25 junio 2006

COLABORACIÓN Y COMPETENCIA: LA CIENCIA TRAS LA "REGLA DE ORO"

Todos conocemos la vieja Regla de Oro: "haz a los demás lo que quieres que los demás te hagan a ti". Sin embargo, hay una contradicción entre lo que debería ser (todos los hombres deben amarse los unos a los otros) y lo que es (el hombre es un lobo para el hombre). Las religiones predican la bondad entre las personas, pero por otra parte, incluso hasta los religiosos más de alguna vez han tenido actitudes reñidas con ese precepto que predican. ¿Cómo explicar estas contradicciones? El Ojo de la Eternidad arroja un novedoso enfoque del problema, a partir de la moderna Teoría de Juegos.


[ILUSTRACIÓN SUPERIOR: "Bárbaros dando hospitalidad a los peregrinos", grabado de Gustavo Doré para la historia de las Cruzadas. Casi todas las civilizaciones han considerado la hospitalidad con los extraños como un deber casi sagrado].

LO QUE DEBERÍA SER Y LO QUE ES.
Uno de los sermones más repetidos a los niños, cuando éstos hacen algo que no debieran a otra persona, tiene más o menos el siguiente tenor: "¿te gustaría que te hicieran eso a tí?". Esto no es otra cosa sino una versión simplificada y en versión subjetiva de la vieja Regla de Oro, que fue formulada por primera vez de manera negativa, "no hagas a los demás lo que no quieres que los demás te hagan a ti", y luego de una manera más positiva: "haz a los demás lo que quieres que los demás te hagan a ti". Este parece ser un principio moral universal. Aunque el Judaísmo no lo enuncia de manera sintética, es obvio que el Decálogo completo, con las prohibiciones de actos indeseables como robar, matar, apoderase de la mujer del prójimo, etcétera, está inspirado en esto. Por añadidura, el propio Yahveh se toma la molestia de decir: "no maltratarás ni oprimirás a los extranjeros, porque extranjeros fueron ustedes en la tierra de Egipto" [Exodo 22:21]. Mejor expresión de reciprocidad en la Biblia es difícil encontrar. En el Cristianismo, Jesucristo condensó toda la Ley en el mandamiento de "ama a los demás como a ti mismo". En el Budismo, el mandamiento supremo es la compasión por los semejantes, algo que va más allá incluso de la simple retribución. En cierta medida, todo el discurso ilustrado sobre los derechos humanos también parece una versión filosófica y agnóstica del viejo mandamiento, así como lo eran muchos preceptos de escuelas filosóficas griegas como el Estoicismo. Y, sin embargo, todas las religiones, de una manera u otra, han terminado por hacerse militantes, y han llegado incluso a extremos como la conversión forzosa o el exterminio de los "paganos" y los "infieles". Y esto, incentivado por el hecho de que la propia estructura mental de una religión tiende bien poco a predisponerla hacia la tolerancia. La reciprociedad sigue operando, pero ahora en sentido negativo: el hombre de religión es intolerante y fanático porque el otro, a su vez, lo es. Con mucha razón se dijo que de tanto ser enemigos, George W. Bush y Osama Bin Laden no podían vivir el uno sin el otro, obligados como estaban ambos a tener frente suyo a un enemigo fundamentalista que sirva para justificar sus propias posiciones.
Lo que abre una buena interrogante. Tienen que haber grandes incentivos para obrar de una manera tan inconsecuente, predicando la paz y la concordia, y por otra parte, dedicándose al arte de destripar infieles a mansalva. Y si el poder de los sacerdotes deriva de la gente que cree en las religiones, entonces tiene que haber una explicación no sólo para que los sacerdotes se dediquen a estas cacerías de brujas, sino también para que sus fieles las sigan. Y en medio de todo esto, aún se den el tiempo para defender la vieja y saboteada Regla de Oro...

EL DILEMA DEL PRISIONERO.
El estudio científico del egoísmo como fenómeno principió muy probablemente con Adam Smith. Quizás Adam Smith vio un par de cosas por su posición relativa en el mundo: era profesor de Etica, pero lo era en la Inglaterra del siglo XVIII, que se abría al individualismo y los valores capitalistas propios de la incipiente burguesía industrial, todo esto en una época en donde el Cristianismo estaba en retirada (en parte justamente por la hipocresía entre su discurso y los hechos de sangre que había protagonizado en tiempos de las guerras de religión del siglo XVI). Adam Smith descubrió que el egoísmo tenía su razón de ser, porque fomentaba la competencia. Y la competencia era buena, porque ella incentivaba a los agentes económicos a mejorar la producción, por el lado de la oferta, y a evitar el despilfarro inútil, por el lado de la demanda. A comeinzos del siglo XX, esta situación económica óptima en la que todos los agentes económicos producen la mayor cantidad de bienes posibles fue denominada "óptimo de pareto", por el economista Wilfredo Pareto, que estudió esta situación.
Sin embargo, a mediados del siglo XX, un poderoso enigma latía sobre la Economía. Si era cierto que la competencia incentivaba la producción y llevaba a un modelo económico hacia un óptimo de pareto, ¿por qué había situaciones de competencia extrema, incluso destructiva, en donde no se alcanzaba dicho óptimo? La respuesta fue encontrada por el brillante matemático John Nash, cuya vida fue llevada al cine en el mediocre filme "Una mente brillante". La respuesta, Nash la vertió en su célebre "dilema del prisionero", piedra basal de una nueva disciplina matemática: la Teoría de Juegos.
A diferencia de la Economía clásica, la Teoría de Juegos enfocaba el problema no desde un ángulo general, sino desde los incentivos y estrategias de los propios "jugadores". De esta manera, Nash determinó que la racionalidad de los agentes económicos sólo tenía sentido estudiarla desde la mira de los propios agentes económicos, y no desde el conjunto. De este modo, una situación que desde afuera distaba mucho de ser un óptimo de pareto, desde adentro de los jugadores se presenta como inevitable, como resultado de estrategias que ellos mismos eligen, y que no pueden abandonar.
El ejemplo más claro de esto es el llamado "dilema del prisionero". En él, dos malandrines caen en manos de la policía, después de haber robado una tienda. Ambos son incomunicados. La policía ofrece a cada uno un trato: como no tienen medios de probar la participación de ninguno en el robo, les dejarán libres si acusan a su cómplice (y obtienen así la prueba necesaria). Lo que les espera es lo siguiente: si ambos delatan a su compañero, tendrán 10 años de cárcel por robo. Si ninguno delata, la policía se vengará con lo que tiene a mano: los enviará a prisión por seis meses a cada uno por porte ilegal de armas. Si uno confiesa y el otro no, el delator o traidor sale libre y sin cargos, y al otro le esperan los 10 años.
El dilema es que, desde el punto de vista "social", desde afuera, el óptimo de pareto es que ninguno delate al otro, y así las penas de ambos sumarán apenas un año (seis meses y seis meses). Pero desde los jugadores, la estrategia obvia es delatar al compañero para salir libres. Como ambos deberían "jugar" dicha estrategia, el resultado final es el peor posible: 20 años en total de cárcel (dos condenas de 10 años cada una por robo).
De esta manera Nash (y otros estudiosos que se dedicaron a la investigación de otras variantes del problema) determinaron las razones por las cuales el comportamiento colaborativo es el más deseable, desde un punto de vista social... pero al mismo tiempo, es el que los jugadores individuales difícilmente seguirían, en muchas circunstancias.

RELIGIONES QUE COLABORAN Y RELIGIONES QUE COMPITEN.
¿Qué tiene todo esto que ver con la religión? Si la expresión más pura de la Regla de Oro está en las religiones superiores, ¿qué las lleva por el camino contrario, el de torturar y matar a la gente en nombre de esa verdad suprema de amor y hermandad?
Como ocurre en el dilema del prisionero, dos religiones enfrentadas una a la otra obtendrían mucho más si colaboraran, que si se enfrentaran en competencia abierta. Dos religiones que fueran mutuamente tolerantes permitirían repartir cuotas de poder entre dos o más cultos. Aunque esta posibilidad es bastante extraña para la totalitaria atmósfera cultural cristiana, lo cierto es que ha ocurrido muchas veces. En la Antigüedad, cuando se produjeron unificaciones masivas de estados múltiples en un único gran imperio, esto se tradujo en la formación de extensos panteones de dioses, en donde el papel relativo de los mismos estaba determinado por las componendas políticas de las castas sacerdotales que los sostenían. Surgieron así panteones en torno a Zeus, a Marduk, a Amón-Ra (el caso más paradigmático, como fusión de los dioses antiguos Amón, de la fertilidad, y Ra, del Sol). Y hoy en día, al menos existe una gran religión que sobrevive de esa manera: el Hinduismo, en donde se venera a una gran cantidad de dioses sincréticos (Visnú, Shiva, Kali, etcétera).
Pero por otra parte, el hacer concesiones implica hacer sacrificios. ¿Son estos sacrificios demasiado cuantiosos? Eso depende de qué tanto poder se atribuya un dios. Si es un dios relativamente menor, bien puede ir a integrar un panteón mayor en donde se sentirá acogido y fortalecido. Pero un dios demasiado celoso e intolerante, como el Dios Celoso del Judaísmo, bien podría encontar esta situación incómoda. Es decir, para sobrevivir, tendría que sacrificar nada menos que la verdad suprema. Desde el punto de vista externo, la situación parece ridícula, porque también la otra religión rival debería sacrificar su propia verdad suprema. Y, sin embargo, la clave está no en la visión de conjunto, sino en la estrategia del jugador respecto de ese conjunto. ¿No sería mejor que fuera la otra religión la primera en bajar las armas, y luego, en vez de honrar el acuerdo, endurecerse y quedarse con todo el redil?
De esta manera, las pugnas religiosas tienen mucho de conferencia de desarme. Todos saben que el desarme bilateral es la mejor opción para dos países que se niegan a inflar sus gastos militares, pero ninguno querrá ser el primero en liquidar sus tanques y armas atómicas porque luego, el otro podría perfectamente incumplir su acuerdo, sin manera de forzarlo a "portarse bien". Y de esta manera continuan las carreras armamentísticas, hasta que uno de los países no puede sostenerla más (o hasta que estalla la guerra).
Esta es la razón por las que religiones que predican el amor y la tolerancia, se han embarcado en sangrientas guerras de religión, a veces contra otras religiones, y a veces contra sectas y variantes "heréticas" del mismo credo. La historia está llena de matanzas, guerras santas, cruzadas y jihads al respecto. Y, sin embargo, incluso hasta de esto, el comportamiento colaborativo sigue siendo mejor que el competitivo. Después de todo, durante el Imperio Romano, fueron los cristianos que "colaboraron" con el invasor adoptando un ropaje grecorromano para su religión de raíz judaica, los que obtuvieron más éxito que los zelotas judíos ultraortodoxos rebeldes al Imperio. Y en la Edad Media, a la fiebre inicial de las Cruzadas siguió la apertura de rutas comerciales entre el Islam y la Cristiandad, por las cuales viajaron productos materiales e ideas espirituales que renovaron a todo el mundo occidental. Esto es una nueva muestra de que a los prisioneros les conviene mucho más colaborar que competir, en definitiva.

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