EL MISTERIO DE LA FUERZA VITAL.
¿Qué es la vida? ¿Hay operando tras ella una misteriosa fuerza vital? ¿O por el contrario, es sólo un conjunto de aminoácidos operando según las reglas de la vil materia? Uno de los grandes pilares de la religión en todos los tiempos ha sido el llamado "misterio de la vida", aquello que nos hace distintos a la materia inanimada. Pero la ciencia moderna ha redefinido el concepto de vida, y en cierto modo, lo ha destruido. El Ojo de la Eternidad aborda un peliagudo tema que se extiende a través de la Ciencia, la Filosofía, la Religión y el Ocultismo: el secreto de la naturaleza de la vida.
[IMAGEN SUPERIOR: Estructura del ADN, molécula autorreplicante que contiene toda la información necesaria para crear un ser viviente. Es la alternativa moderna a las antiguas explicaciones sobre el fenómeno de la vida].
EL "MISTERIO DE LA VIDA".
Uno de los grandes enigmas que han afrontado generaciones de seres humanos, es el problema de por qué un perro camina y habla, y una piedra no. ¿Qué condición especial tienen las criaturas vivientes, de la que carece la materia inanimada? Para peor, dicha condición, sea lo que sea, puede perderse por la muerte. De esta manera, un hermoso ser vivo que respira y se mueve, puede dejar tras de sí un cadáver inerte pudriéndose. Y eso, por no hablar de su origen, que hasta hace no mucho era un misterio: ciertas criaturas, como los mamíferos, creaban misteriosamente un bebé después de que sus vientres se abultaban, otras generaban en el seno de sus organismos huevos que podían eclosionar en pollos o crías de cocodrilos, y aún otros (las plantas) podían engendrar semillas que, por algún misterioso proceso en el seno de la tierra, engendraban gigantescos árboles. Una de las parábolas favoritas de Jesús para señalar la ganancia obtenida por el sacrificio, era la de la pequeña semilla de mostaza que "muere", y con su muerte da mucho fruto, nada menos que todo un árbol de mostaza...
Como los antiguos, no por falta de ingenio sino más bien por no disponer de herramientas técnicas adecuadas, no fueron capaces de resolver el enigma por medios científicos, tuvieron que recurrir a otra clase de explicaciones. De ahí que comenzó a hablarse de la "fuerza vital". Algunas culturas (no todas) diseñaron, por ejemplo, el concepto de alma, aquella parte que nos daba la vida y nos permitía animarnos y movernos. En el relato bíblico de la Creación, cuando Dios crea a Adán a partir del barro, le insufla el alma en forma de "aliento vital" por las narices. El "aliento vital" es el concepto favorito de muchos para explicar la vida.
Por cierto, el concepto de vida era sumamente elástico. En el Génesis, por ejemplo, sólo los animales son considerados seres vivientes, y las plantas no. Se dice que en el Paraíso Terrenal, Adán y Eva no comían otros animales y las fieras no se devoraban entre ellos, de lo que se deduce que tenían que ser herbívoros, máxime cuando Dios les autoriza explícitamente a comer de todos los frutos (salvo de la consabida Manzana Prohibida y etcétera). En el relato del Diluvio Universal, por su parte, la señal de que existe tierra es el regreso de la paloma con una rama de olivo, lo que plantea una legítima pregunta: ¿cómo se las arregló un olivo para sobrevivir en agua salada y sin luz 40 días y 40 noches? Pues bien, si un olivo no está vivo, entonces no "come" ni "respira", así es que podría perfectamente sobrevivir en tales condiciones sin que nada le pasara.
LAS FILOSOFÍAS VITALISTAS.
Numerosos filósofos han sucumbido también al encanto de explicar la naturaleza humana en términos de una dicotomía entre lo vivo y lo inerte. Para el griego Anaxímenes, por ejemplo, el principio vital era el aire. Esto, inspirado en el hecho de que cuando una persona perece, expulsa "el último aliento". Harto más tarde que él, en pleno Imperio Romano, los filósofos neoplatónicos y los gnósticos hacían toda una serie de gradaciones entre lo vivo y lo inerte. Lo vivo, según ellos (el alma, en su lenguaje) emanaba desde Dios o el Creador, o cualquiera fuera el nombre que le dieran, a través de una serie de gradaciones cada vez más hundidas en la materia (y por tanto, según ellos, cada vez más malignas), hasta acabar en la grosera materia inerte. O sea, identifican la vida con bondad y lo inerte con maldad. Sobre los problemas lógicos que esta posición acarrea, hablaremos algún día en EODLE.
En fecha bien reciente, aún hemos tenido resabios de dichas ideas vitalistas. En 1859, Charles Darwin publicó su obra "El origen de las especies", en donde explicaba el fenómeno de la evolución natural. Su rudo mecanicismo descolocó a muchos, ya que Darwin no explicaba nada sobre la naturaleza misma de la vida, sino que se limitaba a mostrar cómo ésta mutaba en el tiempo. De ahí se colgaron varios filósofos, como Spencer, y en particular Bergson, para resucitar el vitalismo. Según ellos, la evolución tendía irresistiblemente hacia arriba porque había un impulso vital que llevaba la evolución en dicha dirección, desde lo material a lo espiritual. Lo que no era sino una resurrección del viejo Neoplatonismo y Gnosticismo, pero ahora en versión cientifista decimonónica (y del siglo XX, como en el caso de Bergson). Una versión católica de dichas ideas, también irresistiblemente vitalistas, la plasmó Teilhard de Chardin, quien opinaba que la vida tendía irresistiblemente hacia el Punto Omega, o lo que es lo mismo, hacia Cristo.
"DIE MENSCH MASCHINE".
Por otra parte, en el siglo XVII, comenzaron a popularizarse algunas filosofías que negaban el fenómeno de la vida. Estas doctrinas mecanicistas consideraban a los seres vivos como una especie de máquinas o mecanismos de relojería, sumamente complejos, pero máquinas a fin de cuentas. O sea, un perrillo faldero que mueva alegremente la cola sólo aparenta tener sentimientos, ya que en el fondo, es una máquina. La Méttrie, en el siglo XVIII, llevó esta doctrina al extremo, en su libro "El hombre máquina", considerando que el propio ser humano no era otra cosa sino eso, una sofisticada máquina.
Tales ideas han avanzado desde el siglo XIX, y todavía tienen un fuerte eco. En su libro "Gaia: una nueva visión de la vida sobre la Tierra", el científico James Lovelock planteó derechamente, aunque no de manera explícita, que el concepto clásico de "vida" no tenía mayor razón de ser. El análisis de Lovelock abre la compuerta para considerar incluso al planeta Tierra (Gaia) como un ser viviente. En definitiva, Lovelock ve a la vida como un sistema cibernético, es decir, como un sistema con "input" y "output" (entradas y salidas), al igual que cualquier otro sistema posible (una redoma con productos químicos, una jaula con cobayas en un laboratorio, una fábrica, o las finanzas de una nación cualquiera). Las ideas de la criatura viviente como máquina y como sistema cibernético, comparten en común el hecho de negarle carta de naturaleza a la misteriosa "fuerza vital", tal y como se la quiera llamar.
PERO... ¿Y QUÉ ES LA VIDA?
A partir del siglo XIX, las investigaciones sobre el fenómeno de la vida cobraron un impulso decisivo. Charles Darwin demostró que ésta evoluciona con el tiempo, aunque los detalles del Darwinismo son discutidos hasta el día de hoy. Después, Gregor Mendel detalló el mecanismo genético por el cual esta evolución se produce. Tiempo después, en 1928, se descubrió que la información necesaria para dicho mecanismo genético estaba radicado en una molécula, el ácido desoxirribonucleico o ADN, y en 1952, al crear su modelo de molécula en doble hélice, los investigadores Watson y Crick demostraron como el ADN podía replicarse a sí mismo, y de paso, replicar la información que contiene, posibilitando así todos los fenómenos descritos por Mendel y Darwin. Es decir, parecía ser que, a fin de cuentas, los vitalistas tenían perdida la batalla, ya que la vida dejaba de ser un "don de Dios", para explicarse por una serie de vulgares reacciones químicas.
Y sin embargo, la cuestión no está terminada todavía. El fenómeno de la vida esconde aún un misterio decisivo. Desde el siglo XIX se sabe que toda la naturaleza tiende hacia estados de desorden o equilibrio, llamados "estados de máxima entropía". Así, una habitación ordenada tiende a desordenarse, una casa a enfriarse, un vaso a romperse y un imperio a disolverse, todos ellos estados últimos en donde hay homogeneidad absoluta. El mundo tiende del orden al desorden, y eso es una tendencia irrefrenable. Sin embargo, la vida funciona justamente al revés: crea orden (moléculas complejas) allí donde había desorden (moléculas simples). El origen de la vida sigue siendo, y no en balde, uno de los más grandes misterios aún pendientes de la ciencia moderna. Aunque parezca demostrado que no existe nada parecido a una misteriosa fuerza vital, y no haya rastros de la existencia del alma por ninguna parte, no todos los misterios en torno a la naturaleza de la vida se han terminado.
EL "MISTERIO DE LA VIDA".
Uno de los grandes enigmas que han afrontado generaciones de seres humanos, es el problema de por qué un perro camina y habla, y una piedra no. ¿Qué condición especial tienen las criaturas vivientes, de la que carece la materia inanimada? Para peor, dicha condición, sea lo que sea, puede perderse por la muerte. De esta manera, un hermoso ser vivo que respira y se mueve, puede dejar tras de sí un cadáver inerte pudriéndose. Y eso, por no hablar de su origen, que hasta hace no mucho era un misterio: ciertas criaturas, como los mamíferos, creaban misteriosamente un bebé después de que sus vientres se abultaban, otras generaban en el seno de sus organismos huevos que podían eclosionar en pollos o crías de cocodrilos, y aún otros (las plantas) podían engendrar semillas que, por algún misterioso proceso en el seno de la tierra, engendraban gigantescos árboles. Una de las parábolas favoritas de Jesús para señalar la ganancia obtenida por el sacrificio, era la de la pequeña semilla de mostaza que "muere", y con su muerte da mucho fruto, nada menos que todo un árbol de mostaza...
Como los antiguos, no por falta de ingenio sino más bien por no disponer de herramientas técnicas adecuadas, no fueron capaces de resolver el enigma por medios científicos, tuvieron que recurrir a otra clase de explicaciones. De ahí que comenzó a hablarse de la "fuerza vital". Algunas culturas (no todas) diseñaron, por ejemplo, el concepto de alma, aquella parte que nos daba la vida y nos permitía animarnos y movernos. En el relato bíblico de la Creación, cuando Dios crea a Adán a partir del barro, le insufla el alma en forma de "aliento vital" por las narices. El "aliento vital" es el concepto favorito de muchos para explicar la vida.
Por cierto, el concepto de vida era sumamente elástico. En el Génesis, por ejemplo, sólo los animales son considerados seres vivientes, y las plantas no. Se dice que en el Paraíso Terrenal, Adán y Eva no comían otros animales y las fieras no se devoraban entre ellos, de lo que se deduce que tenían que ser herbívoros, máxime cuando Dios les autoriza explícitamente a comer de todos los frutos (salvo de la consabida Manzana Prohibida y etcétera). En el relato del Diluvio Universal, por su parte, la señal de que existe tierra es el regreso de la paloma con una rama de olivo, lo que plantea una legítima pregunta: ¿cómo se las arregló un olivo para sobrevivir en agua salada y sin luz 40 días y 40 noches? Pues bien, si un olivo no está vivo, entonces no "come" ni "respira", así es que podría perfectamente sobrevivir en tales condiciones sin que nada le pasara.
LAS FILOSOFÍAS VITALISTAS.
Numerosos filósofos han sucumbido también al encanto de explicar la naturaleza humana en términos de una dicotomía entre lo vivo y lo inerte. Para el griego Anaxímenes, por ejemplo, el principio vital era el aire. Esto, inspirado en el hecho de que cuando una persona perece, expulsa "el último aliento". Harto más tarde que él, en pleno Imperio Romano, los filósofos neoplatónicos y los gnósticos hacían toda una serie de gradaciones entre lo vivo y lo inerte. Lo vivo, según ellos (el alma, en su lenguaje) emanaba desde Dios o el Creador, o cualquiera fuera el nombre que le dieran, a través de una serie de gradaciones cada vez más hundidas en la materia (y por tanto, según ellos, cada vez más malignas), hasta acabar en la grosera materia inerte. O sea, identifican la vida con bondad y lo inerte con maldad. Sobre los problemas lógicos que esta posición acarrea, hablaremos algún día en EODLE.
En fecha bien reciente, aún hemos tenido resabios de dichas ideas vitalistas. En 1859, Charles Darwin publicó su obra "El origen de las especies", en donde explicaba el fenómeno de la evolución natural. Su rudo mecanicismo descolocó a muchos, ya que Darwin no explicaba nada sobre la naturaleza misma de la vida, sino que se limitaba a mostrar cómo ésta mutaba en el tiempo. De ahí se colgaron varios filósofos, como Spencer, y en particular Bergson, para resucitar el vitalismo. Según ellos, la evolución tendía irresistiblemente hacia arriba porque había un impulso vital que llevaba la evolución en dicha dirección, desde lo material a lo espiritual. Lo que no era sino una resurrección del viejo Neoplatonismo y Gnosticismo, pero ahora en versión cientifista decimonónica (y del siglo XX, como en el caso de Bergson). Una versión católica de dichas ideas, también irresistiblemente vitalistas, la plasmó Teilhard de Chardin, quien opinaba que la vida tendía irresistiblemente hacia el Punto Omega, o lo que es lo mismo, hacia Cristo.
"DIE MENSCH MASCHINE".
Por otra parte, en el siglo XVII, comenzaron a popularizarse algunas filosofías que negaban el fenómeno de la vida. Estas doctrinas mecanicistas consideraban a los seres vivos como una especie de máquinas o mecanismos de relojería, sumamente complejos, pero máquinas a fin de cuentas. O sea, un perrillo faldero que mueva alegremente la cola sólo aparenta tener sentimientos, ya que en el fondo, es una máquina. La Méttrie, en el siglo XVIII, llevó esta doctrina al extremo, en su libro "El hombre máquina", considerando que el propio ser humano no era otra cosa sino eso, una sofisticada máquina.
Tales ideas han avanzado desde el siglo XIX, y todavía tienen un fuerte eco. En su libro "Gaia: una nueva visión de la vida sobre la Tierra", el científico James Lovelock planteó derechamente, aunque no de manera explícita, que el concepto clásico de "vida" no tenía mayor razón de ser. El análisis de Lovelock abre la compuerta para considerar incluso al planeta Tierra (Gaia) como un ser viviente. En definitiva, Lovelock ve a la vida como un sistema cibernético, es decir, como un sistema con "input" y "output" (entradas y salidas), al igual que cualquier otro sistema posible (una redoma con productos químicos, una jaula con cobayas en un laboratorio, una fábrica, o las finanzas de una nación cualquiera). Las ideas de la criatura viviente como máquina y como sistema cibernético, comparten en común el hecho de negarle carta de naturaleza a la misteriosa "fuerza vital", tal y como se la quiera llamar.
PERO... ¿Y QUÉ ES LA VIDA?
A partir del siglo XIX, las investigaciones sobre el fenómeno de la vida cobraron un impulso decisivo. Charles Darwin demostró que ésta evoluciona con el tiempo, aunque los detalles del Darwinismo son discutidos hasta el día de hoy. Después, Gregor Mendel detalló el mecanismo genético por el cual esta evolución se produce. Tiempo después, en 1928, se descubrió que la información necesaria para dicho mecanismo genético estaba radicado en una molécula, el ácido desoxirribonucleico o ADN, y en 1952, al crear su modelo de molécula en doble hélice, los investigadores Watson y Crick demostraron como el ADN podía replicarse a sí mismo, y de paso, replicar la información que contiene, posibilitando así todos los fenómenos descritos por Mendel y Darwin. Es decir, parecía ser que, a fin de cuentas, los vitalistas tenían perdida la batalla, ya que la vida dejaba de ser un "don de Dios", para explicarse por una serie de vulgares reacciones químicas.
Y sin embargo, la cuestión no está terminada todavía. El fenómeno de la vida esconde aún un misterio decisivo. Desde el siglo XIX se sabe que toda la naturaleza tiende hacia estados de desorden o equilibrio, llamados "estados de máxima entropía". Así, una habitación ordenada tiende a desordenarse, una casa a enfriarse, un vaso a romperse y un imperio a disolverse, todos ellos estados últimos en donde hay homogeneidad absoluta. El mundo tiende del orden al desorden, y eso es una tendencia irrefrenable. Sin embargo, la vida funciona justamente al revés: crea orden (moléculas complejas) allí donde había desorden (moléculas simples). El origen de la vida sigue siendo, y no en balde, uno de los más grandes misterios aún pendientes de la ciencia moderna. Aunque parezca demostrado que no existe nada parecido a una misteriosa fuerza vital, y no haya rastros de la existencia del alma por ninguna parte, no todos los misterios en torno a la naturaleza de la vida se han terminado.
1 comentario:
si hay respuestas para el gran misterio de la existencia de la fuerza vital, tal y como es la tecnica kirlian; llamada tambien la fuerza vial como aura electrica.
los sovieticos infromaron que se puede detectqar y medir la reacci´n muscular que acompaña incluso un pensamiento y que las señales del aura eléctrica revelan gran cantidad de infromación sobre el estado del organismo.
los puntos de acupultura se hacen visibles en la fotografía de Kirlian.
hay relación entre el campo electricodinámico con las alteraciones de los esatados emocionales y físicos, tnato en la salud coo en la enfermedad.
desgraciadamente no hay un extracto o ya sea un libro en el cual este bien definido que es la fuerza vital, yo creo que la ciencia no quiere que se de a luz porque no todo es el ADN y etc., tambien hay esferas mentales, espirituales, emocionales que deben tratarse todo en perfecta armonia (incluyendo tambien la espera física).
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