EL PADRE ALBERTO HURTADO, "UN SANTO ESTUDIOSO"
“Un santo estudioso”, por Juan Ochagavía Larraín, S.J.*
Al pensar en Alberto Hurtado la gran mayoría de la gente piensa en el sacerdote superactivo, en el cura que recoge los niños vagos del Mapocho, amigo de los pobres, fogoso orador en pro de la justicia. Muchos se extrañarían si se les dijera que fue un hombre disciplinado y ávido de saber, de enorme capacidad intelectual y de horizontes muy vastos y profundos. En una palabra, un hombre estudioso, en el sentido más noble de esta palabra, derivada del latín “studium”, que indica dedicación, amor, aplicación al saber, búsqueda de lo mejor y más perfecto.
Sin duda que Alberto Hurtado (AH) fue muy activo, gran amigo de los niños y de los pobres. Pero desconocer u olvidar su dimensión intelectual y de hombre de estudio, es fallarle en algo esencial, es desvirtuar su imagen y pasar por alto un constitutivo de su misma santidad.
Me propongo, espigando en la vida y los escritos de AH, ofrecerles un cuadro del trabajador intelectual que él fue. Esto nos ayudará no sólo a rescatar el hecho de que estudiaba mucho, sino a conocer mejor las características de su inteligencia.
De joven jesuita Alberto alude varias veces a su “falta de talento” y “a su falta de aplicación al estudio”. En reacción a esto, se propone “estudiar mucho” y seguir con “mucha docilidad las indicaciones de los profesores”. Esto resulta extraño, porque el que así habla es un joven abogado que terminó sus estudios de Leyes y Ciencias Políticas “con distinción unánime” (Positio, Documentos, cáp. III, doc. 6).
En el colegio de San Ignacio había sido un buen alumno de “excelencia”, mas no de los primeros. Pero este colegial, que no se preocupaba de ser el primero de su clase, se desquitaba leyendo en vacaciones. De 16 años da cuenta a su amigo Manuel Larraín de una impresionante lista de lecturas y lo invita a que “en lugar de llenarte la cabeza de novelas, leyeras algunos libros serios, que verías que te harían bien”.
Como universitario.
Ya alumno de derecho de la Católica, además del medio tiempo de trabajo rentado con que ayudaba a su madre, y de todas sus actividades apostólicas en la Congregación Mariana y con los pobres, siente necesidad de complementar las materias con otros estudios. Le dice a Manuel: “…eso de seguir las leyes solas yo lo encuentro ridículo, fui a la Universidad y vi que no había más de tres horas de clase diarias, lo cual es una miseria”. Alberto quiere tomar clases de economía y un curso de dos meses y medio de contabilidad, y le pide a Manuel que lo acompañe en esto (63, 8).
En Leyes fue un alumno destacado, el tercero de su clase (Pos. 31, 39). En los Círculos de Estudio de la Congregación Mariana estudiaba los documentos de la Iglesia, especialmente los relacionados con la doctrina social, y casi cada mes escribía artículos sobre estos temas en el boletín Efemérides Marianas.
En el colegio, Alberto había aprendido francés, siendo capaz de leerlo y hablarlo bien. En cartas a Manuel de 1923, le cuenta que prepara su memoria y que en las tardes da unos paseos en los que hace “unos feroces sermones en franchuti sobre “Le Prêtre, que peut il faire? Et beaucoup d’autres choses sur ce sujet. Je les trouve charmants,… comme mes chants”.
El inglés lo llegó a leer bien en la Universidad, lo utilizó en su tesis de licencia, y más tarde perfeccionó el lenguaje hablado en Irlanda. El italiano lo leía con facilidad. En la Universidad, junto con su amigo Álvaro Lavín, estudió latín con el padre Villalón, para ir así adelantando en los estudios que le exigirían en la Compañía de Jesús (Pos 31,3). En sus cartas que años más tarde escribe al P. General como Consultor de la Provincia, se echa de ver un buen dominio de esta lengua, y hasta se permite de vez en cuando algunas elegancias.
Las dos Memorias de Derecho, para recibirse de bachiller y licenciado en Leyes y Ciencias políticas, muestran su sensibilidad e inclinación a los problemas sociales de su tiempo: “Reglamentación del trabajo de los niños” (46 págs) y “El trabajo a domicilio” (55 págs). Esto nos indica una característica de su inteligencia, capaz de sentir empatía y moverse por el prójimo, en especial por los niños y jóvenes, lo que se continuará manifestando en su labor pedagógica en colegios y en el Hogar de Cristo.
Estas Memorias muestran asimismo algunas características intelectuales notables que crecerán a lo largo de su vida: pensamiento metódico, ordenado, fundado en hechos recogidos de la realidad (encuestas, visitas a Curanilahue), empleo de la legislación comparada (para lo que le servía su manejo de varias lenguas), honestidad para dar cuenta de los límites de su investigación, búsqueda de soluciones sensatas y realistas, no escribe párrafos bonitos sino que propone soluciones.
En la Compañía.
Alberto ingresa de 22 años a la Compañía y se ordena sacerdote 10 años después. Pero prosigue sus estudios hasta fines de 1935, o sea un total de 12 años. El 15 de febrero de 1936 llega a Chile con tres licencias (Leyes, Filosofía y Teología) y un doctorado (Pedagogía con mención en Psicología) y empieza una intensa labor como docente y sacerdote, dos realidades que él siempre las vivió unidas. Impresiona pensar que este hombre que sólo trabajó 16 años como sacerdote, haya vivido 30 años estudiando. Y que lo hizo con entusiasmo, dedicación y logros notables. Es algo que conviene no olvidar.
Después del Noviciado Alberto estudió humanidades clásicas en Córdoba, Argentina, cosa que lo marcó muy hondo. Allí alternaban el arte, la literatura, la historia y las lenguas. Siguió perfeccionando su latín y estudió griego. Más tarde aprendió a leer alemán, cosa que le fue muy útil en sus estudios de pedagogía y psicología, disciplinas en que imperaban los autores alemanes.
En el Archivo hay una carpeta que contiene escritos de Alberto como estudiante. Se entremezclan apuntes espirituales suyos con ensayos y hasta con un poesía, “Bodas divinas”, que le dedica a su amigo Manuel Larraín el día de su ordenación sacerdotal en Roma. Dicho de paso, bonita como signo de amistad, pero bien pobre como poesía.
Un escrito de más de 30 páginas trata de la Grecia del siglo V y IV antes de Cristo. El texto, muy corregido, muestra la lucha por el estilo. Alberto vibra con la democracia ateniense, con su escultura, letras y arquitectura. Se conmueve de admiración con Sócrates, en el Fedón de Platón, y traza un paralelo entre él y Jesucristo.
El humanismo clásico de la cultura, el arte y las letras son para Alberto no un adorno exterior sino algo mucho más hondo, que tiene que ver con la revelación y el seguimiento de Jesucristo.
En unas conferencias al clero, años más tarde, les dirá que antes de hablar sobre los conocimientos teológicos, se ha de poner una sólida base en los profanos. Tal ha sido la tradición de los Padres de la Iglesia que vieron la luz y las semillas del Logos Jesucristo en las luces de la cultura de Grecia (cita a Clemente de Alejandría, Cipriano, Lactancio, Agustín. Y de sus doctores que han enseñado “que todo conocimiento humano puede servir para conocimiento y confirmación de la fe” (menciona a Santo Tomás, San Alberto, San Roberto Belarmino, San Francisco de Sales).
El P. Hurtado es sensible al “mundo de lo bello en el arte, en la cultura, en la literatura, en la música y hasta en la cultura corporal”. “El mal gusto tendrá consecuencias fatales...La falta de gusto formado es peligrosa para un sacerdote. Si éste no posee ningún sentido de la armonía, de la proporción, será también inseguro en el juicio de los hombres. Allí no habrá armonía entre lo verdadero y lo bello...A lo bello le corresponde un puesto tan esencial como a lo bueno y a lo verdadero.
La teología de Lovaina.
Circunstancias internas de España hicieron que Alberto, después de algunos meses de iniciada la teología, la continuase en Lovaina, donde estuvo desde 1931 a 1935. Lovaina era un centro intelectual de mucho prestigio. El Cardenal Mercier había renovado su Universidad Católica, poniéndola en diálogo con la filosofía moderna y las ciencias experimentales.
La Facultad jesuita de Lovaina participaba de ese espíritu. Contaba con profesores notables, como Pierre Charles y Émile Mersch, el moralista Carpentier, los escrituristas Lambert y Levie, el filósofo Joseph Marechal. Fueron hombres que marcaron rumbos a la renovación teológica de la Iglesia que llevaría al Concilio. Alberto se zambulló con entusiasmo en ese medio, dejando fama de muy buen estudiante.
Los apuntes que nos quedan de esta época son sobre todo de carácter espiritual. En los de teología se echa de ver una gran claridad y precisión de conceptos, su capacidad de estructurar una visión sintética de un conjunto amplio y complejo y su fuerte dedicación a los estudios. Parecen ser apuntes redactados después de clase, en base a notas tomadas en ellas, siguiendo la regla en tres pasos que propone la Compañía a sus estudiantes: primero, escuchar y entender; segundo, repetir; y tercero, memorizar. Hay también notas de lecturas de autores muy valiosos, como Maurice de la Taille sobre la Eucaristía; Henri Bremond, sobre la historia del sentimiento religioso; Jules Lebreton, la vida y enseñanza de Jesucristo.
Desde joven AH había leído encíclicas y libros de espiritualidad y teología. Pero la teología de Lovaina lo marcó muy hondo y agrandó su mente y corazón inquietos a grandes horizontes.
Creía profundamente que la teología es “el gran estudio sacerdotal”, lo que “es mucho más que pasar exámenes sobre materias teológicas”. Para él “no hay estudio más apasionante si se hace con seriedad” (185). La concebía como “...un trato profundo y personal con la Palabra de Dios; un beber dicha palabra en la Escritura y en la Tradición”. “...debe abarcar la vida toda a la luz de la revelación...”, “...es la ciencia de Dios y la suma más alta del saber humano...”.
Esta concepción tan rica de la teología fue creciendo en Alberto hasta el fin de su vida. A medida que conoció nuevas personas, nuevos desafíos, nuevos autores, y se jugó por llenarlos del Espíritu de Cristo, se hizo más teólogo, más lleno de la Palabra de Dios.
Doctorado en pedagogía con mención en sicología.
El interés de AH por la pedagogía le viene desde colegial en San Ignacio. Su director espiritual, el P. Vives, percibió esto y lo orientó no sólo a los social sino también a lo pedagógico. Alberto sabía que al regresar a Chile iría a trabajar al Colegio de San Ignacio, que por los años 30 era la obra educadora más fuerte de la Compañía en nuestro país.
Su inteligencia y gran capacidad de trabajo le permitieron sacar simultáneamente la licencia en teología y el doctorado en pedagogía con mención en sicología. A juzgar por el parecer de sus superiores y compañeros, no se ve en ningún momento que la pesada carga de estudios que Alberto se echó encima haya alterado su unión a Dios, ni su paz interior ni su trato amistoso con los compañeros de comunidad. Desde sus años de estudiante sabía que al jesuita le aguarda un trabajo muy intenso para “unir a las almas con Dios”.
El Archivo Alberto Hurtado contiene dos carpetas de temas pedagógicos: la N° 5, con la tesis doctoral sobre Dewey, y la N° 13, que agrupa 19 escritos varios.
En 45 páginas manuscritas anota las características de la educación primaria y secundaria de Italia, Bélgica, Francia, Alemania e Inglaterra. Con prolijidad estudia los programas, los horarios de clase, los sistemas de exámenes, los títulos requeridos de los profesores y la relación de la educación con el Estado. A veces se detiene a hacer un croquis del edificio que visita. Se interesa tanto por las visiones globales como por los detalles (13, 1, 1-34). Siempre tiene a Chile en vista, como se ve en un documento llamado “Sugerencias para Chile” (13, 2).
Otros documentos de la carpeta 13 tratan temas muy especializados, como ser: “Didáctica Experimental”, “Tests pedagógicos”, “Organización pedagógica moderna”, “Sugerencias sobre un internado en el campo” (13, 4-19).
La tesis doctoral sobre John Dewey.
La tesis de doctorado en pedagogía se titula “El Sistema Pedagógico de Dewey ante las exigencias de la Doctrina Católica”. Fue dirigida por el profesor Buyse y sometida a la aprobación de los profesores de la Universidad de Lovaina el 10 de octubre de 1935. En su discurso de presentación Alberto agradece a su director de tesis “por haber puesto a su disposición su cultura, su tiempo y su interés en todos los instantes”. Como podemos ver, nuestro Alberto está en el corazón de la Academia, frente a un claustro de profesores muy distinguidos,.. ¡y ha aprendido a usar su lenguaje!.. En su aspecto puramente exterior, la tesis tiene 220 páginas de texto y 28 de notas. Consta de una introducción y 12 capítulos, siendo el último una mirada evaluadora del conjunto.
¿Qué mueve a este jesuita chileno, criado de niño en el valle de Casablanca, a escribir en francés sobre un pedagogo y filósofo norteamericano? Lo mueve algo muy ignaciano: el MAGIS, el mayor servicio de Dios. De hecho, Dewey era el principal exponente de la “Educación Nueva”, la figura más representativa del pensamiento pedagógico moderno, de enorme influjo no sólo en los Estados Unidos, sino en las reformas educacionales de Rusia, China, Japón, Alemania, India, Bélgica, Suiza y América Latina, por citar sólo algunos países.
En aquellos años muchos católicos rechazaban la posibilidad de aplicar en pedagogía las ideas de Dewey, por considerarlas inseparablemente ligadas a fundamentos filosóficos inaceptables.
AH se propone, como lo dice en el título, dar un juicio doctrinal sobre la obra pedagógica de su autor. Para ello emplea un enfoque genético evolutivo. En vez de concentrarse en la filosofía del último Dewey, señala cómo a lo largo de 50 años su pensamiento filosófico evolucionó muchísimo. Y lo muestra dialogando, a través de Dewey, con el intuicionismo escocés, con Hegel, con Williams James y los instrumentalistas norteamericanos.
¡Un Alberto en diálogo con el pensamiento de grandes filósofos no es un cuadro muy usual dentro de la imagen pública que de él tenemos hoy! Y sin embargo esto es también él. Y no lo hizo sólo por requerimientos académicos de una tesis doctoral, como lo demuestra el hecho de que 10 años más tarde, inmerso en Chile en un intenso quehacer, estudiará a Jean-Paul Sartre y otros filósofos, y escribirá sobre ellos. No, el diálogo con la cultura, la filosofía y la religión, con las corrientes vivas de la sociedad, es un constitutivo esencial de la personalidad y obra de Alberto Hurtado.
Su impacto pedagógico en Chile.
En febrero de 1936, de 36 años, vibrante de entusiasmo con sus estudios acabados, el Padre Hurtado vuelve a Chile. Hay muchas esperanzas puestas en él. Lo nombran profesor de religión y director espiritual en el Colegio San Ignacio y profesor de pedagogía en el Seminario Pontificio de Santiago y en la Universidad Católica.
Prepara cuidadosamente las clases de pedagogía y las publica, primero en forma de artículos en la revista Estudios y en la Revista Católica, y más tarde en libros: La vida afectiva en la adolescencia, La crisis de la pubertad y la educación de la castidad. En sus clases cita profusamente autores europeos y norteamericanos, y seguramente los seminaristas se sintieron aplastados con tanta profundidad y erudición.
Frente a los nuevos movimientos de renovación pedagógica, Alberto se mostró profundamente interesado y a la vez muy libre para criticarlos: “no todo es oro puro”. Contagia amor y respeto al niño, al adolescente y al joven. Invita a los padres de familia y educadores a ganarse la confianza de los niños, y les dice que “para gozar de su confianza hay que guardar perpetuamente la adolescencia del corazón”.
Insta a los profesores a que sus alumnos los vean como amigos, porque no basta instruir, hay que educar, “y lo que valoriza la vida no es la instrucción, sino la educación”. Porque después de todo, la instrucción da algo al hombre, pero no lo hace mejor y lo que importa en la vida no es tener algo, sino ser algo”. Para educar hemos de inspirar y entusiasmar.
Hemos de cultivar en los educandos las virtudes humanas: la urbanidad, la educación, la cortesía, la caballerosidad, el respeto por los demás y por las cosas. No separarlas de las virtudes sobrenaturales porque “en el orden actual no hay virtud que sea puramente humana para el cristiano”.
Estas ideas pedagógicas eran muy de avanzada dentro del término medio de la educación chilena, tanto de la fiscal como de la particular. Traían un aire refrescante y oxigenador en medio del enciclopedismo de los cursos y programas de aquella época.
AH ejerció influjo pedagógico no sólo en los colegios jesuitas y de la Iglesia sino en el conjunto de la educación nacional. Al ser nombrado por los Obispos Asesor de la Juventud de Acción Católica, hubo de disminuir su dedicación a la renovación pedagógica a nivel universitario y nacional. Pero nunca lo abandonó del todo. Formó parte y contribuyó a la Comisión del Ministerio de Educación para revisar los estudios y programas de le educación secundaria (agosto 1938) y aportó a la creación de la FIDE primaria y secundaria, que aglutina en una federación a todos los colegios y escuelas particulares.
Además, fiel a su compromiso con el Rector de la UC, siguió dictando clases de pedagogía en el Pedagógico de dicha universidad. Y continuó su enseñanza y dirección espiritual en el Colegio jesuita de Santiago propiciando, a partir de 1945, una reforma de la enseñanza de religión en base a estudios realizados por especialistas de Europa (Padre Delcuve, Teología kerigmática de Innsbruck) y de Estados Unidos (John C. Murray).
A estos aportes, que se refieren más bien a la educación escolarizada, habría que añadir su inmensa contribución a crear una conciencia social viva y operante, a renovar el interés de la juventud por los valores morales, a sacudir una fe católica individualista y dormida, a la formación de los obreros en las escuelas sindicales, a encontrar los valores educativos del cine.
Su amor a los libros.
Alberto de joven había sido un buen lector. No de “novelitas rosa” sino de literatura y otros “libros serios” que lo marcaron en su vida. Bueno, este rasgo de amor a los libros, a leer y escribir libros, lo acompañó toda su vida. Puso en práctica la recomendación de que para entender bien un problema había que escribir un libro. De hecho, en 16 años escribió 12 libros y numerosos artículos.
Ya próximo a terminar sus estudios en Europa, se preocupó de adquirir los libros que necesitaría para su trabajo. Con ayuda del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, que le otorgó una cierta representación diplomática, se las ingenió para conseguir que le regalaran una biblioteca especializada en Ciencias de la Educación y Sicología, con el compromiso de organizar en Santiago una Exposición del Libro.
En su cuarto del Colegio de San Ignacio tenía un estante con unos doscientos libros para prestar y un cuaderno donde los anotaba. Es interesante revisarlo. Muestra qué libros tenía y a quiénes los prestaba. Había libros de filosofía, literatura, historia, vidas de Cristo, espiritualidad, política, doctrina social, novelas (Los santos van al infierno, de Cesbron; La hora 25, de Georghiu). La lista no es unidimensional sino amplia. Los usuarios son personas que por lo general se han destacado como profesionales cristianos.
Existía en el Santiago de los años 40 la librería católica “Splendor”. Alberto se esforzó por darle un carácter más profesional. Se movió para hacer traducir varias obras importantes de formación, como los dos tomos de La vida de Nuestro Señor Jesucristo, escrita por el misionero jesuita en la India Alban Goodier.
Más tarde, en su viaje a Europa de 1947 contactó a la Congregación de los Paulinos —que tienen por carisma la difusión del libro católico— para que la tomasen a su cargo, cosa que siguen haciendo hasta hoy día, extendiéndose por todas las ciudades grandes del país.
En este mismo viaje, volvió con un cargamento de libros de especialidades muy diversas, pero todos apuntando a lo mismo: a una vida cristiana más intensa, a un Chile más justo y solidario, a una juventud más educada, a una Iglesia más fermento en la masa.
“Estar al día”.
Estar al día es para el Padre Hurtado una obligación central. Tiene que orientar a muchos desde la sala de clase, el púlpito y la dirección espiritual. Además, recibe muchas consultas. Los Obispos lo han nombrado Asesor Nacional de la Acción Católica de Jóvenes y su palabra es escuchada con avidez por miles de jóvenes a lo largo del país y más allá de sus fronteras. La juventud mundial está tironeada por el nazismo, el fascismo, el comunismo, el individualismo, la religión del pasarlo bien y la increencia occidental. Su desorientación es muy grande.
En su ya muy apretada agenda se busca espacios para estudiar y preparar las clases, conferencias y retiros con sus libros favoritos de teología y con revistas de actualidad teológica, pedagógica y social. Cuando hace 22 años me metí a leer todos sus papeles, me encontré con apuntes de clases que le había escuchado como alumno de sexto año en el año 1944. Fue una clase muy impactante sobre la cultura y la religiosidad de la Rusia milenaria. Un enfoque totalmente distinto del anticomunismo fanático de entonces, que llevaba a identificar a Rusia con el marxismo de Lenin, estigmatizándola del todo.
¿Se puede saber cuáles fueron sus libros preferidos? Sobre el primero del ranking no cabe ninguna duda: los Evangelios, donde se empapaba de Cristo; las Cartas de San Pablo, que le trasmitían fuego apostólico. En una palabra, la Biblia. Muchas veces su lectura bíblica terminaba ante el Santísimo Sacramento, preguntándole al Señor resucitado: ¿Qué harías Tú hoy en mi lugar?
Entre sus autores predilectos, que eran como su marco referencial estable, estaban los jesuitas Grandmaison, Lebreton y de la Taille. Se apoyaba mucho en los libros de Karl Adam sobre Jesucristo y la Iglesia y los recomendaba como lectura. Por la segunda mitad de los cuarenta se encontró con El Medio Divino, de Teilhard de Chardin e incorporó algunas ideas de este místico de la evolución, a sus propias reflexiones y escritos.
Para mantenerse al día de los acontecimientos mundiales, y en especial de la evolución de la Iglesia, lee revistas en castellano (Estudios, La Revista Católica, Criterio, Sal Terrae), en inglés (Social Order, Theological Studies), en francés (Nouvelle Revue Théologique, Études, Revue de l’Action Populaire, La vie Intellectuelle) y en italiano (La civiltá catolica). En esta asidua lectura de revistas hemos de ver el origen de la revista que él quiso fundar, Mensaje.
Leía mucho, con lápiz en la mano, pensando, escribiendo, preguntándose, buscando soluciones a los problemas de hoy. Los que lo conocimos recordamos cuando llegaba a Calera de Tango con una maleta de libros. Y las más de las veces regresaba a Santiago con un nuevo libro o algunos artículos.
Para estar al día se impuso la disciplinada tarea de cada dos años hacer su propio balance de la situación del mundo y de la Iglesia en Chile y en otras naciones y continentes. Su libro ¿Es Chile un país católico? (1941), que conmovió a la Iglesia, pertenece al mismo género literario de estudio y balance de la realidad en un momento dado. En parte pertenece también a este tipo el Humanismo Social (1946). Lo mismo, el informe que presenta al Papa Pío XII sobre la realidad social, económica, política y religiosa de Chile (Sept. 1947) y los informes periódicos que entrega a su Provincial.
Sus juicios y balances del mundo y de la actualidad eclesial, como también de las cosas de la Compañía, tienen seis características muy suyas: 1ª. Son realistas, basados lo más posible en datos de la realidad. Nada de impresiones vagas o subjetivas. Acude con frecuencia a estudios sociológicos. 2ª. Hay en él un a priori favorable a las nuevas situaciones, no es negativo ni condenatorio. Funciona con el “Presupuesto” de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, de que nuestra primera reacción sea tratar de entender bien lo que dice el otro. 3ª. Juicio crítico inteligente y matizado, separando lo que sirve de lo que daña. 4ª. Libertad, franqueza y humildad para exponer su propio parecer. 5ª. Mirada siempre esperanzadora. 6ª. Búsqueda y propuesta de soluciones eficaces. Nada de lamentos desesperanzados ni de descalificaciones ofensivas. Era fuerte, y para él lo propio del cristiano es construir.
Otra de sus maneras de estar al día era conversar con personas de Iglesia y especialistas en temas de su interés. Con su amigo Manuel Larraín, que era un hombre de muchas relaciones con personas sabias, compartía ideas sobre el acontecer nacional, la Iglesia y el mundo.
El tema del P. Hurtado y el estudio es como adentrarse en un bosque del sur. A medida que penetramos, surgen nuevos senderos que desearíamos recorrer. Lo dicho hasta el momento es apenas un comenzar a internarnos en este bosque profundo, lleno de claros de luz, de cantos de pájaros y de cosas hermosas.
Queda todo por decir sobre la docena de libros que escribió, en los que Alberto invirtió tanto esfuerzo y esa creatividad tan suya de poner en fácil cosas que se suelen decir en difícil. Faltaría comentar con cuánto cariño y estudio preparó la pedagogía con que el Hogar de Cristo debería acoger y formar a los niños. ¡Son notas que conmueven!
Habría que analizar su ponencia sobre “Iglesia y Estado”, presentada en el Congreso de Moralistas de enero 1948, en Lyon, Francia, en la que él toma una posición juzgada en aquella época demasiado de avanzada.
Igualmente, para conocer mejor su mente inquisitiva, que por todas partes busca fragmentos de verdad, “chispas del Logos Jesucristo”, tendríamos que decir algo sobre sus lecturas de Sartre y de Camus, y los artículos para Mensaje, que de allí salieron. Lo mismo, sobre sus cartas, en las que se revela tan humano, hondo y reflexivo.
Decantaciones.
Decantemos de lo expuesto algunas de las características de este Santo estudioso. Había un sustrato familiar favorable que lo predisponía al esfuerzo y al estudio. Tiene una personalidad generosa y apasionada, que gracias a la formación familiar austera y al apoyo del Colegio, encauza ordenadamente por caminos de superación y servicio a los demás.
Alberto siempre decía que una voluntad fuerte se desarrolla ante la presencia de un ideal. Para él este ideal fue Cristo, que lo llamó al sacerdocio en la Compañía de Jesús. Ayudado por la oración, los sacramentos y el acompañamiento espiritual, fue creciendo en unión y entrega a Cristo y en deseos de servirlo. Estoy persuadido de que el amor y el deseo de servir a Cristo, al Cristo completo, han sido el factor más marcante del desarrollo intelectual del Padre Hurtado, en toda su riqueza y variadas facetas. Vivió y estudió con un tinte y una relación con Jesucristo: por Él, con Él y en Él. Por mucho que esto suene a mística piadosa, desconocerlo sería alterar los datos de la realidad.
Una vez salido del colegio, teniendo en miras el sacerdocio, Alberto se dedicó con ahínco al estudio y aumentó su capacidad de trabajo intelectual, alcanzando niveles de rendimiento muy por encima de lo corriente. Estudia con entusiasmo y constancia, rigor y método. Por naturaleza más bien tímido, se esfuerza por mejorar en la expresión oral y escrita. Expone su pensamiento con claridad, convicción y un cierto grado de buen estilo.
Su inteligencia es realista, busca conocer y se somete a los datos objetivos. No es fantasiosa. Posee un gran talento organizativo. No se contenta con el “pensar” sino que busca el “hacer”. Siente que las ideas son para ponerlas en práctica (¡como el dabar bíblico!). Esto es un rasgo muy suyo. La necesidad del “hacer” lo mueve a buscar colaboradores y a crear redes: la Acción Católica, las Congregaciones Marianas, el Hogar de Cristo, la ASICH, etc. No siente haber hecho lo bastante antes de realizar todo lo posible. Y cuando no puede más, entonces le encomienda todo a Dios para que Él haga lo que sea su voluntad.
Su inteligencia realista lo lleva a buscar la verdad por sus pasos. Es un pedagogo por naturaleza y por formación.
Pudo haber sido un investigador destacado y un académico brillante, si se hubiese sentido llamado por Dios a dedicarse a esto de por vida. Dio abundantes pruebas de capacidad y constancia de poder serlo. Sin embargo las necesidades de la Iglesia lo llevaron por otros caminos. Pero conocía bien lo que es el nivel y el rigor científico y era capaz de trabajar a fondo en temas complejos y difíciles.
No es un hombre de visión estrecha sino de horizontes muy amplios. Es capaz de interesarse por los problemas teológicos, por las cuestiones de pedagogía, de literatura, de filosofía, de sicología, de sociología, de política, derecho del trabajo, historia de la Iglesia, situaciones de eclesiales de otros países como ser América Latina, Rusia, Francia, África, Estados Unidos de Norteamérica.
Amante de lo sólido, sin dejarse fascinar por la novedad, es al mismo tiempo un hombre abierto a lo moderno. Se resiste a la afirmación del “Nihil novi sub sole”, de que todo lo actual ya ha sido dicho por los autores antiguos.
En la línea de la inteligencia emocional, posee un gran don de empatía: de adaptarse al otro, entrar en sus problemas, vivir desde dentro su situación interior. Hemos visto este rasgo en su acercamiento a la filosofía y literatura no católica. Pero donde esto más relucía era en su relación con los demás. Lo que hizo, en frase de su Rector en Lovaina, que todos lo quisieran: “Querido por todos”.
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