Debido a su proyección posterior, Karl Marx es sin duda uno de los más importantes filósofos de Occidente. En él se inspiró Lenin y los bolcheviques para tratar de crear una nueva sociedad. Los comunistas se declaraban oficialmente ateos, porque según ellos, la religión era un instrumento de la clase dominante para oprimir al proletariado. Y sin embargo, el comunismo bebe de las arcanas corrientes de la religión judeocristiana. El Ojo de la Eternidad viaja al corazón de la antigua Unión Soviética para descifrar las claves religiosas del comunismo.

[IMAGEN SUPERIOR: Afiche con la figura de Vladimir Lenin, fundador de la Unión Soviética. Aunque la antigua URSS era oficialmente atea, el comunismo fue enormemente proclive al "culto de la personalidad"].
EL SUSTRATO DE MARX.
Aunque el comunismo se transformó en un proyecto político viable durante la Revolución Rusa, en 1917, los antecedentes más remotos deben ser rastreados hasta Karl Marx, un economista y filósofo alemán de ascendencia judía, que vivió en el siglo XIX. Marx tuvo una activa participación en política, pero a raíz de la Revolución de 1848, que prendió en toda Europa y fue una maraña de reivindicaciones nacionalistas y sociales, y que finalmente fracasó, debió exiliarse en Londres. Allí escribió su obra clave, "El capital". Aunque es una obra filosófica y económica mediocre, en definitiva "El capital" le dio sustento a algunas ideas socialistas un tanto desperdigadas, dándoles al mismo tiempo un sólido fundamento religioso, revestido con las apariencias de una investigación científica. Es decir, tenía todo lo necesario para convencer a una sociedad como la del siglo XIX, anhelante de religión debido al enorme descrédito en que había caído la Iglesia Católica, pero demasiado racional como no confiar en otra cosa que no fuera la ciencia.
En apretada síntesis, Marx expone una teoría de la historia que se basa en la noción de superestructura económica. En la época estaba de boga el idealismo de Hegel, según el cual la historia evoluciona hacia el final de los tiempos, al encuentro del Absoluto, por medio de un proceso dialéctico en que una fase histórica derriba a la anterior y evoluciona "un peldaño hacia adelante". Marx tomó estos conceptos hegelianos, pero abandonó su idealismo, y decidió centrarse en la Economía, con la esperanza de encontrar base para sus postulados en el discurso científico. Dio así con la mentada superestructura económica. Según Marx, no son las ideas las que evolucionan, sino las superestructuras económicas. O mejor dicho, las ideas avanzan porque lo hace la economía. Por eso, al Marxismo se lo llama "materialismo dialéctico": materialismo como opuesto a "idealismo" (las ideas filosóficas son anteriores a la materia) y dialéctico porque rescata la vieja dialéctica hegeliana.
La superestructura económica es, en definitiva, la manera en que se organizan los medios de producción. Sucede que los propietarios de los medios de producción siempre intentan abusar de los trabajadores, y de ahí las sucesivas sociedades esclavistas, feudal e industrial moderna. Cada fase económica genera sus propias contradicciones que prepararán su derribo, para la llegada de la fase siguiente. He aquí entonces el elemento dialéctico. Quedan entonces dos opciones: sostener que eso seguirá así hasta el infinito, o bien que parará en alguna parte. Y aquí, Marx da el gran salto.
LA ÉTICA MARXISTA.
Marx sigue una jugada filosóficamente tramposa para solucionar este embrollo. Sostiene que la ganancia generada por el capital ("plusvalía" o mayor valor de los bienes usados para producir) le pertenece a los trabajadores, porque es el fruto de su trabajo, pero al quedársela la empresa, ésta le roba a los trabajadores. Suena lógico, de no ser porque esconde una falacia, una de las más viejas de todas: la falacia naturalista. Simplemente, Marx ha dado el gran salto desde lo que es hasta lo que debe ser. Una cosa es que la empresa genere mayor valor sobre los productos que manufactura. Otra distinta, que eso sea éticamente condenable. Lo primero pertenece al dominio de la ciencia, de lo que es. Lo segundo, al dominio de la ética, de lo que debería ser. Y como lo que debe ser es la especialidad de las religiones, estamos a un paso de la religión.
Sostiene Marx que el final del proceso histórico se producirá cuando desaparezcan las clases sociales. Para eso, primero el proletariado debe imponerse a los dueños del capital, por medio de una revolución, y generar la dictadura del proletariado. Una vez que estén igualadas todas las clases sociales, vendrá el paraíso comunista, se detendrá la Historia, y la sociedad será por fin feliz.
Todo lo cual suena, por supuesto, a religión.
LA FUENTE JUDEOCRISTIANA DEL MARXISMO.
Una somera comparación entre el marxismo y el judeocristianismo deja bien en claro que el primero no es más que una versión del segundo, descafeinada y con un fuerte contenido economicista. O sea, es una especie de cristianismo agnóstico y economicista.
En primer lugar, tanto el judeocristianismo como el marxismo sostienen una visión teleológica de la historia: la historia no se queda quieta ni da vueltas sin sentido, sino que se dirige hacia alguna parte. En segundo lugar, ambos tienen una fuerte base ética de condena contra los ricos y bendición para los pobres (en teoría, al menos). En tercer lugar, ambos sostienen la llegada de una violenta revolución final, llámese Juicio Final o dictadura del proletariado, como fase previa antes del advenimiento de un Paraíso Terrenal que representa el final de la historia. En cuarto lugar, aunque no existe Dios en el pensamiento marxista, es sintomático que aparece una fuerza natural de poder incontrarrestable, la "necesidad histórica", que al igual que Dios, es todopoderosa y dirige a las personas hacia sus fines, lo quieran o no.
¿Cómo llegó esta semilla de judeocristianismo hasta el marxismo? Como ya señalamos, Marx era de familia judía, y eso puede ser una influencia. Sin embargo, también Marx tomó muchos conceptos y nociones de la filosofía de su antecesor Hegel, quien antes de ser filosófo... estudió Teología. Todo se conecta. A su vez, Hegel fue filósofo de la primera generación posterior a la Revolución Francesa. Es decir, Hegel tuvo que afrontar el reto filosófico de crear toda una nueva escuela de pensamiento que pueda reemplazar al cristianismo, bruscamente desacreditado después de los eventos de 1789.
LA SUERTE POSTERIOR DEL MARXISMO.
La verdad es que de no ser por la casualidad, el marxismo hubiera quedado en el cajón de sastre de las filosofías curiosas del siglo XIX. En la época de Marx, existía un agudo problema social de concentración de la riqueza en un puñado de industriales, a costa de extensos sectores de obreros. El socialismo no lo inventó Marx, sino algunos pensadores anteriores a quienes Marx llamó "utópicos" para desprestigiarlos. Tampoco el "socialismo científico" de Marx fue el último, porque vinieron otras escuelas de pensamiento de carácter socialista, incluyendo la llamada "Doctrina Social de la Iglesia" o el "socialismo fabiano" a la inglesa. Las Internacionales de obreros tomaron forma bajo el pensamiento de Marx, pero pronto se separó en una Internacional Socialista y una Anarquista. Incluso el nombre de "comunismo" nada tiene que ver con Marx o con la comunidad de bienes que debería predicar el comunismo, sino con la Comuna de París, una violenta sublevación popular que se produjo en dicha ciudad el año 1871, como respuesta a la desastrosa guerra de Francia contra Alemania (esta Comuna, dicho sea de paso, fue violentamente aplastada después de una cortísima vida).
Pero el marxismo tomó cuerpo en el Imperio Ruso, siendo adoptado por los bolcheviques bajo el nombre de comunismo. A diferencia de Occidente, en donde los ideales de la Revolución Francesa impulsaban a la democracia, en Rusia existía una fuerte vena autoritaria, y esto favoreció los planes comunistas. Así, el comunismo se hizo del poder, liquidó al Imperio Ruso, creó en su lugar a la Unión Soviética (1917), y después trató de difundir el comunismo como un dogma a lo largo y ancho del globo.
Porque eso era, en definitiva, el comunismo: un dogma de fe. Dogma de fe basado en la creencia de la filosofía de Karl Marx, y el autoconvencimiento de que la Unión Soviética era la dictadura del proletariado. Si hubieran tenido conciencia de que el comunismo era en verdad otra religión, hubieran debido recelar de éste como recelaba Marx de todas las religiones, motejándolas de "opio del pueblo". Sólo así se explica la terquedad de la Unión Soviética en seguir políticas económicas que, según análisis más avanzados, recientes y perspicaces que los de Marx, estaban condenadas al fracaso. El resto es historia. Por ahora al menos.