07 enero 2007

TLACAELEL Y EL "DESTINO MANIFIESTO" AZTECA.

El que una religión sea utilizada para justificar la expansión militar de un imperio ha sucedido varias veces en la historia. Pero quizás nadie llevó esto a los extremos macabros de Tlacaelel, el medio hermano y "primer ministro" del emperador azteca Moctezuma I. El Ojo de la Eternidad refiere la reforma religiosa que impulsó Tlacaelel y sus tenebrosas consecuencias políticas, incluyendo la creación de la que probablemente calificaría como la religión más sangrienta de todos los tiempos.


[IMAGEN SUPERIOR: Reconstrucción del Templo Mayor de Tenochtitlán. Este fue, al mismo tiempo, la mayor muestra de poderío militar y político azteca, y la culminación de una religión que llevó a los aztecas a una de las más sangrientas guerras religiosas de todos los tiempos].

LOS AZTECAS.
Cuando se piensa en América Precolombina, la mente viaja inmediatamente hacia los "tres grandes": los mayas, los aztecas y los incas. Sin embargo, en la actualidad se sabe que la historia precolombina de América no es tan simple. Estas tres culturas, presentes en América a la llegada de los españoles, no fueron sino la última fase de desarrollo de frondosos linajes culturales, que llevaban existiendo en ese minuto entre dos y tres milenios, lo que equivale a la distancia que nos separa a nosotros de los tiempos de Cristo, e incluso de la Guerra de Troya.
Sin lugar a dudas, el rasgo más llamativo de la cultura azteca es su sangrienta religión. Y resulta aún más llamativo corroborar que ésta surgió a contrapelo de la tradición cultural mexicana de la época. Es cierto que entre los pueblos mexicanos existía una larga historia de obsesiones en torno a la idea de la muerte, como lo prueban los muchos relieves que nos han legado, pero ninguna otra cultura de la región llevó esta fijación morbosa hasta los límites genocidas de los aztecas.

EL PAPEL DE LOS AZTECAS.
Toda la región que se extiende entre lo que actualmente es México, Guatemala y Honduras, es conocida por los arqueólogos como Mesoamérica, y durante cerca de tres milenios fue la patria de una enorme cantidad de culturas, cuya irradiación cubrió toda Centroamérica por una parte, y se adentró hasta bien profundo en lo que actualmente es Estados Unidos, por la otra. La más antigua de estas culturas parece haber sido la de los olmecas, que surgió en la costa del Golfo de México. Cuando ésta se extinguió, dos ramas surgieron de la misma. En su tiempo se pensaba que ambas ramas habían corrido por separado, aunque ahora están probados los contactos entre ambas, pero en lo esencial, siguen siendo dos tradiciones culturales distintas, aunque con rasgos comunes. Una de ellas es el mundo maya, que surgió en la jungla de Chiapas y Guatemala. La otra es la cultura de los mexicas, que llegó a su máximo desarrollo en el Valle de Anahuac (donde actualmente está la Ciudad de México, y antaño patria de pueblos como Teotihuacán o los toltecas), y el Valle de Oaxaca, donde antiguamente estuvo el gran asentamiento zapoteca de Monte Albán, y floreció después la cultura mixteca.
La destrucción del Imperio Tolteca, hacia el siglo XIII, creó en el Valle de México un enorme vacío de poder, que generó cerca de dos siglos de guerras entre distintos reinos. El relativo triunfador fue una ciudad llamada Azcapotzalco. Pero la gloria de ésta sería efímera, ya que para ese tiempo un pueblo llamado los tenochas, se había instalado en las islas del Lago Texcoco (actualmente desecado, para dar paso a la Ciudad de México). Estos tenochas iniciaron su carrera política como mercenarios de Azcapotzalco, pero hacia el año 1430 aproximadamente, su rey Izcóatl se rebeló contra dicha ciudad, la arrasó, y proclamó la independencia. Nació así el Imperio Azteca ("aztecas" es el nombre que le darían los españoles a los tenochas, y significa "gente del país de Aztlán").
Si hemos de creer a las leyendas tenochas, o aztecas, éstos vinieron desde el norte. Formaron parte, pues, de las migraciones de pueblos chichimecas, tribus norteñas semicivilizadas que periódicamente se precipitaban sobre el Valle de México, cuando en éste no había ninguna autoridad capaz de contenerlos. Los tenochas, por tanto, no portaban consigo ninguna cultura propia, y asumieron en forma integral, aquella que recibieron desde Teotihuacán y los toltecas. Pero para la siniestra derivación de la misma, faltaba aún un poco más.

TLACAELEL Y LA REFORMA RELIGIOSA.
Hacia el año 1440, asumió el poder un rey llamado Moctezuma I (que no debe ser confundido con Moctezuma II, quien gobernó el Imperio Azteca en vísperas de la llegada de los españoles). Este Moctezuma I tenía un hermano llamado Tlacaelel, quien fue un verdadero ministro en las sombras. Desgraciadamente, los antecedentes sobre este Tlacaelel son mínimos: no podemos adjudicarle la autoría de ningún texto, político o literario, y las crónicas sobre su biografía personal son escasísimas. Sin embargo, tenemos a la vista la poderosa transformación que impulsó.
Hacia la época, el Imperio Azteca había heredado la hegemonía de Azcapotzalco, pero no era ni de lejos la poderosísima estructura política que llegaría a ser. Su cultura tampoco difería notablemente de la mexica. La manera que encontró Tlacaelel para fortalecer a los aztecas y convertirlo en un gran imperio, fue utilizar la religión. La política de Tlacaelel fue directa y brutal, y sus métodos fueron mortíferamente eficaces.
Lo primero que Tlacaelel hizo, fue rediseñar por completo el pasado azteca. Para eso, fraguó numerosas crónicas en las cuales los aztecas descendían del Imperio Tolteca, algo que según la evidencia moderna es una falsedad manifiesta. Como un Führer cualquiera, Tlacaelel ordenó sostener esto como una "historia oficial", impulsando la destrucción de todo texto que refiriera un origen diferente para los aztecas.
En este origen mítico, los aztecas llegaron desde una tierra lejana llamada Aztlán, guiados por el dios Huitzilopochtli. Esta migración, verdadera versión precolombina del Exodo, es una "prueba" de que los aztecas son un Pueblo Elegido. De esta manera queda establecida la relación entre Huitzilopochtli y los aztecas. A la sazón, el mencionado Huitzilopochtli no era hasta la fecha sino un dios menor, y fueron los aztecas quienes le otorgaron un rango supremo.
El rasgo más mortífero fue la creencia de que los dioses debían ser alimentados con sangre humana. La tradición del sacrificio humano y el culto de la muerte no eran desconocidos en Mesoamérica, pero la idea de una industria sistemática del sacrificio humano fue llevada por los aztecas hasta el máximo posible. Según esta innovación de Tlacaelel, si los aztecas dejaban de hacer sacrificios para los dioses, nada menos que el universo entero se acabaría. He aquí entonces la justificación para las guerras de conquista, la llamada "guerra florida": si los aztecas no hacían prisioneros, no habría sacrificios, y por tanto, el universo entero moriría.
El plan de Tlacaelel tuvo un éxito macabro. En medio siglo, los aztecas se convirtieron de un reino más, en los señores de todo México. Hacia 1486 o 1487, es decir, uno o dos años antes de la muerte de Tlacaelel, fue inagurado el famoso Templo Mayor de Tenochtitlán, y en éste se sacrificaron, según las crónicas, no menos de ¡60.000 personas! en tres o cuatro días. El escalofriante procedimiento de sacrificio industrial incluía tomar al prisionero vivo, rajarle el pecho con un afilado cuchillo de obsidiana y extraerle el corazón aún palpitante, para ofrecerlo a los dioses, así como su sangre, arrojando después el cuerpo escalinatas abajo, a la muchedumbre.
Pero también los aztecas se ganaron el odio eterno de los otros pueblos precolombinos. Cuando Hernán Cortés conquistó el Imperio Azteca, buena parte de su éxito se debió al apoyo de todos aquellos pueblos que odiaban a muerte a los aztecas.

¿EL ÚLTIMO DE LOS POLÍTICOS JIHADISTAS...?
Darle sanción religiosa a la alta política no es truco nuevo, y son legión las civilizaciones que adoran a sus reyes como dioses. Los reyes que utilizan la religión como herramienta política para consolidar su poderío también son varios, y entre ellos están Tutmosis I en Egipto, Pachacútec en el Imperio Inca, Suryavarman II en el Imperio Khmer, Akbar en la India, y un largo etcétera que quizás algún día refiramos. Una consecuencia lógica de esto es identificar a un pueblo con un "Pueblo Elegido" o una "Raza Elegida", y por tanto, justificar la guerra religiosa como "la voluntad de Dios". El listado de "guerras santas" cubre la Jihad de Mahoma y sus sucesores, las guerras de los Macabeos en el Judaísmo, las libradas por el zoroastriano Imperio Sasánida, las Cruzadas cristianas, la "guerra justa" de los españoles contra los "paganos" de América, las campañas de Aurenzgeb en la India del siglo XVIII, etcétera. Determinadas doctrinas geopolíticas que hacen énfasis en la condición de "nación especial" también pasan aceptablemente por guerras santas, y por tanto, deberíamos incluir la "sagrada misión del hombre blanco" de llevar la "civilización" al resto del mundo, en el Imperio Británico, o el intento por constuir un Lebesraum ("espacio vital") para el Tercer Reich. Las guerras libradas en nombre del Destino Manifiesto, con sus raíces protestantes y masónicas, también ingresan en esta categoría, y no es casualidad que la campaña actual para llevar la "libertad" y la "democracia" a Irak y a todo el Oriente Medio, sea llevada a cabo por un hombre tal "devoto" y "religioso" como el cristiano renacido George W. Bush.
Pero pocos pueblos han llevado esto hasta el extremo de los aztecas. En su cosmovisión, los aztecas no libraban la guerra sólo para el triunfo de la verdadera fe. Para ellos, se trataba nada menos que de la salvación del universo completo. Semejante megalomanía es única en toda la historia, y ni los judíos se atrevieron a llegar tan lejos: al menos ellos estimaban que habría un triunfo final para su causa, y además, históricamente ofrecieron la opción de convertirse a sus conquistados, sin sacrificios humanos de por medio. Es una lástima que no conozcamos más de la psicología o pensamiento político de Tlacaelel, porque este casi por completo desconocido político azteca es, sin lugar a dudas, para bien o para mal, uno de los más peculiares personajes históricos existentes jamás.

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