01 octubre 2006

ESCEPTICISMO: CREO QUE NO DEBO CREER EN NADA.

La mayor parte de las filosofías han sido "creyentes", en el sentido de creer en alguna clase de principio que inunda todas las cosas, tal y como el Ser, la Substancia, etcétera. Lo mismo que las religiones. Pero hay de tarde en tarde algún que otro filósofo que se plantea el camino contrario, el del escepticismo. Hacer crítica de la religión implica, en cierta medida, ser un escéptico. Sin embargo, ¿es el escepticismo radical un camino? El Ojo de la Eternidad echa un vistazo al otro lado de la barricada, en la trinchera de los escépticos radicales.


[IMAGEN SUPERIOR: Fractal. Las matemáticas de los fractales han ayudado a descubrir todo un nuevo universo de posibilidades e iteraciones, creando toda una nueva visión del mundo, en la que el determinismo desaparece y todo se vuelve caótico, probabilístico e indeterminado].

¿CREER O SER ESCÉPTICO?
En varios artículos de El Ojo de la Eternidad hemos apuntado el hecho de que la gente cree en determinadas historias sobre la religión, no porque éstas sean ciertas, sino porque son la versión oficial. En ese sentido, los ateos e iconoclastas sostienen que creer y tener fe es una actitud en principio tonta.
Sin embargo, al ingresar por el camino del cuestionamiento, surge una pregunta meridiana: ¿es posible llegar a conocerlo todo? Las religiones apuestan por la negativa, debido a que para ellas, sólo una criatura divina y celeste podría llegar a saberlo absolutamente todo sobre los mortales. Esta cualidad es la llamada omnisciencia, y es uno de los tres atributos que Tomás de Aquino predicaba sobre Dios (los otros dos son la omnipotencia y la omnipresencia). El pecado por excelencia en la Biblia es el conocimiento: en el Génesis, la Serpiente tienta a Adán y Eva con la posibilidad de saberlo todo, diciéndoles "y seréis como dioses"...
Pero las filosofías, en su labor de derrumbe de las religiones, se han puesto a cuestionar repetidas veces este axioma. Y en la mayor parte de los casos, han terminado respondiendo afirmativamente a la cuestión. Según la mayor parte de los filósofos, sí es posible llegar a conocer la totalidad de las cosas, por la vía de la razón.
Y sin embargo, hay un reducto de filósofos, apenas un puñado de ellos, que han optado por el camino nihilista. Ellos han decidido no creer. Ellos son los escépticos radicales. Esta es su historia.

LAS ANDANZAS DE PIRRÓN Y SUS SUCESORES.
El escéptico radical más representativo de todos es, probablemente, Pirrón de Elis. Vivió en la Grecia del siglo III aC. Haciendo un poco de historia, Sócrates falleció en 399 aC, ejecutado por la ciudad de Atenas, víctima del delito de impiedad. Sócrates había hecho profesión del hábito de cuestionarlo todo, y así, sus diferentes discípulos crearon un amplio abanico de filosofías distintas. El más famoso es Platón, desde luego, pero también estuvo Antístenes, padre de los cínicos. Algo más tarde devinieron los estoicos y epicúreos.
Ante esta profusión de filosofías, surgieron quienes pensaban que todo aquello era una pérdida de tiempo. Entre ellos estuvo Pirrón. Ante los escasos avances de los filósofos oficiales, Pirrón se cuestionó si era posible llegar a conocer las cosas. Para Pirrón era sensato preguntarse, antes de cuál es la verdadera naturaleza de las cosas, si es posible llegar a conocer éstas (muchos siglos después, Kant se preguntará lo mismo desde otro ángulo, pero llegará a conclusiones distintas a las de Pirrón).
Ante esa pregunta, Pirrón se inclina por la negativa. Pirrón se dedicó a criticar extensivamente los dogmas de las filosofías vecinas, pero él mismo trató de no llegar a dogma alguno. El objetivo de Pirrón era conseguir la epojé, una suerte de desasimiento de los dogmas, para poder pensar en forma abierta y crítica. La epojé era una especie de nirvana final para el filósofo, porque podía dejar de hacerse preguntas, y pasar a vivir cómodamente la vida sin mayores angustias existenciales.
Todo esto parece sensato, pero el problema es que Pirrón llevó su actitud demasiado lejos. Creía que nada podía ser pensado, incluso que las cosas no podían ser investigadas. Llegó a considerar que el mundo en sí mismo no existía, porque nada existía que fuera bueno o malo. De esta manera, sin sus amigos de buen seguro hubiera muerto atropellado o de otra manera peor, porque no se apartaba del paso de los carros, convencido como estaba de que ninguna cosa buena o mala puede salir de ahí.

GRADOS DE ESCEPTICISMO.
Pirrón es un grado superlativo de lo que podríamos llamar escepticismo radical. En términos meramente explicativos, podemos decir que existen dos tipos de escepticismo. Uno de ellos, el más corriente, sería el escepticismo moderado propio de aquellos quienes interrogan sanamente al mundo en vez de creer en las verdades propagadas por Papas, Ayatolas o Filósofos. Pero esta clase de escepticismo, que es el propio de los científicos, no conformaba a Pirrón. Pirrón quería la llave para entenderse y reconciliarse con el mundo, y de esa manera no sufrir zozobra alguna por las cosas que pasaran allá afuera, aunque eso que pasara allá afuera fuera un carro a punto de atropellarlo. Por ende, abrazó el escepticismo radical, según el cual no sólo no conocemos todas las cosas, sino que la totalidad de las cosas es por naturaleza incognoscible.
Por desgracia, esta manera de ser escéptico es en sí misma ilógica. Si yo digo que la realidad es incognoscible, en principio estoy conociendo algo de la realidad misma: su carácter de incognoscible, precisamente. Por ende, deja de ser incognoscible. El escepticismo radical deriva, pues, en una paradoja.
No es raro entonces que las filosofías derivadas de la exploración de los límites de aquello que puede ser conocido por el hombre, desemboquen no en el escepticismo, sino en el dogmatismo. Platón se preguntaba si el conocimiento mental es superior al conocimiento de los sentidos, y desembocó en el realismo platónico que lae caracteriza, acuñando la Teoría de las Ideas. Siglos después, Descartes ponía en duda a todo el universo, pero después de desarrollar el solipsismo, sacaba a Dios y el mundo de la manga, y todo volvía a ser como antes. Algo después, Kant también se preguntó sobre el conocimeinto humano para establecer una filosofía no dogmática, y acabó creyendo en el fenómeno y en el númeno (sobre esto publicamos un posteo en El Ojo de la Eternidad). Y el propio Pirrón, a su manera, era un dogmático: postular que el universo es incognoscible, sin tener un conocimiento cabal del universo mismo, es en sí mismo un dogma puesto antes de la experiencia teórica (¿y si de verdad pudiéramos llegar a conocerlo todo...?).

EL ESCEPTICISMO Y LA RELIGIÓN.
Muchas veces, los escépticos han cargado contra la religión institucionalizada, a la cual han acusado precisamente de dogmática. Como hemos dicho antes, esta acusación es cierta. Las religiones, aún más que las filosofías, tienden a crear explicaciones totalizantes sobre el universo y su funcionamiento, incluyendo un completo código moral que se ajusta a la naturaleza de las cosas, tal y como Dios las ha creado. Y como ningún líder religioso, o teólogo, ha conseguido descifrar la totalidad de las cosas con pruebas irrefutables, entonces no le queda más remedio que el dogma.
Uno de los dogmas clásicos de toda religión, es que Dios existe (o los dioses, en el caso de las religiones politeístas). Y sin embargo, los escépticos se han divertido una y otra vez tratando de probar la existencia de Dios, o bien derribando estas pruebas. Anselmo de Canterbury, con su clásica prueba ontológica, creyó haber dado con el meollo de la cuestión, pero Kant probó definitivamente que Anselmo no tenía en verdad ninguna prueba entre las manos. A Kant le llamaron, y no en balde, "el verdugo de Dios".
De ahí que no poca gente haya tratado de atacar a la religión con un escepticismo radical, como el de Pirrón. Y ahí han tropezado. En el problema de la existencia de Dios, muchos han declarado que tal cosa es en definitiva incognoscible. Y con ello, han abrazado un escepticismo radical que cae en la misma paradoja de Pirrón: decir de un problema que tiene una solución imposible de conocer, implica conocer algo de antemano. Incluso los matemáticos, cuando supuestamente demuestran la imposibilidad de algo, deben andarse con tiento: después de todo, las matemáticas son en muchos sentidos un conjunto de axiomas preestablecidos, no siempre autoevidentes, y cambiando los axiomas, los resultados matemáticos cambian por completo, como lo aprendieron de una manera dolorosa los geómetras del siglo XIX, quienes inventaron toda clase de nuevas geometrías no euclidianas negando el famoso quinto postulado de Euclides (por dos puntos pasa una, y sólo una recta), después de haberse gastado 2000 años tratando de demostrarlo.
¿Es saludable entonces ser escéptico? Probablemente sí. ¿Es inteligente ser un escéptico radical? Probablemente no.

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