09 noviembre 2005

TÁCITO Y EL AVE FÉNIX.

Los "Anales", del historiador romano Tácito, que vivió en el siglo II d.C., son una fuente inavaluable de información sobre los primeros tiempos del Imperio Romano, extendiéndose esta crónica desde la muerte de Augusto (14 d.C.) hasta la de Nerón (68 d.C.), aunque con frecuentes baches, debido a que el texto no se ha conservado completo. En general puede considerarse a Tácito un historiador serio y riguroso (mucho más que su contemporáneo Suetonio, por ejemplo), pero también entrega noticias sobre eventos fantásticos que supuestamente ocurrieron en el tiempo de sus crónicas. En El Ojo de la Eternidad recuperamos un fragmento suyo, que se refiere a las noticias recibidas por Tácito sobre la mítica ave fénix, que habría sido avistada en el año 34 d.C., y que para un estudioso de los temas mitológicos, no tiene desperdicio alguno.

Después de un largo discurrir de siglos, en el consulado de Paulo Fabio y de Lucio Vitelio apareció en Egipto el ave fénix, la cual dio materia a los más doctos de aquella provincia y de Grecia para discurrir mucho sobre esta maravilla. Pláceme el contar las cosas en que todos concuerdan y muchas en que difieren, las cuales no son del todo indignas de ser sabidas. Que sea este animal consagrado al sol, y que en el pico y en el color de las plumas sea diverso de las demás aves, concuerdan todos los que de él escriben. Cuanto al número de los años, lo escriben variamente. Algunos hablan de mil cuatrocientos sesenta y uno; pero la más común opinión es que se ve cada quinientos. Vióse la primera vez en tiempo de Sesosis, la segunda de Amasis, la tercera de Tolomeo, que fue también el tercer rey macedón, en una ciudad llamada Heliópolis, volando con una gran banda de otras aves que seguían la maravilla de aquel nuevo aspecto. Mas son obscuras las cosas de la antigüedad. Entre Tolomeo y Tiberio corrieron menos de doscientos cincuenta años, de lo que resultó la opinión de algunos que ésta no fue la verdadera fénix, ni venida de Arabia, no concurriendo en ella ninguna cosa de las que las memorias antiguas dicen que concurren en las otras; porque fenecido el número de años y acercándose a la muerte, suele hacer un nido en su patria, echa en él su virtud generativa, de donde nace su cría; el cual, ante todas cosas, toma a su cargo el cuidado de sepultar a su padre; mas no lo hace acaso, antes tomando un pedazo de mirra y llevándolo un largo viaje, si se siente capaz de aquel peso y de aquel camino, toma sobre sí a su padre, y llevándolo al altar del sol, quemándolo allí, lo sacrifica; cosas ni ciertas de suyo, y aumentadas con fábulas. Mas lo que no se duda es haberse visto estos pájaros muchas veces en Egipto.
[Tácito: "Anales". Libro VI, 28].

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