Es posible esto? ¿Existe en verdad una eventual vida de ultratumba? El Ojo de la Eternidad le echa un breve vistazo a lo que, según las religiones, existe más allá de nuestra existencia terrenal.


[IMAGEN SUPERIOR: Taurobolio, escena que representa al dios solar persa Mitra matando a un toro. Esta escena simbólica y ritual representa el triunfo de la luz sobre la oscuridad, y la resurrección de Mitra, el gran enemigo de otro resucitado, Cristo, en el Imperio Romano].

LA PROMESA DE LA RESURRECCIÓN.
La muerte es un hecho cierto de la vida. Todo debe perecer. La ciencia moderna es de la opinión de que, en definitiva, el universo entero se colapsará cuando ya no quede más energía disponible para organizar nada, y todo se convierta en un marasmo de partículas sin estructura alguna: esto, en cumplimiento de la segunda ley de la termodinámica, desarrollada a finales del siglo XIX, y hasta el día de hoy jamás controvertida con éxito. Pero esto, para el ser humano, es muy poco. ¿Todos los esfueros desplegados en la vida serán, finalmente, en vano...?
Las religiones han respondido a esto desde siempre, con la promesa de que nuestra estancia en este mundo es sólo una especie de antesala para la vida futura, y de que en definitiva, las tragedias y pesares de la vida son simples ilusiones. Esta vida futura ha sido concebida de muchas maneras distintas, y no está mal echarles un vistazo, en particular porque hay algunos patrones en estas creencias tienden a repetirse, porque algo de verdad hay en todas las religiones, según los creyentes, y porque estos son los patrones que merjor se amoldan a la psique humana, según los agnósticos.
Los pueblos más antiguos solían sentir que la naturaleza estaba poblada de toda clase de espíritus. Algunos de esos espíritus eran, por supuesto, los ancestros ya fallecidos. La relación con ellos era a veces amable, pero podía también llegar a ser terrorífica. Esta segunda visión les suponía prisioneros en una especie de dimensión de sufrimiento, aunque sin ir a ningún "otro mundo", sino permaneciendo en el nuestro, y en venganza, hacían de la vida de los vivos un infierno. Por lo tanto, había que conjurarlos con toda clase de magia y rituales para evitar que regresaran, o al menos, que regresaran con mala leche para los vivos. Hay reminiscencias de esto incluso en el folclor urbano y friki de hoy en día, porque, ¿qué otro sentido tiene el ritual de enterrar una estaca en el corazón de un muerto para evitar que regreses como vampiro chupasangre...?
Andando el tiempo, los reyes, que monopolizaron el poder político y económico, monopolizaron igualmente el poder de resucitar. En el Antiguo Egipto, se creía que sólo el Faraón resucitaría. Se suponía que los egipcios debían estar muy contentos por ello, y por eso trabajarían durante años en grandes pirámides para asegurar el descanso eterno de la momia real. Pero andando el tiempo, la creencia en la resurrección se democratizó, los faraones abandonaron la costumbre de enterrarse en pirámides (pero no de las ceremonias fúnebres ostentosas), y comenzaron a surgir rituales de momificación para gentes de estratos sociales cada vez más bajos. Algo de estas creencias se traspasó a los hebreos, quienes no creían en una resurrección individual, sino hasta fecha muy tardía, y esto por inlufjo de la cultura griega: para los hebreos, la vida de ultratumba significaba el Scheol, una oscura y tétrica morada de los muertos en donde éstos vegetaban por toda la eternidad, y el concepto de "resurrección" era aplicable sólo al Pueblo de Israel, que al final de los tiempos dominaría la Tierra y sería ejecutor de la voluntad del Unico Dios.

LA RESURRECCIÓN DE LOS DIOSES.
La manera de "justificar" la resurrección, en todas las religiones, es recurrir a la compasión suprema de la deidad. De esta manera, son los propios dioses los que resucitan a alguien. En muchas ocasiones, es el propio dios el que debe descender a la arena de lucha y contender directamente contra las fuerzas del mal, siendo muerto por ellas y resucitando, abriendo de esta manera la vía a los mortales. En otras, basta la sola voluntad de los dioses para ensalzar a un humano por encima de su condición, "despertándolo" y elevándolo al rango de los dioses. Es decir, las dos alternativas son la apoteosis y el avatar.
La apoteosis era el camino más simple. Los dioses no se molestaban ellos mismos en derrotar al mal, pero premiaban a los mortales que hubieran mantenido a raya las fuerzas del caos y la destrucción, trayéndolos a su propio cortejo celestial, de la misma manera que un rey puede llamar a un campesino de heroicos servicios para que sea paje en su corte. El ejemplo más célebre de apoteosis es Heracles, el Hércules de los romanos, a quien el dios griego Zeus llamó sa su lado después de una trágica muerte, premiándolo por "servicios prestados a la Humanidad", por decirlo de alguna manera. No sólo personajes mitológicos eran favorecidos con la apoteosis:
Ovidio, el poeta romano del siglo I d.C., señalaba en sus "Metamorfosis" que Julio César había sido favorecido de tal manera por los dioses, y la prueba estaba en su transformación en cometa el día de su muerte (por otra parte, Ovidio era asalariado del Emperador Octavio Augusto, sobrino de Julio César, así es que su poema tiene mucho de propagandístico). Con el tiempo, la idea de que los emperadores romanos eran favorecidos con la apoteosis se hizo habitual. Pero no son los romanos el único caso. Entre los hititas, el rey pasaba a formar parte de los dioses después de su muerte. Y entre los germanos, dicho honor era dispensado por las valkirias, especies de ángeles guerreras, que se llevaban a los guerreros más valientes al Walhalla, el castillo militar de Odín, en donde éste reclutaba un ejército para dantesca batalla que se va a producir al final de los tiempos.
El otro camino es el avatar. En este caso, es el propio dios el que se transforma momentáneamente en mortal, para sacrificarse a sí mismo y de esta manera abrir camino a los mortales. Es un sacrificio con trampa, por supuesto, ya que el propio dios es un dios, y por tanto, se supone de antemano que triunfará sobre la muerte. Pero este camino es también muy transitado. Es el caso corriente de los llamados Sonnenmensch o héroes solares, como Cristo, Mitra, Balder o Rama, entre otros. El caso extemo de esta creencia lo representa el Buda adorado por los fieles del Mahayana, el Gran Vehículo del Budismo: según ellos, el Siddharta Gautama histórico no es más que una de incontables reencarnaciones de una entidad suprema, el Buda Amida, que por su infinita compasión ha nacido y muero sucesivas veces para acompañar a la Humanidad y liberarla de la rueda de la existencia, sacrificando incluso su propia disolución del yo en el nirvana.

EL CICLO DE LAS REENCARNACIONES.
Otra cmanera de resucitar es regresar a este mismo mundo. Esto es la metempsicosis o reencarnación. No pocos místicos antiguos, entre ellos Pitágoras, creían que en la transmigración de las almas. Los griegos, en tiempos tardíos, seguramente por influencia índica, también asumieron la existencia de una reencarnación, una vez cada mil años. En el Cristianismo primitivo, hubo ardientes defensores de la reencarnación, como por ejempo el teólogo Orígenes (primera mitad del siglo III), pero finalmente esta idea fue desechada, porque se estimó que la noción de que los cristianos reencarnaban una y otra vez en la existencia, convertía el sacrificio de Cristo en algo sin ningún valor (¿para qué Cristo se sacrificaba, si los seres humanos seguirían condenados y atados a la rueda de la existencia?).
Y también démonos el tiempo para repasar algunas resurrecciones en los mitos modernos. Si exceptuamos aquellos casos que son reproducciones conscientes de los mitos evangélicos de la resurrección (el caso de "El Señor de los Anillos" o las Crónicas de Narnia), el más emblemático es, por supuesto, el Neo de "Mátrix". En este caso se trató de una aproximación consciente a los mitos de toda la vida, y por tanto, Neo es un Sonnenmensch "de diseño", creado desde el origen con las características de éstos. No es raro entonces que muera y resucite en "Mátrix", y que en "Las revoluciones de Mátrix" se de a entender que su muerte puede haberlo transmutado en algo incluso superior a este plano de existencia.
Y otro tanto ocurre con El Ojo de la Eternidad, que con este artículo resucita una vez más desde la muerte, y vuelve a tratar como siempre, los temas religiosos que están a nuestro alrededor, con la calma, la seriedad y la solidez que son nuestro sello característico. Saludos, y que tengan una buena segunda mitad del 2006.

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