26 noviembre 2006

EL ÉXODO.

Lo que actualmente llamamos "La Biblia" en términos de un solo libro, es la recopilación de una multitud de escritos, de toda clase de escritores. El moderno análisis crítico, en combinación con el trabajo arqueológico, ha ido mostrando que muchos sucesos descritos en la Biblia fueron reales, aunque en muchos casos, no literales según el texto bíblico. El Ojo de la Eternidad revisa la historia del Exodo de los israelitas a la Tierra Prometida, y detalla lo que los arqueólogos e historiadores modernos han encontrado: que la verdad sobre dicha emigración es bastante diferente a la narrada por la Biblia...


[IMAGEN SUPERIOR: "Der betende Moses mit Aaron und Hur auf der Berge Horeb". Pintura de Joseph von Führich, pintor religioso alemán del siglo XIX, que representa un episodio del Exodo, en el cual Yavé anuncia la muerte de Aarón (Números 20:22-29)].

¿OCURRIÓ EL ÉXODO...?
Durante muchos siglos, el relato sobre la Antigüedad anterior a los griegos y romanos se basaba fundamentalmente en la Biblia. En esto pesaba la autoridad del Cristianismo, por supuesto, pero también había una abismal falta de conocimientos sobre dichos mundos, ya que los idiomas antiguos no se conservaban, y además, no existían excavaciones arqueológicas en forma. En el siglo XIX, como consecuencia de la oleada racionalista de la centuria anterior, la Biblia fue puesta sistemáticamente en duda, y no pocos sostuvieron que no debía hacérsele mayor caso, porque después de todo, no era sino un conjunto de espléndidas mentiras inventadas por los monjes y sacerdotes para mantener al pueblo oprimido e ignorante.
Las cosas no resultaron ser tan sencillas, por supuesto. La arqueología de los siglos XIX y XX sacó una vez más a la luz del día a un montón de civilizaciones olvidadas, como Egipto, Mesopotamia o los hititas, y se descubrió entonces que muchos relatos bíblicos eran en realidad remembranzas de antiguos sucesos históricos, pasados por el tamiz de la memoria histórica de los cronistas. O sea, la Biblia no era un puñado de mentiras, pero tampoco era una guía infalible sobre el mundo antiguo. Era, ni más ni menos, que una versión, respetable, pero versión a fin de cuentas, de la historia antigua.
Esto no debería resultar una sorpresa. Después de todo, entre otras cosas, la Biblia es el relato de la historia de los hebreos, pero escrita por los propios hebreos, y por tanto, en ese sentido es bastante sospechosa de parcialidad.
Uno de los ejemplos clásicos de esto es el Exodo. En los tiempos que la Biblia era la única referencia histórica seria sobre el mundo antiguo más remoto, el Exodo era aceptado por los historiadores como un suceso histórico a carta cabal. Hoy en día sabemos que el relato bíblico tiene correlación con las crónicas de otros pueblos, pero puesto en esa perspectiva, nuestra actual imagen de dicho hito es bien diversa.

EL RELATO BÍBLICO SOBRE EL ÉXODO.
La memoria bíblica del Exodo se conserva en dos grandes fuentes: el libro del Exodo propiamente tal, por una parte, y el libro de Números, por la otra. Ambos integran el Pentateuco, los cinco primeros libros de la Biblia (que son: Génesis, Exodo, Levítico, Números y Deuteronomio), y que la tradición atribuyó históricamente a Moisés. Hoy en día sabemos que esto no es así. La mayor parte del Pentateuco fue escrita por dos autores, conocidos como el Yavista y el Eloísta, cuyas historias fueron mezcladas y comentadas por un tercer autor, conocido usualmente como la Fuente Sacerdotal, porque su marca está en los pasajes con comentarios de doctrina y ritual. El Deuteronomio, por su parte, parece haber sido añadido íntegramente en el siglo VII aC, por obra de Josías, o al menos eso podría dar a entender una lectura critica del Segundo Libro de Reyes (2-Reyes 22).
Parece ser que los anónimos autores apodados Yavista y Eloísta, llamados así por su manera de referirse a Dios (Yavé uno, Elohim el otro), condensaron en sus textos una serie de antiguas tradiciones hebreas. Por tanto, el relato bíblico no es una crónica histórica rigurosa, sino un compendio de leyendas y tradiciones antiguas.
La narración del Exodo, según estas fuentes, es la siguiente. Los hebreos llegaron a Egipto en tiempos de José, biznieto de Abraham que llegó a ser visir de Egipto. Allí se multiplicaron, y un nuevo faraón (¡cuyo nombre la Biblia no menciona!), considerándolos una amenaza, los sometió a esclavitud. Gimieron los hebreos a Yavé, y éste los escuchó. Mandó entonces llamar a un refugiado hebreo llamado Moisés, desde las tierras de Madián, a través de una zarza ardiendo. Luego de una serie de plagas, Moisés extrajo a su pueblo de Egipto. Emprendió entonces una peregrinación de 40 años por el desierto, plagada de incidentes milagrosos, a través de los cuales Yavé fue guiando a su pueblo, y que los llevó finalmente hasta la Tierra Prometida.
El faraón que tradicionalmente se asocia al Exodo es Ramsés II, derivado de una interpretación errática de Números 33:3, que menciona una ciudad con ese nombre como punto de partida del Exodo. Por tanto, el Exodo debió ocurrir entre los años 1280 y 1200 aC.
El problema es que la evidencia histórica sobre el Exodo es virtualmente nula. Es decir, simplemente no hay evidencia del paso de un pueblo migratorio en ese tiempo. Por otra parte, Ramsés II no murió ahogado en el Mar Rojo, como habría que deducir de Exodo 14:28-29, y de hecho, no hay registro de que algún Faraón haya perecido así. El relato bíblico sobre el Exodo es, por tanto, no fidedigno. Pero esto no quiere decir que algo parecido al Exodo no haya sucedido nunca, en ese tiempo o en otro. ¿Desde dónde nació la leyenda...?

EL RELATO DE LA CONTRAPARTE.
Las fuentes egipcias no consignan ningún Exodo, tal y como la Biblia lo describe. Pero sí muestran dos sucesos históricos de enfrentamiento con pueblos asiáticos, que podrían proporcionar ambiente a la historia.
La primera de ella es la invasión de los hicsos. Hacia el siglo XVI aC (es decir, unos 300 años antes de la fecha tradicional del Exodo), un pueblo armado con carros y caballos invadió Egipto. El carro como arma de combate era desconocido en Egipto, y por tanto, los hicsos obtuvieron un fácil triunfo, y dominaron el país durante aproximadamente cien años. Pero los egipcios aprendieron rápido, impulsaron un violento contraataque, y no sólo expulsaron a los hicsos, sino que también conquistaron Palestina y Siria.
El segundo episodio fue la violenta guerra que los egipcios sostuvieron con un poderoso imperio del norte, los hititas. Hacia el siglo XIV aC (es decir, el siglo antes de Ramsés II) gobernó en el Imperio Hitita (actualmente Turquía) un rey llamado Shubiluliuma. Este Shubiluliuma inaguró una larga serie de conquistas que puso en violento compromiso el dominio egipcio sobre la región. Fue precisamente Ramsés II quien, hacia el año 1280 aC, pactó un tratado definitivo de fronteras con el rey hitita Muwatallis. Este pacto sancionaba una situación de hecho, en la que muchos pueblos palestinos obtuvieron la independencia, o al menos la autonomía, con respecto a las guarniciones egipcias.
Hacia el año 1190 aC, Egipto y Hatti fueron invadidos por pueblos procedentes del oeste. Los egipcios los llamaron "Pueblos del Mar", debido a que tal era su procedencia, y así ha quedado asentado en los libros de historia desde entonces. Parece que en esta marea invasora aparecieron en Palestina los filisteos, enemigos tradicionales de los hebreos.
¿Mencionan los egipcios a los hebreos en alguna parte? Directamente no. Pero hay una referencia bastante sugestiva en la palabra egipcia "japiru" o "habiri". Esta es usada para describir a los nómadas incursores de la frontera egipcia con el desierto árabe, y también para describir a los pobres y asalariados en el propio Egipto. Aparte de su parecido fonético con la palabra "hebreo", en el relato del Exodo se puede ver claramente que los hebreos ocuparon ambos roles: como trabajadores en Egipto (Exodo 1:11-12) y como invasores desde el este de Palestina (Números 21, 32 y 33).
Uno puede preguntarse por qué el Exodo poco dice sobre los egipcios, y casi nada de los hititas (se refiere a ellos como "heteos", de manera tan subliminal que los arqueólogos pensaban que eran una tribu más, y no la cabeza de un poderoso imperio militar capaz de pararse frente a Egipto). Pero no debe olvidarse que los cronistas bíblicos no eran historiadores, sino que pretendían reunir un conjunto de leyendas y tradiciones sobre los hebreos. Lo que fuera la suerte de otros pueblos diversos, les tenía mayormente sin cuidado.

ENCAJANDO LA EVIDENCIA.
Frente a esto, muchos han planteado que el Exodo no habría ocurrido, sino que todo se trataría de un relato mítico destinado a justificar la conquista, por parte de los hebreos, de un dominio anteriormente egipcio o hitita. Una vez más, las cosas no son tan sencillas. La propia Biblia entrega evidencia decisiva de que hubo algún movimiento desde Egipto hacia los hebreos, y esta evidencia está en los nombres de diversos protagonistas del Exodo, como por ejemplo Hofni o el propio Moisés, que no son hebreos sino egipcios. Y no hay en realidad razón para controvertir esto como una falsificación histórica.
Se han sugerido varias posibilidades al respecto. Una de ellas es que la migración de los hebreos sucedió, pero no en la época de Ramsés II, sino en tiempos de la expulsión de los hicsos (o sea, hacia el año 1550 aC, unos 300 años antes de la fecha tradicional). Otra posibilidad es que se trate del relato más o menos mistificado de la conquista hebrea de Palestina, desde el desierto de Arabia, y esto podría haber sucedido cuando el gobierno egipcio declinó en la región. Ya que la Biblia no reporta ninguna época en la que los hebreos hayan estado en Palestina sin sus incómodos vecinos los filisteos, la fecha aproximada de estos eventos debió haber sido hacia 1190 aC, cuando la invasión de los Pueblos del Mar abatió el dominio egipcio sobre Palestina, y a su vez, esto permitió la instalación de los filisteos en las llanuras costeras palestinas.
Otra posibilidad más simple, es que lisa y llanamente los cronistas bíblicos tomaron diversas tradiciones mezcladas como un todo, armando una historia orgánica y coherente con elementos que, en su origen, no estaban ni de cerca relacionados. Así, el relato bíblico del Exodo estaría compuesto por dos historias independientes. Una de ellas sería la salida de Egipto, vista desde el punto de vista hebreo como un triunfo sobre los egipcios opresores, en vez de lo que verdaderamente fue, una vergonzosa huida desde territorio egipcio junto con la marea de los hicsos. El segundo relato sería la conquista de Palestina, en tiempos de los Pueblos del Mar. Ambos sucesos históricos están separados por aproximadamente 350 a 400 años, pero en la lejanía de la memoria histórica, los cronistas hebreos los habrían mezclado en un sólo gran relato épico. Es de recordar que el florecimiento de la cultura hebrea se produjo entre los años 950 y 650 aC, lo que sitúa a los cronistas bíblicos a lo menos 250 años (¡un cuarto de milenio!) después de la conquista de Palestina. Y en ese tiempo intermedio no hubo cultura ni civilización, sino desórdenes y guerras, como lo recuerda el libro de los Jueces, por lo que cualquier crónica histórica se habría perdido, y se habría transformado en una confusa narración legendaria.
Por lo mismo, es posible afirmar que el relato del Exodo, tal y como lo refiere la Biblia, tiene una base histórica cierta, pero ésta es, en realidad, bastante diferente a cómo la narra el cronista bíblico (o mejor dicho, los cronistas bíblicos en plural).

12 noviembre 2006

DIOS Y LA CIENCIA.

¿Choca Dios contra la ciencia? ¿Hay lugar en el universo para que ambos puedan existir? El problema es bastante complicado, porque enfrenta las convicciones religiosas de las personas con los hechos del mundo exterior. El Ojo de la Eternidad aborda un espinoso problema que sacude a la sociedad occidental actual hasta sus mismísimos cimientos.


[IMAGEN SUPERIOR: La filosofía descubriendo la naturaleza y sus leyes. Grabado de François Peyrard, publicado en París el año 1803. Durante la oleada racionalista del siglo XVIII, los ilustrados combatieron a la religión, entre otras razones, por promover la superstición y la ignorancia, contraponiendo a ella el dominio de la llamada "filosofía natural"].

LA TENSA RELACIÓN ENTRE DIOS Y LA CIENCIA.
En general, las relaciones históricas entre la ciencia y la fe han sido malas. Cada nuevo avance científico ha sido, a lo menos, mirado con sospechas por las religiones. El Cristianismo exhibe varios ejemplos de castigos contra científicos, incluyendo a Hipatia, Rogerio Bacon, Giordano Bruno, Galileo Galilei, Andreas Vesalio, etcétera. Pero acusar al Cristianismo en exclusividad sería una injusticia. Los musulmanes también se llevan lo suyo, encabezando la lista el califa Omar, que al conquistar Egipto en el año 640, mandó quemar lo que quedaba de la Biblioteca de Alejandría, con el argumento de que si esos libros estaban en contra del Corán, eran perniciosos, y si estaban de acuerdo con él, eran superfluos. Un par de siglos después, cuando una escuela filosófica llamada de los mutazilíes intentó promover una lectura más racionalista del Corán, fueron recibidos con intensa hostilidad, e incluso esta disputa fue aprovechada por bandos políticos en pugna para desatar una violenta guerra civil en el Califato Abasida, y en su capital Bagdad (siglo IX).
Lo irónico del caso es que esto no siempre fue así. Es sabido y reconocido que los primeros científicos fueron los sacerdotes. Fueron ellos quienes desarrollaron la medicina, las matemáticas y la astronomía, incluyendo por supuesto la fijación de los primeros calendarios. Sin embargo, mirando con más detalle, la paradoja desaparece. Estos avances fueron permitidos y fomentados por los sacerdotes como una herramienta para mantener su poder sobre las masas. Saber de medicina era una manera segura de extorsionar a la gente a través de su salud. Las matemáticas fueron desarrolladas para actividades en principio bastante pedestres, como llevar la contabilidad de los templos (quienes, con las ofrendas que recibían, fueron históricamente los primeros bancos) y practicar la agrimensura (medición de la tierra y deslindes de propiedades). Fue cuando los avances científicos se secularizaron, y apareció el investigador laico, el momento en que la religión empezó a manifestar sus suspicacias. Pitágoras de Samos, por ejemplo, en la Italia del siglo VI aC, tenía una escuela de filosofía que entre su arsenal de secretos místicos, estaban varios avances matemáticos, incluyendo el conocimiento del Teorema de Pitágoras, el de los cinco poliedros perfectos (el tetraedro, el cubo, el octaedro, el dodecaedro y el icosaedro), y el carácter irracional del número que es la raíz cuadrada de 2. Uno de sus discípulos, un tal Hipaso, se le ocurrió revelar estos secretos a los no iniciados, y tiempo después falleció, ahogado en un naufragio, en condiciones un tanto sospechosas.

EL CRISTIANISMO FRENTE A LA NATURALEZA.
El Cristianismo es una religión anticientífica desde la vena. Esto se debe a que adopta una actitud dualista, de raigambre platónica, frente al mundo. Para el Cristianismo, el cuerpo es simplemente la cárcel del alma, y conocer cosas sobre el mundo es inoficioso, toda vez que importa más la vida eterna que la presente. Así, cualquier avance científico es problemático, ya que puede incitar a la tentación de dejarse llevar por una vida terrena más cómoda, en vez de prepararse para la siguiente. En esto hay, por supuesto, un móvil de poder: la Iglesia Católica no tiene nada que hacer en la vida terrenal, y sí mucho en la ultraterrena, por lo que le conviene que toda la atención de la gente esté enfocada en esa dirección.
El problema es que todas estas ideas están apoyadas por una serie de tradiciones que el tiempo se ha encargado de demostrar que no tienen asidero científico, o que al menos, no han sido demostradas. Nunca se ha conseguido evidencia, por ejemplo, en torno a los milagros de Jesús, ni tampoco hay prueba alguna de que éste haya resucitado alguna vez. El Dogma de la Transubstanciación, según la cual la hostia y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Jesús, se basaba en una ciencia aristotélica hace rato arrumbada por la moderna Teoría Atómica. El relato de la Creación según el Génesis ha sido incesantemente bombardeado por paleontólogos, geólogos y biológos, quienes han probado que el relato bíblico al respecto es substancialmente falso. El Darwinismo y la evidencia creciente sobre la evolución humana, a su vez, han hecho peligrar la noción de que el ser humano es especial porque a diferencia de los animales, tiene un alma, ya que cabe preguntarse en qué minuto, o con qué especie antecesora de la humana, apareció el alma. Por cierto, no hay evidencia fisiológica de que exista un alma inmortal, y por el contrario, lo que llamamos "conciencia" parece ser simplemente una serie de estados químicos a nivel de la mente, que ahora somos capaces de alterar con psicofármacos. Diversos episodios considerados sobrenaturales, como el oir voces de ángeles o del mismísimo Dios, hablar en lenguas, o las posesiones demoníacas, se explican en la actualidad por medio de fenómenos psíquicos bien conocidos y estudiados, tales como la histeria, las neurosis de conversión, o incluso las psicosis. En ese sentido, lejos de validar las creencias cristianas, la ciencia ha ido demoliendo progresivamente éstas.
No es raro entonces que la Iglesia Católica en particular, y el Cristianismo en general, haya reaccionado con tanto vigor contra la ciencia. En la Edad Media prohibió las disecciones, obligando a los estudiantes de medicina a estudiar por los manuales de Galeno, que, como probó Andreas Vesalio en el siglo XVI, estaban plagados de errores. El propio Vesalio fue condenado a muerte por la Inquisición, y salvó su vida en el último minuto gracias a que su poderoso protector, el rey Felipe II de España, le conmutó la pena por la peregrinación a Jerusalén (de todos modos, murió en el camino). En 1634 condenó al astrónomo Galileo Galilei a no defender la Teoría Heliocéntrica, y a arresto domiciliario de por vida, y este escarmiento fue tan ejemplarizador, que a partir de entonces todos los países bajo la férula de la Iglesia Católica se fueron quedando atrasados en lo científico, en beneficio de los países protestantes, en donde había mayor libertad intelectual y académica para investigar. En el siglo XIX, se opuso con vehemencia a la Teoría de la Evolución de las Especies, y sólo después de medio siglo aceptó que quizás el hombre sí estuviera emparentado con el mono. Pero en el campo protestante, las cosas no fueron mejor. En 1925, en el célebre "Juicio del Mono", un profesor fue condenado por violar una ley de Tennessee que prohibía la enseñanza de la Evolución. Incluso en la actualidad, grupos bíblicos han conseguido que en Kansas se enseñe el Diseño Inteligente (o sea, el Creacionismo) como alternativa al Darwinismo, a pesar del carácter ampliamente científico de las ideas darwinianas, y religioso del Diseño Inteligente. Es conocido también el dilema ético planteado por los Testigos de Jehová, quienes por sus convicciones religiosas basadas en una interpretación literalista a ultranza de la Biblia, prohiben las transfusiones de sangre entre sus propios fieles, incluso para salvarles la vida.
Y aún hoy, la Iglesia Católica y los grupos religiosos de Estados Unidos condenan la investigación científica con células madre, con argumentos pretendidamente éticos, que en última instancia son de carácter religioso.

LOS CIENTÍFICOS FRENTE AL PROBLEMA DE DIOS.
Se dice que en una ocasión, Napoleón Bonaparte le preguntó a Pierre-Simon Laplace, uno de los más connotados astrónomos de su tiempo, porque no hablaba de Dios en sus teorías, a lo que Laplace habría respondido: "Sire, jamás he necesitado de una hipótesis semejante". Más modernamente, Stephen Hawking ha mantenido posturas similares. Y lo cierto es que muchos científicos han prescindido por completo de Dios en sus investigaciones. Albert Einstein, sin ir demasiado lejos, era agnóstico (a pesar de provenir de una familia judía), y Charles Darwin podía ser calificado de cristiano más bien tibio. Carl Sagan lo expuso de manera bien cruda: si tienes un hijo enfermo puedes rezar o puedes darle una medicina, y quizás para salvarlo, lo mejor sería aplicar la ciencia.
Pero por otra parte, hay muchos científicos convencidos de que quizás Dios podría estar rondando allá afuera. Stephen Jay Gould escribió alguna vez que quizás haya espacio para la ciencia y la fe.
Y yendo más atrás, hubo científicos como Isaac Newton, quienes estaban convencidos en grado sumo de que al descifrar los misterios de la naturaleza, estaban en verdad penetrando en la mismísima mente del Creador del Universo.
Lo cierto es que los científicos han conseguido explicar muchos misterios de la naturaleza, pero aún quedan muchos otros por resolver. Y lo que no se sabe, simplemente no se sabe: pudiera ser que el camino no tuviera un final, o que no pudiéramos saber de ninguna manera si hay un final, o que Dios estuviera parado al final. No hay manera de saberlo, hasta que se sepa.

LA VISIÓN DE LA CIENCIA Y LA VISIÓN RELIGIOSA.
En última instancia, el conflicto entre ciencia y religión es parte de una guerra más amplia, entre la razón y la fe. La razón exige pruebas para dar algo por conocido, en tanto que la fe "conoce" algo sin prueba alguna. Parafraseando una expresión de Tertuliano, San Agustín decía que "creo porque es absurdo". Ahora bien, esto no es un verdadero conocimiento: puede que el creyente crea algo y acierte, pero eso no lo hace un conocimiento sino una casualidad. En ese sentido, si aparece un cadáver muerto a balazos, la razón exige interrogar a los testigos y examinar el arma homicida antes de dar con el culpable, mientras que a la fe le basta simplemente con apostar por la corazonada, y confiar que esa corazonada sea correcta, y que la persona que cree es el asesino, en verdad lo sea.
Esto tiene que ver con una profunda diferencia de método entre la ciencia y la religión. Siendo la religión una cuestión de fe, puede darse el lujo de saltar de lo particular a lo total, y ofrecer una visión totalizante de la naturaleza. Así, a partir de una serie de axiomas básicos, deduce todo el orden natural. La ciencia no puede proceder así: la ciencia necesita tomar casos particulares y, a través de la formulación de hipótesis y la experimentación sobre dichos casos particulares, inferir la ley que los explique ordenadamente. La religión procede así de lo general a lo particular, y la ciencia de lo particular a lo general.
Esta idea tan simple, alguien como Benedicto XVI se muestra incapaz de entenderla, como lo demostró en su Discurso de Ratisbona del 12 de Septiembre pasado, infaustamente célebre por haber ofendido a los musulmanes. En ese discurso dijo: "Tendremos éxito en hacerlo [en sobrepasar los peligros de la modernidad] sólo si la razón y la fe se reunen en una nueva vía, si nosotros sobrepasamos la autoimpuesta limitación de la razón a lo empíricamente verificable". Reunir a la razón y a la fe en una misma vía es imposible porque allí donde se sabe algo teniendo hechos y pruebas, no se requiere fe, y lo que se sabe por vía de fe, en realidad no se sabe de manera alguna (pasen San Agustín o Tomás de Aquino). Por ende, no hay ninguna autoimpuesta limitación de la razón a lo empíricamente verificable, sino que esto es lo único que en verdad cabe investigar, es decir, aquello que de verdad puede ser verificado. Y después remacha: "una razón que es sorda a lo divino y que relega a la religión al reino de las subculturas es incapaz de ingresar en el diálogo de las culturas". Esto significa establecerle a la razón el requisito de aceptar a lo divino, que es uno de los habitantes metafísicos tradicionales que nunca han podido ser probados, y por ende, verdaderamente conocidos. Y a mayor abundamiento: "la moderna razón científica simplemente tiene que aceptar la estructura racional de la materia y la correspondencia entre nuestro espíritu y las estructuras racionales de la naturaleza prevalecientes como algo dado". La ciencia no tiene en principio que aceptar nada que no venga de la experimentación, porque de lo contrario caería en el "conocimiento por la fe", que como hemos insistido, no es conocimiento en absoluto. Y ya no hablemos del espíritu, sobre cuya existencia no hay evidencia alguna.
De este modo, mientras Benedicto XVI no mire las cosas de manera más lógica y racional, no hay esperanza alguna de que la Iglesia Católica se reconcilie con la ciencia. Y lo mismo vale para toda clase de grupos fundamentalistas, cristianos o no cristianos. Pero esto implicaría que ellos tendrían que renunciar a los jugosos dividendos sociales que les entrega el ser conocedores o pretendidos conocedores de una verdad absoluta.

05 noviembre 2006

EL GNOSTICISMO: LA RELIGIÓN DE LA GENTE PERFECTA.

Aunque fue un movimiento religioso antiguo, sigue teniendo repercusiones en la actualidad. Sin ir demasiado lejos, la Trilogía de Mátrix ha tomado una enorme cantidad de planteamientos propios de este credo, que también ha inficcionado a la Masonería y a muchos místicos. ¿Por qué el Gnosticismo es tan atractivo? ¿Era tan solo una simple secta cristiana, o fue algo más que eso? El Ojo de la Eternidad ofrece algunas respuestas, adentrándose en el misterioso mundo de una fascinante religión antigua.


[IMAGEN SUPERIOR: Tumba en París con símbolos masónicos. Fotografía de Philip Gardiner. La Masonería ha extraído mucho de su simbolismo y rituales del antiguo pensamiento gnóstico].

EN TORNO AL GNOSTICISMO.
En general, seguir la huella de los movimientos místicos esotéricos es bastante difícil, debido a su propio carácter de esotéricos, esto es, de reservados para una pequeña congregación de fieles poseedores del "secreto". Así, las propias sectas esotéricas cuidan de que su material no se desparrame por el mundo, y por la otra, las religiones y creencias rivales, no tan fuertemente esotéricas, tienden a combatir las sectas esotéricas porque son una amenaza para su propio poder. Uno de los casos más importantes conocidos, es el del Gnosticismo.
En general, el Gnosticismo es muy mal conocido. Por una parte está la escasa documentación, la que muchas veces proviene de enemigos del Gnosticismo, y por ende, no es necesariamente la más imparcial que se podría obtener. Por la otra, el propio Gnosticismo no era una religión estructurada, sino una especie de movimiento espiritual, y los propios adláteres del Gnosticismo eran con frecuencia los peores enemigos entre sí. El Gnosticismo tenía muchos ribetes de misticismo, y era fácil caer en el síndrome de "mi misticismo es mejor que el tuyo", por lo que eran en general bastante desunidos. Cada gnóstico adaptaba el Gnosticismo a sus necesidades espirituales particulares, y de ahí que sea muy difícil no sólo hacer un retato acabado del Gnosticismo en sí, sino que incluso es complicado determinar qué pensadores, filósofos o místicos adscribirían al movimiento, y quienes no.

QUÉ ES EL GNOSTICISMO.
En general, la palabra "Gnosticismo" deriva del término griego "gnosis", que significa más o menos "conocimiento". Esto se debe a que los gnósticos alegaban tener una clase de conocimiento especial o peculiar, de carácter esotérico (o sea, reservado a su propia camarilla de elegidos), y que ese conocimiento los hacía superiores o mejores, espiritual y moralmente hablando, al resto de las personas.
Este carácter elitista del pensamiento gnóstico le llevó a desarrollarse más bien como una filosofía para unos pocos elegidos, que una religión de grandes masas. De ahí que los representantes más conspicuos del movimiento aparezcan muchas veces vinculados a la aristocracia. También esto le otorga al Gnosticismo un cierto sello racionalizante: los gnósticos pretendían que la religión popular era un conjunto de groseras supersticiones para las masas, las cuales eran incapaces de entender la revelación más alta, refinada y espiritual de los verdaderos maestros, que eran los gnósticos, y que habían alcanzado este conocimiento o gnosis precisamente por vías racionales (eso alegaban ellos, pero en verdad, las creencias gnósticas son un revoltijo de misticismo oriental bastante caótico).
Las doctrinas del Gnosticismo son bastante complejas, porque cada pensador gnóstico las interpretaba a su manera y acomodo. Pero en general, dos nociones son claves para entender a los gnósticos, en términos metafísicos. Una es la dicotomía que establecen entre la materia y el espíritu: para los gnósticos, la materia es mala y pecaminosa, y el espíritu es bueno y virtuoso. La segunda es la idea de que existe un principio supremo desde el cual emanan todas las cosas, y mientras más emanaciones hayan (es decir, emanaciones de emanaciones de emanaciones, menos "espiritual" y más "material" sean esas emanaciones), más pedestre y mundano es, y por ende, menos elevado. Por muy dispares que sean las doctrinas gnósticas, la mayor parte de ellas concuerdan al menos en esto, en mayor o menor grado.

LA TRADICIÓN GNÓSTICA.
Ambas ideas gnósticas en realidad no eran nuevas en el mundo antiguo. Es posible que la fuente más antigua de éstas sea la India, en donde la tradición de los vedas, que se desarrolló entre 1000 y 600 a.C., insistía en la dicotomía de materia y espíritu con un énfasis que sus homólogos egipcios y babilónicos nunca pusieron en sus doctrinas. Posteriormente, Buda y Mahavira, fundadores de las religiones "gemelas" del Budismo y el Jainismo, desarrollaron estas mismas ideas. En la India antigua, el principio supremo era Brahma, desde el cual emanaban los dioses, quienes a su vez creaban a los hombres. Los últimos pensadores védicos, y Buda y Mahavira, le dieron a estas creencias una connotación moral, desde donde nace la dicotomía entre "materia" y "espíritu".
De ser cierto que el Gnosticismo tuo su génesis en la India, entonces debió comunicarse a Occidente en los tiempos del Imperio Persa (556-333 a.C.), época en la que por sus carreteras estuvieron en contacto Oriente y Occidente. Pensadores como Pitágoras de Samos (siglo VI aC) y Platón (siglo IV aC) desarrollaron estas ideas en Grecia. De ambos, fue el último quien inspiró en mayor medida a los gnósticos posteriores. Ya en Platón existía la idea de que el verdadero conocimiento o iluminación era el conocimiento de las Ideas, que el mundo material eran puras apariencias, y los filósofos eran distintos (y superiores) a los simples mortales porque podían ver las Ideas en estado puro. Es decir, este filósofo era en realidad un místico.
A partir de entonces surgió un frondoso linaje de filósofos que mezclaron estas creencias platónicas con el misticismo de raigambre oriental, y en particular con los cultos de origen persa, como el Zoroastrismo, y su hijo grecorromano el Mitraísmo. Ambas religiones insistían en el choque de la luz contra las tinieblas, en la victoria final de la luz, y en la dicotomía entre el espíritu/luz y la materia/oscuridad. No es raro que el Cristianismo, como culto ecuménico y conciliador, prendiera tanto entre los esclavos, mientras que el Mitraísmo, que apoyaba nociones como la guerra santa de los "puros" o "perfectos" contra los no matríastas, agradara tanto a los soldados de las legiones romanas.
Precisamente son los pensadores cristianos una de las principales fuentes sobre el Gnosticismo. Pero en general, el Cristianismo mostró una actitud hostil hacia los gnósticos. Hubo gnósticos que trataron de introducir a Cristo en su complejo sistema de emanaciones, y esto, los cristianos más ortodoxos no lo aceptaron. De ahí que muchas veces se vea al Gnosticismo como una herejía del Cristianismo, lo que no es exacto, porque si bien había pensadores gnósticos que consideraban a Cristo como un gran guía moral, y acaso una criatura divina, no todos coincidían con esta perspectiva.
Aún así, el Gnosticismo influyó poderosamente en el Cristianismo. Orígenes, quien vivió en la Alejandría del siglo III dC, y fue uno de los primeros teólogos en traducir el lenguaje evangélico a la filosofía griega, fue discípulo de Ammonio Saccas, uno de los más importantes gnósticos, y su impronta (el espíritu es bueno y la carne es mala, el alma alcanza sucesivas etapas para reencontrarse con Dios...) se advierte con fuerza en San Agustín (siglo V dC) y muchos pensadores de la primera mitad de la Edad Media. La noción agustiniana de que "el cuerpo es la cárcel del alma", y que el alma sólo será libre cuando se libere del cuerpo, es de clara raigambre gnóstica. Aún el día de hoy, la Iglesia Católica ve con horror las pulsiones del cuerpo, en particular las de carácter sexual, y esto también es herencia del Gnosticismo.

EL DESTINO DEL GNOSTICISMO.
¿Por qué entonces el Cristianismo se volvió contra el Gnosticismo? Simplemente porque los gnósticos en el fondo eran iluminados que se veían a la par, e incluso por encima, de los cristianos. Los gnósticos consideraban que el Evangelio era la revelación para las masas, pero ellos eran los verdaderos iniciados. Y esto, los cristianos, que en esa época estaban desarrollando todo su aparato de autoridad terrenal (la Iglesia Católica, típicamente), no lo aceptaron. Tampoco ayudó que los gnósticos miraran a Cristo más o menos al mismo nivel de Mitra, Dionisos y otros cultos mistéricos de origen oriental.
Esto ayudó poderosamente a sellar la suerte del Gnosticismo. Cuando cayó el Imperio Romano, el Cristianismo fue la religión triunfante, y el Gnosticismo fue condenado como herético, perseguido, reprimido, y al final extirpado en su versión clásica. Además, al caer el Imperio Romano, la aristocracia pereció con éste, dando paso a un campesinado controlado por un puñado de señores de la guerra bárbaros y de obispos cristianos, y por ende, la principal clientela de los místicos gnósticos desapareció. Por otra parte, el Gnosticismo no tenía un cuerpo doctrinal claro, porque aparte de los puntos básicos (dualismo materia-espíritu y teoría de la emanación), los propios gnósticos discutían sobre quiénes eran los dioses creadores, cuál era el principio supremo, quiénes tenían derecho a ser considerados como grandes maestros y reveladores de la verdad suprema, etcétera.
Aún así, el atractivo aristocratizante del Gnosticismo hizo que sus ideas permanecieran en el tiempo, como una secta dedicada a convencer a la gente de élite que son moral e intelectualmente superiores a las masas iletradas. Las ideas del Gnosticismo permanecieron en el Maniqueísmo, una religión fundada por un predicador persa llamado Mani en el siglo III dC, y que mezclaba Cristianismo con Zoroastrismo. Desde allí pasaron a diversas sectas heréticas en el Imperio Bizantino, como los paulicianos y los bogomilos. Estos influyeron a su vez en el movimiento medieval occidental de los cátaros y los albigenses, quienes no por casualidad se llamaban a sí mismos los "perfectos". Y a su vez, las ideas de los cátaros inundaron toda la tradición esotérica posterior de Europa, siendo recogidas ampliamente por la Masonería, en el siglo XVIII. Incluso hoy en día, películas como "Mátrix" o "El Código Da Vinci" toman conceptos gnósticos como base ideológica alternativa a los postulados cristianos. En ese sentido, aunque el Gnosticismo clásico grecorromano esté bien sepultado, sus sucesores y epígonos siguen aún entre nosotros, y no parecen tener, de momento al menos, fecha de obsolecencia programada.