04 marzo 2007

PRINCIPIO ANTRÓPICO: EL UNIVERSO ES PARA QUIENES LO HABITAMOS.

Pareciera ser que en su implacable marcha por arrancarle secretos a la naturaleza, la ciencia ha ido degradando cada vez más la posición del ser humano en el universo, hasta arrojarlo a un miserable arrabal galáctico. ¿Será éste el final de la historia? ¿O acaso permite la ciencia pensar que el ser humano ocupa una posición privilegiada en el universo? El Ojo de la Eternidad explora el principio antrópico, aquella idea científica y filosófica de que el universo entero es como es, porque de otra manera el ser humano no podría existir...


[ILUSTRACIÓN SUPERIOR: "Esferas cósmicas del tiempo", ilustración de Nicolle Rager Füller. Desde antiguo, la cuestión de qué o quién es el centro del universo, ha atravesado todo el debate científico y filosófico].

LA DECADENCIA DE LA POSICIÓN HUMANA EN EL COSMOS.
La mayoría de los pueblos primitivos la tenían fácil, a la hora de confeccionar un universo que se ajustara a lo que ellos observaban. Las cosmologías primitivas tienden a parecerse unas con otras casi como si de espejos se trataran. Todas ellas incluyen una especie de "región central" en donde habita el ser humano: por encima está el mundo celeste, en el cual moran los dioses, o bien los espíritus de los ancestros, o bien ambos. Por debajo está el inframundo, que suele ser el lugar de los demonios y los monstruos. Y siempre la civilización que concebía esta manera de ver el mundo, estaba en el centro geográfico de todo. La Tierra solía ser concebida como un cuerpo plano, pero cuando daban el salto a una concepción esférica de la misma, todo seguía igual, con la salvedad de considerar a la Tierra el centro del universo, el inframundo como coincidente con el centro de la Tierra, y el mundo celestial como una esfera que rodeaba por completo a la Tierra y no la tocaba en ningún punto. Las cosmologías más avanzadas generalmente eran versiones refinadas de este esquema. Así, los griegos concebían al universo como fragmentado en una zona central con mares y tierras, una zona celestial en donde circulaban los dioses, y un inframundo llamado el Hades. Los hebreos concebían al mundo superior como un océano celeste separado de los océanos terrestres, y al inframundo lo llamaban Scheol, la morada de los muertos, que estaba rodeada por los "pilares de la Tierra". La Iglesia Católica suscribió, fiel al astrónomo Claudio Ptolomeo (siglo II DC) una visión de la Tierra esférica, pero ubicada en el centro del universo, con el infierno y Satanás en el centro, por ser el lugar más alejado de todo. En todas estas cosmologías, destaca el importantísimo papel humano, por quien, a fin de cuentas, todo fue hecho.
Y sin embargo, la ciencia posterior al siglo XVI complicó las cosas para el orgullo humano. En esa época, Nicolás Copérnico ubicó al Sol en el centro del universo. En el siglo XVIII, el astrónomo británico William Herschell destruyó para siempre la idea de un territorio celestial, cuando creó el primer (imperfecto, de todas maneras) mapa de la Vía Láctea. En el siglo XIX, Charles Darwin probó que el ser humano estaba emparentado con el resto de los animales. A comienzos del siglo XX, los descubrimientos de una serie de cosmólogos desterró a la Humanidad del centro de la Vía Láctea, luego probó que la Vía Láctea no era la única galaxia, y finalmente, que no cabía hablar de un punto central en el universo. ¿Es que acaso entonces el ser humano es una pura casualidad cósmica...? ¿No podría ser que, después de todo, el universo entero podría existir sólo para cobijarle como especie?

EL SURGIMIENTO DEL PRINCIPIO ANTRÓPICO.
Muchos científicos han llamado la atención sobre la extraordinaria sintonía que muestran las leyes naturales con la vida en el cosmos. Así, por ejemplo, la fuerza de gravedad es inversamente proporcional al cuadrado de las distancias. ¿Qué pasaría si esta proporción fuera "inversamente proporcional al cubo de las distancias", o a alguna potencia superior? Tendríamos entonces una fuerza de gravedad más débil, en la que quizás las estrellas no pudieran condensarse a partir de las nubes de gas primigenias, o bien que no pudieran generar presión suficiente para encender los hornos termonucleares que las alimentan, o bien que sólo pudieran generar a su alrededor campos de asteroides incapaces de condensarse como planetas, o bien si fueran capaces de generar planetas, éstos perderían sus atmósferas en épocas tempranas de su evolución. Otro ejemplo podría ser las ecuaciones einstenianas de dilatación del tiempo. Los llamados muones, o partículas mu, son uno de los componentes principales de la radiación espacial que cae a la Tierra. Ahora bien, un muón tiene una vida media extraordinariamente corta, y si no fuera porque el tiempo relativo de ese muón se dilata (o mejor dicho, el espacio que debe recorrer se contrae de manera correlativa), nunca alcanzaría la superficie terrestre. Y esto tendría graves efectos en la vida terrestre, ya que un índice menor de radiación cósmica bajaría la tasa de mutaciones genéticas, y por ende, uno de los principales mecanismos evolutivos de la vida sobre la Tierra quedaría enormemente retardado, o quizás anulado.
Por todo ello, no pocos científicos han aventurado que quizás el surgimiento de la vida terrestre, y acaso la inteligencia humana, no son algo casual o afortunado, sino que el universo entero está estructurado de una manera tal, que necesariamente debía surgir al menos la vida, y quizás ambas. A esto se lo llama "principio antrópico": la idea de que el orden del universo no es una casualidad, sino que está de alguna manera sintonizado para que la vida necesariamente surja en éste.

EL DEBATE ANTRÓPICO.
No todos los científicos aceptan esta idea, y muchos de ellos la critican ácidamente. La crítica más dura es considerar al principio antrópico como una tautología, como un razonamiento circular en el cual se toma la conclusión a probar como parte de la prueba misma. El argumento antrópico sería, por tanto, el siguiente: los seres humanos existimos. Para que existamos, se necesita un universo con leyes físicas y químicas sumamente ajustado o sintonizado. Ese universo existe, luego, necesariamente el universo debía tener esa clase de leyes físicas y químicas. En realidad, no hay razón para pensar que no puedan existir tipos o modelos de universo distintos al que conocemos, con otro juego de leyes físicas y químicas, y en el cual no pueda existir la vida inteligente de ninguna manera. En esos universos alternativos, no habría entonces nadie para preguntarse: "¿por qué el universo que observo es como lo observo?".
Por supuesto que existen distintas variaciones para el principio antrópico. La variante más débil pone énfasis en la sintonía entre las leyes naturales y la vida e inteligencia humana, algo que ya hemos observado, y que en el fondo no deja de ser una perogrullada, o acaso un llamado de atención a nuestro intelecto. La variante más fuerte, por el contrario, sostiene que el universo entero estaba predeterminado para el surgimiento de la vida y la inteligencia, y que éstas son una especie de necesidad cósmica, tan inevitables como el ciclo del día y de la noche. Esta variante es, por supuesto, la más arriesgada y complicada de defender.
La evidencia científica, por cierto, pareciera apuntar a que la inteligencia racional no es un paso necesario en la evolución. Así, por ejemplo, de los dos grandes troncos evolutivos animales que colonizaron la tierra firme, sólo uno, el de los vertebrados, desarrolló la inteligencia (el otro tronco son los artrópodos, es decir, insectos, arácnidos y miriápodos). Y cuando comenzó la evolución de los mamíferos, éstos quedaron aislados en dos grandes continentes, Laurasia al norte y Gondwana al sur, desarrollándose los placentarios en el primero, y los marsupiales en el segundo. Ahora bien, a pesar de que existen equivalentes marsupiales para casi todos los tipos de placentarios conocidos, nunca surgió ningún equivalente marsupial para el Homo Sapiens. Esto prueba que la inteligencia no es un fenómeno inevitable.

LA RAÍZ DEL PRINCIPIO ANTRÓPICO.
En el fondo, y de manera no demasiado sorprendente, la raíz del principio antrópico, al menos en su versión fuerte o dura, no es científica sino religiosa. Y es que el principio antrópico no es más que una reformulación, en términos de lenguaje científico, de una antiquísima y popular idea teológica: el argumento del diseño. Este es uno de los argumentos clásicos para probar la existencia de Dios, y consiste en considerar que el orden natural de las cosas es tan perfecto, que no pudo haber surgido por azar, sino que debió necesariamente haberlo creado alguien. La manera de refutar el argumento del diseño es parecida a la refutación del principio antrópico, o del Diseño Inteligente: el argumento del diseño pretende probar la existencia de un diseñador por la existencia de un diseño que no podemos explicar, y luego invierte dolosamente la carga de la prueba para que quienes niegan el argumento del diseño, tengan que probar la inexistencia de una relación. La ventaja del principio antrópico, y la razón por la que aparece como tan respetable, es que no se requiere creer en Dios, ya que se puede ser panteísta e incluso ateo, y postular aún así que el universo es como es, por una especie de necesidad suprema, como la serpiente que se muerde la cola. Pero eso no hace verdadero al principio antrópico. Simplemente llena el anhelo de las gentes que quieren ver al ser humano otra vez en una posición de privilegio. Y no hay mucho de científico en eso.

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