23 octubre 2005

LA EUCARISTÍA Y LA TRANSUBSTANCIACIÓN

Con una fastuosa misa (eucaristía, precisamente), el Domingo 23 de Octubre fue clausurado el llamado Año de la Eucaristía, por la Iglesia Católica. En el último tiempo, Benedicto XVI no ha perdido oportunidad de llamar a los católicos, y muy en particular a los jóvenes, a la celebración del llamado "misterio cristiano". Sin embargo, ¿sabemos verdaderamente qué se esconde tras la eucaristía? ¿Cuál es la Teología que la respalda? El Ojo de la Eternidad responde a estas cuestiones arrojando luz sobre un tema no demasiado conocido, pero que resulta clave para entender todo esto: el Dogma de la Transubstanciación.

LA EUCARISTÍA SEGÚN LA IGLESIA.

La Iglesia Católica considera la eucaristía (esto es, la misa) como la celebración gozosa del misterio cristiano, en la cual participan todos los fieles. El momento central de la misma es la comunión, en donde el fiel ingiere pan y vino, que representan la carne y la sangre de Jesucristo.

Una interesante cuestión teológica versa justamente sobre el pan y el vino. Una manera de verlo es que el pan y el vino son símbolos o representaciones de la carne y la sangre de Jesucristo. Otra manera, un tanto más drástica de verlo, es que Jesucristo en verdad se encarna, material y físicamente, dentro del pan y el vino, de manera que el fiel está realmente consumiendo a Jesucristo, o al menos una fracción de él, durante la misa. A primera vista, si usted no está enterado de cuestiones teológicas profundas, ¿a cuál posición adscribiría usted? ¿qué piensa al respecto?

Si dijo que el pan y el vino son representaciones o símbolos, entonces prepárese para ir de cabeza a los infiernos. Según la Iglesia Católica, Jesucristo se encarna, de manera literal y física, en el pan y el vino.

Un breve repaso al Catecismo de la Iglesia Católica puede ser muy iluminador (el número que sigue a la sigla CIC, corresponde al "canon" o artículo del Catecismo).

“…todos los que comen de este único pan, partido, que es Cristo, entran en comunión con él y forman un solo cuerpo en él (cf 1 Co 10,16-17).” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1329).

“…por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo (cf 1 Co 10,16-17)” (CIC, 1331).

“En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.” (CIC, 1333). “Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo…” (CIC, 1333).

“Los tres evangelios sinópticos y S. Pablo nos han transmitido el relato de la institución de la Eucaristía; por su parte, S. Juan relata las palabras de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, palabras que preparan la institución de la Eucaristía: Cristo se designa a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo (cf Jn 6).” (CIC, 1338).

“…se lleva al altar, a veces en procesión, el pan y el vino que serán ofrecidos por el sacerdote en nombre de Cristo en el sacrificio eucarístico en el que se convertirán en su Cuerpo y en su Sangre.” (CIC, 1350).

“En la comunión, precedida por la oración del Señor y de la fracción del pan, los fieles reciben "el pan del cielo" y "el cáliz de la salvación", el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó "para la vida del mundo" (Jn 6,51)” (CIC, 1355).

“El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos" (S. Tomás de A., s.th. 3, 73, 3). En el santísimo sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Cc. de Trento: DS 1651). "Esta presencia se denomina `real', no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen `reales', sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente" (MF 39).” (CIC, 1374).

“Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento.” (CIC, 1375).

El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: "Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación" (DS 1642).” (CIC, 1376).

“La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (cf Cc. de Trento: DS 1641).” (CIC, 1377).

Como el Dogma de la Transubstanciación es un dogma de fe, entonces nadie puede ser católico y no creer en esto.

LAS DISPUTAS POR LA TRANSUBSTANCIACIÓN.

Como tantos otros dogmas católicos, la Transubstanciación no la ha tenido fácil. Los primeros Padres de la Iglesia no creían demasiado en ella, aunque sí hablaron profusamente de la eucaristía. Si se leen atentamente las citas que el Catecismo de la Iglesia Católica hace de los textos antiguos, es posible encontrar una serie de alabanzas sobre las excelencias espirituales de la eucaristía, pero en ningún minuto se menciona que el pan y el vino sean algo más que meros símbolos.

El origen del dogma de la Transubstanciación debe encontrarse recién en la Edad Media. Uno de los objetivos declarados de la Iglesia Católica, desde el Papado de Gregorio VII (1073-1085) en adelante, fue el fortalecimiento de la autocracia papal, a expensas de los obispos y autoridades religiosas locales, y de los laicos. Esto llevó a una concentración del poder religioso en las altas esferas clericales. Una consecuencia teológica de este proceso fue declarar que sólo un sacerdote debidamente consagrado era capaz de oficiar la misa, lo que le confería a los sacerdotes un poder único sobre la feligresía, expropiando de ésta la facultad de celebrar la misa, y por tanto, de rebelarse contra las autoridades eclesiásticas.

En la historia del Cristianismo, la mayor parte de las disputas teológicas encubren otra clase de luchas bien distintas. La disputa por la Transubstanciación, dentro de este contexto, encubre una áspera disputa entre el poder central de la Iglesia Católica, y otros focos rebeldes de poder. En esa fase de la Edad Media en que el Papado estaba fortaleciéndose (siglos XII a XV), Europa vio también el surgimiento de un poderoso movimiento burgués, el que buscaba la mayor libertad posible para abrirse camino y erigir poderosos imperios económicos. Las primeras grandes transnacionales datan del siglo XVI, época en la que un hombre como Jacobo Függer, por ejemplo, se daba el lujo de ser banquero del Emperador Carlos V, a la vez que controlaba el monopolio del cobre en el centro de Europa.

En el paso del siglo XIII a XIV, el empeño de la Iglesia por mantenerse como única sede de autoridad, encontró eco en el Sacro Imperio Romano Germánico, que por ese entonces iba rumbo a la decadencia. La intervención imperial fue decisiva en el siglo XIV, época en la que el Papado fue llevado por la fuerza a Avignon, en Francia, y después sufrió un cisma de cuatro décadas entre dos, e incluso tres, Papas rivales (1378-1417). De esta manera, la entente Iglesia-Imperio unió fuerzas contra todos los movimientos sociales que buscaban surgir por cuenta propia y sacudirse la autoridad eclesiástica de la Iglesia, y la militar del Imperio.

El campo de batalla teológico para esto fue el Dogma de la Transubstanciación. Fue apoyado por la Iglesia Católica y el Imperio, en el Concilio de Constanza. En su contra se pusieron destacados teólogos, siendo el checo Jan Huss el más importante de ellos. Huss no era estrictamente un hombre que quisiera separarse de la Iglesia Católica, ni desobedecer su autoridad, pero sí era checo, y los checos en ese tiempo estaban en una guerra de independencia con el Sacro Imperio Romano Germánico (que perderían después, dicho sea de paso). La historia corta es que Huss fue apresado y quemado en la hoguera en 1415. Poco tiempo después, la Transubstanciación pasó a ser dogma de fe. ¿Alguien ha reparado en que el Catecismo de la Iglesia Católica apoya lo principal de sus argumentos sobre la Transubstanciación, en lo dicho por el Concilio de Trento? Pues bien, éste se celebró entre 1545 y 1563, precisamente como reacción contra el movimiento protestante que amenazaba la unidad cristiana de Europa, y sentó las bases de lo que será la Iglesia Católica hasta el día de hoy…

LA TRANSUBSTANCIACIÓN EN EL DÍA DE HOY.

Evidentemente, para la Iglesia Católica el Dogma de la Transubstanciación rinde pingües beneficios. En realidad, éste forma parte de un elaborado mecanismo de relojería conformado por tres partes:

1. Cristo aparece materialmente en el pan y el vino destinado a la comunión, por lo que este rito es plenamente eficaz para la salvación, o lo es mucho más, al menos, de lo que sería si es que se tratara de una mera representación simbólica al estilo de una obra teatral, en donde los actores simulan ser gente que nunca han sido.

2. Los sacerdotes son los únicos llamados a celebrar la eucaristía y a consagrar las especies eucarísticas. Por tanto, son los únicos que pueden conjurar a Cristo frente a los fieles.

3. Quien no está dentro de la Iglesia Católica y participa de sus mandatos, está condenado al fuego eterno, porque Cristo está real y presente dentro de la misma.

O sea, el Dogma de la Transubstanciación es indispensable para asegurar el mantenimiento del poder de la Iglesia Católica, ya que, hablando en términos económicos, le asegura el monopolio de la presencia de Cristo, y por tanto, el monopolio del camino de la salvación del alma. Dicho de manera aún más cruda: el Dogma de la Transubstanciación es para la Iglesia Catolica lo que el sistema operativo Windows es para Microsoft: más que un mero producto, la clave del monopolio mundial del mercado.

Por si alguien lo duda, reproducimos lo que ordena el Código de Derecho Canónico, en sus cánones 897 y 898:

897. El sacramento más augusto, en el que se contiene, se ofrece y se recibe al mismo Cristo Nuestro Señor, es la santísima Eucaristía, por la que la Iglesia vive y crece continuamente. El Sacrificio eucarístico, memorial de la muerte y resurrección del Señor, en el cual se perpetúa a lo largo de los siglos el Sacrificio de la cruz, es el culmen y la fuente de todo el culto y de toda la vida cristiana, por el que se significa y realiza la unidad del pueblo de Dios y se lleva a término la edificación del cuerpo de Cristo. Así pues los demás sacramentos y todas las obras eclesiásticas de apostolado se unen estrechamente a la santísima Eucaristía y a ella se ordenan.

898. Tributen los fieles la máxima veneración a la santísima Eucaristía, tomando parte activa en la celebración del Sacrificio augustísimo, recibiendo este sacramento frecuentemente y con mucha devoción, y dándole culto con suma adoración; los pastores de almas, al exponer la doctrina sobre este sacramento, inculquen diligentemente a los fieles esta obligación.

Sin embargo, desde un punto de vista teológico, el Dogma de la Transubstanciación ha recibido fuertes críticas, en particular por un hecho bastante grave: si resulta que el pan y el vino son realmente el cuerpo y la sangre de Cristo, y la eucaristía debe celebrarse periódicamente, entonces quiere decir que para la salvación de los fieles no bastó el puro y simple sacrificio de Cristo, que se supone redimió a la Humanidad de una sola vez y para siempre. O sea, la obligación de la eucaristía desvirtúa el sacrificio de Cristo, que a su vez es el fundamento y base de la Iglesia Católica (teóricamente, al menos).

Sin embargo, lo más grave es que la ciencia moderna, una vez más, ha ocasionado estragos en la religión, y la transubstanciación ya no es lo que era. En la Edad Media, la Física era una disciplina en pañales, y por lo tanto, nada se sabía de la estructura interna de la materia. Se consideraba que la materia era un todo continuo, divisible en forma infinita, y se tomaba a Aristóteles como supremo maestro y referente. Ahora bien, la Física de Aristóteles en realidad era una confusa mezcla de hechos y observaciones científicas, con dogmas filosóficos y metafísicos de dudosa catadura intelectual, lo que es disculpable si se considera que en su tiempo no habían microscopios, telescopios, aparatos eléctricos, y un sinfín de herramientas que los científicos usan para sus investigaciones de hoy en día. Aristóteles enseñaba que en todas las cosas era posible distinguir la substancia, que era lo que estaba bajo el sustrato de la materia misma, y los accidentes, que eran las cosas sensibles como olores, colores, formas, etcétera. En ese contexto, es fácil entender que una idea como la transubstanciación, que suena muy disparatada a la luz de nuestros conocimientos científicos modernos, sonara perfectamente razonable a los oídos medievales. No en balde, ésa era la época en que los alquimistas andaban buscando la mítica transmutación alquimística de los elementos en la piedra filosofal...

Pero desde el siglo XIX, comenzó a reunirse evidencia creciente de que la materia no era un todo continuo, y no había nada parecido a la substancia y los accidentes, sino que toda la estructura interna de la materia estaba compuesta de átomos y moléculas y otros bichos subatómicos varios. En la actualidad se sabe que la materia y la energía pueden ser intercambiadas bajo ciertas condiciones, según la fórmula E=mc2. De hecho, los científicos han conseguido hacer transmutaciones de elementos químicos entre sí, claro que en cantidades ultramicroscópicas, debido a las colosales facturas de electricidad que se deben pagar para esto, así es que por el momento no ha habido más que unos pocos átomos transubstanciados en la historia de la investigación física.

Frente a todo esto, la Iglesia Católica ha pasado limpiamente, anclada todavía en las doctrinas del Concilio de Trento, época en la que todavía no se hacían estos descubrimientos científicos. No en balde, califica la transubstanciación como un “misterio” (CIC, 1333). Probablemente lo sea.

NOTA FINAL.

Entre una serie de documentos, la Iglesia Católica se refiere a la eucaristía en los siguientes textos, todos ellos disponibles en la página de Internet del Vaticano (www.vatican.va):

- Catecismo de la Iglesia Católica (1322-1419). Ir hacia...

- Constitución Lumen Gentium (26). Ir hacia...

- Código de Derecho Canónico, Libro IV, Parte I, Título III (897-958). Ir hacia...

2 comentarios:

Teófilo dijo...

Tema complicado y de fé. Mas si es cierto lo que este artículo publica acerca de la segunda intención detrás del dogma de la transubstanciación, entonces puedo decir que falta temor de Dios dentro de la iglesia católica. Si por el contrario, todos los argumentos católicos son ciertos, estamos ante un dilema de fé frente a nuestro Señor Jesucristo y faltando a un mandato suyo. No lo se. Le pido a Dios que me dé luces y hacer lo que es recto delante de Él. Cuando las tenga lo escribiré aquí. Dios les bendiga.

Beatriz dijo...

Soy católica y dejé de comulgar cuando un sacerdote me gritó porque dije que yo a eso lo entendía como un simbolismo.Comulgar con la idea de que me estoy comiendo a Jesús me hace sentir antropófaga y comerme a Jesús sabiendo que lo voy a digerir con los tallarines del domingo y defecar luego en las cloacas me parece una blasfemia.Los obispos de la edad Media eran unos delirantes teológicos y yo una persona sensata del tercer milenio.Hasta cuando nos obligarán a creer en estos delirios. Beatriz