26 febrero 2006

DARWIN Y EL EVOLUCIONISMO: UNA MALA NOTICIA PARA EL CRISTIANISMO.

La aparición en 1859 del libro "El origen de las especies", de Charles Darwin, fue una verdadera bomba de relojería instalada en la confortable visión del universo biológico que tenían los cristianos. A primera vista, las afirmaciones hechas en dicho libro eran una contradicción flagrante con el relato del Génesis, y peor aún, cuestionaban muy en particular la condición especial del ser humano en cuanto criatura dilecta de Dios. Los cristianos hicieron varios esfuerzos para atacarle, para adaptarlo, para ignorarlo, con los más diversos resultados. El Ojo de la Eternidad hace un breve repaso por el especial punto de vista adoptado por la religión sobre el Darwinismo, y sus intentos por neutralizarlo y/o eliminarlo.


[ILUSTRACIÓN SUPERIOR: Charles Darwin (1809-1882) en su ancianidad. Después de este venerable viejito, nada en la vida religiosa ha vuelto a ser igual].

EL ESTALLIDO DEL DARWINISMO.
Al contrario de lo que se sostiene corrientemente, las revoluciones germinan lentamente, aunque estallen de súbito. El Darwinismo no fue la excepción. Las ideas evolucionistas comenzaron a circular en el ambiente científico de Europa ya a finales del siglo XVIII. A comienzos del XIX, el biólogo Lamarck esbozó una completa teoría evolutiva, muy popular en aquellos años, aunque adolecía de un defecto fundamental: se basaba en la premisa de que los caracteres adquiridos se heredan, algo que hoy en día sabemos no es así (lo que se hereda es el material genético, y los caracteres adquiridos, como por ejemplo cortarle la cola a un ratón, no influyen en el material genético).
La gran revolución que llevó a cabo Darwin, no fue el Evolucionismo, sino el haberlo explicado convincentemente, a través del mecanismo de la selección natural de las especies. Hoy en día se sabe que no es la única manera en que las criaturas evolucionan (por ejemplo, otro mecanismo de evolución es el intercambio de material genético entre unicelulares), pero sí es la más importante de todas. La innovación darwiniana consistió en introducir criterios económicos a la Biología, hasta el punto de que alguien dijo que el Darwinismo era más Economía que Biología.
Cuando Darwin publicó "El origen de las especies", en 1859, dejó explícitamente fuera el tema de la evolución humana. Sabía que con ello se acarrearía las iras de los cristianos, para quienes aún el relato de la Creación según el Génesis debía ser leído de manera literal. De todas maneras, hubo una enorme cantidad de incidentes. Se ridiculizó a Darwin, retratándolo como un mono con su cara. Alguien le preguntó a un destacado evolucionista: ¿usted desciende del mono por parte de su abuelito o su abuelita? Una señora de la alta sociedad dijo algo así como: "Ojalá que no descendamos del mono, pero si es así, espero que no se sepa". En 1871, Darwin añadió la pieza final, publicando el libro "La descendencia del hombre". Con ello, la revolución darwinista quedaba consumada... y empezaban los problemas.

LOS SIMPÁTICOS FILÓSOFOS EVOLUCIONISTAS.
El Darwinismo hizo furor entre los filósofos, quienes desde el siglo XVII estaban interesados en encontrar nuevas maneras de explicar el mundo, sin tener que recurrir a los principios bíblicos. Quien llevó más lejos los planteamientos darwinianos en Filosofía fue Herbert Spencer, un hombre enormemente popular en la Inglaterra del siglo XIX. Spencer postulaba que la evolución natural había proseguido en una evolución social, la del ser humano. Toda evolución, según Spencer, tendía "hacia arriba", a crear especies cada vez mejores. Las ideas de Spencer alimentaron muy bien el ego británico, porque éstas podían interpretarse (y de hecho, ése era más o menos su sentido), de modo tal que proclamaban que el británico de mediados del siglo XIX era miembro de la "raza superior", y por tanto, estaba destinado a civilizar al resto del mundo. Esa idea no era propia de Spencer, pero él le había dado un "adecuado" fundamento filosófico. Spencer inventó algunos términos populares, como "supervivencia del más apto" (frase que erróneamente se le adjudica a Darwin, así como a Maquiavelo se le achaca el erróneo "el fin justifica los medios"), o "Darwinismo social", para referirse a una ética en particular: aquella de que en la sociedad había que dejar abierto el campo al funcionamiento de las leyes evolutivas, para que los más adaptados sobrevivieran, y los menos adaptados desaparecieran, y así la sociedad se hiciera cada vez mejor. Huelga decir que esta ética se avenía muy bien al liberalismo clásico británico, y fue muy popular entre la burguesía industrial, quienes eran justamente los que menos riesgo corrían de ser despachados por las fuerzas darwinianas (a diferencia de los grupos obreros, que preferíñan éticas más vinculadas al por ese entonces floreciente socialismo).
Spencer tuvo un sucesor en la figura del filósofo francés Henri Bergson, ya a comienzos del siglo XX. Bergson planteaba que todo lo vivo, y aún lo inerte en menor grado, estaba habitado por un "élan vital", que llevaba a las cosas a evolucionar desde la más grosera materialidad, a la más alta espiritualidad. El Vitalismo fue popular en el período entre guerras, e incluso Bergson inspiró a otros filósofos, como el renombrado historiador Arnold J. Toynbee, pero en general, fue una doctrina que quedó en el camino, por sus obvias falencias derivadas de su misticismo disfrazado en ropaje filosófico.

LOS CRISTIANOS Y EL DARWINISMO.
Frente a esta arremetida, el Cristianismo tenía que hacer algo. El reaccionario Papa Pío IX se opuso con todas sus fuerzas al Darwinismo, pero sus sucesores, aplastados por la evidencia, tuvieron que claudicar. En 1902, el Vaticano señaló finalmente que no tenía tanta importancia si el hombre había sido creado por aminoácidos o por barro de Mesopotamia, como que tenía un alma inmortal inspirada por Dios.
Esto no significa que dentro del Catolicismo no hayan surgido movimientos para asimilar el Darwinismo. El intento más serio que se emprendió, lo protagonizó Teilhard de Chardin. Este hombre era al mismo tiempo teólogo y paleontólogo, y no de los más despreciables: en su envidiable currículum tiene a su haber el hallazgo del Sinántropo, el mítico "hombre mono de Pekín", en 1925. Chardin postulaba algo parecido a Bergson, pero en versión cristiana: la evolución es un hecho, y las especies cambian, pero no lo hacen al azar, sino que tienden irresistiblemente hacia un mayor grado de perfección. Al final, toda la evolución acabará en el Punto Omega, que se identifica con Cristo, que es el final de la Evolución. Huelga decir que estos aspectos místicos de Chardin han sido un tanto resistidos por la comunidad científica en general, por más que su trabajo paleontológico sea enormemente respetado.
Otros cristianos, en cambio, se negaron a aceptar el Darwinismo en redondo. A comienzos del siglo XX, cobraron fuerza los movimientos creacionistas. Su bandera de lucha era una lectura rígida y dogmática del Génesis. En 1925, en Tennessee (Estados Unidos), consiguieron llevar a juicio a un profesor, de apellido Scoopes, por enseñar el Darwinismo, y lo condenaron; este triste episodio de la historia de la religión es llamado "el juicio del mono". Pero, ante la animadversión generada por estos fanáticos religiosos, en la década de 1980 surgió un nuevo movimiento, que intentaba renovar el Creacionismo. Se le llamó la Teoría del Diseño Inteligente, y aceptando las premisas del Darwinismo, sostenía que había cosas imposibles de explicar científicamente, y que por tanto, llevaban a la conclusión de que existía un dios creador detrás de todo. El Diseño Inteligente tiene dos falencias: una, a nivel de hechos, que juega con evidencia trucada, y dos, a nivel lógico, el que algo no pueda explicarse lógica o racionalmente no presupone de ninguna manera la existencia de un Dios (tampoco la niega, en realidad), sino que sólo presupone lo obvio: carecemos de datos para pronunciarnos sobre la cuestión, la que queda pendiente hasta que surjan nuevas investigaciones.

ALGUNAS IRONÍAS.
Lo irónico del caso es que el Cristianismo es, en un cierto sentido, una religión evolucionista. Todas las primeras religiones del mundo concebían a éste como un movimiento cíclico, derivado de la observación de los ciclos anuales vinculados a la agricultura. El Judaísmo fue la primera religión que rompió con esto, al sostener que el universo en verdad progresaba de acuerdo a los designios de un misterioso Plan Divino, que Yahveh ejecutaba escrupulosamente. Esta noción teleológica de que el universo tuvo un origen, y tendrá un destino final, la integró el Cristianismo dentro de su propio legado. El Cristianismo también postula una cierta evolución, al considerar a Cristo como un punto de inflexión dentro del Plan Divino. Lo mismo vale para varias filosofías "evolucionistas", incluso aquellas anteriores a Darwin. A comienzos del siglo XIX, el filósofo alemán Hegel postulaba que el universo entero evolucionaba para alcanzar un estado definitivo, el Absoluto. No en balde, antes de dedicarse a la Filosofía, Hegel había sido alumno en un seminario para curas, lo que explica el regusto teológico de sus argumentos...
En ese sentido, la Teoría de la Evolución de las Especies es la consecuencia natural que era de esperarse, cuando un científico agnóstico, pero formado en una atmósfera cultural inundada de Cristianismo, se pone a investigar sobre la naturaleza de la vida y se encuentra con algunas respuestas. En definitiva, por tanto, los grupos cristianos temen al Evolucionismo no porque sea algo intrínsecamente extraño a su religión, sino por el contrario, porque comparte un germen ideológico común, pero explica mucho mejor cosas que el Cristianismo no ha sabido explicar acertadamente. En definitiva, por tanto, la lucha contra el Evolucionismo no es más que el miedo de los fanáticos fundamentalistas a perder su propio poder, obtenido sobre la base de un supuesto conocimiento de algunas verdades supuestamente reveladas desde lo alto, y que la ciencia puede demostrar que son mortalmente erróneas.

23 febrero 2006

CONTRA DEICIDE: LA NUEVA BATALLA RELIGIOSA DE CHILE

La libertad de expresión fue una de las más grandes victorias obtenidas por la Revolución Francesa sobre la tiranía de las clases ociosas (nobleza y clero). Uno de los más grandes damnificados fueron, sin lugar a dudas, los movimientos religiosos. Sin embargo, de tarde en tarde estos fanáticos fundamentalistas intentan regresar por sus fueros. En Chile, la última batalla al respecto la está protagonizando el grupo Deicide. Aunque ellos están acostumbrados a dichas lides. El Ojo de la Eternidad aprovecha la ocasión para hacer una nueva crónica de la ceguera fundamentalista en Chile.


[IMAGEN SUPERIOR: Afiche de Deicide, grupo de Death Metal de los Estados Unidos, famoso por sus conflictos con grupos fanáticos fundamentalistas cristianos].

LA POLÉMICA EN CHILE.
El nombre de Deicide no le decía nada a nadie en Chile, fuera de los círculos vinculados al Death Metal y la música más extrema, hasta el año 2004. A mediados de dicho año, el sacerdote Faustino Grazziero fue asesinado brutalmente en la Catedral de Santiago, por un joven llamado Rodrigo Orias, quien aparentemente tenía sus facultades mentales perturbadas. Al poco tiempo se supo que el joven escuchaba música extrema, lo que dio a los grupos fanáticos cristianos más material para denostar todas las manifestaciones culturales que no se adscriben a su visión de lo que debe ser el mundo. Aparentemente, el joven viajó guiado por un impulso, que él atribuía a una misión superior (o inferior, si consideramos que se sentía llamado por las fuerzas infernales), teniendo que ofrecer un sacrificio al Demonio. Todo ello, incitado por las letras de la banda Deicide.
De paso, digamos que la gente de Deicide, al enterarse de lo sucedido, y en particular de que sus letras habían tenido alguna influencia, deploraron el hecho, señalando lo obvio: después de todo, lo que hacen es sólo música, para divertirse y hacer pensar si se puede, pero no para tomárselo tan en serio.
De todas maneras, la popularidad de Deicide parece haber crecido un tanto en Chile, ayudado por la publicidad extra, de modo que organizaron un recital para mediados del año 2005. En dicha ocasión, grupos fundamentalistas intentaron detenerlos, con la Iglesia Católica a la cabeza. Prensa de derecha, como el diario El Mercurio (el mismo que ha defendido más allá de lo defendible a Augusto Pinochet y a los violadores de derechos humanos durante la dictadura militar, entre otras causas inenarrables, y que le da amplia tribuna a empresarios y a la Iglesia Católica, en desmedro de los sectores más populares), intentaron orquestar una campaña en su contra. Sin mayores resultados.
El incidente podría haber quedado ahí. Pero Deicide decidió volver a Chile. Primero, el recital iba a ser en Valparaíso. Después en Viña del Mar. Después se movió a Quilpué. Los grupos conservadores movilizaron todas sus influencias para que los políticos y representantes municipales se opusieran. El diario La Estrella se prestó vergonzosamente a una campaña de pública difamación, dándole un amplio espacio a todos aquellos quienes opinaban en contra de la venida de Deicide, aunque cualquiera que se pasee por los foros de Internet, puede enterarse de primera mano sobre el extenso movimiento de apoyo a su causa, originado justamente en la actitud matonesca de la Iglesia Católica para salvaguardar un mensaje que, en principio al menos, debería hablar de paz y amor, no de prohibiciones ni condenas.

EN UNA TRINCHERA: DEICIDE.
¿Quiénes son Deicide? En lo principal, son una banda de Death Metal. Es decir, de música metalera extrema, más centrada en la brutalidad del sonido que en la melodía de la canción. Nacieron en Florida bajo el nombre de Amon, en el año 1987. La integran Glen Banton como bajista y vocalista, los hermanos Eric y Brian Hoffman como guitarristas, y Steve Asheim como baterista. Aparte de registros en vivo, su discografía comprende LPs con nombres bastante decidores: "Deicide", "Legion", "Once Upon The Cross", "Serpents Of The Light", "Insineratehymn", "Torment In Hell" y "Scars Of The Crucifix".
Una fuente de odiosidad contra Deicide, la constituyen sus líricas. Puede afirmarse que hay dos clases de líricas satánicas, dentro de la música extrema: el satanismo cosmológico y erudito, cercano al Gnosticismo, propio de bandas como Emperor o Dimmu Borgir, y el más vinculado a la visión cristiana de Satán: la sangre, la crueldad, la violencia. A esta segunda línea adscribe Deicide. Las letras no son nada suaves. Esto es lo que dice la canción "Deicide", de 1990: "Puedo golpear la luz y ver a través de la verdad, yo soy el Deicida, Señor, qué puedes hacer. Has caído ahora, una y otra vez y siempre será en la cruz, hijo olvidado, un sacrificio tiene que ser hecho" ["I can strike the light and see through the truth / For I'm the Deicide, Dominus, what could you do / Thou has falled you now, one again and always will / On the cross, forgotten son, a sacrifice it had to be done"]. O la canción "The Pentecostal", del 2004: "Zombie de Jesús, celestialmente fascista, lo peor de lo peor, empático cristiano, bautizado en pánico, símbolo de resurrección, la vida sobre todo, total desastre, enfermo y perverso" ["Zombie of Jesus, heavenly fascist, worse of the worse, / Christian emphatic, baptized in panic, symbol rebirth, / Life ever after, total disaster, sick and perverse"].
Todo eso, acompañado de carátulas muy explícitas, que juegan con la iconoclastia más absoluta. Para el disco "Once Upon A Cross", por ejemplo, proponían una carátula mostrando a Cristo destripado. La cual fue finalmente censurada, no sin antes proporcionarles una gran publicidad.
Los espectáculos en vivo también son chocantes. Suelen arrojar al público órganos de animales. Organos de verdad de animales, no hechos para que parecieran tal cosa. Glen Benton, por su parte, se tatuó una cruz invertida en la frente. Hizo también la promesa de matarse sobre el escenario, cuando cumpliera 33 años, aunque este número, que les hubiera reportado una publicidad asombrosa, jamás lo llegamos a ver...
No es raro que Deicide haya cargado sobre sí la odiosidad extrema de numerosos grupos fundamentalistas cristianos, e incluso la leyenda de la banda incluye varias amenazas de muerte en su contra.

EN LA OTRA TRINCHERA: LOS FANÁTICOS FUNDAMENTALISTAS CRISTIANOS.
Aunque en Chile supuestamente la dictadura militar, y la consiguiente represión de las libertades civiles (incluyendo la libertad de expresión) se terminó hace década y media, los grupos fanáticos fundamentalistas han seguido firmes al pie del cañón. La gran estrella de la década de 1990, en materia de pisotear el derecho a la libertad de expresión, fue el obispo Jorge Medina, Obispo de Valparaíso, quien después fue ascendido a un alto cargo vaticano y sepultado ahí, para que no molestara más, debido a que su actitud intolerante y fanática ocasionó incluso roces diplomáticas entre la República de Chile y el Vaticano. Uno de los tristes hitos que protagonizó Medina, lo constituyó su dura campaña para impedir que la banda Iron Maiden tocara en Chile, la que finalmente tuvo éxito, para fastidio de sus numerosos seguidores. Algo que los fanáticos de Maiden, por cierto, nunca le perdonaron a Medina. Como puede apreciarse, ya existían antecedentes para intentar prohibir que un grupo de música tocara su repertorio en un concierto público y en vivo.
Otra gran trinchera para los grupos fundamentalistas, fue la batalla en torno a la película "La última tentación de Cristo". La censura de la dictadura militar la prohibió, y después, hubo una larga y dificultosa batalla legal por eliminar dicho resquicio dictatorial en nuestra moderna y aún imperfecta democracia.
Por desgracia en el Chile actual dichos grupos fanáticos, entre los cuales no es el más tolerante la Iglesia Católica, siguen desempeñando un enorme poder, el cual movilizan a través de sus relaciones políticas. Los miembros más prominentes de la Iglesia Católica son reclutados entre las familias aristocráticas vinculadas al empresariado, el cual subvenciona con publicidad a la prensa, de manera que los políticos que deseen estar bien colocados en la opinión pública, tienen que entenderse fatalmente con la Iglesia Católica. No es casualidad que el masón y socialista Ricardo Lagos, cuando era candidato a la Presidencia en el año 1999, haya tenido que entrevistarse con la Iglesia, "ir a Canosa", para apaciguar sus resquemores, y que la primera visita de la socialista y agnóstica Michelle Bachelet, una vez Presidenta electa a comienzos del 2006, haya sido al cardenal Francisco Javier Errázuriz.
Los grupos evangélicos, por su parte, compensan su relativa debilidad numérica y económica, con un enorme celo y fanatismo religioso. Ambos grupos, la Iglesia y los evángelicos, consideran que las verdades del Cristianismo son absolutas e incuestionables, y por tanto, sólo valoran la libertad de expresión cuando se trata de difundir su propia doctrina, mas no cuando ésta sirve de vehículo a expresiones disidentes a la misma.

¿Y AL FINAL?
Puede argumentarse que modos de expresión como Deicide podrían constituir incitaciones al odio y la violencia religiosas. Quizás. Pero no menos que una teleserie truculenta puede constituir incitación al adulterio o al asesinato. Después de todo, es sólo música. Si la música tiene ese efecto sobre las mentes perturbadas, entonces claramente deberían prohibirse las rancheras, un género de música muy querido por Augusto Pinochet Ugarte, actualmente procesado por varios crímenes contra los derechos humanos, y acusado por grupos humanitarios de varios cientos más; después de todo, una canción que diga "con dinero o sin dinero, hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley" podría interpretarse como una incitación al autoritarismo...
Además, Deicide, y las bandas como Deicide, nacieron como reacción natural al fanatismo e intolerancia de los cristianos, quienes llevan un largo historial de pretender que sus ideas sobre el mundo y lo que hay en él sean universalmente aceptadas, por la fuerza si es preciso. ¿Acaso no fue la propia Iglesia Católica quien, incitada por lo que dice el Nuevo Testamento, fomentó la leyenda negra de que los judíos debían ser perseguidos por el crimen de haber dado muerte a Cristo (deicidio, justamente)? Si escuchar a bandas como Deicide puede llevar al asesinato de un católico por parte de una psique enferma, ¿acaso con esa misma perspectiva no debería la lectura del Nuevo Testamento ser prohibida porque una lectura inadecuada de la misma podría llevar a una mente enferma a pretender matar a los judíos?
Una de las grandes victorias de la democracia moderna es la libertad de expresión. Medios como Internet han sido un valioso apoyo, hasta el minuto por lo menos, para mantener la misma, creando canales de expresión distintos a los oficiales, controlados por fanáticos religiosos fundamentalistas. La libertad de expresión permite criticar las verdades oficiales sostenidas por grupos religiosos, no en aras de la salvación de las almas sino de su propio sórdido interés económico, como hemos develado en varios artículos de El Ojo de la Eternidad. La libertad de expresión permite también el florecimiento de toda clase de manifestaciones culturales, y si algunas de ellas resulta especialmente agresiva, entonces lo más inteligente es preguntarse: ¿qué he hecho yo, para que se me responda de esta manera? Considerarse a sí mismo como superior al resto de los seres humanos, por revelación divina, y que por eso, el mensaje de uno mismo es más importante que el mensaje del resto, constituye un ultraje al principio básico según el cual todos los seres humanos tienen la misma dignidad y derechos. Quizás Deicide haya olvidado esa premisa fundamental. Pero tampoco la Iglesia Católica o los evangélicos tienen mejores cartones para invocar esto como un argumento, porque ellos llevan dos milenios más con las manos manchadas con la sangre de aquellos quienes intentaron oponérseles.

19 febrero 2006

LA HOGUERA DE LA INTOLERANCIA.

Una de las acusaciones más recurrentes contra las religiones, es que fomentan la ignorancia y el fanatismo. Muchas de las peores atrocidades que el género humano ha cometido, han sido hechas en nombre de la religión. ¿Es acaso mera coincidencia que haya fanáticos religiosos, así como también los hay nacionalistas, racistas o de otra clase? ¿O hay algo dentro de la propia religión que puede provocar el fanatismo? ¿Hay religiones más fanáticas que otras? El Ojo de la Eternidad intenta contestar a estas difíciles cuestiones.



[ILUSTRACIÓN SUPERIOR: Grabado que representa una de las tantas torturas creativas de la Inquisición. La actitud mental de la Inquisición no estaba demasiado alejada de las actuales protestas islámicas contra unas caricaturas danesas, algo que debería avergonzar a musulmanes y cristianos].

LA INTOLERANCIA EN LAS RELIGIONES.
En fecha reciente, las manifestaciones del mundo islámico en contra de Occidente, detonadas por una serie de caricaturas irreverentes hacia Mahoma, han abierto el enésimo episodio de intolerancia religiosa en la Historia. A nivel nacional en Chile, en estos días la banda Deicide hace noticia por la alianza entre autoridades retrógradas y grupos fundamentalistas cristianos, para impedirle el recital organizado para el próximo Martes en Quilpué. Aparte de musulmanes y cristianos, son varias las religiones que llevan adscritas consigo el germen de la misma. ¿Tiene que ser la religión necesariamente algo fanático o fundamentalista? Quizás no. Pero quizás también haya dentro de ella algo que predisponga al fanatismo.
Los más obvios candidatos son los musulmanes. Es bien sabido que Mahoma tenía una mentalidad militarista, y sus sucesores no siempre han sabido apartarse de ella. Ejemplos actuales hay muchos, incluyendo la Jihad declarada por personajes como el fallecido Ayatollah Jomeini, o el desaparecido Osama Bin Laden. Pero rastreando la historia, es posible encontrar una enorme cantidad de movimientos religiosos musulmanes guiados por la necesidad de aniquilar al infiel. Estaba el Viejo de la Montaña en el siglo XII, por ejemplo, quien enviaba asesinos a sus enemigos, reclutando a sus sicarios por medios religiosos. O la ciega polémica religiosa que causó innumerables tropiezos, e incluso la guerra civil, dentro del Califato Abasida, en el siglo IX, entre los sunitas tradicionales, y la secta de los mutazilíes, quienes propendían a una visión más distendida de la religión. O las campañas emprendidas por los musulmanes mogoles de la India en el siglo XVIII (en particular el Emperador Aurangzeb), contra los hindúes y los sijs. O las campañas de los almorávides, en el Africa del siglo XI, que los llevaron a tomar por asalto a España.
Pero sus enemigos seculares, los cristianos, tampoco están libres de polvo y paja. Según los Evangelios, Cristo dijo: "Amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores. Así serán hijos de su Padre que está en los cielos. El hace brillar el sol sobre malos y buenos, y caer la lluvia sobre justos y pecadores. Porque si ustedes aman a los que los aman, ¿qué premio merecen? ¿no obran así también los pecadores?" [Mateo 5:43-46]. Durante siglos, la religión oficial del Imperio Romano los persiguió, pero cuando el Cristianismo fue tolerado primero, y se convirtió en religión oficial después (en 313 y 395 d.C., respectivamente), usaron de su nueva libertad no para dar ejemplo de caridad con los paganos, sino para perseguirlos con saña. Hacer el listado de crímenes cristianos motivados por la intolerancia sería interminable: el asesinato de la matemática Hipatia (415 d.C.), la ejecución de los católicos en España por los arrianos (585 d.C.), la conversión forzada por las armas de los paganos sajones por Carlomagno (774-804 d.C.), las Cruzadas (1099-1292 d.C.), la destrucción del sur de Francia para extirpar la herejía de los cátaros (1209-1244 d.C.), la persecusión de las brujas, la evangelización a sangre y fuego de América, y un largo etcétera.
Entre los crímenes tanto de musulmanes como de cristianos, está la intolerancia a los judíos (más marcada en los segundos que en los primeros, en todo caso). Pero los judíos tampoco han sido inocentes del todo. En las pocas ocasiones en que han existido estados de confesionalidad judía, éstos se han hecho culpables de intolerancia religiosa contra sus vecinos: así, Judas Macabeo intentó la conversión forzada de los edomitas [ver el capítulo 10 del Libro Segundo de Macabeos], y en la actualidad, los judíos atacan inmisericordemente a los palestinos en Israel. Aunque debe decirse en su favor que hay un tercer ejemplo de reino judío, el Imperio Jázaro, que dominó el sur de Rusia entre los siglos VII y IX, que no parece tener historial de conversiones religiosas forzadas.
Y si creían que las religiones orientales podían tirar la primera piedra, no es así. El Shintoísmo proveyó durante años de una armazón espiritual que sirvió a las mil maravillas para reforzar el nacionalismo japonés, lo que llevó finalmente a la Segunda Guerra Mundial. En la India, por su parte, los sijs se convirtieron en una secta militante, que intentaron la guerra santa (y la perdieron) en el siglo XIX... pero en el siglo XX no tuvieron empacho en asesinar a la Primera Ministro Indira Gandhi (en venganza, a su vez, porque ella, quien profesaba el Hinduismo, había mandado cerrar los templos sijs).

EL GERMEN DE LA INTOLERANCIA.
Resulta curioso observar que las primeras religiones conocidas no eran precisamente intolerantes, sino todo lo contrario. La mayor parte de los pueblos de la Antigüedad remota creían que existían muchos dioses, y no tenían mayores complejos en hacerle lugar en un panteón a un diosecillo más. En el Antiguo Egipto, por ejemplo, está probado que el panteón mitológico nació por agregación de varios dioses locales, unificados todos en una mitología más o menos coherente en tiempos del Reino Medio. En Mesopotamia ocurrió el mismo proceso, pero de manera algo más espontánea. Ocurrió un poco como en la actualidad sucede con los superhéroes: primero las historietas de Superman y Batman corrían por sus propios carriles, pero luego se fueron cruzando hasta construir el denso entramado del Universo DC. Lo mismo ocurrió con su rival, Marvel Comics, uniendo las historietas del Hombre Araña, los Hombres X, y otras franquicias de la casa.
El primer germen de intolerancia que podemos detectar, viene de parte de los hebreos. Ellos eran un pueblo de pastores que, instalados después del Exodo, se dedicaron a la agricultura. Los defensores de la religión tradicional en torno al dios Yahveh emprendieron entonces la guerra contra los baales, los falsos dioses, que giraban en torno a los ritos agrícolas de la fertilidad. Por diversas razones sociopolíticas, esta animosidad creció tanto, que Yahveh se terminó transformando no sólo en un dios más, sino también en "el único Dios", el "Dios Celoso", que está pronto a castigar la desviación hacia la idolatría. Yahveh no admitía conformar un panteón alrededor suyo, ni él plegarse a ninguno. De este modo, hay una asociación muy estrecha entre monoteísmo e intolerancia: todas las religiones del tronco hebreo (el Judaísmo, el Cristianismo y el Islamismo, y por contagio del Judaísmo, también el Zoroastrismo persa) desarrollaron dicha virulenta manera de entender las relaciones interreligiosas.
Eso nos da una clave para explicar algo que queda fuera, cuál es, la intolerancia en otras religiones que nada tienen que ver con el judeocristianismo (el Shintoísmo, el Sijismo, etc.). Las antiguas religiones politeístas consideraban a los dioses como una suerte de emanaciones de una realidad cósmica fundamental, y anterior a ella. Le daban distintos nombres: Destino (los griegos), Ma'at (los egipcios), Brahma (los hindúes), etcétera. Por ende, las verdades están repartidas entre todos aquellos quienes pueblan el universo, y nadie tiene derecho a proclamarse señor de la verdad absoluta. En cambio, las religiones monoteístas sostienen que Dios es todo el universo, o trasciende a él, y por tanto, todas las verdades están en él. En consecuencia, sus fieles, por el solo hecho de ser sus fieles, están en posesión de verdades absolutas y totalizantes. Un fenómeno que se refleja también en la devastadora relación de la religión con la ciencia: en el mundo cristiano la ciencia sólo pudo nacer a contrapelo de la Iglesia Católica, y en el musulmán, el primitivo destello científico del Califato Abasida (siglos VIII a XIII) fue anulado por el poder creciente de Islam, tibiamente adorado en dicho Califato, pero muy fuerte después de su caída. Pero en principio, la adoración de un principio básico y fundamental tiende a dichos resultados, y he ahí la explicación de otros fundamentalismos, como el nacionalismo y o el racismo.
En cuanto a las religiones oficiales de los Estados, tienen un motivo adicional para ser intolerantes: la religión se transforma en un arma para mantener la cohesión política del mismo, de modo que perseguir a las religiones disidentes es una cuestión de estado y no sólo un "capricho" cultural. Algo de dichas políticas pudimos esbozar al hablar de los "Emperadores solares", y quizás en EODLE profundicemos un poco más en el asunto, más adelante.

16 febrero 2006

BENEDICTO XVI EN COLONIA: EL PAPA QUE SURGIÓ DEL FRÍO.

Han pasado casi seis meses desde que Benedicto XVI abandonó el Vaticano por primera vez como Papa, y emprendió el que hasta la fecha es su único viaje al extranjero. Lo hizo a Colonia, ciudad alemana muy cara para él. No es mal pretexto para repasar los incidentes y significación de dicho viaje, por lo que El Ojo de la Eternidad devela un par de cosas que los medios de comunicación tradicionales no pudieron o no quisieron decir, sobre las sibilinas manipulaciones de Benedicto XVI, en el día de su encuentro con la juventud...



[ILUSTRACIÓN SUPERIOR: Benedicto XVI en Colonia, en barcaza por el Río Rin, cual Julio César del siglo XXI].

EL VIAJE DEL PAPA A COLONIA.
Al advenimiento de Benedicto XVI como Papa, en Abril pasado, las dudas y resquemores sobre éste eran muchas. Una de las principales giraba en torno al problema de qué tan mediático resultaría. Juan Pablo II había tenido ideas duramente conservadoras, pero también era un hombre carismático y amigo de los medios de comunicación modernos (en particular la televisión e Internet). Si Benedicto XVI fallaba en ser igualmente mediático, y era posible que así fuera, entonces la Iglesia Católica corría un grave peligro de contraerse aún más que lo jibarizado en los últimos años. De esta manera, el anuncio de que concurriría a la Jornada Mundial de la Juventud, en Agosto pasado, resultó ser una prueba de fuego. No sólo era su primer viaje como Papa al exterior, sino también una "primera impresión" de cuál sería su manejo y roce con los medios de comunicación. Y ya se sabe lo que son las primeras impresiones: una mala o muy mala, es muy difícil corregirla más adelante.
La llegada fue apoteósica, en un buen sentido, y también en uno malo. Según la prensa de la época, navegó en un barco con una nutrida comitiva, en cinco barcos (representando los cinco continentes), por el Río Rin, desde el Arzobispado hasta la Catedral de Colonia. No se escatimaron medidas de seguridad: además de las lanchas policiales que recorrieron el río, 300 buzos garantizaron la seguridad de la flotilla. Nada mal, para alguien que se dice sucesor de aquél que entró a Jerusalén montado en un humilde asno...
El mismo día de la inaguración hubo un incidente que sería pintoresco, de no ser por sus siniestras connotaciones. La policía germana, con un muy buen sentido común, se dispuso a repartir gratuitamente condones entre los jóvenes. La Iglesia se opuso rotundamente. Mathias Kopp, vocero de la Jornada, se lo tomó como algo casi personal: "Es una pura provocación". La policía se defendió con el argumento obvio: "En tiempos del SIDA, consideramos que el uso de condones sigue siendo el método de prevención más eficaz". Anécdota pintoresca, como decíamos, pero con un sello siniestro: la Iglesia Católica no sólo desconoce la realidad de que muy pocos jóvenes católicos viven en perfecto celibato hasta el matrimonio, sino que además, está decidida a sacrificar la salud y la vida de los jóvenes por mantener dogmas religiosos espúreos, algo que ya había demostrado al oponerse al control de la natalidad en Africa.
Hubo también un mal presagio: el Miércoles 16 de Agosto (es decir, dos días antes del arribo de Benedicto a Colonia), el creador de las Jornadas de la Juventud, en 1984, el padre Roger Schutz, fue apuñalado por una mujer, aparentemente una perturbada mental (aunque la fuente para esto es un diario católico, La Razón de España).
De todas maneras, la llegada del Papa a Colonia y la atención mediática que había convocado, aseguraban lo fundamental: Benedicto XVI era un hombre capaz de mover masas. Algún mal pensado podría argumentar que todo eso estaba cocinado, con una intensa labor de base a nivel parroquial para llevar gente que aplaudiera, un poco como en la televisión, cuando sale el cartelito "aplausos" o "risas" para decirle al público cuando deben hacer tales cosas. Pero si eso fuera cierto, entonces resulta claro que la maquinaria católica es todavía poderosa...

LA SUPERESTRELLA.
También, lo que fuera a hacer o decir Benedicto XVI, era motivo de controversias. ¿Cuál sería su mensaje?
Un rasgo interesante de hacer notar en este punto, es que Benedicto XVI es un hombre de palabras, algo que no debería resultar increíble, dado que su vida entera ha estado condicionada por su formación de teólogo apartado de la vida cotidiana (algo que subliminalmente dejó ver en su primera Encíclica, como posteamos oportunamente en EODLE). Esto lo diferencia de Juan Pablo II, quien era también hombre de gestos (como por ejemplo, besar el suelo de la tierra que pisaba como una muestra de humildad, rasgo que Benedicto XVI no imitó).
Hubo algunos discursos que trataron asuntos que podríamos llamar "de relaciones públicas". Entre ellos está aquél en donde calificó al Nazismo como "ideología demencial". Decir esto en Alemania, país en donde los grupos neonazis son cada vez más importantes, era algo fuerte. Pero necesario para Benedicto XVI, quien en el tiempo de su elección había sido sindicado como "nazi" por su pasado en las Juventudes Hitlerianas. Tuvo también algunos gestos de acercamiento hacia los judíos, con los cuales inaguró una política que ha mantenido en lo sucesivo: el diálogo con el Judaísmo.
Tuvo también algunos gestos referentes al Ecumenismo. Concretamente, señaló que Alemania era el país de la Reforma, pero también la cuna del ecumenismo cristiano en el siglo XX. Relajó también las exigencias católicas, al señalar que la unidad entre las numerosas sectas cristianas (Benedicto no usó la palabra "secta", por supuesto), "no significa uniformidad en todas las expresiones de la teología y la espiritualidad". Pero estos puntos ganados a favor de la tolerancia, se vieron dramáticamente perdidos en la homilía del Domingo siguiente, en donde afirmó que no existe el "Catolicismo a la carta" (según sus propias palabras). Concretamente, en dicha homilía dijo, después de insistir en la "necesidad de la eucaristía" (lo que en EODLE comentamos oportunamente como un mecanismo de control psicológico de la Iglesia Católica): "La espontaneidad de las nuevas comunidades es importante, pero es asimismo importante conservar la comunión con el Papa y con los obispos. Son ellos los que garantizan que no se están buscando senderos particulares, sino que a su vez se está viviendo en aquella gran familia de Dios que el Señor ha fundado con los doce apóstoles". Es decir, Benedicto XVI borró con el codo lo que escribió con la mano, porque implícitamente pone como requisito para reconocer que una determinada manera de entender el Cristianismo como algo más que un "sendero particular", es la "obediencia al Papa", y de ahí a la completa sumisión doctrinal (algo que sabe bien Benedicto XVI, antiguo Panzerkardinal Ratzinger, perseguidor a muerte de la Teología de la Liberación), hay sólo un paso, en particular desde 1870, año en que el Papa Pío X decretó, con el apoyo del Concilio Vaticano I, que el Papa es infalible cuando habla ex cathedra sobre asuntos de fe (o sea, que todo lo que diga un luterano o un anglicano está equivocado si contradice al Papa, porque sí, porque el Papa lo dice, y punto).

¿EL NAZISMO AL PONTIFICADO...?
¿Qué significado tiene todo esto? ¿Qué puede leerse entre líneas? La conclusión más obvia parece ser el triunfalismo demostrado por la Iglesia Católica, que destacó la masiva afluencia de jóvenes al evento, y el hecho de que la juventud del siglo XXI esté tratando de reencontrarse con la espiritualidad, en medio de la civilización de Internet, el sexo en línea, las películas pornográficas y las relaciones de una sola noche. Y sin embargo, los métodos de Benedicto recuerdan sintomáticamente al Nazismo.
Cuando Benedicto XVI era sólo Joseph Ratzinger, un púber más dentro del Tercer Reich, se le enroló por un año en las Juventudes Hitlerianas. Se ha dicho que su paso por esa experiencia no fue definitivo, porque fue tan solo un año, y de todas maneras no marchó al frente de batalla. Sin embargo, ¿no quiere decir de todas maneras que, en un año, la espiritualidad nazi no lo hubiera marcado? En adelante, toda su manera de afrontar las cosas ha tenido un extraño sello nazi, en particular su manera de reprimir la disidencia: elaborando altos vuelos teológicos (como la filosofía nazi) y aplastando a quienes se oponen a dichos vuelos (como los métodos de represión nazis).
Ahora, como Benedicto XVI, vimos una nueva muestra. Su primer, y hasta el momento único viaje al extranjero, fue a Alemania. En ella, tuvo explícitamente que condenar el Nazismo, quizás por el parecido espiritual de Benedicto XVI con Hitler. Y para reafirmar el Catolicismo allí, realiza lo mismo que los nazis: un espectáculo de masas. No tan perfectamente coreografiado, por supuesto (de hecho, era deseable el "toque de espontaneidad", para evitar que se viera como un videoclip de Rammstein), pero con la misma filosofía de un desfile como el que organizó el Tercer Reich en Nüremberg, en 1934. Y, consciente de que el futuro de la Iglesia Católica es cada vez más negro, con las progresivas deserciones al interior de la misma, se apresta a defenderla de la única manera posible: lavándole la cabeza a miles de jóvenes con un acto de masas, igual que intentaron hacer los nazis con las Juventudes Hitlerianas. ¿Alguien duda todavía de que Benedicto XVI, por más que se oponga al Nazismo, es él mismo un individuo que vive en una atmósfera nazistoide y se comporta como si la Iglesia Católica fuera un Kirchenreich...?

NOTA: Los acontecimientos de la Jornada han sido reseñados de los sitios en Internet de los diarios La Tercera de Santiago de Chile, El País y La Razón de España, y la BBC en español.

12 febrero 2006

LOS EMPERADORES SOLARES.

Que la religión no es inocente de haber sido utilizada muchas veces para fines políticos, es algo que a estas alturas del partido nadie podría poner en duda. Quizás el ejemplo más obvio sean los reyes y Emperadores que se han divinizado a sí mismos, dándose el tratamiento de "Hijos del Sol". El Ojo de la Eternidad hace un breve repaso de varios pueblos que se han dado a sí mismos dicho tratamiento.



[IMAGEN SUPERIOR: Emperador Constantino el Grande (313-337). Bajo su gobierno el Cristianismo obtuvo manga ancha dentro del Imperio Romano].

EL DIOS SOL.
Que sin el Sol, la vida sobre la Tierra sería imposible, es algo que para las más remotas civilizaciones era ya evidente. Bastaba que el Sol empezara a desaparecer y los días se hicieran más cortos, para que un gélido invierno se aposentara sobre la tierra. El temor a que el sol se fuera definitivamente de paseo, hizo que los pueblos antiguos inventaran una serie de rituales para "amarrarlo", coincidentes con el solsticio de invierno, el día más corto del año, y que ha dado origen, entre otras cosas, a nuestra moderna Navidad (fiesta que coincide con el solsticio de verano austral, pero como la inventaron en el hemisferio norte, cuenta también como fiesta de solsticio de invierno). De esta manera, el ciclo solar de las estaciones permitió inventar el concepto de año calendario.
No es raro entonces que el Sol haya sido mitificado como un importantísimo dios desde el comienzo de los tiempos. El dios solar fue un arma efectivísima en manos de los sacerdotes para combatir a la diosa progenitora que, en el comienzo de los tiempos, era la Gran Diosa a la que se rendía culto y adoración (tema que ya tratamos en EODLE).
Y tampoco es raro que, andando el tiempo, los diversos príncipes y emperadores hayan intentado identificarse con el sol radiante, para de esa manera, divinizarse, lo que constituía una poderosa arma propagandística. He aquí un repaso de los más peregrinos reyes y emperadores solares, aquellos que se identificaron con el Sol.

LOS EMPERADORES SOLARES ROMANOS.
Los Emperadores por antonomasia, son aquellos del Imperio Romano, quienes, entre otras cosas, inventaron la propia palabra "emperador". Ya en tiempos de Julio César se hablaba de que los Emperadores eran divinos, o por lo menos, "divinizables". Nerón, el loquito que incendió Roma, se identificaba con Apolo, el dios del Sol de los antiguos griegos, hasta el punto de dar recitales de cítara (el instrumento de Apolo) en la ciudad sagrada de Apolo, Delfos.
Pero fue en el siglo III, cuando la chifladura de los Emperadores con el Sol cobró vuelo. A inicios de dicho siglo, el emperador sirio Heliogábalo introdujo el dios solar de Emesa (Siria), como pretexto para una serie de depravadas orgías, que terminaron cansando a sus soldados, quienes le mataron en 221. Tenía 18 años. Pero la idea de ser un "dios sol" prendió, y uno de sus sucesores, Aureliano (270-275), la consideró muy en serio. Tanto, que como símbolo de la majestad imperial introdujo el culto al Sol Invictus, ordenando construirle un templo en Roma (con los fondos saqueados a la ciudad de Palmira, recientemente conquistada) El culto al Sol Invictus fue la religión semioficial del Imperio Romano hasta el siglo IV, época en la cual Teodosio II declaró (en 392) que el Cristianismo sería la religión oficial de Roma.
¿Y es el fin de la historia? Pues no. Muchos de los atributos del Jesucristo mítico están tomados de la iconografía de dos competidores solares, el persa Mitra por un lado, y el sirio Sol Invictus por el otro. Baste decir que la aureola o nimbo que se usa dentro de la Iglesia Católica para representar a los santos en la iconografía pictórica, procede del nimbo solar con que se retrataba a los emperadores romanos, en su calidad de "dioses solares" encarnados sobre la Tierra, y que por cierto, tiene un origen aún más antiguo, tanto que puede rastreárselo nada menos que a Naram Sim, un caudillo acadio (es decir, de Mesopotamia) que vivió hace la friolera de cuatro milenios.

OTROS PINTORESCOS EMPERADORES SOLARES.
En el mundo antiguo, por no salirse de ahí, otro clásico Emperador solar es el Faraón. En efecto, se consideraba la encarnación viviente del dios Horus, y por tanto, su atributo pictográfico era el halcón, símbolo de dicho dios. Horus era, en la mitología egipcia, el hijo del Sol.
Volviendo a Mesopotamia, el rey babilónico Hamurabi (hacia 1950 a.C.) mostró pretensiones algo más modestas. No parece haberse pretendido un Emperador solar, sino que se conformó con ser "aconsejado" sabiamente por el mismísimo Shamash, el dios del sol babilónico... Algo que todavía hoy se puede ver, en la famosa Estela de Hamurabi que contiene su famoso código, que en su parte superior representa la escena de Shamash pasándole a Hamurabi las disposiciones del mismo.
También los japoneses consideran que su Emperador, el Mikado, es descendiente directo de la diosa solar Amaterasu, y por tanto, es él mismo el Sol. O por lo menos lo era hasta 1945. Ya hemos tratado en EODLE extensamente sobre el particular, así es que no nos repetiremos.
América tampoco fue inmune a la epidemia de los reyes solares. Así, el Sapa Inca, soberano absoluto del Imperio Inca, era también considerado el dios solar. Parece ser que el rey Pachacuti o Pachacútec (según la grafía), convocó a una gran reunión imperial en su templo de Coricancha, a fin de que los sacerdotes de las diversas religiones del Imperio se "pusieran de acuerdo" en ciertos aspectos teológicos que permitieran construir un panteón imperial único, con el Sapa Inca a la cabeza por supuesto, y en donde todos los dioses regionales pudieran encajar con relativa soltura. El resultado de todo esto fue que al Sapa Inca empezó a considerárselo la manifestación terrestre de Viracocha, el dios solar.

EL REY SOL.
Y para el último hemos reservado el ejemplo más pintoresco de la historia occidental: Luis XIV de Francia, el Rey Sol. De niño, este monarca fue profundamente impactado por la Fronda, una violenta rebelión de la nobleza que fue fieramente reprimida por el Cardenal Mazarino. Cuando Mazarino falleció, Luis XIV tomó personalmente en sus riendas el gobierno, y se dedicó a que algo como eso jamás volviera a pasar. Aprovechando que los cortesanos adulones le habían apodado "El Rey Sol", debido a que cuando tenía 15 años había interpretado dicho papel en un ballet ante toda la corte, adoptó dicho rol. Como Nerón 1600 años antes, se identificó con Apolo. El Palacio de Versalles, su mayor obra propagandística, está trufado de dichos motivos artísticos.
Y no se crea que con el fin de la monarquía absoluta, termina ahí la cosa. Dentro de la ideología del Nazismo Esotérico, ocupa un destacado papel el mito del "sol negro", que tiene que ver con numerosas tradiciones indoeuropeas antiguas... Pero eso quizás sea tema para algún futuro artículo de EODLE.

09 febrero 2006

SEIS MESES DE "EL OJO DE LA ETERNIDAD".

El Ojo de la Eternidad cumple hoy, 09 de Febrero, seis meses en línea. Seis meses que han sido turbulentos y azarosos, con varios cambios en la línea editorial, hasta llegar a un proyecto que puede ser más o menos viable. Nos sentimos orgullosos de la labor hecha, y seguimos adelante a toda máquina, como corresponde, siempre entregando claves para entender mejor el fenómeno de la religión. Para el resto de Febrero hay artículos sobre el Darwinismo, sobre el movimiento gótico, sobre la visita de Benedicto XVI a Alemania, y mucho más. Y estamos preparando una serie sobre la biografía del difunto Papa Juan Pablo II, al estilo de El Ojo de la Eternidad. Es decir, objetiva y basada en hechos, y no una hagiografía como pretenden venderla los católicos más reaccionarios. Así es que sigan con nosotros en este camino que hemos emprendido, porque El Ojo de la Eternidad sigue arrojando luz sobre aquellas cosas que los fundamentalistas y fanáticos religiosos prefieren que sigan quedando ignoradas...

08 febrero 2006

VIÑETAS DE MAHOMA: EL PRIVILEGIO DE SER MUSULMÁN.

La semana pasada, un incidente tan baladí como la publicación de unas viñetas que caricaturizan a un personaje histórico fallecido hace catorce siglos, ha desatado nuevos disturbios religiosos. Los fanáticos musulmanes se han sacado la careta, y han comenzado una serie de protestas, tratando de dar un nuevo paso en la instauración de una dictadura coránica mundial. El Ojo de la Eternidad explora un poco los entresijos de este nuevo choque de sensibilidades religiosas y fanatismo cavernícola mundial.



[IMAGEN SUPERIOR: Las caricaturas de Mahoma que son consideradas ofensivas por los musulmanes, publicadas por el diario noruego Magazinet, el inicio de los grandes males de esta oleada fanática].

LAS CARICATURAS DE LA DISCORDIA.
Todo partió el 30 de septiembre pasado, cuando el diario danés Jyllands-Posten publicó unas caricaturas de Mahoma que la comunidad musulmana consideró ofensivas, incluyendo la más polémica de todas, una en que Mahoma aparece representado con un turbante que es, al mismo tiempo, la mecha de una bomba. El asunto motivó protestas por parte de los musulmanes, ante las cuales el gobierno danés decidió no pedir disculpas.
Hasta ahí todo iba más o menos como se supone que deben marchar en una comunidad democrática. Sin embargo, el 30 de Enero, el diario noruego Magazinet publicó también las viñetas. El resultado de esta "onda expansiva editorial" fue el inmediato estallido de una creacción fanática intolerante por parte de grupos fundamentalistas musulmanes. Empezaron así las protestas... manifestaciones francamente agresivas contra embajadas de países occidentales en el mundo islámico. En Siria, fue incendiada la embajada de Dinamarca. Como ésta compartía edificio con las embajadas de Suecia y Chile, éstas también resultaron incendiadas, a pesar de que ninguno de estos dos países tenía nada que ver en el embrollo.
Por supuesto que numerosos actores internacionales aprovecharon su oportunidad para tener alguna figuración. El Presidente de Estados Unidos, George W. Bush, que después de los desgraciados eventos en torno a los huracanes que azotaron Nueva Orléans en 2005 está en su punto más bajo de popularidad en todo su reinado, se lanzó una vez más a la política del vaquero mundial, culpando derechamente al gobierno de Damasco por no tomar las medidas de seguridad pertinentes. Más allá de si Bush tiene o no razón, es bien sabido que éste ha presionado desde la caída de Saddam Hussein al gobierno sirio, buscándole las cosquillas por todos los medios, para continuar su cruzada fundamentalista cristiana en Medio Oriente.
El Vaticano aprovechó también de entregar su opinión. Siguiendo su política de "hoy por ti, mañana por mi" (como si los musulmanes fanáticos fueran a respetarla), proclamó la necesidad de respetar las convicciones religiosas fundamentales de las personas. Algo que calza muy bien con la mentalidad fundamentalista de Benedicto XVI, otro fanático religioso que le gustaría ver a toda Europa esclavizada bajo la férula de hierro de la Iglesia Católica (la prueba de su fanatismo religioso emana de la lectura atenta de su primera encíclica, que analizamos ya en EODLE).
Otras reacciones son más pintorescas. Como la de la Liga Arabe-Europea, que optó por publicar una caricatura post coitum de Hitler en la cama con Ana Frank, diciendo: "Escribe esto en tu diario, Ana". Supuestamente, eso debería ser ofensivo (probablemente para algunos europeos lo sea, en particular judíos).

LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN VERSUS LA LIBERTAD RELIGIOSA.
Lo que está en juego en toda esta cuestión, es el viejo problema de la "tolerancia de los intolerantes". Formulada en forma de pregunta, sería algo así: ¿de qué manera, en una sociedad democrática y tolerante, podemos ser consecuentes tolerando a aquellos que, de tener la posibilidad, destruirían la democracia y la tolerancia? En términos puramente éticos, la cuestión no tiene manera de ser resuelta. Todos los valores preconizan ser absolutos, pero para armonizar o compatibilizar dos valores fundamentales contrapuestas, no queda más remedio que relativizar, y postular que en algunos casos se debe sacrificar un valor por otro. ¿Cuál es, entonces el valor supremo en este caso?
Este no es sino el enésimo episodio en el cual la libertad de expresión choca con las sensibilidades religiosas. Le pasó a Galileo Galilei, cuando intentó publicar su tratado sobre Astronomía y la Iglesia Católica lo condenó a reclusión domiciliaria. Le pasó a los enciclopedistas del siglo XVIII, cuando intentaron publicar en su Enciclopedia artículos que iban en contra de la Iglesia Católica.
Incluso, desde cierto punto de vista, sigue pasando en la Europa de hoy. A seis décadas de terminada la Segunda Guerra Mundial, existen en varios países, y muy en particular en Alemania, severas leyes que limitan la libertad de expresión en lo que se refiere a hacer apología y propaganda del Nazismo, del Holocausto, o de grupos neonazis. Leyes que son completamente antidemocráticas, pero que buscan proteger la democracia de aquellos que son antidemócratas... En muchos aspectos, el Nazismo es también un movimiento religioso, y por ende, el fanatismo nazi tiene harto en común con el fanatismo religioso. Del otro lado de la trinchera está el fanatismo por el Holocausto, quienes critican todo lo que tienda a hacer bajar a los judíos de un pedestal de "pueblo bendecido por Dios", como lo experimentó la gente que rodó "La caída" ("Der Untergang") o "Münich", sólo porque son un poquito condescendientes con "el otro lado" de la trinchera.
El problema, como puede verse, es viejo, y no tiene trazas de resolverse en un futuro cercano. Si es que alguna vez puede solucionarse.

EL FANATISMO.
La mecánica de todo esto es tan vieja que resulta hasta aburrido explicarla. Se trata de una nueva muestra de fanatismo e intolerancia religiosa, promovida por aquellos grupos cuya mentalidad no ha evolucionado desde la Edad de Piedra. Es el mismo fenómeno que hemos visto en otras religiones, cuando telepredicadores como Pat Robertson demanda en nombre de Dios el asesinato de Hugo Chávez, o como Benedicto XVI pontificando en nombre de verdades sagradas que cree entender muy bien.
En el fondo, lo insultante de la mentalidad del fanático religioso es su sentimiento de superioridad. El fanático religioso se siente tocado de la gracia divina, y por tanto, legitimado para exigir y obligar, por la fuerza y el terror incluso, determinadas conductas y comportamientos. Sintomáticamente, dichos comportamientos siempre son restrictivos en grado sumo de la libertad de las personas, lo que es una manera de mantenerlas amarradas a Dios, lo que es sinónimo de, a su intermediario. O sea, los fanáticos, sean musulmanes o de cualquier otro tipo, en el fondo son almas míseras, que tratan de afirmar su propia identidad, que saben triste y vacía porque nada han hecho con ella, tratando de imponerse como interlocutores válidos de un Dios sobre el cual, sin embargo, no pueden ofrecer la más mínima prueba. Ahora bien, el fanático puede o no seguir sus propias reglas. Si lo hace, siendo éstas restrictivas, entonces se trata de una mentalidad neurótica que trata por todos los medios de construirse una realidad a su amaño, para sentir al menos un dejo de seguridad en el mundo. Si no lo hace, entonces es un psicópata que cree que existen dos juegos de reglas, uno para el resto del mundo y otro para él. En cualquiera de los dos casos, el fanático es una persona con graves disfunciones mentales. En ese sentido, tomar en serio sus reclamos es algo tan ilógico como hacerlo con las pretensiones de un loco cualquiera.
En ese sentido, la supervivencia de la sociedad occidental exige que los fanáticos musulmanes que han perpetrados ataques contra embajadas, en contestación a lo que es el legítimo uso de la libertad de expresión en una democracia occidental, sean castigados con todo el rigor posible, no por ser musulmanes, que dicha religión es tan respetable como cualquiera otra, y en ella, como en todas partes, se encuentran tanto fanáticos como gentes moderadas y de bien, sino por ser fanáticos quienes realizan estos actos, y por tanto, por ser personas psíquicamente enfermas, y quizás irrecuperables para la gran comunidad humana.

05 febrero 2006

BAJO EL IMPERIO DE LA GRAN DIOSA MADRE.

La primera gran divinidad que rigió a la Humanidad no fue un dios, sino una diosa. O mejor dicho, múltiples diosas, adaptada cada una a la idiosincracia de las tribus y pueblos que las adoraban, y que son reflejo de una y misma deidad, extendida a lo largo y ancho de Europa y Asia. Aunque derrocada por los dioses masculinos, la Gran Diosa Madre sigue teniendo una notable, aunque soterrada, presencia incluso hoy en día. El Ojo de la Eternidad cuenta su historia.



[IMAGEN SUPERIOR: Afrodita de Delos, escultura griega tallada alrededor de 100 a.C. Puede verse a tres símbolos eróticos: la diosa Afrodita y el Amor, junto al lascivo dios Pan. Desde antiguo, las diosas fueron acosadas y arrinconadas por los dioses, pero aún siguen estando presentes...].

AL PRINCIPIO FUE LA DIOSA.
"Al principio Dios creó el cielo y la tierra.. La tierra estaba desierta y sin nada. Las tinieblas cubrían los abismos mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas. Dijo Dios: "¡Haya luz!, y hubo luz"... Con estas palabras (Génesis 1:1-4) parte la Biblia, refiriendo la primera historia de todas, la de la Creación. ¿Fue esto así? Licencias poéticas aparte (ahora sabemos que el universo fue obra probablemente de un Big Bang), lo cierto es que la primera entidad creadora del mundo no fue un dios... ¡sino una diosa! El texto bíblico precedente fue escrito en fecha bastante tardía, quizás un par de siglos antes de Cristo, por un sacerdote varón, en tiempos que el masculino Yahveh se había impuesto sin contrapeso sobre las diosas femeninas. Porque lo cierto es que Yahveh alguna vez... ¡estuvo casado! Y más extraño aún... ¡El dios de la Biblia era un MANDADO por su esposa!
Este caso no es único. A lo largo de muchos siglos, incluso de milenios, toda Eurasia desde Inglaterra hasta Japón estuvo bajo el imperio de las diosas. Aunque adoradas bajo diferentes advocaciones (Frigg en Germania, Hera y Afrodita en Grecia, Astarté en Fenicia, Isis en Egipto, Istar en Mesopotamia, Kali en la India, Amaterasu en Japón), todas ellas reunen cualidades comunes que las transforman en grandes creadoras, y que han llevado a los arqueólogos a bautizar su religión como el Culto de la Gran Diosa Madre.

LA VIDA DEL UNIVERSO.
La religión es un invento reciente: no tiene más de 50 o 60 mil años, una insignificancia comparado con el millón de años de evolución biológica humana, o los 20 o 25 millones acumulados por la evolución desde los primeros primates. En dicho tiempo, por razones no bien aclaradas, los seres humanos empezaron a considerar que el universo entero estaba poblado de entes inmateriales que animaban todas las cosas, y que explicaban por qué el sol calentaba, el viento soplaba, etcétera. Rastros de dicha religión existen por todas partes, desde los pillanes adorados por los mapuches, hasta los númina romanos, o los fantasmas y espectros de la Mitología Japonesa.
Después de lo cual, aquellos pueblos se abocaron a la gran pregunta de "¿quién creó todo esto?". ¿Quién era, en efecto, el sostenedor de los ciclos de la naturaleza? La conclusión, la obtuvieron por analogía. Si los seres humanos existían porque una madre los paría, entonces lo mismo debía ser con todas las cosas, que tenían que haber sido paridas por alguna especie de Gran Diosa Madre.
La evidencia de esto, está en el arte rupestre. La máxima muestra de la escultura del período Paleolítico son las llamadas "venus", que no tienen nada que ver con la diosa griega, sino que son estatuillas femeninas que, sintomáticamente, tienen bien reforzados los rasgos propios de la fertilidad femenina: vientre y pechos hinchados, y vulva bien visible, al tiempo que los rasgos secundarios a la fertilidad están apenas delineados (piernas, brazos, etcétera).

LA LLEGADA DE LOS DIOSES.
Los dioses masculinos fueron un resultado secundario de la aparición de la agricultura. Los pueblos agrícolas estaban enfrentados al problema de los ciclos de la naturaleza. Ellos no disponían de explicaciones astronómicas como las nuestras para explicar la existencia de un verano y un invierno, de modo que estaban obligados a llevar a cabo toda clase de rituales mágicos de fertilidad, para evitar que los dioses se encapricharan y sumergieran al mundo en un invierno eterno. La explicación que encontraron, se sintetiza en los llamados Dioses Murientes: deidades masculinas que eran a un tiempo hijos y amantes de la Diosa Madre, que todos los años morían para renacer después. Todos los grandes dioses masculinos comenzaron de esta poco promisoria manera, su carrera religiosa.
El cómo los dioses masculinos se rebelaron y suplantaron a la Diosa Madre, es todavía un misterio, a pesar de que existen múltiples indicios del proceso, tanto en las muestras arqueológicas, como en la mitología. Parece ser que a medida que la población fue creciendo, y las sociedades agrarias se hicieron más complejas (es decir, cuando inventaron la civilización), las mujeres se transformaron en un bien sumamente preciado, una mercancía susceptible de ser vendida "en matrimonio" y dote mediante, ya que tener muchas mujeres que pudieran procrear era una garantía de que se tendrían, a su vez, muchos hijos, los cuales eran una importante base de poder. Surgieron así las sociedades patriarcales, que rápidamente reemplazaron a las antiguas sociedades matriarcales. A la vez, los sacerdotes de los dioses masculinos reforzaron su propio papel, creando mitos que denigraban a las diosas, y exaltaban el papel de los dioses.
Así, las diosas pasaron a ocupar dos papeles bien definidos: el de "engañadora" y el de "caos primigenio". El ejemplo más claro de diosa encarnación del caos primigenio es Tiamat, la gran serpiente babilónica madre de demonios, que es asesinada por el dios masculino Marduk, quien usa su monstruoso cadáver para crear el universo y sus distintas dependencias. El papel de engañadora lo encarna muy bien la diosa egipcia Isis, quien según la Mitología Egipcia, obtiene un poder indebido sobre Ra, engañándole para que éste revele su nombre secreto, con el cual le confiere a la diosa un poder mágico inigualable.
Quizás el caso más extremo de "terrorismo machista religioso", sea el de los sacerdotes bíblicos. En Canaán, la Gran Diosa se llamaba Aserah. Su culto era un trasunto de otras diosas de la fertilidad de la región, como la fenicia Astarté o la mesopotámica Istar, con quienes comparte hasta un nombre similar. Sin embargo, por varias razones largas de explicar aquí (pero que EODLE se guarda para un futuro artículo), su contraparte masculina el dios Yahveh fue imponiéndose de manera lenta e implacable, hasta que los sacerdotes bíblicos consiguieron borrar casi todo rastro de la diosa ("casi", porque aún quedan vestigios de Aserah en la Biblia), y entronizar a Yahveh no sólo como el "dios masculino que manda", sino también como dios único.

LA SUPERVIVENCIA DE LA DIOSA.
A pesar de los denodados intentos por destruir a las diosas, lo cierto es que los dioses masculinos nunca han podido deshacerse de ellas. No podrían hacerlo, ya que después de todo, la mitad del género humano está compuesto por mujeres, y por tanto, en todo panteón religioso que se respete es necesaria una presencia femenina que las represente, a fin de evitar que éstas abandonen la "religión oficial" en beneficio de doctrinas "heréticas" que las representen mejor.
En la Antigua Grecia, por ejemplo, esto era bien visible en el hecho de que, de los doce dioses Olímpicos que lo mandaban todo, la mitad eran diosas. En Egipto, Isis terminó unida en amigable convivencia con su marido Osiris y su hijo Horus. En Japón, la diosa Amaterasu consiguió mantener su puesto incluso contra el brioso dios marino Susano-O, transformándose en progenitora del linaje de los Emperadores. En la India, ni Shiva ni Visnú consiguieron arrumbar el culto a Kali, que siguió bien vivo, aunque en relaciones bastante ambiguas con todo el resto de la mitología (es diosa de muerte, por un lado, pero de nueva vida, por el otro). Incluso el Budismo, que tiene por centro a Buda, ha rescatado desde siempre la fiigura de su madre, la diosa virgen Maya.
Lo que nos lleva al Cristianismo. Supuestamente, el Cristianismo es una religión monoteísta. Y sin embargo, bien enclavado en su interior está el Culto Mariano. En María, la Virgen Madre de Dios (Theotocos, en griego, según el título que se le ha conferido oficialmente desde el Concilio de Efeso en 431), están reunidas todas las características de la Gran Diosa Madre, incluyendo el ser compañera de Dios (en su forma de Padre) y progenitora de un Dios Muriente... y es descendiente lejana de un largo linaje de Diosas Madres que incluye a la diosa hitita Arinna y a la diosa griega Artemisa... una historia demasiado larga para reseñarla aquí, pero que ya estamos desarrollando en un futuro artículo para El Ojo de la Eternidad.

02 febrero 2006

LA PRIMERA ENCÍCLICA DE BENEDICTO XVI.

El pasado 25 de Enero, con unos nueve meses de Pontificado, aunque antedatada para la Navidad del 2005, Benedicto XVI presentó su primera encíclica. Aunque no es una formalidad, es costumbre vaticana que la primera encíclica de un Papa es una suerte de programa o anticipo de lo que serán las preocupaciones principales del Pontífice. Lo que nos encontramos después de leer "Deus Caritas Est", la Encíclica de Benedicto, es bastante revelador, tanto por lo que dice como por lo que oculta, porque confirma algo que ya sospechábamos: Benedicto XVI es un hombre obtuso, que vive en un universo mental paralelo al nuestro, y que es serio candidato a la psicosis. Como buen blog sobre religión, no podíamos estar ausentes de este evento, así es que El Ojo de la Eternidad revela los detalles y entresijos con un completo análisis del texto en cuestión.


[IMAGEN SUPERIOR: Benedicto XVI saludando. Nótese el rictus sociópata (mirada fría como tiburón, sonrisa apenas esbozada) y las manos dispuestas a la manera del chamán de la tribu haciendo un sortilegio].

...ANTERIORMENTE EN LA SAGA DE BENEDICTO XVI...
En Abril del año pasado, Joseph Ratzinger, el fanático e inflexible guardián del dogma católico en el Vaticano, se convirtió en Papa Benedicto XVI. Dicho nombramiento causó honda inquietud en los más diversos círculos. Sintomáticamente, los únicos alegres porque el cargo recayera en dicho hombre, fueron las gentes de extrema derecha. Como Papa, Benedicto XVI generó honda incertidumbre. Su predecesor, Juan Pablo II, había instaurado en el Vaticano un estilo mediático y dinámico de gestión, de modo que todos se preguntaban si el venerable ancianito de 78 años sería capaz de hacer algo similar. Benedicto XVI demostró ser alguien que se toma las cosas con calma. Ha emprendido un solo viaje al extranjero como Papa, a su Alemania nativa, y se ha manifestado extraordinariamente parco en dar entrevistas y en conceder gestos de alguna clase. Su propio estilo es autoritario y circunspecto, lo que origina incluso tensiones dentro de la propia Curia.
Desde ese punto de vista, se esperaba con ansias que Benedicto XVI culminara su primera Encíclica. De las varias que un pontífice puede escribir durante su Papado, la primera adquiere una importancia especial, porque es interpretada como una suerte de, más que "programa de trabajo", compendio de las preocupaciones cardinales que guiarán al flamante nuevo Papa durante su pontificado. A finales de Enero pasado, se develó el enigma. Benedicto XVI publicó la encíclica "Deus Caritas Est" ("Dios es Amor"), y con ella reveló, inconscientemente con toda probabilidad, algo de lo que puede esperarse de él como Papa. ¿Y que revela la Encíclica? Básicamente un hombre espiritualista, que se siente más allá del mundo y de los pobres mortales que él tiene por "obligación" pastorear, y que vive en una burbuja dogmática que no se condice con la realidad.

LA ESTRUCTURA DE "DIOS ES AMOR".
Ya desde el título elegido, Benedicto XVI hace un guiño interesante. Debido a que las encíclicas son formalmente cartas que el Papa dirige a la Iglesia Católica, no llevan título, por lo que se acostumbra a titularlas con las primeras palabras de la misma. En este caso, las primeras palabras son: "Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él". Son del evangelio de Juan, y eso ya es una elección interesante. Es sabido que el Evangelio de Juan es diferente a los otros, tanto en estructura como en intenciones, lo que la Iglesia Católica ha atribuido machaconamente al hecho de haber sido redactado por "el hijo bienamado de Jesús", pero que la investigación historiográfica lo explica atribuyéndole dicho texto a alguien profundamente helenizado, que concebía a Jesús como un héroe helénico y no como un mesías judío. De ahí que el Evangelio de Juan sea mucho más "espiritualista" que los otros tres, ya que presenta a un Jesús mucho más discursivo, ultramundano y etéreo que el Jesús de carne y hueso, y hombre de acción, que es el protagonista de los otros tres textos. Sintomáticamente, en el texto de Benedicto se cita, o al menos se menciona, a Juan Evangelista no menos de una veintena de veces (a vuelapluma, contamos 27). Por contra, los otros tres evangelistas, en conjunto, a saco, y sumados los tres, son mencionados en total incluso menos veces (nosotros contamos, también a vuelapluma, 19). O sea, en la mentalidad de Benedicto XVI, el espiritualista y ultraterreno Juan pesa más que los otros tres evangelistas, más terrenales, menos filosóficos, y más conectados con el mundo y la realidad contemporánea (la de ellos, claro está).
La estructura elegida por Benedicto para exponer el tema, por su parte, también es decidora, y es la propia de un hombre dogmático, poco adaptable e inflexible, que pretende amoldar la realidad a su propia visión del mundo. En primer lugar entrega una densa disquisición teológica y doctrinal sobre el concepto de "amor". En segundo lugar, aplica sus conclusiones a la realidad mundana. Es decir, es el viejo método dogmático de elucubrar sobre el mundo para luego entenderlo a la luz de las ociosas cavilaciones mentales propias, inverso al buen método científico que primero se abre al mundo, lo interroga, lo cuestiona y se hace preguntas, y después intenta explicarlo. Y para quien piense que un Papa no podría hacer las cosas de manera diferente, por ser justamente "un hombre de religión" y el guardián de la dogmática católica, digamos que muy distinto es, por ejemplo, el estilo de "Mater et Magistra", de Juan XXIII, que combina sabiamente la disquisición teológica en abstracto con las realidades materiales, de manera que ambos planos se complementan y armonizan, creciendo juntos hasta desarrollar por completo el tema. Claro que Juan XXIII estaba preocupado por un asunto que no entra en el mundo mental de Benedicto XVI, cual era la cuestión social provocada por la explotación capitalista de los trabajadores.

LOS PLANTEAMIENTOS TEOLÓGICOS DE BENEDICTO XVI.
Lo primero que hace Benedicto XVI, es un estudio sobre la palabra amor. Dicho en lenguaje de rock latino: "¿de qué hablamos cuando hablamos de amor?". En este punto, Benedicto intenta crear sólidos fundamentos teológicos para el deber de caridad cristiana. Lo que logra, sin embargo, es hacer el ridículo más absoluto, ya que sus argumentos carecen de fundamento fáctico, y lo que es peor, incluso de toda posible lógica. Reflexiona sobre si el Cristianismo ha matado el "eros", el amor erótico, en beneficio de una vida ultramundana. Afirma que no, porque el eros sigue existiendo, pero a continuación le impone límites de disciplina tan estrechos, que lo termina asesinando ya no de frente, sino por una artera puñalada por la espalda. El eros debe derivar en entrega total hacia el ser amado, y esto, según Benedicto, sería el fundamento de la caridad cristiana, el darse por completo al otro. Como suele suceder en el discurso teológico, lo que se silencia es tan importante como lo que se dice: Benedicto está preconizando (haciendo caso omiso) de la individualidad de la persona. Para Benedicto, el eros que alimenta al individuo sólo tiene sentido si hace completo al hombre, pero éste sólo puede hacerse completo si renuncia a sí mismo hasta deslavarse por completo. En estas líneas, el viejo nazi que hace manifestaciones al Führer, saliéndose de sí en el proceso, campea a sus anchas. ¿Y no pretende la Iglesia Católica en definitiva matar toda posible individualidad para así aniquilar la crítica, única manera de imponer su poder por medio de una serie de dogmas espúireos que no se sostienen mediante el más mínimo razonamiento? ¿No se comporta entonces Benedicto como un mercachifle de multitiendas?
Veamos una perla: "En modo alguno [el Antiguo Testamento] rechazó con ello el eros como tal, sino que declaró guerra a su desviación destructora, puesto que la falsa divinización del eros (...) lo priva de su dignidad divina y lo deshumaniza" [DCE 4]. Está hablando del eros en la prostitución sagrada. Cuesta hoy en día entender la prostitución sagrada como ritual, pero eso no lo hace automáticamente nocivo o nefasto, por más que Benedicto quiera. En vez de intentar entender, Benedicto condena sin más. ¿Y cuál es la verdadera divinización del eros? Ya dijimos, aquella que lleva a abandonarse a sí mismo, etcétera.
La solución que propone Benedicto XVI es el matrimonio monógamo. En medio de pura retórica vacua, sostiene que la única manera de purificar el eros es a través del matrimonio monógamo. Irónicamente lo hace citando el Cantar de los Cantares, usando su interpretación "oficial" según la cual es un canto al amor entre Dios y sus fieles, cuando en realidad para cualquiera que lo lea desprejuiciadamente, es un poema erótico que pasó "soplado" a integrar el canon bíblico actual.
Y se pone peor. Para rastrear los orígenes de la novedad bíblica en esta manera de ver las cosas, se ampara nada menos que en Oseas y Ezequiel. La interpretación oficial sobre ambos profetas es que hablaban en metáfora sobre la falta de fe de Israel. Pero una lectura atenta de ambos profetas revela algo bien distinto, cual es que ambos vivían una sexualidad completamente insana. Oseas era un psicótico que tenía visiones divinas, y que se había casado con una prostituta, echándole la culpa al mandato divino, mientras que Ezequiel insiste e insiste sobre la prostitución de Israel y cuenta historias picantes de prostitutas para graficar la infidelidad de Israel hacia Dios. Ni qué decir cuan triste visión del amor de pareja puede extraerse de la lectura de ambos profetas, sí muy edificantes a la hora de graficar enfermedades vinculadas a la religión, como la psicosis o la neurosis de conversión.

CÓMO SE APLICA LA TEOLOGÍA DEL AMOR AL MUNDO MODERNO, SEGÚN BENEDICTO XVI.
Después de tan lamentable intento de justificar la caridad cristiana a partir del amor (y de una visión bastante sicótica del amor, entendido casi como un abandono de sí mismo, igual que una mujer golpeada que idolatra a su marido golpeador), viene el trecho referente a cómo se ejerce la caridad por parte de la Iglesia. Este pedazo es, con mucho, el más aburridor, porque no es sino un refrito de lugares comunes que giran en torno a la idea de que "la Iglesia se organiza en torno a la caridad".
Una vez más, lo que se omite es tan importante como lo que se dice. Cuando Benedicto intenta fundamentar la caridad como una característica esencial de la Iglesia, cita a varios autores, pero sintomáticamente, ninguno de ellos murió después de 260 d.C. Es decir, ningún autor citado es de la época en que comenzaron a ingresar los ricos a la Iglesia Católica, introduciendo varios cambios que llevaron a la morigeración de la caridad como característica de la misma. La única excepción es San Agustín, que en realidad no cuenta porque él era un renegado del Neoplatonismo que, al igual que Benedicto, vivía más en el mundo "del más allá" que en el de acá...
Habla también un poco del orden justo de la sociedad, e incita sutilmente a depositar las esperanzas en Dios, renegando de las doctrinas que intentan hacer la justicia en la Tierra. Habla expresamente contra el Marxismo, una tradicional bestia negra de Benedicto XVI, que le llevó a perseguir sistemáticamente en sus días a los teóricos de la Teología de la Liberación.
Lo más sintomático es que Benedicto XVI habla de caridad sí, pero después de muchas vueltas en torno al deber de caridad, la deja reducido casi al mínimo. Compárense, por ejemplo, estos dos párrafos:
"Según el modelo expuesto en la parábola del Buen Samaritano, la caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos para que se recuperen, los prisioneros visitados, etc.", y,
"Por tanto, la santa Iglesia, aunque tiene como principal misión el santificar las almas y hacerlas partícipes de los bienes del orden sobrenatural, sin embargo, se preocupa con solicitud de las exigencias del vivir diario de los hombres, no sólo en cuanto al sustento y a las condiciones de vida, sino también cuanto a la prosperidad y a la cultura en sus múltiples aspectos y según el ritmo de las diversas épocas".
Parecen dos párrafos casi idénticos en su alcance, ¿cierto? Reléalos usted mejor. El primero es de "Deus caritas est" de Benedicto XVI (DCE, 31a), y el segundo de "Mater et Magistra" de Juan XXIII (MEM, 3). Según Benedicto, la caridad alcanza a paliar situaciones puntuales y nada más: "ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación". Para Juan XXIII, en cambio, no es una simple respuesta sino una actividad solícita: "se preocupa con solicitud de las exigencias del vivir diario de los hombres". Los ejemplos que da Benedicto son todos de crisis puntuales: pobreza, enfermedad, prisión. Juan XXIII no da ejemplos, sino que habla del sustento, las condiciones de vida, y aún más allá, el desarrollo cultural de las personas. ¿Alguien se extraña de que Juan XXIII haya sido apodado "el Papa bueno", y que Benedicto XVI sea llamado el "rottweiler de Dios"? Cualquier empresario que lea el texto de Benedicto XVI no tendría que inquietarse demasiado: si da una mísera suma de dinero a la Iglesia para que ésta lo gestione dándole un desayuno a un pobre (y nada más), ya puede considerarse un cristiano caricativo...

EN RESUMEN.
La primera encíclica de Benedicto XVI es enormemente desilusionante. Se extiende en demasía en consideraciones doctrinales, y no desciende nunca a la tierra. Y cuando lo hace, insiste en un montón de cosas accesorias (los medios de comunicación, etcétera), sin ir a lo fundamental. Y cuando lo hace, establece un deber de caridad tan laxo, que cualquier persona pueda sentirse caricativa sin más. Para esto no necesitábamos una encíclica. Para esto bastan los sermones de los curas de iglesias ricas, que hablan un poco sobre Cristo y el amor, pero que hacen muy poco espacio a las cuestiones sociales en sus discursos. Benedicto se consagra con esta encíclica como el Papa de los ricos, que sigue en la senda de tratar de crear una Iglesia Católica espiritualista tridentina, a espaldas de la obra social en la que tanto se avanzó durante el Concilio Vaticano II. No insistiremos en las tergiversaciones históricas en que incurre Benedicto, las cuales alargarían en exceso este reporte, pero que demuestran a un hombre versado en textos teológicos, pero de una ignorancia supina en temas históricos, que malentiende todo lo que tiene que ver con el desarrollo de la religión entre los pueblos antiguos. Aunque no se puede esperar otra cosa de alguien educado seguramente en materias históricas con libros con el "nihil obstat" vaticano. Es esta una hermosa encíclica para teólogos calenturientos que están en la comodidad de sus bibliotecas, pero que difícilmente serviría de fuente de inspiración para alguien ubicado fuera, en donde verdaderamente las papas queman, en donde están los pobres y los oprimidos por un sistema social que Benedicto XVI, genuflexamente, se niega a cuestionar, ni siquiera en nombre de la caridad.

NOTA FINAL: Para cualquiera que desee leer el texto original de la encíclica "Deus caritas est", está en la página del Vaticano: puede usted buscarla pulsando en el enlace.