13 noviembre 2005

¿DE QUÉ SE TRATA LA FILOSOFÍA DE KANT? (¿Y POR QUÉ ESTABA EQUIVOCADO?).


Inmanuel Kant es uno de los más grandes filósofos de todos los tiempos, y quizás el más importante de todo el siglo XVIII. Entre sus múltiples escritos están dos monumentos (por peso específico, al menos): la Crítica de la razón pura y la Crítica de la razón práctica. En el primer libro intenta desentrañar los mecanismos del entendimiento humano, para averiguar el límite de todo aquello que puede ser conocido, mientras que en el segundo hace aplicación de sus ideas para diseñar una moral basada en la pura razón. En épocas posteriores, el Kantismo se ha sumergido y vuelto a levantar cabeza en varias ocasiones, por lo que bien merece un análisis un poco más detallado. Kant tenía la mala costumbre, propia de casi todo filósofo alemán, de escribir en un lenguaje nauseabundamente pesado, por lo que ha cobrado fama de oscuro e impenetrable. Sin embargo, sus ideas básicas son bastante simples. Y en realidad, si se las analiza con detalle, para colmo… ¡están equivocadas!

Partamos por el comienzo. El objetivo de Kant es determinar si es posible alguna clase de metafísica. Es decir, Kant se hace la vieja pregunta medieval de si es posible justificar la existencia de los habitantes tradicionales del mundo metafísico: Dios, el alma, etcétera. Kant parte por desechar toda la metafísica anterior por dogmática, y pretende averiguar si es posible el conocimiento mismo, para lo cual se interrogará en primer lugar, por aquello que hace posible el conocimiento. Dicho en términos más simples: tratará de determinar los mecanismos a través de los cuales nosotros los humanos conocemos cosas de nuestro medio externo, y después intentará determinar si esos medios nos permiten llegar al conocimiento de Dios, el alma, etcétera. En el siglo XXI, Kant hubiera sido un psicólogo, pero en esa época no existía la Psicología, tal y como la conocemos hoy en día. Hasta el momento, Kant no parece ir tan desencaminado, ¿verdad?

Kant llega a la conclusión de que nosotros conocemos a través de juicios, en el sentido de que juzgamos la realidad, tal y como nos llega a través de nuestros sentidos. Ahí tiene que estar el límite, por supuesto. Si tuviéramos una hipotética máquina que nos permitiera discernir entre juicios, entonces, podríamos determinar qué juicios nos sirven, y qué juicios no, para conocer el mundo.

Para ello, Kant clasifica los juicios en dos tipos: juicios a priori, y juicios a posteriori. Los juicios a priori son los que hacemos con anterioridad a la experiencia; es decir, los formulamos de manera dogmática. Los juicios a posteriori son los que hacemos después de la experiencia; es decir, nos basamos en la realidad que percibimos para formularlos.

Distingue también juicios analíticos, y juicios sintéticos. Los juicios analíticos son aquellos que no generan nuevo conocimiento, y por tanto son inútiles en nuestro empeño. En realidad, los juicios analíticos son puras definiciones de tipo “Kant es el filósofo alemán enormemente aburrido que vivió en Köenigsberg”: con decir “Kant”, ya estamos diciendo “filósofo alemán enormemente aburrido que vivió en Köenigsberg”, lo que es algo que ya sabíamos. Los juicios sintéticos, en cambio, son aquellos que sí generan nuevo conocimiento. Por ejemplo: “Kant se dirige a escribir más cosas aburridas en este minuto” es sintético, porque para eso tenemos que salir al mundo exterior y averiguar si de verdad Kant está haciendo eso, o acaso está muerto desde hace dos siglos.

La conclusión podría parecer obvia. Entrecruzando ambos tipos de clasificaciones, tenemos que los juicios sintéticos a priori (es decir, aquellos que generan algún tipo de conocimiento, pero son anteriores a la experiencia) deberían proporcionarnos la llave de todo tipo de conocimiento. Después de todo, son dogmáticos, pero aportan conocimiento sobre el mundo. La clave de la Teología, la Filosofía, y de todas las Ciencias, estarían simplemente en identificar algún juicio sintético a priori, y entonces se acabó el progreso científico, porque seríamos como dioses, ante la posibilidad de conocerlo literalmente todo.

Demasiado bello para ser verdad, como siempre. Piense un minuto, si es que no lo ha descubierto. Nosotros conocemos cosas a través de los sentidos, ¿no? Todo tiene que haber pasado por los sentidos alguna vez, ¿no? Por tanto, todo conocimiento es realmente a posteriori; no puede haber conocimiento a priori. Y los juicios analíticos se basan en información anteriormente recopilada, que nos han permitido formular algunas definiciones, por lo que realmente en su minuto fueron sintéticos, ¿no? Dicho en palabras más simples: todos los juicios, en definitiva, son sintéticos y a posteriori. Kant mismo lo dijo sin querer: si todo el conocimiento está mediado por los sentidos, entonces no puede haber verdadero conocimiento analítico, o juicios a priori. ¿Entonces de dónde salieron estas clasificaciones kantianas? De ninguna parte, son clasificaciones vacuas e inútiles, que no sirve para nada, en el sentido de que no hay forma alguna de aplicar éstas en la práctica. La próxima vez que se tope con un profesor de filosofía que profese el Kantismo en cualquiera de sus formas, ya sabe que el pobre hombre está perdiendo el tiempo.

¿Por qué entonces Kant es tan popular? Porque no se rindió ante lo evidente. Para Kant tenía que haber algún principio desde donde agarrar la metafísica, en alguna parte, así es que no paró aquí. Kant era matemático de cierto éxito, así es que buscó entre los axiomas de la geometría alguna verdad que fuera autoevidente en sí misma, y que le sirviera como su anhelado juicio sintético a priori. Sostuvo solenmemente que estas verdades geométricas (de tipo “por dos puntos sólo puede pasar una línea recta”) le permitirían edificar su árbol de conocimiento. En esto debemos ser indulgentes con Kant. En su tiempo, el siglo XVIII todo lo que había era la buena y vieja Geometría Euclidiana que nos enseñaron en el colegio. La tragedia de Kant es que no vivió lo suficiente para ver como en el siglo XIX surgían un montón de geometrías alternativas, llamadas genéricamente Geometrías No Euclidianas, que no respetaban ninguno de los postulados del griego Euclides, pero que de todas maneras funcionaban a las mil maravillas.

Kant no se quedó ahí, por supuesto. Para seguir justificando su distinción entre juicios a priori y a posteriori, o sintéticos y analíticos (que a estas alturas del partido son dos maneras de clasificar lo mismo, como usted se habrá dado cuenta), se dio una pirueta hacia la ontología. Si el ser humano percibe el mundo a través de los sentidos, entonces debe haber algo más allá de los sentidos, lo que podríamos llamar el “mundo real”. Kant dividió así el mundo en el “númeno”, que son las cosas propiamente tales, y el “fenómeno”, que son las cosas mediadas por los sentidos. Dicho de otra manera, los fenómenos, para Kant, son los númenos, más las apariencias que nuestros sentidos les otorgan (color, forma, peso, etcétera). Kant diseña aquí una engorrosa teoría de las categorías mentales que asignamos a los objetos, que por inconducente no desarrollaremos aquí.

Cabe entonces preguntarse qué encontraremos en el númeno, si todo lo que conocemos son fenómenos. Kant responde: “la cosa en sí”. ¿Qué es la cosa en sí? Pues simplemente el mundo antes de que nosotros lo percibamos. Suena lógico, ¿verdad?

No lo es tanto. Si todo lo que percibimos, lo hacemos desde las apariencias, entonces no podemos percibir la cosa en sí. Kant dice que podemos hacerlo por procedimientos lógicos, por la pura razón. Pero no olvidemos que Kant se sacó una clasificación tramposa de los juicios de la manga, para justificar todo este tinglado. Si eliminamos las clasificaciones de los juicios, y eliminamos la idea de “apariencia”, entonces la cosa en sí se evapora raudamente. Huelga decir que la cosa en sí era el aspecto más irritante del Kantismo, para todos los filósofos posteriores, incluyendo a sus propios seguidores, que intentaron reemplazar este primer principio con algo distinto (el Yo, la Voluntad, Dios una vez más, etcétera).

La conclusión de Kant, después de todas estas piruetas, fue bastante desoladora. En el fondo, Kant era un viejo burgués del siglo XVIII que quería una vida ordenada, tranquila y metódica, en donde el buen y viejo Dios tuviera bien asegurado su papel. Descubrió, al final de toda su “investigación”, que no había sitio en la metafísica para Dios, y que en todo caso, ni Dios, ni el alma, ni ningún sujeto metafísico tradicional, puede ser demostrado por la pura razón. Su premio de consuelo fue diseñar el famoso “argumento moral”, que en términos simples postula que aunque quizás Dios no existe, de todas formas debemos comportarnos como si éste existiera. La moral kantiana es algo un tanto complejo, así es que de momento quedará pendiente para otra ocasión. Por lo pronto, baste este pequeño resumen de la filosofía kantiana que, por cierto, deja una enorme cantidad de huecos, pero al menos es harto más presentable, en términos de lenguaje y claridad, que el engorroso alemán tecnofilosófico original.

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