DOCUMENTO: GREGORIO VII PERDONA A ENRIQUE IV.
Después de la humillación de Canosa, en medio de la Querella de las Investiduras, Gregorio VII se resolvió a perdonar al Emperador Enrique IV. Lo hizo por medio de esta carta, dictada a fines de enero de 1077, en donde se dirige a los príncipes alemanes con las siguientes palabras:
Antes de entrar a Italia, el rey nos había despachado embajadores suplicantes y se había ofrecido a dar satisfacción a Dios, a san Pedro y a Nos en todos los puntos, renovando la promesa de observar plena obediencia para la enmienda de su vida, con tal de obtener de nuestras manos la absolución y la gracia de la bendición apostólica… Espontáneamente, sin ninguna manifestación hostil o atrevida, vino, seguido por una pequeña escolta, ante el castillo de Canosa, nuestra morada. Ahí, habiendo depuesto todas las insignias de la realeza, humildemente descalzo y vestido de lana, permaneció durante tres días delante de la puerta del castillo en actitud de suplicante, implorando sin cesar, con abundantes lágrimas el consuelo y el auxilio de la misericordia apostólica, hasta que hubo excitado la conmiseración de todos los presentes que escuchaban esas lamentaciones: fue tanto, que intercedieron por él; a fuerza de oraciones y lágrimas, todos se extrañaban de la extraordinaria dureza de nuestra alma, y algunos llegaban a gritar que en nosotros no se manifestaba la grave severidad de un apóstol, sino la crueldad de un tirano. En fin, vencidos por la constancia de ese arrepentimiento, por la intervención insistente de todos los circunstantes, nosotros lo recibimos, libre de las cadenas del anatema, en la gracia de la comunión y en el regazo de nuestra santa madre Iglesia.
Por cierto, la referencia a la actitud penitente de Enrique IV es algo que no ha podido ser corroborado por otras crónicas, y muchos historiadores sostienen que es un intento de Gregorio VII por atribuirse importancia, por medio de una "piadosa" mentira.
Antes de entrar a Italia, el rey nos había despachado embajadores suplicantes y se había ofrecido a dar satisfacción a Dios, a san Pedro y a Nos en todos los puntos, renovando la promesa de observar plena obediencia para la enmienda de su vida, con tal de obtener de nuestras manos la absolución y la gracia de la bendición apostólica… Espontáneamente, sin ninguna manifestación hostil o atrevida, vino, seguido por una pequeña escolta, ante el castillo de Canosa, nuestra morada. Ahí, habiendo depuesto todas las insignias de la realeza, humildemente descalzo y vestido de lana, permaneció durante tres días delante de la puerta del castillo en actitud de suplicante, implorando sin cesar, con abundantes lágrimas el consuelo y el auxilio de la misericordia apostólica, hasta que hubo excitado la conmiseración de todos los presentes que escuchaban esas lamentaciones: fue tanto, que intercedieron por él; a fuerza de oraciones y lágrimas, todos se extrañaban de la extraordinaria dureza de nuestra alma, y algunos llegaban a gritar que en nosotros no se manifestaba la grave severidad de un apóstol, sino la crueldad de un tirano. En fin, vencidos por la constancia de ese arrepentimiento, por la intervención insistente de todos los circunstantes, nosotros lo recibimos, libre de las cadenas del anatema, en la gracia de la comunión y en el regazo de nuestra santa madre Iglesia.
Por cierto, la referencia a la actitud penitente de Enrique IV es algo que no ha podido ser corroborado por otras crónicas, y muchos historiadores sostienen que es un intento de Gregorio VII por atribuirse importancia, por medio de una "piadosa" mentira.
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