REYES Y SACERDOTES: LOS OSCUROS PACTOS DE LA LEGITIMACIÓN.
La religión es una fuente de poder, de eso qué duda cabe. Sin embargo, ¿hasta qué punto influye ésta en la política? ¿Sirve verdaderamente la religión para legitimar al poder establecido? El Ojo de la Eternidad contesta a estas preguntas en un revelador artículo sobre la relación entre la legitimidad política y la religión.
[ILUSTRACIÓN SUPERIOR: "Consagración del Emperador Napoleón I y coronación de la Emperatriz Josefina en la Catedral de Nôtre Dame de París el 2 de Diciembre de 1804", de Jacques-Louis David. Napoleón recurrió a varios gestos simbólicos para tratar de sacudirse el yugo de la religión en el ritual de legitimación de la realeza. Pero fue en vano].
EL PROBLEMA DE LA LEGITIMIDAD.
A pesar de lo que opinan algunos optimistas herederos del pacto social de Rousseau y los ilustrados, la verdad de las cosas es que ningún gobierno ha llegado a imponerse si no es por la fuerza, se trate de una revolución violenta, o de cambios paulatinos introducidos en una sociedad cuyos principales actores van ganando o perdiendo poder con el paso del tiempo. Sin embargo, un gobierno que pretendiera mantenerse en el poder por la fuerza bruta, terminaría bien pronto en el fracaso, producto de la tensión necesaria para mantener un régimen de terror. Así, todo nuevo orden político necesita encontrar una fuente de legitimación para sí. Esta legitimación funciona para convencer a los súbditos de que es inútil combatir al nuevo gobierno, bien sea porque es justo y racional, bien sea porque es lo más conveniente para la gente, bien sea porque hay un poder supremo o ultramundano por detrás. En cualquier caso, todo nuevo poder debe inventarse siempre una fuente de legitimidad para justificarse, y así evitarse nuevas y sucesivas rebeliones.
De ahí que una buena parte de los gobiernos recurra a mitos fundacionales sobre su origen. La historia del origen es frecuentemente mitificada, poniendo al gobierno de turno en el rol de "los buenos", y al antiguo régimen en el rol de "los villanos". Esta tendencia casi obsesiva de los gobiernos por enmascarar y falsear la realidad tiene más que ver, por supuesto, con crear un concepto del mundo útil para sus fines que con preservar la verdad histórica tal y como fue.
Y es aquí donde entra en juego la religión, ya que siendo ésta la más temprana y explorada tecnología de fabricación de mitos, se hace necesaria una alianza. Además, no es fácil convencer a las grandes masas que cambien de una religión a otra, y de hecho, desde el poder establecido es casi imposible, al menos por la fuerza bruta. De ahí que, desde antiguo, hayan existido fuertes alianzas entre los reyes y los sacerdotes. Como a su pesar lo descubrió el faraón Akenatón: los reyes pasan, pero los sacerdotes permanecen.
EL ORIGEN DEL PODER Y LA RELIGIÓN.
La primera forma de organización social fue la banda paleolítica, que después pasó a ser el asentamiento sedentario. En este ámbito se desarrolló la figura del hierofante, aquel iluminado capaz de contactarse con "el otro lado", con el mundo de los espíritus, y que bajo la forma de chamanismo (chamanes, machis, druidas, etcétera), es la primera manifestación conocida de lo que después será el sacerdocio profesional.
A medida que las sociedades civilizadas fueron creciendo, los sacerdotes se fueron especializando cada vez más y más en sus labores. Además, descubrieron un atractivo filón de ganancias: las ofrendas rituales. En plazos relativamente cortos, los sacerdotes se convirtieron en los millonarios más poderosos de cada comunidad. Las tablillas con escritura de más antigua data encontradas hoy en día, suelen estar enterradas en ruinas de templos: la escritura fue inventada precisamente para facilitar la contabilidad de los templos...
El gobierno "civil" surgió bastante después. A medida que algunos templos se hacían más poderosos que otros, los sacerdotes descubrieron los beneficios económicos de la guerra santa. En el Cuarto Milenio antes de Cristo, tanto Egipto como Mesopotamia estaban controlados por templos que luchaban denodadamente para obtener el máximo poder. Esto llevó a la profesionalización de la casta militar, la cual muy pronto estuvo en condiciones de extorsionar a los templos: si los sacerdotes no los bendecían, ellos podían pasarlos a cuchillo.
Pero tampoco los militares podían sublevarse contra los sacerdotes impunemente, ya que las gentes de antes, como hoy en día, siempre han temido la ira de los dioses, que supuestamente los sacerdotes son capaces de provocar. De esta manera se creó un modelo político que subsiste más o menos hasta el día de hoy, en el cual los sacerdotes legitiman, con una serie de mitos cosmogónicos, el rol de los gobiernos, y a su vez éstos les confieren a los religiosos un estatus privilegiado.
LA UNCIÓN DE LOS REYES.
El más influyente de estos rituales históricos, es el recogido por la Biblia, y que aparece gráficamente descrito en el Primer Libro de los Reyes. Cuando los hebreos quisieron darse un rey, llamaron al profeta Samuel para que nombrara uno. Este, por mandato de Dios, le confirió tal honor a Saúl, por medio de una ceremonia llamada la unción. Ungido de este modo, Saúl fue rey, hasta que desobedeció las órdenes de Dios (dicho en términos más crudos, decidió negarse a ser el hombre de paja de Samuel), y éste en respuesta, lo declaró depuesto y ungió a David. La soterrada guerra entre David y Saúl hizo que este ritual no tuviera efecto por el minuto, pero cuando David llegó finalmente a ser rey, el ritual de la unción quedó definitivamente establecido.
Este ritual de la unción, a su vez, tiene antecedentes. En Babilonia, por ejemplo, cada Año Nuevo los reyes debían todos los años participar en un ritual frente a la estatua del dios Bel, protector de la ciudad, dándole la mano como una manera de mostrar que Bel le transmitía ese poder al rey. El día en que el Emperador persa Darío I decidió no seguir con el ritual, para mostrar a Babilonia como una ciudad sometida, siguió un estallido de tal violencia, que Darío tardó mucho tiempo en sofocarlo (año 484 antes de Cristo).
A pesar de que los hebreos tuvieron después una suerte histórica bastante triste, el ritual de la unción no desapareció. Por el contrario, al quedar consagrado en la Biblia, pasó a formar parte del acervo religioso y jurídico del mundo cristiano. Entre medio hubo un hiato de nada menos que 13 siglos, puesto que el último rey de Jerusalén fue encarcelado en 587 AC, y el primer rey cristiano europeo coronado por el ritual de la unción fue Carlomagno, por el Papa, el año 800 DC. Previamente, los reyes francos habían sido coronados por el obispo de Reims, desde los tiempos de la conversión de Clodoveo al cristianismo (año 496). Desde 800, y hasta la coronación de Carlos V de Alemania como Emperador en 1536, todos los reyes de Alemania que querían ser Emperadores, debían ir a la ciudad de Roma a obtener ese título. Por su parte el Papa, en su calidad de representante de Dios sobre la Tierra, adquirió la potestad de nombrar reyes, como hizo con Roger II de Sicilia en el año 1139 (como parte de una compleja negociación política).
¿DESAPARECIÓ LA LEGITIMACIÓN...?
La Revolución Francesa impulsó un poderoso movimiento secularizador. El máximo representante de esto fue Napoleón Bonaparte. En 1804 decidió coronarse Emperador, para lo cual llamó al Papa Pío VII (siguiendo la tradición medieval) para que éste le pusiera la corona sobre las sienes. Pero en el momento decisivo, Napoleón le arrebató a Pío VII la corona de las manos, y se la puso él mismo, para representar que nada le debía a la religión en cuanto a alcanzar el poder. De todas maneras, el imperio de Napoleón desapareció después. Pero el reto estaba lanzado.
En las democracias seculares de los siglos XIX y XX, la figura del sacerdote que bendice al flamante nuevo Presidente o Primer Ministro se transformó en un paso solemne y necesario en muchas repúblicas. A su vez, anémicos de apoyo religioso, todas estas democracias han tenido que inventarse nuevos mitos fundacionales. Así vino el reemplazo de la legitimidad basada en Dios, por la legitimidad basada en una entelequia abstracta e invisible llamada la "soberanía popular" o la "soberanía nacional", según el contexto y la tendencia política, las cuales se apoyan a su vez en otra entelequia extraña, cual es la teoría de los derechos humanos.
Y en Estados Unidos, al menos, el apoyo religioso al Presidente no ha desaparecido. El Presidente de los Estados Unidos obtiene tradicionalmente su legitimidad del respeto hacia la forma de religión secular que es la Doctrina del Destino Manifiesto, sobre la cual ya hemos escrito en El Ojo de la Eternidad. Y eso es religión. Cinco milenios después de la unificación de Egipto y el comienzo del reinado conjunto de faraones y escribas sacerdotales, la religión sigue jugando un papel clave para legitimar al orden político establecido.
EL PROBLEMA DE LA LEGITIMIDAD.
A pesar de lo que opinan algunos optimistas herederos del pacto social de Rousseau y los ilustrados, la verdad de las cosas es que ningún gobierno ha llegado a imponerse si no es por la fuerza, se trate de una revolución violenta, o de cambios paulatinos introducidos en una sociedad cuyos principales actores van ganando o perdiendo poder con el paso del tiempo. Sin embargo, un gobierno que pretendiera mantenerse en el poder por la fuerza bruta, terminaría bien pronto en el fracaso, producto de la tensión necesaria para mantener un régimen de terror. Así, todo nuevo orden político necesita encontrar una fuente de legitimación para sí. Esta legitimación funciona para convencer a los súbditos de que es inútil combatir al nuevo gobierno, bien sea porque es justo y racional, bien sea porque es lo más conveniente para la gente, bien sea porque hay un poder supremo o ultramundano por detrás. En cualquier caso, todo nuevo poder debe inventarse siempre una fuente de legitimidad para justificarse, y así evitarse nuevas y sucesivas rebeliones.
De ahí que una buena parte de los gobiernos recurra a mitos fundacionales sobre su origen. La historia del origen es frecuentemente mitificada, poniendo al gobierno de turno en el rol de "los buenos", y al antiguo régimen en el rol de "los villanos". Esta tendencia casi obsesiva de los gobiernos por enmascarar y falsear la realidad tiene más que ver, por supuesto, con crear un concepto del mundo útil para sus fines que con preservar la verdad histórica tal y como fue.
Y es aquí donde entra en juego la religión, ya que siendo ésta la más temprana y explorada tecnología de fabricación de mitos, se hace necesaria una alianza. Además, no es fácil convencer a las grandes masas que cambien de una religión a otra, y de hecho, desde el poder establecido es casi imposible, al menos por la fuerza bruta. De ahí que, desde antiguo, hayan existido fuertes alianzas entre los reyes y los sacerdotes. Como a su pesar lo descubrió el faraón Akenatón: los reyes pasan, pero los sacerdotes permanecen.
EL ORIGEN DEL PODER Y LA RELIGIÓN.
La primera forma de organización social fue la banda paleolítica, que después pasó a ser el asentamiento sedentario. En este ámbito se desarrolló la figura del hierofante, aquel iluminado capaz de contactarse con "el otro lado", con el mundo de los espíritus, y que bajo la forma de chamanismo (chamanes, machis, druidas, etcétera), es la primera manifestación conocida de lo que después será el sacerdocio profesional.
A medida que las sociedades civilizadas fueron creciendo, los sacerdotes se fueron especializando cada vez más y más en sus labores. Además, descubrieron un atractivo filón de ganancias: las ofrendas rituales. En plazos relativamente cortos, los sacerdotes se convirtieron en los millonarios más poderosos de cada comunidad. Las tablillas con escritura de más antigua data encontradas hoy en día, suelen estar enterradas en ruinas de templos: la escritura fue inventada precisamente para facilitar la contabilidad de los templos...
El gobierno "civil" surgió bastante después. A medida que algunos templos se hacían más poderosos que otros, los sacerdotes descubrieron los beneficios económicos de la guerra santa. En el Cuarto Milenio antes de Cristo, tanto Egipto como Mesopotamia estaban controlados por templos que luchaban denodadamente para obtener el máximo poder. Esto llevó a la profesionalización de la casta militar, la cual muy pronto estuvo en condiciones de extorsionar a los templos: si los sacerdotes no los bendecían, ellos podían pasarlos a cuchillo.
Pero tampoco los militares podían sublevarse contra los sacerdotes impunemente, ya que las gentes de antes, como hoy en día, siempre han temido la ira de los dioses, que supuestamente los sacerdotes son capaces de provocar. De esta manera se creó un modelo político que subsiste más o menos hasta el día de hoy, en el cual los sacerdotes legitiman, con una serie de mitos cosmogónicos, el rol de los gobiernos, y a su vez éstos les confieren a los religiosos un estatus privilegiado.
LA UNCIÓN DE LOS REYES.
El más influyente de estos rituales históricos, es el recogido por la Biblia, y que aparece gráficamente descrito en el Primer Libro de los Reyes. Cuando los hebreos quisieron darse un rey, llamaron al profeta Samuel para que nombrara uno. Este, por mandato de Dios, le confirió tal honor a Saúl, por medio de una ceremonia llamada la unción. Ungido de este modo, Saúl fue rey, hasta que desobedeció las órdenes de Dios (dicho en términos más crudos, decidió negarse a ser el hombre de paja de Samuel), y éste en respuesta, lo declaró depuesto y ungió a David. La soterrada guerra entre David y Saúl hizo que este ritual no tuviera efecto por el minuto, pero cuando David llegó finalmente a ser rey, el ritual de la unción quedó definitivamente establecido.
Este ritual de la unción, a su vez, tiene antecedentes. En Babilonia, por ejemplo, cada Año Nuevo los reyes debían todos los años participar en un ritual frente a la estatua del dios Bel, protector de la ciudad, dándole la mano como una manera de mostrar que Bel le transmitía ese poder al rey. El día en que el Emperador persa Darío I decidió no seguir con el ritual, para mostrar a Babilonia como una ciudad sometida, siguió un estallido de tal violencia, que Darío tardó mucho tiempo en sofocarlo (año 484 antes de Cristo).
A pesar de que los hebreos tuvieron después una suerte histórica bastante triste, el ritual de la unción no desapareció. Por el contrario, al quedar consagrado en la Biblia, pasó a formar parte del acervo religioso y jurídico del mundo cristiano. Entre medio hubo un hiato de nada menos que 13 siglos, puesto que el último rey de Jerusalén fue encarcelado en 587 AC, y el primer rey cristiano europeo coronado por el ritual de la unción fue Carlomagno, por el Papa, el año 800 DC. Previamente, los reyes francos habían sido coronados por el obispo de Reims, desde los tiempos de la conversión de Clodoveo al cristianismo (año 496). Desde 800, y hasta la coronación de Carlos V de Alemania como Emperador en 1536, todos los reyes de Alemania que querían ser Emperadores, debían ir a la ciudad de Roma a obtener ese título. Por su parte el Papa, en su calidad de representante de Dios sobre la Tierra, adquirió la potestad de nombrar reyes, como hizo con Roger II de Sicilia en el año 1139 (como parte de una compleja negociación política).
¿DESAPARECIÓ LA LEGITIMACIÓN...?
La Revolución Francesa impulsó un poderoso movimiento secularizador. El máximo representante de esto fue Napoleón Bonaparte. En 1804 decidió coronarse Emperador, para lo cual llamó al Papa Pío VII (siguiendo la tradición medieval) para que éste le pusiera la corona sobre las sienes. Pero en el momento decisivo, Napoleón le arrebató a Pío VII la corona de las manos, y se la puso él mismo, para representar que nada le debía a la religión en cuanto a alcanzar el poder. De todas maneras, el imperio de Napoleón desapareció después. Pero el reto estaba lanzado.
En las democracias seculares de los siglos XIX y XX, la figura del sacerdote que bendice al flamante nuevo Presidente o Primer Ministro se transformó en un paso solemne y necesario en muchas repúblicas. A su vez, anémicos de apoyo religioso, todas estas democracias han tenido que inventarse nuevos mitos fundacionales. Así vino el reemplazo de la legitimidad basada en Dios, por la legitimidad basada en una entelequia abstracta e invisible llamada la "soberanía popular" o la "soberanía nacional", según el contexto y la tendencia política, las cuales se apoyan a su vez en otra entelequia extraña, cual es la teoría de los derechos humanos.
Y en Estados Unidos, al menos, el apoyo religioso al Presidente no ha desaparecido. El Presidente de los Estados Unidos obtiene tradicionalmente su legitimidad del respeto hacia la forma de religión secular que es la Doctrina del Destino Manifiesto, sobre la cual ya hemos escrito en El Ojo de la Eternidad. Y eso es religión. Cinco milenios después de la unificación de Egipto y el comienzo del reinado conjunto de faraones y escribas sacerdotales, la religión sigue jugando un papel clave para legitimar al orden político establecido.