¡¡TELEPREDICADORES!!
A propósito del escándalo desatado por Pat Robertson, el tipo que se castiga (y nos castiga) hablando de Dios en el Club 700, después de haber decretado que el perro infiel de Chávez debía ser asesin... elimn... no, perdón, "retirado", la bola no ha cesado de rodar. El periodista Alvaro Vargas Llosa aprovechó la ocasión para publicar un ilustrativo artículo sobre los telepredicadores yankis, en La Tercera del Domingo 28 de Agosto de 2005, artículo que transcribimos íntegramente aquí, en EODLE:
La fuerza, arrastre y poder de los telepredicadores en Estados Unidos.
La influencia de estos personajes quedó en primera línea cuando Pat Robertson llamó esta semana a asesinar a Hugo Chávez.
Aunque han perdido la enorme influencia que llegaron a administrar en los años 80 y 90, este fenómeno de inequívoca estirpe estadounidense sigue siendo importante. La sucesión de escándalos sexuales, políticos y monetarios han reducido su poder social y prestigio político.
Por Alvaro Vargas Llosa, corresponsal en Estados Unidos.
Nadie se sorprendió demasiado esta semana cuando Pat Robertson, el telepredicador que quiso ser Presidente, sugirió asesinar a Hugo Chávez, suscitando una controversia internacional y obligando a la Casa Blanca a marcar distancia para no quedar coludida con un acto de terrorismo verbal. El escándalo y la bravata son su elemento, como ha ocurrido con otros telepredicadores en las últimas décadas. En parte gracias a ellos tanto Robertson como muchos de sus colegas han perdido el inmenso poder que llegaron a administrar en los años 80 y 90, aunque este fenómeno de inequívoca estirpe estadounidense sigue siendo importante.
Su lengua ponzoñosa -y la propensión a mezclar los negocios con la tarea evangelizadora- le hicieron perder a Robertson en su día el control de la Coalición Cristiana, que había fundado en 1989. Hacia fines de la década pasada fue sucedido por Ralph Reed, hombre más sofisticado en la búsqueda del mismo objetivo político-religioso. Pronto, sin embargo, Robertson, en parte gracias a sus recursos y en parte por su carisma, retomó parte del control. Aunque Roberta Combs dirige la organización desde 2001, el conocido telepredicador sigue ejerciendo influencia. A ello se suma El Club 700, una vasta organización mediante la cual hace obras benéficas y que sirve de base para su programa de televisión del mismo nombre. Su poder ya no es comparable al que llegó a tener en 1992, cuando le disputó a George Bush padre la nominación republicana, en plena época dorada de los telepredicadores y cuando pudo construir el Family Channel, que sacó a Bolsa y vendió a Rupert Murdoch por cientos de milllones de dólares.
La sucesión milyunanochesca de escándalos sexuales, políticos y monetarios ha reducido significativamente la influencia social y el prestigio político de los telepredicadores, aun cuando en esta era republicana de fuerte contenido evangélico algunos han recuperado cierta influencia. Aunque su fuerza ha disminuido, todavía la Coalición Cristiana, la más mediática de las organizaciones religiosas con objetivo político, tiene unos dos millones de seguidores en todo el territorio norteamericano y ejerce un lobby eficaz en el Congreso. Esto último quedó en claro con la legislación promulgada en el primer período de George W. Bush en relación con el aborto del feto "parcialmente nacido". Sin embargo, el hecho de que el Estado haya mantenido la prohibición de deducir impuestos que pesa sobre las organizaciones religiosas con objetivos políticos indica que la industria de los telepredicadores sigue sin recuperar todo el poder de antaño.
Ole Antony, fundador de la Fundación Trinidad, organización religiosa que se dedica en parte a denunciar el fraude de los "televangelistas" (como se les conoce aquí), declaró a La Tercera que "se trata de un fenómeno básicamente pagano disfrazado con una cruz y debería avergonzar a la Iglesia que este imperio de más de US$ 2 mil millones deprende a los ancianos y enfermos desesperados por recibir ayuda de Dios".
Se calcula que en total hay más de dos mil telepredicadores (tanto en radio como en televisión) en Estados Unidos y que hay una audiencia combinada de unos cinco millones de personas, de las cuales un 55% son mujeres de la tercera edad y un 35% personas enfermas de sida, cáncer y otros pacedimientos graves. Un 10% son de clase alta. El gran negocio consiste en capturar la mayor parte de esa torta televisiva, pero también en pedir donaciones regulares a esos cinco millones de personas.
Auge y caída.
El fenómeno tuvo su origen en este país en los años de la Gran Depresión, cuando mucha gente buscó en los predicadores de la radio consuelo y esperanza. El padre Charles Coughlin, ferviente anticomunista, fue el más célebre. Desde entonces el movimiento no se ha detenido, aunque ha tenido altos y bajos. El gran impulso lo recibió en los años 70 y 80 a raíz de la reacción conservadora contra la "contracultura" de los permisivos años 60, fenómeno que tuvo también su manifestación política en el apogeo republicano de la era Reagan. En el norte del país los predicadores mediáticos tienden a ser católicos, pero en todo el Medio Oeste y el Sur -los grandes bastiones- son protestantes evangélicos. Su mensaje tiene un fuerte contenido político.
Sin duda, la peor hora de los telepredicadores vino a fines de los años 80 y comienzos de los 90, cuando una serie de escándalos expusieron os altos niveles de hipocresía, corrupción y estafa que existían detrás de las prédicas religiosas por televisión. Jimmy Swaggart confesó entre lágrimas que contrataba prostitutas. Pat Robertson fue sorprendido utilizando la embarcación de su Operación Bendición para ir a supervisar sus inversiones en diamantes en Africa. Y un largo etcétera.
¿Cabe algún comentario adicional...?
La fuerza, arrastre y poder de los telepredicadores en Estados Unidos.
La influencia de estos personajes quedó en primera línea cuando Pat Robertson llamó esta semana a asesinar a Hugo Chávez.
Aunque han perdido la enorme influencia que llegaron a administrar en los años 80 y 90, este fenómeno de inequívoca estirpe estadounidense sigue siendo importante. La sucesión de escándalos sexuales, políticos y monetarios han reducido su poder social y prestigio político.
Por Alvaro Vargas Llosa, corresponsal en Estados Unidos.
Nadie se sorprendió demasiado esta semana cuando Pat Robertson, el telepredicador que quiso ser Presidente, sugirió asesinar a Hugo Chávez, suscitando una controversia internacional y obligando a la Casa Blanca a marcar distancia para no quedar coludida con un acto de terrorismo verbal. El escándalo y la bravata son su elemento, como ha ocurrido con otros telepredicadores en las últimas décadas. En parte gracias a ellos tanto Robertson como muchos de sus colegas han perdido el inmenso poder que llegaron a administrar en los años 80 y 90, aunque este fenómeno de inequívoca estirpe estadounidense sigue siendo importante.
Su lengua ponzoñosa -y la propensión a mezclar los negocios con la tarea evangelizadora- le hicieron perder a Robertson en su día el control de la Coalición Cristiana, que había fundado en 1989. Hacia fines de la década pasada fue sucedido por Ralph Reed, hombre más sofisticado en la búsqueda del mismo objetivo político-religioso. Pronto, sin embargo, Robertson, en parte gracias a sus recursos y en parte por su carisma, retomó parte del control. Aunque Roberta Combs dirige la organización desde 2001, el conocido telepredicador sigue ejerciendo influencia. A ello se suma El Club 700, una vasta organización mediante la cual hace obras benéficas y que sirve de base para su programa de televisión del mismo nombre. Su poder ya no es comparable al que llegó a tener en 1992, cuando le disputó a George Bush padre la nominación republicana, en plena época dorada de los telepredicadores y cuando pudo construir el Family Channel, que sacó a Bolsa y vendió a Rupert Murdoch por cientos de milllones de dólares.
La sucesión milyunanochesca de escándalos sexuales, políticos y monetarios ha reducido significativamente la influencia social y el prestigio político de los telepredicadores, aun cuando en esta era republicana de fuerte contenido evangélico algunos han recuperado cierta influencia. Aunque su fuerza ha disminuido, todavía la Coalición Cristiana, la más mediática de las organizaciones religiosas con objetivo político, tiene unos dos millones de seguidores en todo el territorio norteamericano y ejerce un lobby eficaz en el Congreso. Esto último quedó en claro con la legislación promulgada en el primer período de George W. Bush en relación con el aborto del feto "parcialmente nacido". Sin embargo, el hecho de que el Estado haya mantenido la prohibición de deducir impuestos que pesa sobre las organizaciones religiosas con objetivos políticos indica que la industria de los telepredicadores sigue sin recuperar todo el poder de antaño.
Ole Antony, fundador de la Fundación Trinidad, organización religiosa que se dedica en parte a denunciar el fraude de los "televangelistas" (como se les conoce aquí), declaró a La Tercera que "se trata de un fenómeno básicamente pagano disfrazado con una cruz y debería avergonzar a la Iglesia que este imperio de más de US$ 2 mil millones deprende a los ancianos y enfermos desesperados por recibir ayuda de Dios".
Se calcula que en total hay más de dos mil telepredicadores (tanto en radio como en televisión) en Estados Unidos y que hay una audiencia combinada de unos cinco millones de personas, de las cuales un 55% son mujeres de la tercera edad y un 35% personas enfermas de sida, cáncer y otros pacedimientos graves. Un 10% son de clase alta. El gran negocio consiste en capturar la mayor parte de esa torta televisiva, pero también en pedir donaciones regulares a esos cinco millones de personas.
Auge y caída.
El fenómeno tuvo su origen en este país en los años de la Gran Depresión, cuando mucha gente buscó en los predicadores de la radio consuelo y esperanza. El padre Charles Coughlin, ferviente anticomunista, fue el más célebre. Desde entonces el movimiento no se ha detenido, aunque ha tenido altos y bajos. El gran impulso lo recibió en los años 70 y 80 a raíz de la reacción conservadora contra la "contracultura" de los permisivos años 60, fenómeno que tuvo también su manifestación política en el apogeo republicano de la era Reagan. En el norte del país los predicadores mediáticos tienden a ser católicos, pero en todo el Medio Oeste y el Sur -los grandes bastiones- son protestantes evangélicos. Su mensaje tiene un fuerte contenido político.
Sin duda, la peor hora de los telepredicadores vino a fines de los años 80 y comienzos de los 90, cuando una serie de escándalos expusieron os altos niveles de hipocresía, corrupción y estafa que existían detrás de las prédicas religiosas por televisión. Jimmy Swaggart confesó entre lágrimas que contrataba prostitutas. Pat Robertson fue sorprendido utilizando la embarcación de su Operación Bendición para ir a supervisar sus inversiones en diamantes en Africa. Y un largo etcétera.
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